Sermones de NAVIDAD

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

Nochebuena (noche)
Navidad (aurora)
Navidad (día)
2º Domingo después de Navidad
Sermones del Prólogo al Evangelio de San Juan

1990

Nochebuena 
(GEP, 24-XII-90)

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 2, 1-14
En aquella época apareció un decreto del emperador Augusto, ordenando que se realizara un censo en todo el mundo. Este primer censo tuvo lugar cuando Quirino gobernaba la Siria. Y cada uno iba a inscribirse a su ciudad de origen. José, que pertenecía a la familia de David, salió de Nazaret, ciudad de Galilea, y se dirigió a Belén de Judea, la ciudad de David, para inscribirse con María, su esposa, que estaba embarazada. Mientras se encontraban en Belén, le llegó el tiempo de ser madre; y María dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el albergue. En esa región acampaban unos pastores, que vigilaban por turno sus rebaños durante la noche. De pronto, se les apareció el Angel del Señor y la gloria del Señor los envolvió con su luz. Ellos sintieron un gran temor, pero el Angel les dijo: «No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre.» Y junto con el Angel, apareció de pronto una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo:«¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz a los hombres amados por él!»

SERMÓN

Cuando en el año 410, ante los ojos azorados del mundo, cae Roma, la orgullosa capital del romano imperio, expugnada y saqueada por Alarico, gran número de romanos huyen y se refugian en oriente. San Jerónimo escribe: "¿Quién hubiese pensado que los hijos de esa poderosa ciudad tendrían que vagar un día, como siervos o esclavos, por las costas de Egipto, del Africa, del Asia? ¿Quién se imaginaba que Belén iba a recibir a diario a nobles romanos, hombres y mujeres distinguidos criados en la abundancia y reducidos ahora a la miseria?"

Porque, en efecto, desde el año 385, Eusebius Hieronymus Sophronius, -más tarde San Jerónimo- se había retirado, también desde Roma, a vivir en el lugar natal del Señor al cual se había plenamente convertido y había fundado allí varios monasterios que luego servirían de refugio a los fugitivos de Alarico.

Hombre de letras, parlante fluidamente el latín, el griego y el hebreo -que había aprendido de un clérigo judío converso-, entre múltiples controversias teológicas que dirimía con encendidos escritos, como veía que muchas de las discusiones se apoyaban en versiones poco fidedignas de la Escritura, se había dedicado a traducir la Biblia directamente del hebreo al latín, dejando de lado la traducción griega de Alejandría, la de los LXX, que era la que hasta entonces se utilizaba. Su versión, llamada luego la Vulgata, tuvo el honor de ser la que luego la Iglesia utilizó como texto auténtico, aún hasta nuestros días.

Y Jerónimo pensó que si había un lugar adecuado para entender y traducir el pensamiento divino a la voz y a la letra de los hombres, ése debía ser el mismo sitio donde el Verbo, el Logos, la Palabra de Dios, se había hecho voz y letra en la humanidad visible de Jesús: Belén de Efratá

Ciudad construida sobre dos colinas, a ocho kilómetros al sur de Jerusalén, Belén debía su fama, en el Antiguo Testamento, al hecho de haber sido la humilde cuna de aquel a quien el profeta Samuel, allí mismo, había ungido como Rey de Israel: David, el pastor, el hijo de Jesé, a cuya estirpe Natán profetizaría un trono indestructible y un cetro inamovible.

Belén ya se nombra como ciudad cananea en antiguas cartas egipcias. Se adoraba allí, a la divinidad fenicia Lahmu o Lem, en un templo llamado casa o Bet; de allí Bet-lahmu o Bet-lem. Caída más tarde en manos judías, la tradición afirmaba que allí había sido sepultada Raquel, esposa de Jacob y era venerada su tumba. Pero, como digo, su fama le venía ante todo por haber sido la cuna de la dinastía davídica.

En realidad David la había abandonado prontamente y, para hacer su capital, había arrebatado a los jebuseos la ciudad de Jerusalén, en el monte Sion, que fue desde entonces la ciudad de David por antonomasia. Belén poco a poco se iría convirtiendo en apenas una aldea pequeña. Tanto es así que, cuando trescientos años más tarde el profeta Miqueas, decepcionado frente a la corrupción de la monarquía en la opulenta Jerusalén, debe profetizar el advenimiento de un nuevo monarca justo, religioso y limpio, lo hará surgir otra vez, no de la gran metrópolis de Sion, sino del mismo humilde origen de donde había salido David: "Y tu Belén de Efratá, aunque eres la menor de las aldeas de Judá, de ti me ha de salir aquel que ha de dominar en Israel...por eso el Señor los abandonará hasta el tiempo en que dé a luz la que ha de dar a luz". Así decía Miqueas.

A los lados de la ciudad, sobre la falda de una de las colinas, existían una serie de grutas excavadas en la roca que muy probablemente servían a los pastores del pueblo, ya desde la época cananea, para refugio de las majadas en las noches de invierno. En algunas de esas cuevas, en el fondo y en la misma roca, se labraba una especie de comedero en forma de bañadera donde se depositaba el forraje.

