Sermones de NAVIDAD

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

Nochebuena (noche)
Navidad (aurora)
Navidad (día)
2º Domingo después de Navidad
Sermones del Prólogo al Evangelio de San Juan

1998. Ciclo A

NAVIDAD
(GEP 25-12-98)

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 2, 1-14
En aquella época apareció un decreto del emperador Augusto, ordenando que se realizara un censo en todo el mundo. Este primer censo tuvo lugar cuando Quirino gobernaba la Siria. Y cada uno iba a inscribirse a su ciudad de origen. José, que pertenecía a la familia de David, salió de Nazaret, ciudad de Galilea, y se dirigió a Belén de Judea, la ciudad de David, para inscribirse con María, su esposa, que estaba embarazada. Mientras se encontraban en Belén, le llegó el tiempo de ser madre; y María dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el albergue. En esa región acampaban unos pastores, que vigilaban por turno sus rebaños durante la noche. De pronto, se les apareció el Angel del Señor y la gloria del Señor los envolvió con su luz. Ellos sintieron un gran temor, pero el Angel les dijo: «No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre.» Y junto con el Angel, apareció de pronto una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo:«¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz a los hombres amados por él!»

SERMÓN

Otra vez Navidad vuelve a nosotros con su mensaje de alegría y esperanza. Dios que se ha hecho hombre. Dios que viene a compartir con nosotros nuestra humanidad. La imagen del niño en brazos de la madre, los pastores, el burro, el buey, todo nos habla de un Dios familiar, cercano, que es capaz de entendernos, que no se enojará desde su alto trono con nosotros, que no nos juzgará desde su sitial de juez, que no nos abrumará con su calidad de omnipotente creador, que no nos ignora desde su alteza inalcanzable. Y está bien pensar así:" ese Dios que llora aferrado al pecho de su madre ¿cómo conmigo se va a enojar?, ¿cómo, desde la experiencia de su poquedad, no podrá entenderme aún en mis peores momentos, en mis más desdichados pecados, en mis más turbios abandonos...?"

Y, sin embargo, cualquiera que sepa algo de teología sabe bien que, en realidad, Dios no está más cerca de nosotros porque se haya hecho hombre en Jesús. Eso lo hará más evidente, más sensible para nuestra mente y nuestros sentidos, pero no añade un ápice a la proximidad que Dios tiene de por si con toda su criatura por el hecho precisamente de ser su creador. Dios es el que sostiene en inmediata proximidad hasta la más mísera partícula de materia, el que dibuja cuidadosamente todas las órbitas de los planetas y de los electrones, el que sostiene la física y la química, el que da alas a mi pensamiento y fuerza a mi querer.

Claro que cuando se manifiesta en Jesús y me habla a través suyo y me revela su amor mediante él, todo se hace más elocuente, más iluminado, pero no puedo decir estrictamente que Dios está más cerca de mi, aunque sí que yo pueda sentirme más cerca de Él.

Más -si queremos ser aún más precisos-: Dios no cambia; en Dios no hay tiempo y, por lo tanto, no hay antes y después de la encarnación. Dios es eternamente Él mismo en la plenitud esplendente de la infinitud de su ser. No puede ser más, ni tampoco menos Dios. Nosotros cambiamos porque crecemos, porque adquirimos cosas que antes no teníamos, o perdemos las que poseíamos. Nada de eso en Dios: Él no puede crecer, no puede perder, no puede adquirir más, porque todo es y lo tiene desde la eternidad.

Decir, pues, que Dios se transforma en hombre es afirmar un disparate. Decir que Dios mezcla su naturaleza divina con la humana, también lo es. Es imposible mezclar lo infinito con lo finito, lo perfecto y pleno con lo limitado e incompleto.

Entonces ¿qué ha sucedido en la encarnación? ¿ha mutado Dios, ha variado, se ha movido? Como suele decirse: ¿ha bajado a la tierra? ¿ha descendido a nosotros? Literalmente no -esas son puras imágenes-: ¿cómo se va a mover el que está en todas partes y no ocupa lugar?

Abreviando: que toda la encarnación es un movimiento de cambio en el ser humano, no en Dios. Es lo humano de Jesús lo que es unido a la persona del Verbo, que por ello ni cambia, ni adquiere, ni baja, ni pierde. Es lo humano de Jesús lo que crece y adquiere una inesperada plenitud.

