Sermones de pENTECOSTÉS

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

1978 - Ciclo A

PENTECOSTÉS
14-V-78

Lectura del santo Evangelio según san Juan 20, 19-23
Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y, poniéndose en medio de ellos, les dijo: "¡La paz esté con vosotros!" Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: "¡La paz esté con vosotros! Como el Padre me envió a mí, yo también os envío a vosotros". Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: "Recibid al Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que vosotros se los perdonéis, y serán retenidos a los que vosotros se los retengáis".

SERMÓN

En las crisis profundas de la vida, cuando el fracaso de alguno de nuestros propósitos, la desilusión, o el vacío irrumpen en la cotidianeidad de nuestras rutinas, o cuando se presenta el horizonte de una opción importante, o cuando -en la adolescencia- abrimos los ojos a nuestra relación con el mundo y los demás, una pregunta suele aflorar espontánea a nuestra mente: el ‘por qué', el ‘para qué' de nuestras vidas, el ‘sentido' de nuestra existencia.

Pregunta tantas veces adornada de angustia, de perplejidad, de profundas penas y dudas, que, más allá del problema de ésta o aquella posible vocación o elección, no son sino el reflejo de esa ‘admiración existencial' frente al ser que es el germen de todo filosofar.

“¿Por qué estoy aquí, hoy, ‘arrojado' en la existencia?” diría un existencialista. “¿Por qué el ser y no la nada?” preguntaría un metafísico. “¿Por qué somos, pudiendo no haber sido?” Y “¿Para qué?” “¿Qué finalidad tiene mi ser, mi vida?” “¿Es que, desde esta situación que no he elegido, este vivir que no es fruto de una opción mía precedente, sino que se me ha dado, con tantas y tan menudas circunstancias que han confinado la libertad de mis actos a estrechísimos límites, habré de intentar abrirme incierto camino?” Pero ¿hacia dónde? ¿Por qué?

Y, cuando las ilusiones tempranas, en el repaso del mediodía o del examen de conciencia nocturno se van revelando, aún logradas, tanto menos plenificantes de lo que suponíamos, la pregunta y la angustia se hacen más acuciantes e irrumpen tumultuosas en los raros momentos de pausa y de silencio que nos permite el mundo. Cuando no se enquistan taciturnas y sin respuesta en malhumores permanentes, pequeñez de ánimo, envidias, rencores pusilánimes, ácido descontento.

Y eso que hablo hoy a cristianos que -se supone- conocen el sentido de su vida. El catecismo se los ha enseñado.

Pero es que no siempre esto basta. Porque la respuesta teórica al sentido de la vida que aprendemos en los libros de poco sirve si no anima consciente, desde una entrega profunda y vivida, el navegar de mi existencia.

Pero, ahora, al menos, repasemos catecismo. ¿Tiene sentido mi vida? ¿Aún cuando para los demás aparentemente no lo tenga, sea yo insignificante, un cero a la izquierda?

Porque, vean, alguien podría responder –como de hecho hay muchos que lo postulan-: “No, el existir humano de por si no lo tiene. Cada uno ha de dar sentido a su vivir, buscando un objetivo, una misión, un amor

Pero. ¿Y si no encuentro un objetivo, una misión, un amor?

Por otra parte ¡a qué labor titánica se me condena si he de crear por mi mismo mi sentido! ¡Con qué hándicap en contra he de enfrentar esta tarea! Cuando puedo empezar a pensar y actuar más o menos independientemente -a los quince, a los veinte o a los veinticinco años-, ya, casi todo lo que soy me ha sido impuesto por mi constitución biológica, por el lugar y fecha de mi nacimiento, por la familia en la cual he crecido, por mis traumas, por la educación recibida, por los medios económicos con que cuento como punto de partida.

¿Qué me queda por elegir?

Y, obviamente, la desesperación, o la tentación prometeica serían inevitables, si todas estas cosas no fueran sino fruto de la casualidad, fortuito entrecruzarse de genes, suerte, azar, capricho del destino, entrevero caótico de vectores de fuerza naturales, aleatorias intervenciones humanas que no he controlado, sin nadie que haya pensado ni querido éste mi haber caído en el sayo de mi nombre y apellido.

