Sermones de NAVIDAD

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

Nochebuena (noche)
Navidad (aurora)
Navidad (día)
2º Domingo después de Navidad
Sermones del Prólogo al Evangelio de San Juan

1976. Ciclo C

NAVIDAD
(GEP, 25-XII-76)

Principio del santo Evangelio según san Juan 1, 1-18
Al principio existía la Palabra,
y la Palabra estaba junto a Dios,
y la Palabra era Dios.
Al principio estaba junto a Dios.
Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra
y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe.
En ella estaba la vida,
y la vida era la luz de los hombres.
La luz brilla en las tinieblas,
y las tinieblas no la percibieron.
Apareció un hombre enviado por Dios,
que se llamaba Juan.
Vino como testigo,
para dar testimonio de la luz,
para que todos creyeran por medio de él.
El no era la luz,
sino el testigo de la luz.
La Palabra era la luz verdadera
que, al venir a este mundo,
ilumina a todo hombre.
Ella estaba en el mundo,
y el mundo fue hecho por medio de ella,
y el mundo no la conoció.
Vino a los suyos,
y los suyos no la recibieron.
Pero a todos los que la recibieron,
a los que creen en su Nombre,
les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios.
Ellos no nacieron de la sangre,
ni por obra de la carne,
ni de la voluntad del hombre,
sino que fueron engendrados por Dios.
Y la Palabra se hizo carne
y habitó entre nosotros.
Y nosotros hemos visto su gloria,
la gloria que recibe del Padre como Hijo único,
lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él, al declarar: «Este es aquel del que yo dije: El que viene después de mí me ha precedido, porque existía antes que yo» De su plenitud, todos nosotros hemos participado y hemos recibido gracia sobre gracia: porque la Ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo. Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo único, que está en el seno del Padre. Os anuncio una gran alegría, que es para todo el mundo: ¡Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, Cristo el Señor!

SERMÓN

Nuevamente hermanos la noticia venturosa, alegre, jubilosa: ¡Dios ha nacido entre nosotros!
Dos mil años, repetida todas las navidades, anualmente festejada, familiar el niño en los brazos de María, ya deja de asombrarnos. Pero, no importa, aunque ya no te asombres, hermano, hoy quiero volver a anunciarte: ¡Dios nos ha nacido! ‘Emmanuel', 'Dios con nosotros'. Dios con nosotros. ¿Te das cuenta? Dios está contigo
.

A ti te lo anuncio, a vos, que desde chico en el colegio te contaron de los enormes espacios estelares, de los millones de soles, polvo de estrellas que el universo componen, a ti que te dijeron que la tierra era un grano de arena perdido en la infinitud del cosmos. A vos que te hablaron de no sé qué simios antepasados, de evoluciones, de casualidades. A ti que te enseñaron las fórmulas de los cloruros y de los nitratos, la geografía de los Urales y del Golfo Pérsico y te llenaron la cabeza de gimnospermas y dicotiledóneas. A vos que se ensañaron contigo en medio de “pi” al cuadrado, integrales y derivadas. A ti te digo, tú, que sueñas con ser ingeniero o médico o maestra o casarte. A ti que mil cosas te distraen, a ti que te crees sabio porque llenaste tu cabeza de manuales. A ti muchacho, muchacha que tienes la vida por delante. No te distraigas, no, no te confundas, no te pierdas en átomos y en hormonas, no te enredes entre historias y geografías, no te compliques con tus libros. Todo eso está bien: maravilla de la naturaleza, pequeñez y grandeza a la vez del hombre en el universo. Pero ¿qué es eso, ¿qué es todo eso, qué importancia tiene, hermano, si es verdad que Dios ha nacido entre nosotros?
Sí: a ti te lo anuncio, a ti, hombre grande que te crees sabio. A ti hombre solo que quieres hacerte el fuerte.
Y a vos, a vos también, que te traicionó la vida, que de todo lo que querías poco conseguiste, que te has resignado a tu vida opaca, que tu atrás tiene más luz que tu mañana.
A ti que, esperando, se pasó tu vida y ya no esperas nada.
A ti que no eres importante para nadie.
A vos que los años se llevaron a los tuyos y ya se fueron tus mejores jornadas.
A ti que lloras ausencias, a ti a quien aún arden las heridas.
A ti te digo, a ti te anuncio: ¡Dios ha nacido entre nosotros!

¿Te das cuenta? Ya no estás solo. Dios no es el principio demostrable de la filosófica fórmula. Dios no es el lejano ídolo caprichoso de los antiguos. No el principio matemático de las cosas de los modernos. No el juez policía de los puritanos. Dios se ha hecho tu hermano.

¿No te asombras todavía? ¿Tanto te has habituado a los pesebres de yeso que el que Dios se haga tu hermano no te sorprende?
¿No te has detenido a pensar en Dios? Tú que has estudiado tanto: el Creador Omnipotente, terrible en Sabiduría, descomunal en Fuerza, incomparable en Belleza, Acto Puro de quien provienen todas las cosas, todos los bienes, todos los seres. Infinitud tal que todo el universo frente a Él es nada.
Y Él, Él, no otro, es el que se hace niño en brazos de María. ¡Piensa! ¡Medita un poco! ¿No te asombra todavía el misterio de amor que palpita en el pesebre?
Y más, más aún. Ahora escucha bien, ¡descendiente de simios, húmedo conjunto de neuronas y proteínas! ese Dios que ha bajado a los brazos de María, ese Dios que tu hermano se ha hecho, ese Dios, ¡quiere que tú también lo alcances en su divinidad!
¿No te asombras todavía? ¿No entiendes aún lo que significa Navidad? Oye bien: Dios se ha hecho hombre, para que el hombre pueda llegar a ser Dios. Redondo negocio, hermano. Tu le das tu paupérrimo ser humano, le regalás el pesebre, un buey un asno –mañana le regalarás una cruz- y Él se te regala como Dios. “Sagrado intercambio” lo llama la liturgia. Eso es Navidad.

¡Albricias, pues, hermano! Rico seas o pobre, joven o viejo, necio o sabio, feliz o mezquino. Navidad, desde el pesebre te anuncia distintas, prominentes metas.
Tú, perdido en las cosas de la tierra, Jesús ha venido a buscarte.
Tómate de su mano, al cielo te llevará.

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