Sermones de pENTECOSTÉS

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

2002 - Ciclo A

PENTECOSTÉS
(GEP 10-05-02)

Lectura del santo Evangelio según san Juan 20, 19-23
Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y, poniéndose en medio de ellos, les dijo: "¡La paz esté con vosotros!" Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: "¡La paz esté con vosotros! Como el Padre me envió a mí, yo también os envío a vosotros". Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: "Recibid al Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que vosotros se los perdonéis, y serán retenidos a los que vosotros se los retengáis".

SERMÓN

Personaje singular, multifacético, admirador de Nietzsche, doctor en Química, luego en Psicología, finalmente en Filosofía, creador de la grafología, ciencia de la escritura como expresión del carácter de las personas, nacido en Alemania, Ludwig Klages murió en 1956 cerca de Zurich, adonde había trasladado su famoso "Seminario para el estudio de la expresión" fundado en Munich muchos años antes.

No hay grafólogo de cierta importancia que no haya, por supuesto, estudiado sus obras. Pero el trabajo que lo hace más conocido, al menos en el campo de la filosofía, es su extenso escrito en tres volúmenes El espíritu como adversario del alma [Der Geist als Wiedersacher der Seele].

En él recoge todo el encomio que Nietzsche había hecho del hombre dionisíaco como contrapuesto al apolíneo . El mundo orgiástico, romántico, adversario del mundo racional, clásico. El verdadero hombre, afirma Klages, es el del cuerpo animado por la mera alma animal. Lo vital, lo vivencial, surge de esa interrelación entre cuerpo y alma imaginativa, animal, con el mundo. Eso constituye "la experiencia", la pura experiencia, que el hombre primitivo, casi en su inocencia animal, vive espontáneamente y, en todo caso, percibe imaginativamente en el símbolo, en el mito, en el arte, en la expresión poética. Vida en sentido puramente biológico donde se pone en juego el corazón, los instintos, el sentido, la inclinación, el sentimiento, lo materno, lo femenino, el 'pathos'. Lamentablemente -afirma Klages -, en algún momento catastrófico de la historia, como una especie de pecado original, aparece el espíritu , la razón, el concepto. Con el espíritu surge la conciencia, la cabeza, el intelecto, la voluntad, el deber, lo masculino. Y todo esto, lo mental, lo conceptual tiende a enseñorearse de lo vital. La idea mata a la vida. El espíritu destruye al alma. La vitalidad pura y desbordante de las fuerzas inferiores, el mundo de las imágenes, la vida desnuda de espíritu, simbolizada por Dionisios, es asesinada por la acción mecánica del concepto, fruto perverso del espíritu.

Que sea el espíritu puede verse en la matemática, la técnica, la lógica; todos campos donde se introduce el espíritu, dice Klages, sofocando el ritmo y fluir pujante de la vida. Allí desarrolla Klages una aguda crítica al mundo contemporáneo, sujeto a los patrones brutales de las estadísticas y la tecnificación uniformante.

Pero, si hay una expresión del espíritu supremamente perversa para Klages, ésta es el cristianismo, quintaesencia del espíritu, con su normatividad y su moral paralizante. En el cristianismo -acusa Klages- el hombre se ha convertido cada vez más en desertor de la vida exultante y dionisíaca, haciéndose esclavo del espíritu. La ética cristiana -afirma-: " alambre de púas que desgarra y ensangrienta la vida ."

Sin duda que una contraposición tan bestial entre espíritu y vida, entre razón y pasiones, jugándose por lo segundo, era en Klages, -como luego en Lessing , en el mismo Bergson , Freud , en gran medida los existencialistas -, como una reacción desmedida al extremo opuesto: el racionalismo cartesiano, kantiano, hegeliano, que reducía al hombre a la pura razón. Como, por otra parte, ya lo habían hecho, en su época, Platón y los estoicos , considerando al solo intelecto como humano, y despreciando lo corporal, lo pasional, lo sentimental, como su infrahumano antagonista.

Pero la reducción del concepto de espíritu a lo meramente intelectual no tenía nada que ver con la tradición cristiana sino con la ilustración y el idealismo. Klages era injusto en su acusación al cristianismo.

El Espíritu del cual habla la Iglesia de ninguna manera puede reducirse al mundo intelectual y, mucho menos, a la razón humana.

