Sermones de pascua

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ



Adviento

1980 - Ciclo C

3º domingo de pascua

Lectura del santo Evangelio según san Juan  21, 1-19
Jesús se apareció otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Sucedió así: estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: «Voy a pescar» Ellos le respondieron: «Vamos también nosotros» Salieron y subieron a la barca. Pero esa noche no pescaron nada. Al amanecer, Jesús estaba en la orilla, aunque los discípulos no sabían que era él. Jesús les dijo: «Muchachos, ¿tenéis algo para comer?» Ellos respondieron: «No» El les dijo: «Tirad la red a la derecha de la barca y encontrarán» Ellos la tiraron y se llenó tanto de peces que no podían arrastrarla. El discípulo al que Jesús amaba dijo a Pedro: «¡Es el Señor!» Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se ciñó la túnica, que era lo único que llevaba puesto, y se tiró al agua. Los otros discípulos fueron en la barca, arrastrando la red con los peces, porque estaban sólo a unos cien metros de la orilla. Al bajar a tierra vieron que había fuego preparado, un pescado sobre las brasas y pan. Jesús les dijo: «Traed algunos de los pescados que acabáis de sacar» Simón Pedro subió a la barca y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: eran ciento cincuenta y tres y, a pesar de ser tantos, la red no se rompió. Jesús les dijo: «Vengan a comer» Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: «¿Quién eres?», porque sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, e hizo lo mismo con el pescado. Esta fue la tercera vez que Jesús resucitado se apareció a sus discípulos. Después de comer, Jesús dijo a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?» El le respondió: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero» Jesús le dijo: «Apacienta mis corderos.» Le volvió a decir por segunda vez: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?» El le respondió: «Sí, Señor, sabes que te quiero» Jesús le dijo: «Apacienta mis ovejas» Le preguntó por tercera vez: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?» Pedro se entristeció de que por tercera vez le preguntara si lo quería, y le dijo: «Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero» Jesús le dijo: «Apacienta mis ovejas. Te aseguro que cuando eras joven tú mismo te vestías e ibas a donde querías. Pero cuando seas viejo, extenderás tus brazos, y otro te atará y te llevará a donde no quieras» De esta manera, indicaba con qué muerte Pedro debía glorificar a Dios. Y después de hablar así, le dijo: «Sígueme»

SERMÓN

El domingo pasado, después de la profesión de fe de Tomás en la divinidad de Cristo que se constituye en el culmen y final de la proclamación del evangelio joánico, en simetría con sus primeros versículos: “En el principio era el Verbo (…) y el Verbo era Dios”, seguía una conclusión que decía más o menos “todas estas cosas han sido escritas para que creáis y creyendo tengáis vida”.

Allí, pues, pareciera haber concluido el plan primitivo de este evangelio. Evangelio que había ido redondeando, durante luengos años, San Juan y dictado, poco a poco, a sus discípulos de Éfeso.

Pero Juan muere; y estos discípulos que convivían con él, a la manera como los filósofos de la época tenían sus escuelas o, mejor, a la manera como los monjes hoy conviven con su Abad, encuentran que, antes de editar el evangelio, tienen que explicar algunas cosas respecto a su maestro. Una, desautorizar las esperanzas de una rápida llegada del fin del mundo, de la segunda venida de Cristo, que muchos fieles esperaban, basándose precisamente en la longevidad de Juan, ya que se había corrido la voz de que éste no había de morir antes de ese regreso. Y, segunda, explicar el por qué, a pesar de la importancia de Juan y la tentación de muchos de considerarlo el discípulo más importante, Pedro había sido constituido primado de la Iglesia.

Por eso, estos discípulos, recordando enseñanzas orales o escritas del mismo Juan, añaden -a lo ya redondeado por él- este trozo que acabamos de escuchar, a la manera de una especie de apéndice del evangelio. Por ello, al final, después de mencionar a Juan dicen: “ese es el discípulo que da testimonio de estas cosas y que las ha enseñado y nosotros –ed.. los discípulos editores- sabemos que su testimonio es verdadero”.

De allí que el estilo y vocabulario de este pasaje, según afirman los estudiosos, sea levemente diferente al del resto del evangelio de Juan.

Pero ¿qué nos dice este fragmento –por supuesto inspirado y canónico- presente ya en los más antiguos manuscritos y citaciones del evangelio? Dada la brevedad del tiempo, pintemos solo algunos rasgos.


Duccio di Buoninsegna (c. 1255-1319)

Antes que nada, del hecho que los discípulos estuvieran pescando, algunos han visto una especie de deserción de los apóstoles causada por el aparente fracaso y muerte de Jesús, una vuelta a sus anteriores ocupaciones. Pero pareciera más bien que, simplemente, no habiendo todavía recibido directivas del Señor ni teniendo claro qué es lo que les tocaba hacer, no querían pasar el tiempo ociosos. Además debían trabajar para comer.

Pero la escena, más allá de su realidad histórica, tiene una intención claramente simbólica.

