Sermones de pascua

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ



Adviento

1985 - Ciclo B

5º domingo de pascua

Lectura del santo Evangelio según san Juan     15, 1-8
Jesús dijo a sus discípulos: «Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. El corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía. Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les anuncié. Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde. Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán. La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos»

SERMÓN

"Permanezcan en mi como yo permanezco en ustedes " -" meinate en emoi kai egó en umin ", dice el griego utilizando el verbo ' meno ' o en latín ' manere ' que significa 'estar', 'quedarse', 'mantenerse', 'conservarse'. De allí, en latín y en griego, los 'manes' de los antepasados, lo que de ellos permanece. De allí las palabras 'mansión' o 'in-manencia' o 'per-manencia'. Es un término muy semejante en su sentido a ' estar ' que, en latín, significa 'mantenerse parado' o quieto. Y así como de 'permanencia' viene 'mansión', así de 'estar' en viene 'estación' o 'estancia'.

Pero es obvio que todos estos términos locales, espaciales, terminan por designar también 'modos de ser', digamos, 'espirituales'. Y hablo entonces de 'mi estado' (del verbo 'estar'), 'mi estado de ánimo'. Y digo 'estoy' triste o contento o, para apoyar a alguien, 'estoy' con vos: O digo 'permanezco alerta', 'permanece inconsciente', 'permanente recuerdo'.

Es decir que tnato los términos 'per-manecer' o 'manencia', como 'estar', desde una mera significación local, espacial, pasan a indicar un cualquier modo o manera de presencia.

De hecho el "Permaneced en mi", el ' meinate en emoi ', en griego, o ' manete in me ', en latín, nos llevan inmediatamente a un vocablo técnico de la filosofía que ustedes han de conocer y es "inmanencia". Así como 'per-manencia' es un estar continuado y firme -por el añadido de la preposición "per"-, así la preposición "in" -que significa 'en, 'adentro'- hace que 'in-manencia' signifique 'estar adentro·

Pero filosóficamente el vocablo 'inmanencia' suele usarse como contrapuesto a 'trascendencia', del verbo latino 'trascendere', compuesto de ' trans ' 'más allá de', 'al otro lado de' y de ' scando ', que significa 'subir', 'ultrapasar', 'exceder', 'subir atravesando más allá de'. De tal manea que 'trascendente' es lo que todo sobrepasa, lo que está más allá de todo. De la misma raíz viene 'ascender' o 'descender'.

Justamente el cristianismo afirma que Dios es supremamente trascendente . Está más allá del universo; está -digamos- fuera del cosmos, lo supera infinitamente.

Vean : lo contrario de Buda o Brahama o el dios de Espinoza o de la Cábala o de Hegel. O, sin darle el nombre de Dios, lo opuesto de Marx. Para todas estas filosofías lo divino no es trascendente, es inmanente al mundo, impregna al universo confundiéndose con él.

Los que recuerdan algo de filosofía por eso habrán escuchado alguna vez que 'el principio de inmanencia' -una afirmación constante en la pluma de Cornelio Fabbro- es el origen del ateísmo constitutivo del pensamiento moderno con su consiguiente divinización del hombre. Tanto en la revolución copernicana de la filosofía posktantiana, como en la revolución política que, desde el 'libre examen' protestante, pasando por la guillotina y los tribunales del pueblo de la Revolución Francesa, lleva ineluctablemente al bolchevismo.

No -responde el cristianismo-: Dios no es inmanente al mundo, ni al espíritu humano, ni a la historia, como afirman cabalistas, teósofos, Feuerbach, Marx, Lenin, Freud, Bloch, Fromm y "tutti quanti"; sino que es el supremamente 'Otro', trascendente al universo, inmezclado, Santo, puesto frente a nosotros como un Tú, como un Vos, no como un 'yo trascendental' a la manera kantiana, el Yo que sustenta pero a la vez se confunde anónimo con nuestras propias subjetividades. El 'Tu' Trascendente del Dios cristiano no es un monólogo gárrulo inmanente a las voces de los hombres, sino que permite un diálogo fecundo de conocimiento y amor entre cada uno de nosotros y Él, bien distintos cada uno del otro.

Pero, entonces, ¿qué quiere decir Jesús cuando afirma 'meinate en emoi', 'manete in me', 'séanme inmanentes'? Porque aquí el que habla es Jesús, hombre y Dios, trascendente al mundo no solo como Dios sino también como hombre. Porque, desde el evangelio de Juan, Cristo, en este capítulo, está hablando, resucitado, a todos los tiempos, no solamente a aquellos que vivieron con él antes de la Pascua. Cristo, aún como hombre, nos está hablando desde Su Ascensión, desde Su estar junto al Padre, desde Su Trascendencia.

Y, entonces ¿Cómo ser inmanente a Él y Él a nosotros? ¿no es esto caer en el budismo, en el yoga, en la filosofía moderna?

Aguántenme un poco más. La trascendencia de Dios no hay que concebirla espacialmente. Aunque usemos categorías espaciales para hablar de Él -"está en el cielo", "arriba", "más allá del universo", "es trascendente", etc.- de hecho sabemos que 'estar' Dios, propiamente 'estar', no está en ningún lugar. O dicho de otra manera. Dios está en todas partes, es omnipresente. Más aún: está íntimamente presente a todas las cosas, porque las alcanza directamente con su querer, con su inteligencia, con su poder creador.

Como decíamos el domingo pasado: si Dios dejara de pensar, querer o sostener en la existencia a la más mínima mota de polvo, a cualquiera de nosotros, desapareceríamos en la inexistencia, en la nada. En este sentido Dios es lo más íntimo constitutivo y raigal de todo ser. Es la energía constante y vigilante y amante, que no permite que desaparezcamos en lo nulo. No es que Dios 'haya creado' alguna vez: Dios 'crea' constantemente.

