Sermones de pascua

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ



Adviento

1975 - Ciclo A

4º domingo de pascua
20-IV-75

Lectura del santo Evangelio según san Juan     10, 1-10
En aquel tiempo, Jesús dijo: «Les aseguro que el que no entra por la puerta en el corral de las ovejas, sino por otro lado, es un ladrón y un asaltante. El que entra por la puerta es el pastor de las ovejas. El guardián le abre y las ovejas escuchan su voz. El llama a cada una por su nombre y las hace salir. Cuando las ha sacado a todas, va delante de ellas y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz. Nunca seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen su voz» Jesús les hizo esta comparación, pero ellos no comprendieron lo que les quería decir. Entonces Jesús prosiguió: «Les aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos aquellos que han venido antes de mí son ladrones y asaltantes, pero las ovejas no los han escuchado. Yo soy la puerta. El que entra por mí se salvará; podrá entrar y salir, y encontrará su alimento. El ladrón no viene sino para robar, matar y destruir. Pero yo he venido para que las ovejas tengan Vida, y la tengan en abundancia»

SERMÓN

Este símil del pastor que, luego, Jesús continúa utilizando en los versículos que siguen al pasaje que acabamos de leer, es la imagen que ya utilizaba al Antiguo Testamento para caracterizar la función pública de los gobernantes políticos y religiosos. Vale la pena leer todo el capítulo 34 de Ezequiel y el 23 de Jeremías y el 11 de Zacarías para ver con qué rasgos magníficos pintan a los buenos y, sobre todo, a los malos pastores.
Por ejemplo, Ezequiel, hablando de los malos dirigentes: “Os habéis tomado la leche, os habéis vestido con la lana, habéis sacrificado las ovejas más gordas, no habéis apacentado el rebaño. No habéis fortalecido las ovejas débiles, no habéis cuidado a la enferma ni curado a la que estaba herida. No habéis tornado a la descarriada ni buscado a la perdida. Sino que las habéis dominado con violencia y dureza. Y ellas se ha dispersado por falta de pastor y se han convertido en presa de todas las bestias del campo.” (…) “Sí, oráculo de Yahvé mi rebaño ha sido expuesto al pillaje y se ha hecho pasto de todas las bestias del campo por falta de pastor, porque mis pastores no se ocupan de mi rebaño, porque ellos, los pastores, se apacientan a sí mismos no apacientan mi rebaño” (…) “Habéis logrado que mis ovejas se peleen entre ellas, que se pisoteen el pasto las unas contra las otras, que se enturbien mutuamente las aguas que beben, que se empujen mutuamente con el flanco y con el lomo (…), y todas han quedado expuestas al pillajes de los de afuera (…)”
¿Quién no reconocerá en estos rasgos la imagen de nuestro occidente ex cristiano gobernado cada vez más, a partir de la Revolución protestante, por regímenes de falsos pastores? ¿Quién no verá en estas líneas la imagen de la actual Iglesia inerme por la incuria de sus pastores frente al vendaval de los errores y las infiltraciones?

Pieter Brueghel el Joven, (1564-1638) El pastor infiel

 

Cuando leemos los diarios y, ante nuestros ojos entristecidos y nuestra rabia contenida y nuestra impotencia, vemos a pueblos enteros engañados, abandonados y traicionados por los falsos pastores de Occidente, caer en las garras sangrientas del lobo comunista; cuando vemos a los pastores ratas apresurarse a la negociación y al reconocimiento de los lobos mientras aún sigue derramándose la sangre de los que se niegan a entregarse; cuando los plumíferos de los pastores gordos y cebados, después de haber preparado la entrega con su clamores histéricos de falso pacifismo, ahora derraman dos o tres tiernas lágrimas hipócritas ante el drama espantoso de los pueblos masacrados; cuando en la misma ibérica península, bastión de cristiandad, nación lusitana, de los mismos que están puestos para defensa del rebaño surge el cuchillo del degüello marxista y en la misma España del Cid y de San Ignacio pastores extraviados se suman a los aullidos libertarios de los lobos; cuando nuestra propia Patria se ve en guerra no declarada, invadida por la lobería guerrillera, desgarrada por la violencia cotidiana, la mentira, la corrupción, el sabotaje y la irresponsabilidad (1)
Cuando todas estas cosas y muchas más ¿cómo no pensar en las descripciones de Ezequiel? ¿Cómo no recoger en nuestros labios el anatema profético y lanzarlo como terrible y divino denuesto a los dirigentes del mundo y de la Iglesia y de la Patria responsables de tal situación?

Porque no han querido representar a Dios ni entrar por la puerta del rebaño que es Cristo. Porque, desde Lutero y la Revolución Francesa, en lugar de por la puerta se han encaramado como ladrones y asaltantes  por los muros y, en lugar de pastorear en nombre de Dios y respetando la ley de Dios, lo han querido hacer en nombre del ‘pueblo’ y, en lugar de defender los derechos de Dios se han puesto a defender los supuestos ‘derechos del hombre’ y en lugar de señalar como meta los supremos valores del catolicismo, la verdad, el honor, la abnegación, se han puesto a excitar los mezquinos intereses del individuo, el libertinaje, la codicia, el sexo, la comodidad, la abundancia. Porque, hasta la Iglesia, abrumada por la calidad de un mensaje trascendente que necesariamente debía chocar contra las ambiciones enanas de ese mundo envilecido se ha puesto a ceder, para no perder la consideración de las masas y de los lobos, minimizando su mensaje, atemperando el lenguaje de la cruz, callando las realidades eternas, sumándose a las voces mundanas que claman por las fáciles reivindicaciones temporales, corriendo con las sotanas arremangadas o sin sotana a treparse en algún apretado vagón de la jauría triunfante. Por eso la cristiandad está agonizante, en crisis y retrocede por todas partes y las banderas rojas flamean en donde antes se erguían protectoras las cristianas cruces, mientras la miseria moral, la cobardía burguesa, la ceguera del egoísmo, la confusión y el error, la falta de espíritu viril y de combate, la infiltración, resquebrajan sus últimas defensas.