La promesa hecha a Pedro y compañeros de que se transformarían en pescadores de hombres era bien conocida por los lectores del evangelio. Pero se da el caso que, con sus solas fuerzas y habilidad, los discípulos no pescan nada. El apostolado no es fruto de la propaganda, de las técnicas electorales, del estudio del mercado, de los talentos humanos de los vendedores, de la oratoria de los predicadores. Es fruto de la obediencia a Cristo, de la oración, y, por lo tanto, del poder del Señor Resucitado, capaz de llenar las redes allí donde antes no se había pescado nada.

El número 153 también parece simbólico. Según San Jerónimo se refiere a las 153 especies de peces que reconocían los catálogos de los naturalistas de la época, significando que la red de la Iglesia había de reunir en sus hilos a todas las naciones del mundo, más allá de los solos hijos de Israel. Otros han visto en el 153 el uso de una cifra hermética, pitagórica. Otros palabras … Sea lo que fuere, sin duda este número cuantioso quiere indicar la abundancia de frutos que sigue, en Juan, a toda intervención de Cristo. Recuerden el vino de Caná, el pan multiplicado que sobra. O la parábola del grano de mostaza. Todo sobreabunda en las intervenciones del Señor. Todo rebosa cuando es impulsado por el poder y el amor de Dios. Se trata de la abundancia propia del Reino y, precisamente, allí donde humanamente parece que nada se puede esperar.

En la nave están ciertos de que la figura que ven y los llama desde la orilla es Jesús; pero hay en Él algo más de lo que veían antes de su muerte e impide que lo reconozcan plenamente. “ ¿Quién eres tú? ” quieren preguntarle, sabiendo al mismo tiempo que es Cristo. Pregunta que, ante el misterio inefable e infinito de Dios, todo cristiano debería hacerse cada vez que se pone con excesiva familiaridad ante el Señor, creyendo que lo conoce. Misterio de Dios que Se revela, que Se acerca y, al mismo tiempo, permanece infinitamente trascendente, desconocido. “ ¿Quién eres tú? ”

Pedro muestra claramente, en todo este pasaje, la iniciativa y precedencia que Jesús le otorga sobre el resto de los apóstoles. Más aún, a Pedro, Cristo confiere explícitamente la misión de gobernar Su Iglesia.

Ya no es el mismo Pedro de antes, cuando afirmaba a voces que seguiría a Cristo hasta la muerte. Es un Pedro humilde. Y el pasaje destaca precisamente que la elección que de él hace Jesús no se debe a ningún mérito del viejo Simón que lo pudiera hacer, en ese sentido, superior a Juan. La triple pregunta de Jesús hace eco manifiestamente a la triple negación que Pedro había hecho de Cristo durante la Pasión. “¡ Aunque los demás te abandonen, yo no te abandonaré !”, había dicho en alta voz y, luego, lo había renegado tres veces delante de sirvientas.

Ahora es interrogado, pues, sobre su amor y fidelidad: “¿Me amas más que estos?”

Porque, para dirigir a otros, en la Iglesia, Jesús exige, sobre todo, amor. Cristo no quiere reavivar el dolor y vergüenza de Pedro por su triple negación. Pero que sepa bien Pedro que su vocación al primado no le viene de su méritos.

Y, cuando Jesús pregunta a Pedro si lo ama más que los otros, su pregunta mira más al futuro que al pasado. Pedro no es elegido porque ame más -cosa que ha sido desmentida por los hechos- sino porque elegido, deberá, de ahora en adelante, amar más.

Pero Pedro ha aprendido a ser humilde y así le contesta, sin ya preciarse de ser mejor que los demás. Y entonces Cristo le anticipa que deberá dar la prueba suprema del amor, en el martirio.

Después del lavatorio de los pies Jesús le había dicho: “ Adonde yo voy no puedes seguirme. ” Y Pedro le había contestado: “¿Por qué no puedo seguirte ahora? Yo daré mi vida por ti” Y Jesús “¿Qué darás tu vida por mi? En verdad te digo, no cantará el gallo antes que tú me hayas negado tres veces”

Ahora en cambio, junto al lago, después de explicarle en qué consiste el presidir la Iglesia en el amor hasta la muerte, ahora sí le dice: “Sígueme”. “Ahora puedes seguirme, estás preparado para amar como yo amé: hasta dar tu vida.”

Y luego lo de Juan. Cristo no había dicho que Juan no iba a morir antes de su venida. Solo había aventado la vana curiosidad de Pedro, todavía sorprendido de que lo hubiera elegido a él en vez de a Juan, que parecía ser el discípulo preferido.

Y, ahora sí, se cierra definitivamente el cuarto evangelio. El Cristo resucitado, habiendo manifestado su divinidad, encomienda a este puñado de pobres hombres, aunados alrededor de Pedro, que hagan fructificar su obra a través de la historia.

Lo harán con la fuerza irresistible de Cristo, no con sus humanos talentos y, a pesar de sus limitaciones y pecados. La señal de la autenticidad de su misión será el amor.

No un amor cualquiera, sino ese amor que es entrega. Entrega de toda la vida. Por Cristo y por los hombres. Hasta la muerte.

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