Sermones de pascua

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ



Adviento

1989 - Ciclo C

VIGILIA PASCUAL

SERMÓN
Lc 24,1-12

Cristo ha resucitado. Las oscuridades, las tristezas de ayer han tocado a su fin. Cuando parecía que había triunfado la prepotencia del mal, hoy Dios saca su varita mágica y arregla todo. Final feliz para la historia del maestro bueno que, perseguido y vilipendiado por los perversos, es ahora compensado por su Dios. Más aparatoso que un ' Deus ex machina ' de una tragedia de Eurípides el director de escena divino, cuando ya parecía imposible que el héroe pudiera salvarse, un segundo antes de que la cinta sin fin lo precipitara al horno rugiente o a la afilada sierra girando, interviene abracadabramente y lo salva.

Algo de eso puede parecer la historia de Jesús a algunos que lean, sin demasiado aviso,los evangelios, o cualquier historia linear de Jesús. " Todo empezó en Belén, en Nazaret. Jesús creció y, ya grande, salió a predicar, a juntar discípulos. Armó su doctrina asombrosa, la apoyó con milagros y, admirablemente, dio su vida por esas convicciones ." Para muchos eso sería suficiente: la muerte heroica que avala toda una vida y una enseñanza. Como la muerte de Sócrates; la de Juana de Arco, la de Savonarola, la de Cabral. Pero los evangelios no terminan su historia allí: nos hablan todavía de la Resurrección. Y ésta sería, el último de los milagros, que sellaría plenamente con la aprobación divina el mensaje de Jesús; sería la confirmación celeste de su doctrina, el premio merecido. Pero, claro, después, cuando queremos recordar a Jesús volvemos a las páginas anteriores del evangelio, esas más humanas de antes de la Pascua: la del maestro, la del Rabí, la del profeta, la del candidato a Rey, la de hijo del hombre.

La cuestión es que tenemos que modificar esa imagen. Porque resulta que la Resurrección así entendida sería una especie de apéndice a la vida de Cristo; apéndice introducido -incluso para algunos sin asidero en la historia- para corregir la injusticia de su muerte. Y no es así: la Resurrección, la Pascua, es el polo central de todo el cristianismo y de la historia del universo.

La lectura atenta del nuevo testamento nos muestra que, muy lejos de comenzar la historia de Jesús por Belén y Nazaret, la historia verdadera comienza en ésta, la noche de la Resurrección. Tanto es así que las primeras predicaciones cristianas que se hallan en nuestra Escritura, apenas de ocupan del Jesús de antes de la Pascua. Predican directamente al Señor Resucitado. A Él, el Resucitado viviente, no al oscuro recuerdo del rabino galileo, es a quien oran oran los cristianos, a quien alaban, a quien muestran como Salvador y dador de Vida, como Señor del universo.

El punto de partida del cristianismo es la vivencia abrasante de la presencia post pascual del Señor en su Iglesia por medio del Espíritu. Es este Señor resucitado, el Kyrios, el que, imponente, derriba del caballo a Pablo camino a Damasco y el que, según la Epístola a los Hebreos (1, 3) " sostiene todas las cosas con su palabra poderosa " y, a los Colosenses (1, 16-17) " aquel por él, para él que todo fue creado ".

El problema de los apóstoles no fue creer que Jesús hubiera resucitado, sino el identificar al poderoso Señor, al Hijo de Dios, a este ser divino que irrumpía poderosamente en la Iglesia con vientos y fuego de Espíritu Santo, identificarlo -digo- con 'el hombre Jesús' que había convivido con ellos unos cuantos años antes. Esa era la duda de Tomás, por ejemplo no la de la existencia del Resucitado, sino su identidad con el hijo de María, el carpintero, el que había sido crucificado. Ni las enseñanzas, ni la vida ejemplar, ni los milagros de Jesús, habían preparado a sus discípulos a asimilar una transformación, glorificación, resurrección de este estilo. Porque -vuelvo a repetirlo- lo de Pascua no es simplemente una reviviscencia, un volver a la vida terrena como Lázaro, un triunfo sobre la muerte. Es una mutación, un cambio raigal, una innovación, en la cual la humanidad de Cristo pasa de lo 'animado' a lo 'espiritual', de los 'psíquico' -dirá San Pablo- a lo 'pneumático', a lo divino.

No: nadie tenía que probar la resurrección de Cristo; hecho contundente, presencia inefable pero maciza, convicción irrefragable de la Iglesia postpascual. La persuasión del hecho surge a borbotones de cada página del Nuevo Testamento y de la historia de esos años.