Y no hablo del pueblo, porque el pueblo depende en sus ideas, en su ser y en su hombría, de sus pastores. Hablo de éstos. Y digo que pastores son los que necesitamos si aún queremos salvar nuestra calidad de hombres y de cristianos. Verdaderos pastores que entren a través de la fe y la oración por la puerta que es Cristo.
Y para eso se necesita vocación, llamado de Dios, no de la plebe. Llamado a cumplir una auténtica representatividad del único Pastor aquí en la tierra, no llamado a cumplir una ‘función’ cualquiera para llenarme los bolsillos o mis ambiciones de poder.
Y sentido de la responsabilidad en cumplimiento de la sagrada función de pastores. Pastores los padres, pastores los dirigentes, pastores los militares, pastores los sacerdotes. Que cada padre, que cada madre, sepa que lo suyo es una vocación de Dios que les encomienda la misión de ser pastores de sus hijos. Sí: auténtica vocación la paternidad y no paternidad casual que saltó a lo mejor sin querer de un bi‑egoísta amor de teleteatro y tarta de bodas.
Pastores en cada puesto responsable de la sociedad, allí donde mi calidad de jefe o de profesional o de rico o de periodista o de maestro me pone al frente de subordinados. No con afán de lucro o de notoriedad, sino servicio de Dios y del prójimo a través del mando. Vocación cristiana de los pastores que ‘vienen a servir no a ser servidos’.
Vocación también a la espada. No al puñal guerrillero, sino al noble ejercicio del soldado que, entrenado en la milicia y el honor, utiliza la fuerza gobernada por la razón en defensa de Dios y de la Patria y de la justicia; no de sus sueldos y prebendas, no del estatus de los dirigentes corruptos, no de vacíos papeles y constituciones.
Y, finalmente, vocación al ejercicio pastoril supremo que es el del sacerdocio. Y aquí me detengo, porque hablar del sacerdocio es como hablar de Cristo y faltan las palabras y cualquier frase es prosaica para exaltarlo.
Pero, cualquiera que mire con perspicacia la realidad de la historia, habrá de darse cuenta que, en última instancia, el gran combate de Occidente y del mundo no es más que una terrible embestida de las fuerzas del mal y del error contra Cristo y su Iglesia. A través de los carriles de la historia de los últimos siglos las fuerzas que han manejado ocultamente los acontecimientos principales no buscan sino destruir a Cristo ya a su iglesia. Y por eso el frente de batalla más importante y estratégico se encuentra en la propia Iglesia. Ya lo decía San Pablo: “Nuestra lucha no es contra enemigos de carne y sangre, sino contra los principados y potestades, contra los soberanos de este mundo de tinieblas.”
Porque el pecado es el inicio de todas las cobardías, las entregas y las traiciones. Porque es el pecado el que debilita el espíritu de lucha y quita el honor de la frente de los elegidos.
Y porque es Dios y Cristo la única auténtica bandera que puede aún llamar al combate para la victoria a las abandonadas fuerzas de Occidente. Y porque, en última instancia, aún en la derrota, con la magia de la Cruz el cristiano se hace dueño del triunfo.

Por eso la Iglesia necesita desesperadamente vocaciones sacerdotales. Y llama a toda la juventud a la verdadera batalla. Sacerdotes dignos de ese nombre, buscadores de la gloria de Dios y de la salvación de sus hermanos. Hombres de oración y de plegaria, hombres de cruz, hombres de una sola cara, sin componendas con el mundo. Con el “Sí, sí; no, no” claro y estentóreo del evangelio. Sin falsos ecumenismos ni sonrisas bobas, sin histrionismos litúrgicos ni veleidades pseudorrevolucionarias. Hombres santos.
Y no quiere la Iglesia la resaca de la sociedad, quiere a los mejores.
Recuerden las familias dirigentes cuando negaron a sus hijos a la Iglesia y los encaminaron a la búsqueda de los halagos del mundo, si alguna vez han de quejarse de la mediocridad del clero actual o de que, en sus prédicas, resuene a veces el eco del resentimiento de sus familias de origen. Que ninguna imposición de manos episcopales transforma a un zoquete en un sabio a no ser que recorra decidido el camino de la santidad.

Sí: renovar con sangre joven y noble las filas de la Iglesia, embarcarse en la misión sublime de ser pastor con Cristo en primera fila, allí donde se hace más fosca la batalla, bien al lado suyo. Eso es lo que nos pide el Evangelio de hoy y la Patria, y el mundo.

(1)Era el tiempo de la rendición de los americanos en Vietnam, el triunfo y matanzas del Khmer Rouge en Camboya, la caída de Portugal en manos de la izquierda y el proliferar de la guerrilla en todas partes del mundo y de la Argentina en particular.

 

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