Sermones de pENTECOSTÉS

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

1997 - Ciclo B

PENTECOSTÉS

Lectura del santo Evangelio según san Juan 20, 19-23
Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y, poniéndose en medio de ellos, les dijo: "¡La paz esté con vosotros!" Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: "¡La paz esté con vosotros! Como el Padre me envió a mí, yo también os envío a vosotros". Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: "Recibid al Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que vosotros se los perdonéis, y serán retenidos a los que vosotros se los retengáis".

SERMÓN

Pentecostés es una fiesta antiquísima. En realidad las actuales fiestas de Pascua y Pentecostés -siete semanas después de la primera- tienen su origen en festividades rurales cananeas, fenicias, -2000 años antes de Cristo- anteriores a la entrada de Israel en Palestina y que celebraban respectivamente el comienzo de la cosecha de cebada y el de la de trigo. Los primeros frutos de la siega y cosecha -es decir las primicias- se reunían en gavillas adornadas y se ofrecían propiciatoriamente a los dioses y diosas de la tierra. Como la cebada es más temprana esa fiesta se hacía cincuenta días antes que la de Pentecostés. Se llamaba la fiesta de los panes ázimos, es decir sin levadura, porque los cananeos no querían que los espíritus nefastos del año anterior penetraran en la nueva cosecha y por eso eliminaban toda la levadura y harina viejas. Hasta que fermentaba la nueva harina, pasaban siete días en los cuales debían comer pan sin levadura. Fíjense que ese es el remoto origen por el cual nosotros comulgamos con la hostia sin leudar, ya que Jesús en la Pascua, respetando la tradición había celebrado su última Cena con ese tipo de pan.

El asunto es que para los judíos el día de los Äzimos o Pascua era más importante que Pentecostés no solo porque según los antropólogos el cultivo de la cebada es más antiguo -de principios del neolítico- que el del trigo, sino porque los hebreos unieron esa fiesta, con una suya propia, de la época en que eran nómades y en la cual al comienzo del pastoreo sacrificaban un cordero con cuya sangre rociaban los palos de sus tiendas para ahuyentar a los malos espíritus.

Pero una vez que los judíos despojan a los cananeos de sus tierras y se instalan en ellas, sus teólogos transforman esas fiestas dándoles un sentido más ortodoxo, menos primitivo. La Pascua -aunque se conserva la costumbre de sacrificar el cordero y presentar las primicias y tirar la vieja levadura- se muta en la gran conmemoración de la huida de Egipto y la liberación de la esclavitud . Pentecostés, siete semanas después, aunque se continuaba con la costumbre de llevar las primicias de la cosecha de trigo en cestos adornados al templo de Jerusalén, es entendida por los teólogos de esa época como la conmemoración de la entrega de las tablas de la ley en el Sinaí.

Y todos recordamos esa escena, al menos, si no la hemos leído en la Biblia, por la película de Cecil B. de Mille, " hubo truenos y relámpagos, una densa nube cubrió la montaña y se oyó un fuerte sonido de trompeta ... la montaña del Sinaí estaba cubierta de humo, porque el Señor había bajado a ella en el fuego. El humo se elevaba como de un horno y toda la montaña temblaba violentamente.... Moisés hablaba y el Señor le respondía con el fragor del trueno ."

Es evidente que la sagrada Escritura utiliza para significar la presencia de Dios en la entrega de la ley elementos de las teofanías o manifestaciones divinas comunes a todos los pueblos de la antigüedad. Viento, fuego, terremoto, tempestad... Todas fuerzas que para el hombre primitivo no tenían explicación natural e indicaban la acción o la presencia de poderes sobrehumanos que se identificaban y hacían conocer mediante esas manifestaciones poderosas. Todavía hoy en las selvas de brasil y en islas de Oceanía se encuentran hombre que piensan que la tempestad es el rugido de dioses o que se ponen a adorar a los volcanes cuando entran airados en erupción.

El pueblo hebreo comparte esa visión, aunque poco a poco la va entendiendo cada vez más simbólicamente. Y ya totalmente desmitologizados, estos elementos aparecen todavía en la presentación que el mismo Lucas hace en la primera lectura que hemos escuchado, del espíritu de Dios descendiendo sobre los apóstoles: también hay allí simbólicamente fuego, ráfaga de viento, temblor de tierra...

Pero es que el mismo término espíritu, que como Vds. saben representa en nuestros días lo más inmaterial que puede haber entre los seres, en su etimología latina significa simplemente aire, viento. En hebreo al viento fuerte se lo llama ruah -que como Vds. pueden oír no es más que una onomatopeya ¡ruahhjhhjh! del ruido de una tempestad. Es ese viento, que en la mente primitiva es la fuerza o el aliento de Dios, el que poco a poco va adquiriendo el significado menos material de vida divina. Como la respiración es en cualquier animal viviente el signo de que está vivo, así poco a poco el viento, imaginado como la respiración de Dios, pasa a designar la vitalidad misma de Dios. Lo íntimo de la vida de Dios termina por denominarse ruah, viento, espíritu.