Pero no. No estamos ‘arrojados' en el mundo. Estamos ‘puestos', ‘colocados', queridos por Alguien. Y nuestro sentido, nuestro fin, no está librado totalmente a nuestro arbitrio luchando contra la obscuridad de la herencia y de los hados. No hemos de ‘crear' nuestro sentido, nuestro horizonte, nuestro fin. Somos creaturas, no dioses. Es el Creador, ‘el fabricante', quien nos ha ‘fabricado para algo', con un objetivo, una finalidad que constituye nuestra razón de ser.

Saber ‘para qué' nos ha producido el industrial divino y leer cuidadosamente el manual del usuario es, pues, la condición de nuestro recto uso y felicidad. Contestar a la pregunta “ ¿Qué es lo que pretende el ejecutivo jefe? ”, es responder también al ‘para qué' de sus productos. Contestar al interrogante de qué es lo que ha motivado a nuestro Creador para darnos a luz en la existencia es responder qué sentido tiene nuestra vida.

Sí ¿qué ha llevado a Dios a crear?

Dado que El no necesita de nada, que en Su Vida trinitaria es perfectamente feliz y bueno, que el mirar del Padre al Verbo y el Espíritu Santo amor que los une los sumerge en infinito gozo, que las creaturas no añaden absolutamente nada a su Ser, que no hay nada en ellas que pueda agregarle un ochavo de perfección y beatitud ¿qué lo ha motivado a crear, libremente, sin necesidad?

Y la Revelación contesta. No sería Dios si tuviera algo o alguien que lo moviera fuera de Él. Lo que Le ha motivado es su Beatitud, su Perfección, su Suprema Bondad. Para explicarlo los primeros teólogos se referían al viejo principio neoplatónico “ la bondad tiende a comunicarse , a difundirse ”. La suprema Bondad ha de hacerlo infinitamente. Esa necesidad de comunicación se agota en la difusión del Padre en el Hijo y, con el Hijo, al Espíritu Santo. Sin embargo, es ese mismo principio el que explica, pero ahora, libremente, que el supremo Bien, la suprema Felicidad, también quiera compartirse, comunicarse, creando.

Ese es el fin de la creación: Dios eligiendo regalarse, queriendo hacer partícipes a otros de Su felicidad. Comunicación de Su Ser que umbrátil en los seres puramente materiales se hace ‘a Su imagen' en el hombre, ser capaz de conocer y de amar. Imitación del Ser divino, toda cuya vida es conocimiento y amor.

“Pero, Padre ¿y por qué hay tanta gente infeliz, por qué tanto mal, tanto dolor¿ ¿por qué, si el ser humano ha sido hecho para conocer y para amar, tanta ignorancia, tanto odio? ¿Por qué el entender y el querer del hombre no obtienen sino pocas veces la felicidad? ¡Y aún cuando la obtenga, al final, todo es aventado por la muerte! Por lo que vemos, si Dios creó para comunicar la felicidad, ha resultado un gran fracasado”.

Un momento. No terminé.

Y tampoco terminó Dios de crear.

Cuando Santo Tomás comienza a hablar de la encarnación dice “ si a la noción de bien pertenece el que se comunique, a la de sumo Bien que es Dios pertenece el que se comunique sumamente ”. Este modo sumo –no en su inmanencia trinitaria, sino hacia afuera- no se da en la comunicación del ser material, ni tampoco en la del ser humano, su imagen, imitaciones finitas del ser divino, a las cuales Dios permanece externo, trascendente. La comunicación se hace suma cuando Él mismo se entrega a su criatura. Esta es la máxima donación posible. Cuando de tal manera hace que se le una una naturaleza creada que, con El, se haga una sola persona. “ Y el Verbo se hizo carne

Dios ya no queda aislado en su trascendencia, fuera de la creación. Es su mismo ser divino el que ahora se sumerge, de alguna manera, en el universo material ofreciéndose al conocimiento y al amor de los hombres. Ya no puede dar más. Todo se da en el Hijo. En Cristo, nuestro Señor.

“Muy bien, muy lindo, pero ¿y nosotros? ¿y el sentido de ‘mi' vida?”

Ahí vamos, ahí vamos …

Es que, precisamente, ese Verbo que se ha encarnado, ese Dios que se ha plenamente extrovertido, lo ha hecho por nosotros, para vos, para mí. Es a través de ese Cristo, como, vos también, podrás alcanzar, si quieres, el gozo de la Vida trinitaria.