No se trata, pues, de un apéndice, 'happy end', a la vida prepascual del Jesús terreno. Al contrario: si Vds. leen las epístolas del Nuevo Testamento -que son casi todas anteriores a los evangelios-, verán que apenas hay referencia al Jesús galileo. Todo es hablar del Señor Resucitado, de su presencia en la Iglesia y de la respuesta de ésta a Él. Y las referencias casi únicas de estas epístolas a la vida terrena de Cristo se refieren todas al misterio de la Cruz, como si oscuramente ya se viera la relación necesaria entre la cruz y la resurrección.

De hecho, cuando luego se escriban los evangelios, sus partes más antiguas son precisamente el desarrollo de los hechos de la Semana Santa, la historia de la Pasión.

Es varios años después -la Iglesia firmemente asentada su fe en el Resucitado, en el Jesús postpascual- cuando empieza a preguntarse quién era, qué hacía y qué enseñaba, antes de la Pascua, Jesús. Y así, recogiendo datos y recuerdos, se fue reconstruyendo la personalidad terrena, 'prepascual' de Cristo y solo durante los breves años de su vida pública, que era la que tenía más testigos. Bastante después Mateo y Lucas añaden algunos hechos y reflexiones sobre la infancia del Señor.

Y no está de más recordar estas cosas aún en ámbito católico, porque muchas veces tendemos a cambiar la perspectiva de las cosas. Vivimos más la imagen del recuerdo lejano de lo que hizo o dijo Jesús hace dos mil años que la presencia vital, refulgente, poderosa del Cristo de hoy, el Señor, vivo entre nosotros, y actuante en su Espíritu santo.

Esta no es un aula donde rememoramos la enseñanzas de un venerable maestro, esta es la casa brillante en donde nos encontramos con la estancia viva del Señor Resucitado.

Pero es que nuestra vivencia del tiempo, nuestro 'cronomorfismo', en estas cosas de Dios, nos suele jugar malas pasadas.

Por ejemplo: hemos escuchado, en la primera lectura, tantas veces oída, el famoso poema, 'relato', de la Creación, prólogo a toda la Escritura y lo leemos como si fuera un comienzo, un principio, un inicio, que, luego, se continuaría con la aparición de Adán, de Abel, de Caín, Matusalén, Noé, Abraham, Moisés, David.. hasta Jesús.

Y ciertamente eso confunde las cosas. Puede que, de Abraham en adelante, los autores bíblicos quieran escribir una historia más o menos linear del pueblo judío, pero, en los primeros capítulos del Génesis y particularmente en este llamado relato de la Creación, de ninguna manera. En realidad este no es un primer capítulo, un inicio, un comienzo de una línea del tiempo; es un 'prólogo' y, como en todo prólogo, se da un breve resumen, se expone sumariamente, el propósito de lo que luego se va a escribir 'in extenso', y se presentan los personajes principales.

Los prólogos, las introducciones, anticipan lo que luego se va a desarrollar en la obra, no son una 'primera etapa'.

Y este prólogo particular está escrito recién en el siglo VI, quizá V, antes de Cristo y utilizando el lenguaje mítico de la época y, ciertamente, tratando de contestar a interrogantes que se hacían los hombres de esa época.

Pero, más allá de su lenguaje arcaico y su teología incompleta, sigue siendo, uno de los lugares más densos y luminosos de toda la Escritura.

¿Qué nos dice?

Frente a culturas que, al igual que la moderna, afirmaban como lo único existente -y por lo tanto divino y hasta personificado- a la Materia, la Naturaleza, 'al cielo y a la tierra', a la luna, el sol y las estrellas, a los animales y las plantas y por eso los idolatraban, les rendían culto o los tenían como lo único a disfrutar y propiciar, porque no hay nada fuera de esto, Génesis dice: "Todo eso" es 'cosa', creatura, no es lo único, lo divino, no se basta a sí mismo. Todo está sostenido por la palabra creadora de Dios.

Y aquí hay otra trampa de nuestras conjugaciones occidentales, de nuestro cronomorfismo. De tiempo pasado que el hebreo no posee. Leemos este capítulo del Génesis como si dijera " Dios creó hace mucho tiempo ". Pensamos a lo mejor en el Big Bang, pensamos a lo mejor, ridículamente, en un tiempo ficticio 'sin nada' 'antes' y de pronto un tiempo 'con algo' 'después'. No es así, eso no quiere decir el relato. Por otra parte, 'antes' de la creación no hay, porque aún no existe el tiempo. El poema hebreo no nos da una visión cronológica, arqueológica, de la evolución del cosmos, nos quiere decir sencillamente: "las cosas no se bastan a sí mismas; el universo no es Dios; Dios, distinto del universo, lo sostiene constantemente con su poder. No es que Dios 'creó', sino que Dios 'crea'. Si Dios dejara de sostener el universo, de pensar en él o en una de sus partículas cualesquiera o en mi, instantáneamente desapareceríamos.