Muy tempranamente, poco después de la Resurrección, en una de esas grutas, elegida -si bien o mal no lo sabemos- como el lugar donde había nacido Jesús, se habían comenzado a realizar liturgias cristianas. Como ellas se hacían en la penumbra artificialmente iluminada de la caverna, estos cristianos habían desarrollado, según cuenta Eusebio de Cesarea, todo una simbología de Cristo como luz, que venía, descendiendo de los cielos, a iluminar y dar lumbre a lo más profundo e inferior de la tierra. "El pueblo que caminaba en las tinieblas vio una grande luz: habitaban tierras de sombras y una luz le brilló". Seguramente estos cristianos cantaban en la caverna, iluminados con antorchas y cirios, este pasaje de Isaías que hemos escuchado.

Pero todo eso se terminó con la persecución de Adriano que ordenó tapar la gruta y plantar encima un bosque sagrado dedicado a Adonis, el querido de Afrodita. Esto preservó la memoria del lugar y, cuando accedió al poder Constantino, ordenó la excavación y protección del sitio mediante la construcción de una basílica en el año 333, luego reconstruida por Justiniano. Hoy los peregrinos pueden acceder a esa gruta, donde con una gran estrella en el pavimento está marcado el lugar donde supuestamente nació Jesús.

San Jerónimo había elegido una de las grutas vecinas para establecer su ascético domicilio y desde allí dirigía los conventos que había fundado y que, como dijimos, terminó siendo refugio de tantos romanos huidos de Alarico. También eso puede tomarse como símbolo: no solo que no haya sido en Jerusalén donde haya nacido el Mesías sino que finalmente también desde Roma hayan tenido que terminar refugiándose en esa minúscula y perdida Belén.

A Dios siempre le gustaron los comienzos modestos. De hecho, nuestro evangelista de hoy, Lucas, se complace no solo en enmarcar el relato del nacimiento de Cristo en el contraste con la figura imponente del emperador Augusto y del aristócrata patricio Quirino, sino que se detiene prolijamente en la descripción de la precariedad de la situación de sus padres, rechazados en el albergue, refugiados en una cueva, saludados por pastores. Solo en el misterio del cielo abierto la luz de la revelación angélica puede dar la dimensión trascendente de lo que está sucediendo. Porque lo que se ve es poco y nada: un hombre y una mujer jóvenes y modestos, un niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre, una escena común.

Pero Lucas utilizará la geografía para hablar de la trayectoria ascendente de ese Reino nuevo que allí comienza: todo, como con David, empezará en ese lugar perdido del mundo que es Belén. La vida de Cristo la contará el evangelista como un ir ascendiendo Jesús poco a poco a Jerusalén y, luego de la Resurrección, en los Hechos de los Apóstoles -que también es obra de Lucas-, un ir desplazándose la Iglesia desde Jerusalén la capital de los judíos, a Roma, la capital del mundo y que se hará símbolo perenne, aún en nuestros días mediante el papado, de la soberanía del Señor sobre todo el universo.

Y bien: eso es lo que hoy festejamos, el comienzo de lo que en Jesús se coronará en la Resurrección, cuando sentado a la derecha del Padre, se le confiere el Señorío del universo; el comienzo de lo que en nosotros se hará plena realidad cuando también nosotros, -a través de esa escala de Jacob que es Jesucristo y de la puerta de lo divino que hoy se abre, simbolizada en el canto de los ángeles a los pastores-, también nosotros, accedamos a la plenitud de la felicidad celeste, en la segunda y definitiva venida del Señor.

Porque también nosotros nacemos en Belén, la más pequeña de las aldeas de Judá, en el modesto renacer de nuestra pila bautismal, envueltos en pañales. Desde esos orígenes el Señor nos llevará a la grandeza de la Resurrección, a la felicidad del Cielo, gracias al puente inaugurado en Navidad.

Hay muchos que vienen a misa solo en Nochebuena; que se acercan a Dios solo en Navidad. Está bien: desde Belén es desde donde hay que partir para llegar a Jerusalén. Es bueno venir desde la gran ciudad, desde Roma, desde Buenos Aires, a refugiarse en Belén. Alaricos que nos saquean cuerpos y almas hay muchos en la gran ciudad. En Belén siempre se puede volver a empezar. Allí en las profundidades de nuestras almas angustiadas, en las neblinas de nuestras tristezas, en las tinieblas de nuestros extravíos, en la caverna oscura de nuestros pecados y olvidos de Dios, puede volver a encenderse la luz. El no te llama hoy para que no te atemorices ni te intimides desde su trono rutilante del cielo, ni desde la corte imponente de los santos, ni desde su sitial de Juez: te llama desde el vagido de un infante, desde la ternura de la madre, la mirada vigilante y serena del joven padre, la rústica compañía del buey, del asno y del pastor.

Acércate, no temas, por allí se empieza. Con ellos, paso a paso, crecerás, llegarás a Roma, al cielo. Un día conquistarás Jerusalén.

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