Sermones de NAVIDAD

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

Nochebuena (noche)
Navidad (aurora)
Navidad (día)
2º Domingo después de Navidad
Sermones del Prólogo al Evangelio de San Juan

1990. Ciclo a

NAVIDAD
(GEP, 25-12-90)

Principio del santo Evangelio según san Juan 1, 1-18
Al principio existía la Palabra,
y la Palabra estaba junto a Dios,
y la Palabra era Dios.
Al principio estaba junto a Dios.
Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra
y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe.
En ella estaba la vida,
y la vida era la luz de los hombres.
La luz brilla en las tinieblas,
y las tinieblas no la percibieron.
Apareció un hombre enviado por Dios,
que se llamaba Juan.
Vino como testigo,
para dar testimonio de la luz,
para que todos creyeran por medio de él.
El no era la luz,
sino el testigo de la luz.
La Palabra era la luz verdadera
que, al venir a este mundo,
ilumina a todo hombre.
Ella estaba en el mundo,
y el mundo fue hecho por medio de ella,
y el mundo no la conoció.
Vino a los suyos,
y los suyos no la recibieron.
Pero a todos los que la recibieron,
a los que creen en su Nombre,
les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios.
Ellos no nacieron de la sangre,
ni por obra de la carne,
ni de la voluntad del hombre,
sino que fueron engendrados por Dios.
Y la Palabra se hizo carne
y habitó entre nosotros.
Y nosotros hemos visto su gloria,
la gloria que recibe del Padre como Hijo único,
lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él, al declarar: «Este es aquel del que yo dije: El que viene después de mí me ha precedido, porque existía antes que yo» De su plenitud, todos nosotros hemos participado y hemos recibido gracia sobre gracia: porque la Ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo. Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo único, que está en el seno del Padre. Os anuncio una gran alegría, que es para todo el mundo: ¡Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, Cristo el Señor!

SERMÓN

Quizá nosotros, que pronunciamos tantas palabras vacías a lo largo de nuestro día, que estamos sumergidos en un mundo de palabras, -periodistas, locutores, políticos, predicadores, anunciadores-, tendamos a concebir a la palabra como algo inconsistente y a contraponerla a los hechos, a las acciones, a la realidad: mejor que decir es hacer, "res, non verba", "hechos no palabras", frágiles sonidos que se lleva el viento, sobre todo en labios de políticos o de enamorados...

Pero claro de todo se puede abusar o usar mal, aún de lo más santo. Y en realidad, si hay algo que manifiestamente distingue al hombre del resto de la creación ello es precisamente la palabra. Tanto es así que los filósofos griegos llamaban a los animales para distinguirlos de los hombres los "a-logoi", los sin palabras, los seres mudos.

Y no porque entre los animales no haya emisión de ruidos y aún de señales, sino porque en ninguno de ellos existe la posibilidad de verter y transmitir al otro su propia interioridad, su configuración del mundo, sus sentimientos, sus pensamientos más íntimos. Y si la persona humana se realiza sobre todo en comunión y relación con otros, -porque es por naturaleza animal social-, esa relacionalidad, sociabilidad y comunión, se desarrolla primariamente a través de la palabra.

Tanto es así que retirarle a alguien el saludo o la palabra, cortar el diálogo, colgarle el teléfono, romper sus cartas, no contestarle, permanecer callados es una de las formas más claras y definitivas de interrumpir la relación, la amistad.

Y, ya lo sabemos, la presencia física no basta, a menos que haya conocimiento previo, para establecer comunicación, es necesario comenzar a hablar. Podemos sentarnos tantas veces al lado de alguien en un cine, en un ómnibus, en un banco de la plaza, de una iglesia y si no cruzamos una palabra, es como si hubiéramos estado al lado de una cosa, no de alguien. La presencia se torna verdaderamente humana mediante la palabra.

Uno se pregunta qué verdadera compañía puede encontrarse en uno de esos locales de baile en donde la música -o lo que sea- a todo volumen impide entablar la más mínima conversación o qué cúmulo de soledades pude aunarse en una familia frente a un aparato de televisión o qué tipo de amistades labrarse alrededor de un vocabulario y una gramática cada vez más pobres y desarticulados.

