Sermones de pascua

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ



Adviento

1972 - Ciclo A

domingo de pascua
8-IV-72

SERMÓN
(Mt. 28, 1-10)

"Aleluya", señores, "¡alegría! ¡alegría!" clama hoy la Iglesia, desde que hace dos mil años, en una luminosa y esplendente aurora, una tumba vacía recibió para siempre los torrentes de lágrimas del mundo, enterró todos los dolores, curó todas las penas, ocultó todas la heridas y miserias.

Porque

aquel que en el portal de Belén, tímido borbotón de carne tierna y rosada, se refugió en el regazo de una virgen,

aquel que, en su palabra grave y adulta de Maestro nos enseñó a ser hombres,

aquel que, en su flaca carne como la nuestra, recibió los golpes y las befas de nuestros pecados

y en un terrible mediodía de tinieblas exhaló su espíritu;

ese

hombre y Dios, maestro, hermano,

ha resucitado.

Sí, señores. Lo que dijo, lo que prometió, las cosas sublimes que predicó y escuchamos azorados como entre sueños imposibles, no fueron mentiras.

No nos engañamos cuando creímos su palabra austera y dulce.

No nos extraviamos cuando el magnetismo de su mirada nos prendió a sus huellas, sedientos de alturas.

No fue ilusión el ardor de nuestros corazones ni las ambiciones de cosas grandes y nobles que despertó en nosotros.

No. No fue embustero, no fue un falsario, no fue un mendaz profeta que, en su fracaso, nos dejó en los labios el sabor amargo de una esperanza muerta.

Porque su cruz no fue el fin, no terminó con él, no puso punto final nuestras ilusiones:

Fue el comienzo, el preludio del triunfo, la última carga de la victoria.

Y, ahora, en esta mañana luminosa de la Resurrección, Él ha triunfado. Y triunfado para siempre.

Aleluya, señores.

El maestro ajusticiado -a quien cobardes dejamos solo en el momento más difícil de la batalla, junto a su madre inerme- ha resucitado.

Prometió resucitar y resucitó, nació a su definitiva Vida. Prometió resucitarnos y resucitaremos, para siempre.

Y, por eso,

ya no hay más miedo, la muerte no puede ya asustarnos, sus esfuerzos por amedrentarnos aparecen ya ridículos, sus muecas horrendas ya no nos atemorizan.

No habrá muerte para nosotros.

Solo paso. Detrás del bache final de nuestras terrenas vidas nos espera el parto jubiloso de la eternidad.

Detrás del dolor y del absurdo nos viene al encuentro la suprema felicidad.

Detrás de la angustia de la madre, del llanto de los niños, del suspirar de los adolescentes,

detrás del sufrir del hombre, del penar de los solitarios, de la ausencia desgarradora del ser querido,

brilla la luz incandescente de la dicha que nunca habrá de terminar.

Cristo ha liquidado al dolor y vencido a la muerte

Ya no hay más fracasos, ni frustración, ni vejez, ni enfermedad, ni muerte.

Las llagas de sus tormentos, las heridas luminosas de sus manos y costado, brillan hoy como triunfales cicatrices de estandartes al sol.

Es el brillo de la Vida que superó a la muerte.

Es el trompeteo definitivo de la victoria.

Y allá vamos también mostros, futuros victoriosos, futuros resucitados,

por el camino tantas veces amargo de este valle de lágrimas,

con el sudor y llanto de nuestras fatigas y pesares,

pero con el refulgir de la esperanza -hoy reafirmada- en nuestros ojos.

Sí, señores, Cristo ha resucitado y yo, y tú, y los nuestros, hermano, hemos de resucitar.

Aleluya.

Amén.

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