Sermones de NAVIDAD

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

Nochebuena (noche)
Navidad (aurora)
Navidad (día)
2º Domingo después de Navidad
Sermones del Prólogo al Evangelio de San Juan

1995. Ciclo C

NAVIDAD
(GEP, 25-12-95)

Principio del santo Evangelio según san Juan 1, 1-18
Al principio existía la Palabra,
y la Palabra estaba junto a Dios,
y la Palabra era Dios.
Al principio estaba junto a Dios.
Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra
y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe.
En ella estaba la vida,
y la vida era la luz de los hombres.
La luz brilla en las tinieblas,
y las tinieblas no la percibieron.
Apareció un hombre enviado por Dios,
que se llamaba Juan.
Vino como testigo,
para dar testimonio de la luz,
para que todos creyeran por medio de él.
El no era la luz,
sino el testigo de la luz.
La Palabra era la luz verdadera
que, al venir a este mundo,
ilumina a todo hombre.
Ella estaba en el mundo,
y el mundo fue hecho por medio de ella,
y el mundo no la conoció.
Vino a los suyos,
y los suyos no la recibieron.
Pero a todos los que la recibieron,
a los que creen en su Nombre,
les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios.
Ellos no nacieron de la sangre,
ni por obra de la carne,
ni de la voluntad del hombre,
sino que fueron engendrados por Dios.
Y la Palabra se hizo carne
y habitó entre nosotros.
Y nosotros hemos visto su gloria,
la gloria que recibe del Padre como Hijo único,
lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él, al declarar: «Este es aquel del que yo dije: El que viene después de mí me ha precedido, porque existía antes que yo» De su plenitud, todos nosotros hemos participado y hemos recibido gracia sobre gracia: porque la Ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo. Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo único, que está en el seno del Padre. Os anuncio una gran alegría, que es para todo el mundo: ¡Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, Cristo el Señor!

SERMÓN

Anoche ha sido, para la mayoría, más que los cumpleaños, o que el día del padre o de la madre, la gran fiesta de la familia. Hoy habrá muchas botellas vacías en las veredas, muchos papeles de regalo arrugados, algún dolor de cabeza, bagóhepat o hepatalgina... Pero, salvo esas tolerables y lógicas consecuencias, la hemos pasado bien, estamos contentos... Aún aquellos que no han dado a la noche particular significado religioso todos han rescatado del fondo de si mismos lo mejor, y han revivido sonrisas y amistades, y ha habido reunión de padres y hermanos..., algunos más viejos habrán extrañado ausencias, recordado tiempos idos...

Pero no habrá sido ciertamente para todos solo una fiesta de familia, a lo mejor con el arbolito adornado que poco significa, o menos aún el payasesco papá noel: para los verdaderamente cristianos el pesebre habrá ocupado ciertamente el lugar principal de la casa...

Porque, por supuesto, los que estamos aquí sabemos que no hemos festejado solo una noche de encuentro familiar... El pesebre y la Misa de hoy es la muestra de que somos conscientes que en todo ello ha habido mucho más que lo humano, mucho más que los lazos de amistad y de sangre...

Algo maravilloso ha sucedido en el universo, en el mundo. Navidad rememora el que en esta nuestra dimensión, que es solo protones y electrones, moléculas y células, vísceras y biología, estrellas y planetas... materia destinada finalmente al desgaste, vitalidad encaminada a la muerte... aquí, Dios ha conectado un cable de verdadera vida, una suministro de existencia nueva y de vitalidad que está más allá de todas las posibilidades de la naturaleza. Dios se ha instalado entre los hombres y nos ofrece a todos su propio vivir divino...

No es, pues, solamente el simpático cuadro de una madre con su bebe, la conmemoración legendaria del nacimiento de un gran maestro, de un hombre que nos enseñó a ser buenos, de un gran profeta: es la introducción, en nuestra vida precaria, de la posibilidad de encontrarnos con el existir pleno y perennemente joven de Dios...

Pero esto de tal manera se ha hecho de un modo humano y natural, tal ha respetado lo más hondo y plenificante de la vida de los hombres, que ha querido hacerlo en la vivencia sencilla de precisamente una familia. De tal manera que podemos realmente decir que Navidad es por excelencia una fiesta de familia, pero de una familia transformada, elevada, promocionada, que ahora cuenta entre los suyos, entre los parientes, entre los hermanos, al mismísimo Dios.

Ese es el significado de la Navidad: Dios hecho en Jesús uno de nosotros, conviviendo entre nosotros y dándonos la oportunidad, al mismo tiempo de -en contacto con Él- acceder a la felicidad divina.

Porque esa encarnación que nosotros festejamos sucedida un lejano día de hace dos mil años: no es algo que haya pasado una vez. No estamos conmemorando el nacimiento de Julio Cesar, de Napoleón, de Belgrano... estamos reviviendo el misterio de una fecha en la cual Dios se ha hecho definitivamente presente entre nosotros, en la vida de cada uno. Ya que ese Dios que se hace hombre en Jesús ha traspasado la barrera, el límite, del tiempo y el espacio en la metamorfosis Pascual. A través de la Resurrección Jesús se ha instalado definitivamente en lo humano y sigue estando presente y vivo en la tierra, bien cerca de todos y cada uno, aunque no podamos verlo sino a través de la percepción realísima, aunque no sensible, de la fe.

Ayer hemos vivido la gran fiesta, si, de nuestra familia, pero de la verdadera familia, no la que reunida alrededor de la mesa y los regalos, aunque no lo piense, sabe que, poco a poco, a través de los años, habrá más sillas vacías y un día se dejará de reunir, sino de la familia que se va gestando en la fe, la esperanza y caridad, en contacto con nuestro hermano Jesucristo, nacido de María en Belén, y estando seguros de que un día podremos, por obra de ese mismo hermano, hombre y Dios a la vez, reunirnos para siempre juntos en la mesa de gozo del banquete celestial.

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