No es que Dios 'cree' un objeto, como un artista plasma una obra, y, luego, pueda olvidarse de éste y éste permanecer autónomo. No: sin el influjo constante del poder creador de Dios no podemos ser. Dios no puede olvidarse un segundo de nosotros, porque nos esfumaríamos en el no-ser.

Uno, cerrando los ojos y percibiendo solo que existe, es como si sintiera, sosteniéndolo en el ser, comunicándole la existencia, las manos paternas de Dios. Allí hay una inmediatez cálida que nadie ni nada nos puede quitar. " Intimior intimo meo ", " lo más íntimo de mi intimidad ", afirmaba San Agustín.

" Pienso; luego existo " -decía Descartes-. No: " Existo, luego Dios piensa en mí ". Existo, luego Dios me ama; luego Dios quiere que exista y, luego, mi vida tiene sentido y vale la pena vivir. Si: existo y esa existencia es la voz del Padre, el regazo materno de Dios que, inmediatamente, me sostienen y arrullan en el ser.

Y, en ese sentido, Dios, desde Su Trascendencia, a través de Su actuar, es 'inmanente', 'presente' a todos y a todo, aunque infinitamente distinto, Otro de todas las cosas.

Porque la trascendencia divina no es distancia, es sencillamente diferencia en el ser. Él es el 'Existir' pleno, absoluto, sin resquebrajaduras ni falencias, ni límites. Nosotros somos 'existires' finitos, parcelados en tiempo y espacio, 'existires' envasados en límites esenciales, emergentes de la nada solo sobre el libre querer de Dios, condicionados por una biología que nos devolverá a la nada a través de la muerte.

Y ¿qué es esta emergencia al ser humano que Dios nos concede a cada uno en el lapso relativamente corto o no de nuestra vida biológica? ¿Un capricho divino, un juego de Dios que nos proyecta, lámparas fugaces, desde las tinieblas, para volver a arrojarnos a ellas? ¿Nacer a la vida, trabajosamente aprender a aprovecharla y gozarla y, cuando uno recién se siente apto para vivir en serio, envejecer y morir?

No: esta emergencia de la nada, sostenidos en el amor creador de Dios, no es sino el cabo Kennedy, la plataforma de lanzamiento, en donde Dios nos coloca como oportunidad para 'trascender' la muerte y obtener la Trascendencia de Dios.

Porque si Dios quiere hacer a otro partícipe de su felicidad, no puede crear otros dioses. Eso sería un absurdo metafísico. Dios no puede ser sino uno. Pero puede crear 'seres' que, a pesar de su límite creado, estén abiertos de alguna manera a lo trascendente, al infinito.

Y eso es lo que hace cuando concibe al hombre. Porque yo soy hombre y nada más que hombre y, como tal, destinado a la muerte, al límite de mis años y de mis distancias. Dios que no nos necesita y nos crea libremente solo por generosidad ni está obligado a hacernos permanecer en el ser ni, mucho menos, a ofrecernos la participación de su vivir. Sin embargo El me ha dado algo que es capaz de abrirse al infinito: mi inteligencia y mi capacidad de amar. El árbol está cerrado en si miso; la piedra, por supuesto; el animal también. El hombre no: el ser humano, mediante el conocer y el amar, es capaz de abrirse y de llenarse con los otros, como por el amor la madre se llena de la felicidad de sus hijos; como el marido, en el amor, se llena de la felicidad de su mujer y como la vida de mis amados y mis amadas es mi propia vida y sus dichas y sus alegrías son las mías. Y, entonces se produce una especie de intercambio vital, de inmanencia mutua, de enriquecimiento conjunto y yo estoy en ellos y ellos están en mí y mis pensamiento son los suyos y los suyos los míos.

La antesala de esta vida será así una especie de aprendizaje o, al menos, toma de conciencia de que estoy abierto a mucho más de lo que aquí se me da. Es en esa capacidad de apertura a donde Dios acudirá para ofrecer su Gracia, su propia Vida, la posibilidad de participar de Su existir, de que El viva en nosotros y nosotros vivamos en Él.

De esa inmanencia nos habla Cristo: la inmanencia que permite al hombre dejar su ser limitado, mediante las posibilidades de infinito que le abren su inteligencia y su capacidad de amor, potenciadas por la fe, la esperanza y la caridad.

El Supremamente Trascendente, Aquel que está misterioso detrás de nuestra existencia, se pone maravillosamente frente a nosotros como un Tú en el rostro y la voz de Jesús percibidos por la fe. Cristo es el 'vos', el 'otro', que nos presenta al Padre. Jesús es el camino por medio del cual nos abrimos a la Vida de Dios.

Serle inmanente y que Él lo sea a nosotros, es simplemente responder a su amor con nuestro amor. Él ya está amándonos, lo sabemos simplemente porque existimos; pero eso no basta porque el amor unilateral de Dios no puede crearnos más allá de nuestro límite humano destinado a la muerte. Para poder 'ser como Él' nos quiere seducir, conquistar, a través de Cristo, para que conozcamos y amemos su Vida trascendente y divina. Porque nos ama somos y nos llama al amor en Jesús. Si lo amamos entonces a nuestra vez, recibiéndolo libremente en el evangelio y la gracia, más allá de nuestro ser, un día alcanzaremos plenamente al Ser de Dios y viviremos con El.

Cristo entonces, convivirá, vivirá, permanecerá en nosotros y nos prestará su manera infinita de amar a Dios y de gozarlo en la eternidad.

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