El mismo término que usaron para designar al Espíritu tanto los autores del Antiguo como del Nuevo Testamento (que aunque escribieron en griego, pensaban en hebreo) habla, antes que nada de, precisamente, vida . El vocablo es una onomatopeya, ruach , que, primitivamente, en el Antiguo Testamento, designa al viento, el poderoso viento que mueve los árboles, los barcos, las aguas, los pastizales, dando la impresión que, con su soplo, infundiera vitalidad al paisaje, al mundo. De esa simbólica -viento, soplo, expiración, respiración- el hálito, el respirar, pasa a significar la vida: la vida animal, la vida humana que se manifiesta en el respirar. (Cuando uno no respira, está muerto.) Pero, sobre todo, el término ruach , desde su acepción de vendaval, pasa a significar la respiración y, finalmente, la Vida del mismo Dios. Ruach , espíritu, en el antiguo testamento cada vez más se reservará para designar la vitalidad de Yahvé, lo que tiene de más intimo, de más vivaz, vivificante y propio. Por supuesto que Dios piensa -por eso su vida no puede ser ajena a su pensar-, pero Dios es mucho más que pensar: es amar, es crear, es poder, es relacionarse con su creatura, es, lo sabremos luego, intrincada e inextinguible relación de Tres...

La Biblia bien trata de distinguir esta vitalidad exuberante del espíritu de Dios, de la vitalidad tenue de la carne, del alma humana. Aún cuando en el mito de la creación del hombre Dios sopla sobre el barro para infundirle la vida, de ninguna manera le da, todavía, Su propio ruach . Cuida el texto bíblico de hablar de otro tipo de soplo, el neshemá , soplar tenue, mortal ("hálito de vida", traducen nuestras biblias).

Solo en ciertas ocasiones presta su ruach, a Moisés, a Sansón, a David, especialmente, a los profetas... pero reserva esta vitalidad que Le es propia, que, más aún, lo define como Dios, para transmitirla en "los últimos tiempos".

Jesús el Señor, será el primer hombre dotado de nacimiento con vitalidad divina: "El espíritu santo, el ruach, te cubrirá con su sombra y el hijo que engendrarás será llamado hijo de Dios", dice el ángel a María.

Será el espíritu de Dios el que dé vitalidad superior a Jesús de Nazareth, el hijo de María, haciéndolo hombre nuevo, unido hipostáticamente al Verbo.

Será ese espíritu, esa vitalidad divina la que moverá a Jesús, sus hechos y palabras, sus milagros y su signos, durante su vida mortal y llevándolo, ella terminada, a la gloria de la Resurrección.

Ese mismo espíritu de Dios -para nosotros, ahora, 'espíritu de Jesús', como le llama constantemente San Pablo-, es el que se derramará sobre el creyente, sobre el germen de nueva humanidad que formamos todos los bautizados que integramos la Iglesia en camino, la Iglesia militante y que, finalmente, nos transformará para siempre en nuestra propia resurrección.

La experiencia de formar una raza nueva, de poseer el espíritu de Jesús, de haber renacido en Cristo y en Espíritu -es decir, en vida divina-, marcará fuertemente a la Iglesia, como la otra cara de la Resurrección. Así como cada página del Nuevo Testamento está transida de la convicción en la Resurrección y presencia de Jesús, así también está empapada de la experiencia del Espíritu, de la nueva divina vitalidad.

El Espíritu, lejos de ser una mera iluminación intelectual, o la promoción de una ética estricta o de una férrea moralidad o de una jerarquía que apagara la vida -como acusa Klages- infunde, transmite, como una transfusión candente de sangre divina, una exaltante vitalidad, mucho más alta y gozosa que la que puede brindarnos Dionisios, la pura zoología, la espontaneidad de los instintos... También es, ciertamente, una espontaneidad, pero una espontaneidad moldeada en la figura de Cristo y abrasada de lo central de la vida divina que es la identificación de su Entender con su arrasante Amor.

De ninguna manera el 'Espíritu de la verdad' se monta sobre la vida humana como puro concepto o dogmas teológicos o proposiciones de fe o catequesis de la mente. Es, sí, una nueva visión y una nueva conducta que supera la humana, pero densa del fuego del querer divino, de su poder creador, de su pujanza trinitaria en sempiterna espontaneidad.

Sería torpe, de todas maneras, confundir esta experiencia de vida con cualquier movimiento extático, convulsión de los sentidos, balbuceos ininteligibles, euforias patéticas, balanceos cuasi epilépticos más afines a la macumba y al chamanismo que a la auténtica experiencia de la mística, como pueden darse en algunos movimientos pentecostales o carismáticos fuera del control de la Iglesia. Al fin y al cabo el espíritu de Dios se nos da ante todo y 'ex opere operato' en los sacramentos y, privilegiadamente, en el substrato de las 'noches oscuras', donde Dios puede recrearnos libremente a partir de nuestra nada. Pero eso no quiere decir que la fe en Cristo quede enclaustrada en ritos o en conductas estereotipadas, ni en puras formulaciones doctrinales, por más profundas y elaboradas que sean. Si así fuera, algo de razón tendría Klages; sobre todo si se leyera desde la óptica mucho más profunda de San Pablo, que habla de que la letra de la ley mata al espíritu y, en el himno de la caridad, que ni la mejor de las enseñanzas, de las profecías, de las prácticas, de los martirios sirve para nada si no está vivificado por la Caridad, el fruto supremo del espíritu, de la vida de un Dios cuya definición es el Amor.

