Sermones de pascua

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ



Adviento

1983 - Ciclo C

4º domingo de pascua

Lectura del santo Evangelio según san Juan     10, 27-30
Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy Vida eterna: ellas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mis manos. Mi Padre, que me las ha dado, es superior a todos y nadie puede arrebatar nada de las manos de mi Padre. El Padre y yo somos una sola cosa.

SERMÓN

Es interesante a veces observar las expresiones de las caras de los que están mirando cine o televisión. El rostro es siempre revelador de los estados de ánimo, y es notable ver como los espectadores responden espontáneamente -a lo reflejo condicionado- a las incitaciones que les vienen de la pantalla. Es curioso, entre otras cosas, cómo se ve contestar en gesto de simpatía cuando el locutor, lleno de brillo en los ojos y amplia sonrisa a lo Velazco Ferrero, parece dirigirse a uno fijándole la vista través de la cámara.

¡Cuánta gente solitaria en Buenos Aires y en el mundo se siente, al menos por instantes, estrechada en los cálidos brazos de esos dientes blancos y de esas miradas que parecen clavarse en uno! Consolador engaño de un actor que lo que está mirando es la lente anónima de una filmadora, detrás de la cual lo único que le interesa es la fría estadística de los ratings. Falaz distracción que, usando los gestos sagrados de la comunicación humana -que se hacen veraces en las amistades y cariños personales- revelan su inconsistencia en el último centelleo de la trasnoche, cuando el que estaba solo se encontró otra vez con el frío nocturno de sus porteñas soledades.

Era de comunicaciones masivas en donde decenas de sonrisas y palabras se nos dirigen desde los diarios, los kilohertzios y los canales, pero en donde, cada vez menos, las personas arraigan en los vivificantes lazos de amistades fuertes y en nudos de amores plenos.

Época de masas y de números, de demagogos perorando en los mitines, de obispos en junta publicando declaraciones, de políticos arengando al pueblo, de jefes asomándose a los balcones y declamando sobre el hormiguero humano que llena la plaza. Allí, en la confusión anónima de la multitud, en el ágora o detrás del diario o la pantalla, cada uno con la ilusión fugaz de ser alcanzado en su persona. Ilusión evanescente cuando me doy cuenta de mi impotencia de individuo perdido en la multitud de la cosmópolis, de la dificultad de ser escuchado por cualquiera de aquellos que parecen sonreírme, de mi situación puramente numérica y estadística, de mi derivar anónimo por calles y oficinas, que acaba no frente a un televisor o un discurso o una exhortación sino cuando me encuentro con nombre y apellido –quizá con apodo o sobrenombre- con aquellos que me aman –mis amigos, mi familia-, si tengo la dicha de tenerlos. Allí cuando la sonrisa no es mentira y los ojos me miran verdaderamente mí y las palabras no se sueltan en el aire sino que son mano que aprieta, brazo que sostiene, pecho que caldea.

Así te quiere Dios, Jesús, tu Pastor. Él no mira el vidrio redondo y negro de una Sony de gran porte, ni exige sonrisas profesionales, ni modula tonos cambiantes al compás de un aprendido libreto eternamente repetido. Él no se asoma fugazmente al balcón de su casa rosada del cielo para echar al pueblo una mirada panorámica, cuatro proclamas y diez decretos. No es el obispo o el cura que, después de la siesta, preparan su homilía o redactan su documento; ni el político que conoce los resortes oratorios que llevarán más votos a su partido y aparece en las fotos besando niños que no conoce y que nunca más verá, o visitando a las víctimas de la inundación o el terremoto a las cuales jamás luego recibirá.

No. “ Yo a mis ovejas las conozco por su nombre ”. A cada una. Y no por su ficha, no por su cédula, no por su número de orden. Por lo que el nombre significa en el mundo del Nuevo Testamento y con la intensidad que, también allí, el verbo ‘conocer' tiene.

El ‘nombre' que cala en los más profundo de lo que cada uno es. No el de la lista con que llama el profesor al frente, sino el que susurran los labios de la madre, estalla en la boca del enamorado, conjuga recuerdos cálidos en la voz de los ancianos. El nombre que resume todos nuestros instantes, que define nuestro carácter, devela nuestra persona más íntima, aúna todas nuestras alegrías y tristezas, recoge nuestros talentos y nuestros traumas, nuestros éxitos y nuestras vergüenzas, lo que hemos recibido, lo que hemos conseguido –logros y fracasos- lo que nos han hecho y los que nos hicimos, y lo que aún queremos o quisiéramos ser. Ese ‘nombre' el Señor lo conoce. Te conoce.

‘Conocer' que no es el del psicólogo, ni el del que te mira con la lupa y con los rayos X. El NT no conjuga el verbo ‘conocer' como los griegos. ‘La inteligencia que mira y observa'. ‘Conocer', en el mundo bíblico, es todo un movimiento de simpatía que ayunta mente y corazón. Jesús no te conoce solo en los fríos circuitos de su cerebro, ni en la lucidez racional del Verbo, te conoce por tu nombre en el calor apasionado del padre y del hermano, no porque pueda definirte, sino porque hace suya toda tu vida, todos tus gozos y pesares, todo ‘tu nombre', en la calidez roja y bullente de su sagrado Corazón, en el fuego de Su Santo Espíritu.

Y porque te conoce y porque te ama, por eso quiere para vos la Vida.

Y Él puede dártela. Porque Él no es solamente un gran hombre, un líder, un jefe, el inventor de una doctrina, el iniciador de un movimiento, o un mito, o un Gandhi cuya inútil ‘no violencia' sirve de tapujo para que, más brutal que nunca -porque oculta tras su fachada-, estalle brutal la violencia desbocad. Tampoco es una proyección subjetiva de mis impotencias, ni una hada o genio distraídos a los cuales, de vez en cuando, tuviera que llamar la atención para que se ocupen de mis problemas o del curso de mi vida.

No. “ Yo y el Padre somos uno ”. Él y el Padre todopoderoso, creador de los cielos y de la tierra, aquel que sostiene y planea las órbitas de los electrones en sus átomos y de los planetas en sus sistemas astrales y a Quien no escapa el existir de hasta el último y más oculto grano de polvo, bacilo o galaxia y -con la excepción única de nuestra libertad y de nuestras libérrimas respuestas- regula todo acontecimiento y mantiene el expandirse de todo el universo y el respirar de toda vida. Ese es Uno con Jesús. Tu Pastor.

¡Qué mensaje de esperanza, de fuerza y de alegría el de este evangelio de hoy!

Porque todo podrá faltarte y dejarte en soledad la distancia, la traición, la ingratitud, la incomprensión o la muerte. Puede que llegue el día en que solo encuentres en este mundo la sonrisa de Velazco Ferrero. Pero el Señor es tu Pastor. Él no te abandona, Él –Uno con el Padre- te conoce por tu nombre y siempre te conocerá y te amará.

Claro. Puede que no lo sientas, que, psicológicamente, no lo percibas, que también un día tengas que decir “Dios mío, Dios mío, ¿porqué me has abandonado?”

Y ese será, justamente, el día de tu nacimiento a una fe superior, verdadera. Cuando, más allá de toda sensación y de toda constatación sensible -porque todo, todo, parece andar mal- desde tu angustia, sepas gritar con el Salmo: “El Señor es mi Pastor, nada me puede faltar”.

Menú