Tu vida humana morirá. Un día acabará. Más aún, mientras estés en este mundo, aunque te de muchas veces felicidad, tampoco te llenará. Muchos dolores tendrás que soportar. Por otra parte, la libertad del hombre –libertad necesaria para aceptar el don de Dios- añade muchos males –los peores- a los que nos embisten desde la naturaleza.

Pero no para esto te creó Dios. El quiere darte muchísimo más. Y te lo da en Jesús. En Jesús tenés la oportunidad de conectarte, de acceder, a la Vida y Felicidad divinas.

Más aún, a esa finalidad que supera todo lo que es capaz de brindarte la naturaleza humana, te ayuda a dirigirte los males, el dolor y acaba por hacerte llegar, infalible, la cruz.

“No entiendo todavía, Padre ¿cómo? ¿qué me quiere decir?”

Escucha. Más allá de lo animal y sensible, entender y amar es la vida humana. Sobre todo amar. Lo sabes bien. Que te vaya bien en todo menos en el amor y todo ha ido mal.

Lo hemos ya dicho: también en Dios, ‘vivir' es entender y amar. Y ‘a su imagen' hemos sido hechos.

En Él, el conocer del Padre, engendra al Hijo; y al Espíritu Santo, de ambos el amor. Padre, Hijo y Espíritu Santo en eterna contemplación y diálogo de amor. Eso es la divina felicidad.

Es a ese conocer en el Hijo, en el Verbo, y amar en el Espíritu, a lo que te llama Dios.

Ya te has unido al Hijo en la fe. En Pascua has creído que ha resucitado y ascendido. La luz del Verbo ya ilumina tu inteligencia. Ya empiezas a conocer a Dios. “ Felipe, el que me ha visto ha visto al Padre ”. Más allá de tu mirar con los ojos de la carne, en Pascua te has abierto al mirar de Dios.

El mundo y tu vida han adquirido otro significado. La fe te ha abierto el horizonte de la eternidad.

Pero no basta. Porque Dios quiere ahora transformar la otra cara de tu vivir a Su Imagen. No solo tu conocimiento con la luz de la fe. Ahora quiere mutar y perfeccionar tu amor.

Cristo Jesús glorificado ha subido al Padre. Desde allí se hace capaz, a través de su cuerpo glorioso, de mirarte y decirte “ Recibe el Espíritu Santo ”.

Y el Espíritu Santo -que es el Amor personal que el Padre y el Verbo expiran al unísono- hoy también baja hacia ti. El Verbo que ha iluminado tu inteligencia hoy sopla Su mismo Espíritu en tu querer, en tu corazón.

¿Ves? Desde Pentecostés ya has sido ‘refabricado' en todas tus dimensiones. El Padre te ha dado la fuerza de la Esperanza; el Hijo la luz de la Fe; el Espíritu Santo el suspirar vehemente de la Caridad.

El vendaval trinitario te ha levantado a ti, pequeña hoja de la tierra y, en Cristo y el Espíritu, te hace flotar hacia lo alto en la Vida de Dios.

Lo humano, lo caduco, morirá -y ha de morir para que todo seas plenamente transformado-. Pero esta transfusión divina del Espíritu de Cristo ya no morirá.

¿Sigue esto sin decirte nada del sentido de tu vida? ¿Son ‘palabras' todavía? ¿No calma esto tu angustia, tu no saber a dónde ir?

Es culpa tuya. ¿Has acaso intentado en serio creer, orar, sumergirte en el misterio de Dios, mirar por los ojos de Jesús?

¿Has ensayado vivir en el amor, el amor de Dios, izar las velas de tu corazón en la dirección del soplo del Espíritu, de la Caridad? ¿Has probado alguna vez amar a Dios y, con el amor de Dios, amar a los demás?

Prueba. Inténtalo. Y, entonces, comenzarás a ver y a amar de verdad; y todo se transformará. El Espíritu de Pentecostés de inundará.

Hasta el día cuando, desprendido de tu mortalidad y de la rémora de su oscuridad y su egoísmo, seas para siempre dialogo de luz y de amor divino, con Dios y con los tuyos, por toda la eternidad.

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