Sermones de NAVIDAD

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

Nochebuena (noche)
Navidad (aurora)
Navidad (día)
2º Domingo después de Navidad
Sermones del Prólogo al Evangelio de San Juan

2000. Ciclo C

NAVIDAD
(GEP, 25-12-00)

Lectura del santo Evangelio según san Mateo 1, 1-25
Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham: Abraham fue padre de Isaac; Isaac, padre de Jacob; Jacob, padre de Judá y de sus hermanos. Judá fue padre de Fares y de Zará, y la madre de estos fue Tamar. Fares fue padre de Esrón; Esrón padre de Arám; Arám, padre de Aminadab; Aminadab, padre de Naasón; Naasón, padre de Salmón. Salmón fue padre de Booz, y la madre de este fue Rahab. Booz fue padre de Obed, y la madre de este fue Rut. Obed fue padre de Jesé; Jesé, padre del rey David. David fue padre de Salomón, y la madre de este fue la que había sido mujer de Urías. Salomón fue padre de Roboám; Roboám, padre de Abías; Abías, padre de Asá; Asá, padre de Josafat; Josafat, padre de Jorám; Jorám, padre de Ozías. Ozías fue padre de Joatám; Joatám, padre de Acaz; Acaz, padre de Ezequías; Ezequías, padre de Manasés. Manasés fue padre de Amón; Amón; padre de Josías; Josías, padre de Jeconías y de sus hermanos, durante el destierro en Babilonia. Después del destierro en Babilonia: Jeconías fue padre de Salatiel; Salatiel, padre de Zorobabel; Zorobabel, padre de Abiud; Abiud, padre de Eliacím; Eliacím, padre de Azor. Azor fue padre de Sadoc; Sadoc, padre de Aquím; Aquím, padre de Eliud; Eliud, padre de Eleazar; Eleazar, padre de Matán; Matán, padre de Jacob. Jacob fue padre de José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, que es llamado Cristo. El total de las generaciones es, por lo tanto: desde Abraham hasta David, catorce generaciones; desde David hasta el destierro en Babilonia, catorce generaciones; desde el destierro en Babilonia hasta Cristo, catorce generaciones. Este fue el origen de Jesucristo: María, su madre, estaba comprometida con José y, cuando todavía no han vivido juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto. Mientras pensaba en esto, el Angel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados» Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por el Profeta: La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emanuel, que traducido significa: «Dios con nosotros» Al despertar, José hizo lo que el Angel del Señor le había ordenado: llevó a María a su casa, y sin que hubieran hecho vida en común, ella dio a luz un hijo, y él le puso el nombre de Jesús.

SERMÓN

Después de los festejos de anoche, la reunión de familia, los regalos, la sidra, los petardos, los recuerdos tristes para algunos, la solemnidad alegre de la Misa de Gallo -para los que asistieron a ella-... nuestra Misa del día se desarrolla en un clima distinto, más sereno, propicio a una visión más honda de lo que ayer festejamos quizá demasiado alegre, superficial, humanamente... Visión a la que nos invita el solemne, hierático y apasionadamente lúcido prólogo al evangelio de San Juan que acabamos de leer.

Porque si la nochebuena festiva nos introduce en el cálido y experimentable clima de un nacimiento -nacimiento que, como todos los nacimientos, nos hace compartir de inmediato el alborozo instintivo que cada dar a luz biológico provoca en la especie o en la tribu: la vida que se prolonga, el futuro genético asegurado, alegría inscripta en el biograma de hasta la última bacteria que se reproduce- y en la ternura -también instintiva- frente a la madre y su cachorro, promesa de vida, necesitados ambos de protección; sumado ello al alborozo de la fiesta, la reunión del clan, el burbujear del vino, la risa fácil, el intercambio milenario del obsequio; la misa de ahora, en cambio, asumiendo todo eso bueno que hay en nuestra naturaleza humana, quiere darle un sentido trascendente, más alto, aunque menos tangible, menos experienciable, vivido en la opacidad de la fe, imposible de ser suscitado con el champán o con la mera exaltación del abrazo y de la buena compañía.