La encarnación sigue siendo obra de creación, no de transformación de lo divino y, por lo tanto, obra de promoción del hombre. Es la naturaleza humana de Cristo la que es sublimada a lo divino por su unión hipostática con la Palabra del Padre. Sin más que, en la vida de Jesús, Dios ha querido manifestar su existir mismo para que, viendo a Jesús, sepamos como Dios vive, como Dios es, y qué es lo que quiere de nosotros; pero no es la manifestación de una vida nueva, sino la revelación de lo que Dios vive desde siempre en la plenitud de su eternidad.

Navidad pertenece a la historia del hombre, no estrictamente a la historia de Dios, que en realidad no tiene historia.

En Jesús pues, la humanidad vive la transformación más prodigiosa que la materia ha sufrido desde su aparecer en los inicios de los tiempos: más que el paso de la materia a la vida, más que el tránsito de la vida al pensamiento. El salto fenomenal que ahora pega la criatura por obra de Dios, en Jesús, la coloca a la altura misma de lo celeste.

Esa transformación ya está dada radicalmente en la encarnación, en la Anunciación , pero será llevada a plenitud recién en la Resurrección , cuando ya todo lo humano de Jesús es sobreelevado por la gracia a la dimensión de lo definitivo, de lo que en él puede ya contemplar de tu a tu a Dios. Es allí cuando la conciencia humana de Cristo finalmente alcanza la saciedad de la iluminación que le permite entrar en total resonancia, aunque siga siendo distinta, con su conciencia de Dios.

Por tanto no se trata de que la encarnación, Navidad, haga a Dios más cercano al hombre de modo espacial; lo hace más cercano en cuanto para nosotros es más fácil percibir su cercanía de siempre en los rasgos humanos de Jesús y, al mismo tiempo, nos hace capaces de intuir lo que significa dejarnos transformar por él.

No es que en Navidad Dios se acerque más a nosotros, sino que nos permite y ayuda a que estemos nosotros más cerca de Él.

Ahora sabemos que no es necesario que vivamos en los palacios de los grandes para estar junto a él, ni que sea importante para ello realizar acciones espectaculares -el decreto del emperador Augusto, el censo de Quirino, personajones de la época-. Ellos son solo el marco, el escenario, de lo verdaderamente importante, que es lo que sucede en el corazón sencillo y transparente de los verdaderos protagonistas: Jesús, José, María, los pastores, ninguno apto para salir en los diarios ni en las pantallas de la televisión.

Navidad viene a decirnos que Dios es capaz de manifestar su grandeza, su sabiduría, su omnipotencia, hasta a través del llanto de un niño, para que sepamos descubrirlo también en nuestras obligaciones de todos los días, en nuestras tristezas y alegrías aparentemente sin importancia para los demás, en nuestros estudios, en nuestros trabajos de fuera y en nuestros deberes de hogar, en nuestros empeños y empresas de juventud y en nuestra inactividad de ancianos, en nuestra pujanza de sanos y en nuestra impotencia de enfermos... Así como la unión con Dios hace que todos los actos humanos de Jesús se carguen de riqueza divina, así la Navidad nos muestra que, si nos unimos a él, también todo lo que hacemos, por más inútil o nimio que parezca, puede adquirir valor de eternidad.

La Navidad no quiere pasar como una fiesta más. Al modo como en Jesús fue el comienzo de su vida preñada de Dios y el inicio de la transformación de la humanidad, así quiere ser en nosotros el principio, si aún no lo vivimos, de un existir humano lleno de Jesús, lleno de santidad, en el cual nuestro encuentro con El no sea un día a la semana los domingos, ni un instante de plegaria a la noche o la mañana, sino una actitud constante que nos lleve a ver, en todos los acontecimientos, insignificantes o graves, de nuestra vida, la mano de un Dios que quiere transformarnos en su amistad, en su cercanía percibida, en su presencia providente, en su llamarnos a un día encontrarnos para siempre con él en la alegría que no tendrá fin.

Acercate a María, pídele por un momento que te deje alzar a su niño, apretalo fuerte en tu corazón, y nunca más te separes de El.

Feliz Navidad.

Menú