Porque si la palabra sirve para transmitir ideas, cifras, noticias, conocimientos, indicaciones, órdenes, antes que nada la palabra sirve para comunicarnos entre nosotros mismos y a nosotros mismos. Allí es cuando la palabra alcanza su vocación realmente humana cuando no solo decimos cosas, sino que nos decimos a nosotros mismos. ¿Quién no sabe de esas personas charlatanas que hablan de veinte mil temas, pero que nunca terminamos de conocerlas porque nunca se comunican en serio, se dicen a si mismas, se revelan en su interioridad, en sus penas, en sus ideales, en sus gustos, en sus talentos o, quizá, peor aún, nunca se interesan en serio por nosotros, jamás nos escuchan ni tratan de comprendernos, ni de saber quiénes somos?

¡Qué sensación de soledad suele tener el hombre de hoy incomunicado -por más a veces que charle mucho u oiga muchas palabras-! ¡tanto, que como terapia ha de conseguirse un escucha rentado, psicólogo o psicoanalista, que oiga sus problemas! Cuando yo era más joven, recién ordenado y venía gente a exponerme sus dificultades o sus cuitas, me preocupaba muchísimo por pensar que es lo qué yo debía contestar o decir. Después de unos cuantos años me he dado cuenta que lo que necesitaba la gente que venía no eran tanto mis palabras, sino una oreja que los escuchara con interés, con simpatía y con solo hablar ellos y ser oídos con afecto se retiraban más contentos.

Y tanto la palabra sirve sobre todo para comunicarnos, que, a veces, establecida fuertemente la amistad y la convivencia, hay momentos en que ya casi no se necesitan palabras para sentirnos en compañía y aún el silencio se hace elocuente y comunicativo, porque, en el querernos, todo nuestro ser se ha hecho palabra para el otro.

Tampoco el hablar de Dios al hombre quiere ser simplemente un exponer ideas, un transmitirnos órdenes, conocimientos, mandamientos. Quiere mucho más: que vivamos en relación de amistad con él, para un día poder compartir su eterna intimidad, Y, por ello, -como dice la epístola a los Hebreos- " después de haber hablado antiguamente a nuestros padres en muchas ocasiones y de diversas maneras por medio de los profetas, Dios en este tiempo final, nos habló por medio de su Hijo el resplandor de su gloria y la impronta de su ser ". Por medio de esa palabra, ese Logos, ese Verbo, del cual habla Juan, que antes de ser palabra dirigida a nosotros, es la palabra interna de Dios, su decirse a si mismo, la intimidad de Dios, el fondo de su pensamiento y de su vida, la expresión perfecta de su ser, aquel en quien se reflejan y proyectan todos los pensamientos del Padre. Dios como El.

Por eso Jesús no solo dice palabras, palabras que pueda llevarse el viento. En realidad en el evangelio hay muchas palabras de Jesús, pero lo importante es que el es La Palabra; aquel mediante el cual Dios se nos dice, se nos presenta, se nos descubre, se nos regala en plena amistad.

Y la expresividad y plenitud de esa palabra es tan grande y va tan por encima de las palabras mediante las cuales a veces nosotros nos ocultamos, mentimos o desviamos la atención sobre nosotros, que hoy ha querido pronunciarse mediante un niño, mediante un infante. E infante quiere decir etimológicamente "in-fans", en latín: "el que no habla".

La elocuencia del Dios palabra que se hace hombre es tan enorme que no necesita para hablarnos empezar por el sermón de la montaña. El niño incapaz de hablar, dormido en los brazos de la madre es tan expresivo como el Cristo mudo de la cruz o del pan.

El ya te ha dicho quien es, qué es lo que piensa, en qué consiste su vida, qué es lo que quiere para vos, la felicidad eterna y divina que te ofrece. Está en vos el no retirarle tu palabra, ni romper sus cartas, ni colgar el tubo, sino compartir tu vida con él, decirte a tu vez, darte, hacer de tu vida toda, de tu persona, palabra de respuesta, logos, verbo de amor a él.

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