Los festejos ya pasaron, como pasarán los del año nuevo, como pasarán las vacaciones, como pasarán las lunas de mieles, el antojo cumplido del regalo nuevo, el estreno del auto o del departamento... como se irán nuestras vidas y las de aquellos a quienes amamos.... ¡Tantas alegrías! tantas cosas que ambicionar, esperar y gozar, pero al mismo tiempo tan frágiles, tan fugaces, tan pasajeras.... como la fiesta de anoche que ya pasó... Alegría verdadera, si, ¡alegría de las más lindas, la de las navidades!, pero que ya pasó... y pasará la del año que viene, y la del que vendrá... Y los grandes saben que, para muchos, las navidades, a cierta edad, comienzan a pasarse tristes, con recuerdos de cosas y seres que no volverán...

Porque es verdad que Dios ha querido darnos y traernos esas alegrías, como la que anoche, en las familias buenas, floreció en cariño, en contento, en paquetes de colores, como las tantas que gozamos a lo largo de nuestra humana vida... Pero quiso traernos muchísimo más, a un nivel difícil de entender y de vivir, porque es el nivel de los gozos de Dios, y a Dios, todavía, aún, con nuestro pequeño cerebro de primates apenas saliendo de la animalidad, no lo podemos ver, ni entender, ni, todavía, gozar... ¡tan lejos está de las cosas que inmediatamente percibimos...! Y, sin embargo, algo podemos avizorar.

Porque lo que sucedió anoche en el misterio de Belén, es no solo el incomprensible nacimiento de Dios, sino la inauguración de una posibilidad fabulosa para el hombre, para cada uno de nosotros: la de llegar a ser como El. Es como si asistiéramos de pronto a la aparición de una nueva especie, un salto de cromosomas, un cambio de código genético: no de reptil a mamífero, de mono a pitecántropo.... ¡de hombre a Dios! Cristo es el primer individuo de una nueva especie: la de los hombres divinizados, el nuevo Adán. En Él se ha hecho carne lo divino, se ha hecho uno con la humanidad, se ha cumplido plenamente el misterio de la vocación del hombre y del destino de la historia: posibilitar a todos los hombres el acceso a Dios...

Por eso es difícil experimentar el verdadero sentido de la Navidad... ¡poder llegar a la vida de Dios! ¡estar llamados a la alegría de la Trinidad! ¿Qué sabemos nosotros de eso, encerrados por ahora en nuestra condición humana? Entendemos de música, de colores; podemos gozar el mar y las vacaciones, el yate y la Yamaha, el estar enamorados y el nacimiento de un hijo, la satisfacción del ascenso o del negocio realizado, del salir campeón de nuestro equipo preferido... eso si lo entendemos... Pero, si nos hablan de la alegría de Dios, de la posibilidad del cielo, del sumergirnos eternamente en el éxtasis de amor del Padre, del Hijo y del Espíritu ¡ya no lo entendemos! y casi, casi, ni siquiera lo ambicionamos... Lo que nos ofrece Dios en Jesucristo es tanto, que está más allá de nuestra comprensión, de nuestros deseos, de nuestras concretas ambiciones...

Y sin embargo ese es el sentido profundo y verdadero de la Navidad. Sentido tan hondo, grande y desproporcionado a nuestra pequeñez humana que nos alegra menos que la copa de vino y nos emociona menos que el encuentro en familia o la música del villancico... Pero, no importa, todos son medios para, poco a poco, ir acercándonos a él. La vida nos hará ir descubriendo la precariedad de la felicidad puramente humana. Tarde o temprano el mundo de los hombres, que tanto parecía ofrecernos, no podrá darnos más y, entonces, quizá seamos capaces de auscultar en nuestros corazones el eco de ese deseo de Dios que, oculto en el fondo de nuestro ser, espera el momento oportuno para encontrase con el don de Dios que se hace presente en el bebe de María en el pesebre de Belén...

Mientras tanto, aunque las cosas lindas y legítimas de este mundo parezcan ser las que más atraen nuestros corazones, sepámoslo y recordémoslo cada amanecer después de la Nochebuena: estamos llamados a mucho más. Cristo nos ha abierto la posibilidad de alcanzar la perfección suprema. Nuestro verdadero destino no está en las cosas de este mundo, nuestra auténtica felicidad no se puede hallar en esta tierra, aunque si podemos encaminarnos a ella buscando santidad. Porque, desde el maravilloso nacimiento de hace dos mil años, más allá de todas nuestras posibilidades y riquezas puramente humanas, Jesús nos ha dado el poder llegar a ser, "si creemos en su nombre, hijos de Dios".

Menú