Sin el Ruach , sin el espíritu santo, la pura fe nocional en el Resucitado permanecería muerta, estéril. Habría que leer todo el capítulo 8 de la epístola a los Romanos -háganlo en casa cuando vuelvan- algunos de cuyos versículos hemos leído en la segunda lectura, para darnos cuenta de que la vida cristiana en espíritu santo no se concibe sin alguna experiencia concreta.

Antes que nada la de la libertad. No la que pregona falsamente la política, sino la verdadera, la que trae el espíritu de Cristo, como dice Pablo, liberándonos de la ley del pecado y de la muerte. "Allí donde está el espíritu del señor, allí la libertad " (2 Cr 3, 17). Libertad frente a nuestros instintos, a nuestras compulsiones, a nuestras tentaciones, frente al poder del error en el mundo, en los medios, frente a las atracciones y halagos de los placeres y deseos torcidos, frente a nuestras tendencias al rencor, a la envidia, al egoísmo... Cree que, si no estás liberado de todo ello por el espíritu, tu fe está muerta y el espíritu de Dios no habita en vos.

Por supuesto que también la conducta . Allí mismo habla Pablo de lo que significa vivir según el espíritu, no según la carne, lo puramente humano... Eso que también explicitará a los corintios: "¿No sabéis acaso que los injustos no heredarán el Reino de Dios? ¡No os engañéis! Ni impuros, ni idólatras, ni adúlteros, ni afeminados, ni homosexuales, ni ladrones, ni avaros, ni borrachos, ni difamadores, ni estafadores heredarán el Reino de Dios. Y tales -dice Pablo- fuisteis algunos de vosotros. Pero habéis sido lavados, habéis sido santificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el espíritu de nuestro Dios ". La maravillosa experiencia del Espíritu, ese Pentecostés estupendo, que significa nuestra conversión, ¡cada una de nuestras conversiones!

Apunta a continuación Pablo, en su capítulo 8 a los Romanos, como tercera experiencia del Espíritu, la de la filiación divina. "En efecto, dice, todos los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios son hijos de Dios" "Se acabó el espíritu de temor, de esclavo -acabamos de escuchar- porque hemos recibido el espíritu de hijos adoptivos, que nos hace llamar a Dios "Abba", es decir, Padre" No basta saberlo conceptualmente, hay que 'ex-clamarlo', clamarlo, decirlo desde adentro -ex, desde-: "¡Abba! ¡Padre!" Quien desde el fondo de su corazón no vive ese sentimiento filial de saber que Dios es su padre y no encaja todo su existir cristiano en esta relación filial con El, tampoco vive del Espíritu: modula el Padrenuestro como un mantra; recita el "Creo en Dios Padre" sin música, sin arpegios, sin sentido...

De allí, en ese mismo capítulo 8, pasa Pablo a otra consecuencia del Espíritu: la esperanza , el deseo de Dios y de cielo: "los que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior anhelando nuestro rescate". De allí su famosa fras "estimo que los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros". El que vive sin esperanza, o con esperanzas o ilusiones puramente humanas, para Pablo, carece del Espíritu.

Por cierto que todas estas experiencias del Espíritu son constitutivas de nuestro ser cristiano. Sin ellas no somos verdaderamente de Cristo. Pero Pablo reconoce que todo esto se vive en medio de la flaqueza de la carne y atacados constantemente por la inercia de nuestras miras y pulsiones humanas. Por eso, finalmente, la experiencia, en el Espíritu, de que "El es capaz de venir en ayuda de nuestra flaqueza". Y adentro nuestro hacerse oración , "pues nosotros", afirma , "no sabemos pedir como conviene, mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables". Sin la experiencia de la oración tampoco, pues, hay Pentecostés, venida del espíritu santo.

Todo ese capítulo 8 de la vida en el espíritu termina, (¿cómo no había de terminar así?), con el himno al amor de Dios. "¿Quién nos separará del amor de Cristo? ... Estoy seguro de que ni la muerte ni la vida, ni nada ... podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor Nuestro ".

Esa es la verdadera vida, la que -a la manera de Dios en el Génesis al crear al primer hombre-, sopla hoy Jesús en sus discípulos creándolos hombres nuevos: "Recibid el Espíritu Santo", la verdadera vida. No la que te propone el mundo de hoy, a secuela de Klages, de Freud, de Nietzsche, de los psicólogos de la estupidez, de los periodistas y teleteatros y musiquitas de la chatura, a secuela de los políticos de la frustración y del odio, de la vana exaltación de las camisetas de football, del arrebato esclavizante de las sectas y de las drogas y de los demás intereses e impulsos caducos de este mundo.

¡Ven espíritu Santo! Llena nuestros corazones del fuego de tu amor.

¡Felices pascuas de Pentecostés!

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