El mundo, pues, no es Dios; Dios nos, me, está creando. Yo no soy Dios. La humanidad no es divina. Dios es trascendente. Dios crea. Dios está creando, son todas frases equivalentes y que se condensan en este prólogo a la Biblia.

Ademas, frente a culturas que, impresionadas por el dolor, el hambre, la guerras, las enfermedades, pensaban que el mundo era algo malo, en donde se venía a sufrir y del cual -tratando de huir mientras tanto del dolor y disfrutar lo más posible- había que liberarse, Génesis remarca cada estrofa creadora con la machacona frase " Y vio Dios que era bueno ". ¡Inquebrantable optimismo de la Biblia! ¡Pensar que este prólogo fue escrito en una de las peores épocas de la historia de Israel: en el exilio en Babilonia! ¡Después de las horribles matanzas de la guerra y de la destrucción de Jerusalén! No importa, dice Génesis, el mundo es fundamentalmente bueno. El propósito de la creación es el bien, la vida, la felicidad. Después dirá " es el hombre, mediante su libertad, quien introduce la mayoría de los males en el mundo ".

Pero sobre todo este poema es innovador frente al pesimismo de las antiguas culturas que caracterizaba especialmente el destino final del hombre, la muerte inevitable. Génesis confiesa, a pesar de ello, su fe en el propósito bueno, en el sentido y razón del universo, que no sería otra cosa sino el proyectarse de Dios en una creatura hecha 'a su imagen y semejanza', el hombre.

Y aunque en concreto sea oscuro el cómo se realizará este divino proyecto, pues no se resuelve aún el problema de la muerte, el autor de Génesis, admirablemente, fija para siempre, en esta página luminosa, el fin de la creación: la imagen y semejanza de Dios, el reflejo creatural de Su belleza, el disfrute de su felicidad. Habrá mucho que explicar por cierto todavía, pero ya está allí dicho en germen todo.

Que las cosas no son Dios, que el hombre hecho a imagen y semejanza de Dios no podrá encontrar en ellas la plenitud, que el hombre siendo a imagen y semejanza de dios no es Dios, es creado y por lo tanto tampoco de lo humano podrá sacar compleción, felicidad final; que, cuando, equivocadamente, busque como fin de su vida a cualquiera de los bienes creados, se equivocará pecará, y que, si quiere llegar a Dios, tendrá que superar este mundo, superar lo humano, eso ya está, pues, apuntado, en este prólogo. Más aún: en Génesis uno, ya, de alguna manera, está implícito el misterio de la Cruz.

Pero, lo que es prólogo y presagio en Génesis 1, se ilumina y explicita totalmente en Cristo Jesús Resucitado. Él es la perfecta y verdadera 'imagen del Dios invisible' -como dice San Pablo- el primogénito de toda la creación. El es Aquel hacia quien convergen todas las potencialidad del cosmos, de los átomos, de la materia, de la biología, de los apeteceres viscerales del hombre.

No se trata pues en la solemnidad de esta noche festejar el 'final feliz' a la historia del maestro bueno Jesús. La Pascua de Resurrección, es la finalidad misma de la creación.

En Jesús, que ha crucificado en si mismo todo lo que no es Dios, todo adquiere finalmente su verdadera consistencia y razón, todo es asumido sublimado y llevado a plenitud.

Las contradicciones aparentes de este mundo, sus desajustes y dolores, sus sufrires y obscuridades, forman parte de este tiempo de construcción. Si Dios ya hubiera 'creado', podríamos acusarlo de ¡qué mal creó!, ¡chapucero arquitecto! Pero es que la obra aún está en construcción. Dios no ha creado, está 'creando' y la creación definitiva todavía no apareció o, mejor dicho, recién empezó en la Resurrección de Jesús.

Esta creación constante -no que fue, que es- y que, en el tiempo, se ha desarrollado en etapas de continua superación (alguna de las cuales nos recordaron los textos de la liturgia de hoy), esa creación alcanza su último grado de desarrollo en la Resurrección de Jesús, y terminará recién cuando el último de los elegido adquiera, con Jesús y por el poder del Espíritu de Jesús, a través de la 'pascua' de su propia muerte -mecanismo indispensable de metamorfosis, de transformación- el estado de 'resucitado', para habitar, finalmente, en la Jerusalén celeste, en los 'nuevos cielos y nueva tierra', descanso de Dios, octavo Día, Pascua eterna de Resurrección.

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