Sermones de pascua

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ



Adviento

1980 - Ciclo C

domingo de pascua

SERMÓN

Nadie podrá negar que todos los cristianos, mal que bien, festejamos la Pascua. Ella es, en nuestra apreciación, fiesta importantísima. Sin embargo, si a las manifestaciones externas nos referimos y a las vivencias normales de la gente ¿no podríamos, quizá, afirmar que Navidad es celebración más importante? Navidad se vive hasta en las calles: árboles públicos adornados, el obelisco iluminado, gallardetes y cotillón por todas partes, los regalos –que hasta a los judíos hace felices en sus negocios-, las fiestas familiares, la sidra, el champagne, garrapiñadas y pan dulce. Semana Santa es percibida como fundamental –quizá por los feriados-, pero de ella el día más importante parece ser el Viernes Santo. La Pascua, con sus carísimos huevos de chocolate, pienso que menos.

Al principio no fue así. La Fiesta cristiana era Pascua de Resurrección. Y la Resurrección el centro de la predicación cristiana. A creer en Cristo ‘Resucitado' es a lo que llamaban los apóstoles. Es lo que encontramos en los estratos más primitivos de las epístolas de Pablo y de los hechos de los Apóstoles.

Recién más tarde se añadió, a esta proclamación, el recuerdo de lo que había hecho y dicho Jesús antes de su muerte y Resurrección. Bastante más tarde, aparecen –y solamente en Lucas y en Mateo- los relatos del nacimiento e infancia de Jesús, que es lo último que escribieron e interesó a los evangelistas.

Lo mismo el festejo. Desde el comienzo los discípulos se reunían todos los primeros día después del sábado. Sábado que era la jornada de descanso de los judíos-. Es decir, se reunían el primer día de la semana de trabajo. Ese día era el semanalmente utilizado para conmemorar la Resurrección, el día en que Jesús de Nazaret se había transformado en ‘el Señor', el ‘Kyrios', el ‘Dominus' –título técnico para designar al resucitado-. De allí que ese día fue finalmente nombrado como ‘día del Señor', es decir, ‘día del resucitado', ‘Domínicus dies', en latín. De allí nuestro ‘domingo'.‘Dominicus' se trasformó, fonéticamente, entre los hispanos, en ‘domingo'.

Y, cada año, el aniversario del día de la Pascua judía, cuando Jesús había resucitado, era una gran conmemoración: la única fiesta que conoció la primitiva Iglesia.

Más tarde, cuando las persecuciones y la muerte de tantos cristianos insignes, también comenzaron a festejarse los aniversarios de estos mártires, pero –fíjense- tampoco se festejaba el día de su nacimiento, sus cumpleaños, sino el día de sus muertes. Día de la muerte a la cual la Iglesia llamaba ‘nacimiento', porque era el nacimiento –el ‘natale', la ‘natividad'- del mártir, luego del santo, a la verdadera Vida con el Señor Resucitado.

¿Por qué, entonces, en determinado momento, la palabra ‘natale', ‘nacimiento', ‘navidad', comienza a utilizarse para designar el día del nacimiento de Jesús de Nazaret en Belén?

Muy tardíamente -recién en el siglo IV- en Roma, y obedeciendo, quizá, a la idea sincretista de Constantino que quería unificar los cultos paganos y cristianos. Recién allí la Iglesia romana, para no abolir frontalmente la fiesta idólatra del solsticio de invierno, día en que el sol ,desde lo más bajo de su trayectoria en el horizonte, comienza a ascender, la trata de cubrir o transformar en la fiesta del nacimiento de Jesús. Esa conmemoración, por una diferencia de calendario, era celebrada en Roma el 25 de Diciembre y en Egipto el 6 de Enero. Se denominaba día del “Natalis solis invicti”, el día ‘del nacimiento del invicto sol' –sol considerado dios, por cierto-. La Iglesia, bautizando esta celebración comienza a festejar en esas mismas fechas, el día del “Natale Christi”, la “Natívitas Christi”: nuestra Navidad, pues, en Occidente; Epifanía, en Oriente.


Natale Solis Invicti

Por supuesto que la Navidad es importante, y es justo y necesario que la festejemos, pero no debemos nunca olvidar que la Navidad sin la Pascua, no serviría para nada. Como tampoco la Cruz sin la Resurrección. Y noten Vds. que la Navidad está más en la línea del Viernes Santo que en la de la Pascua. La Navidad no es sino el comienzo del abajamiento, la kénosis, la humillación del Señor que se consumará en el Calvario. Navidad es Dios que se abaja y ‘condesciende' asumiendo la pequeñez del ser humano para correr con este su destino de pecado y de muerte. Pascua es, al revés, el ser humano que, desde su condición de miseria, de pecado y de muerte, es transformado en Dios. El Jesús Nazareno crucificado que es ascendido a Señor –título de Dios-.

Claro, es más fácil para todos festejar Belén. Aún para los no creyentes. Aunque no hubiera sido Dios, Jesús -lo menos que puede decirse- fue un gran hombre y, de hecho, cambió la marcha de la historia. Es el personaje histórico más importante de la humanidad y su doctrina -todos están de acuerdo- fue sublime y universal. Hasta al último no creyente le habla de paz, de amor, de comprensión. Cosas de las cuales ¿quién no está necesitado?

Aún para el creyente, es más fácil amar al Dios que se hace hombre para acompañarnos en las tristezas de este mundo y morir por nosotros en la Cruz, que al Jesús casi espectral, inasible, de la Resurrección.

Además, sobre la gruta de Belén se proyecta todo nuestro natural instinto de especímenes de la raza humana frente a la madre y su cachorro. Hasta el más bárbaro de los tuercas incapaces de respetar semáforos, frena su importado ante el cruzar la calle de la mamá con su bebe.

Para festejar Navidad basta cualquier sentimentalismo humano. Para festejar Pascua en cambio hace falta fe. Quizá por ello sea menos popular que Navidad e incluso que el Viernes Santo.

Pero el cristianismo no es la religión del Dios que se hace hombre, ni tampoco del Dios que se hace hombre para sufrir y morir por nosotros –todo eso no tendría sentido si acabara allí-, sino que es la religión del hombre que es hecho Dios, asumido por lo Divino.

Nuestra fe no termina en Belén ni en el Calvario, sino en Pascua de Resurrección.

Más aún: podríamos decir que la Encarnación -que se dice festejar en Navidad- recién habría que festejarla en Pascua. En Belén, por cierto, Jesús ya es Dios –ha sido asumido por el Verbo desde el instante de la Anunciación- pero oculto, frenado, como si todavía no hubiera divinizado totalmente su carne -precisamente para poder sufrir y morir por y con nosotros-. Es en el Señor Resucitado, con su cuerpo glorioso divinizado, donde la fuerza de la Encarnación se despliega libre, total, plenamente.

Belén y el Calvario son el camino a la Pascua. La Pascua es el fin, la verdadera fiesta –que también será un día nuestra eterna fiesta-.

Y porque hacia allá vamos, también podemos festejar nuestros nacimientos, nuestros cumpleaños, nuestros bautismos –que son nuestra anunciaciones y belenes- y también podemos festejar nuestro propios viernes santos y dolores y fracasos y, finalmente, nuestras muertes. Porque, también para nosotros, todo eso es camino, en Cristo, hacia nuestra propia divinización, hacia nuestra propia Pascua.

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