¿Y el hombre no tiene su propia vida, su propio viento, respiración, su propio espíritu? Si claro, pero ciertamente la distancia que hay entre el respirar de un hombre y el soplo huracanado de una tempestad es lo que marca la distancia que existe entre Dios y su criatura. No: el hombre no tiene espíritu, no tiene ruah, el hombre tiene apenas un soplo, un aliento, la palabra hebrea es neshamá : modeló al hombre con arcilla del suelo y sopló en su nariz un aliento de vida -un neshamá no el ruah-.

Lo vital del hombre y de los animales, pues, no podemos llamarlo estrictamente espíritu y menos ruah, como mucho podríamos designarlo alma -que como también Vds. saben deriva de un término indoeuropeo 'atma' que también significa aire, pero aire quieto, tranquilo.

El alma humana, la vida humana, es frágil, perecedera, es -como dice la Biblia- solo carne, destinada biológicamente a la muerte y llevada durante su vida, entre muchísimos aciertos y bondades, a tantísimos errores y maldades. Las obras de lo humano, 'de la carne', que le dice Pablo en la primera lectura.

Pero Dios ha creado al hombre para mucho más que para vivir su sola vida humana, de la carne, de hecho en el antiguo testamento muchísimas veces el ruah, el viento o espíritu de Dios arrebataba a ciertos hombres dándoles fuerza y sabiduría superior para salvar a su pueblo. Así dice que Sansón fue fortalecido por el espíritu, Moisés fué llevado por él, por él también fueron los profetas arrebatados, los reyes y sacerdotes inundados del ruah cuando debían enfrentar adversarios temibles, inciertas batallas....

Pero ya el profeta Joel -en las postrimerías de la revelación véterotestamentaria- avizoraba un tiempo en que todo el pueblo sería invadido por el ruah, por el espíritu, no ya en la forma de un arrebato o una fuerza pasajera, sino en forma permanente...

Es esa invasión del ruah, del Espíritu de Dios, más allá de nuestro soplo, neshamá humano, más allá de nuestra carne, lo que hoy conmemoramos en Pentecostés.

Llega el espíritu de Dios para introducirse permanentemente en el corazón de los bautizados: el alma humana, el neshamá es elevado por el Espíritu de Dios. Ya no es solo una vitalidad humana biológica la que nos da la vida, sino el ruah, el espíritu, o -como dirá la teología posterior- la gracia sobrenatural, que nos levanta a la condición de hijos de Dios, partícipes de su vida por el Espíritu.

Y ese espíritu, lo más íntimo de la intimidad de Dios, que de alguna manera se identifica con su amor, -ya que 'Dios es amor'-, es el que quiere derramarse en nuestros corazones como una nueva fuerza de acción, de coraje y de don.

Esa nueva condición crea en el hombre una dinámica de empuje, instintiva, que lo lleva a realizar sin darse cuenta las obras del espíritu no las de la carne: -como decía Pablo en la segunda lectura: "amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre y temperancia-. Todo eso surge como a borbotyones del corazón inundado del espíritu. Por eso el mismo Pablo dice que, frente a estas cosas, la ley del Sinaí está de más, sobra.

El cristiano ya no vive de los mandamientos de la vieja ley presentada entre truenos y relámpagos en el Sinaí; el cristiano vive del instinto del Espíritu que puja en él y, en la energía del amor divino, cumple sin pensarlo y espontáneamente los preceptos de la ley; ciertamente también con fuego y viento, pero no el que aterroriza al pueblo postrado temblando al pie de la montaña, sino el que quema en su interior y lo lleva en ardor e ímpetu a realizar las obras del amor y del divino querer.

Por eso al Pentecostés de la vieja alianza, la fundación del pueblo de Israel en la constitución legal del decálogo y la Torah, Jesús soplando sobre nosotros su espíritu sustituye el Pentecostés de la nueva, la fundación del pueblo de Dios que es la Iglesia, aunada por el mismo Espíritu vital divino, su espíritu santo, su espíritu de amor.

Que nuestro corto aliento de la carne, que nuestra débil alma, que nuestra neshamá -capaz de ahogar con su mediocridad nuestra vocación a la grandeza cristiana- mediante Pentecostés, pueda ser sustituido por el potente soplo de Dios y se haga fuego de amor y espíritu de lucha en nuestros corazones.

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