Sermones de la santísima virgen maría

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ



Adviento

1997. Ciclo B

SOLEMNIDAD DE santa María Madre de Dios
(GEP, 01-01-97)

Lectura del santo Evangelio según san Lucas     2, 16-21
Los pastores fueron rápidamente y encontraron a María, a José, y al recién nacido acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que habían oído decir sobre este niño, y todos los que los escuchaban quedaron admirados de lo que decían los pastores. Mientras tanto, María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón. Y los pastores volvieron, alabando y glorificando a Dios por todo lo que habían visto y oído, conforme al anuncio que habían recibido. Ocho días después, llegó el tiempo de circuncidar al niño y se le puso el nombre de Jesús, nombre que le había sido dado por el Ángel antes de su concepción.

SERMÓN

           Los fríos que está sufriendo el hemisferio norte son tan grandes que hasta ha nevado en Roma. Suceso extraordinario, que no se producía desde hacía diez años. Los estudiantes romanos felices, ya que es tradición que, si nieva, ni siquiera las universidades eclesiásticas tienen clase.

Claro que mucho más extraordinario es que nieve en verano. De hecho, cuenta la tradición de una asombrosa nevada veraniega que se produjo un día en el monte Esquilino, allá por los años 360 en pleno ferragosto. La noche anterior el papa Liberio había soñado que se le aparecía la santísima Virgen y le pedía que construyera un santuario allí donde vería caer la nieve.

Por cierto que dicho templo se construyó, aunque no quedan en nuestros días trazas de él, porque en el año 432 Sixto III mandó construir, en el mismo lugar, una estupenda basílica, gloria de la cristiandad, una de las más hermosas construcciones del mundo, y que todos conocemos como Santa María Maggiore, Santa María la Mayor, aunque durante mucho tiempo fue llamada Santa María de las Nieves o Basílica liberiana en razón de la visión de Liberio y de aquella prodigiosa nevada.

Esta basílica, adornada con los mosaicos mejor conservados del mundo del último período de la roma imperial, está muy ligada a la Navidad porque, desde fines del siglo VII, conserva las reliquias del pesebre. Cinco tablas de madera y pedazos de roca de la gruta, que fueron traídos desde Belén por el papa Teodoro I cuando el traslado de los restos de San Jerónimo. La sacra culla la sagrada cuna la llaman los romanos y, hasta no hace muchos años, en estas fechas se hacía una gran procesión con ella alrededor del Esquilino.

Amén de ésta y de otras reliquias, y de la cantidad de obras de arte que los siglos fueron acumulando en esta Iglesia, su fama proviene de que su construcción definitiva por Sixto III sobre la vieja capilla de las Nieves quiso festejar la solemne proclamación que el concilio de Éfeso del año 431 hizo del título de la santísima Virgen María como Madre de Dios.

Este título, teotokos en griego, había comenzado a popularizarse cincuenta años antes. Y todo fue bien, hasta que al obispo de Marcianópolis, Doroteo y un secretario del patriarca de Constantinopla, un tal Anastasio, se les ocurrió empezar a predicar al pueblo que era inconveniente llamar a María 'madre de Dios', ya que era absurdo que, siendo Dios eterno, pudiera tener una madre en el tiempo. Había simplemente que decir que era Cristotokos, es decir 'madre de Cristo', pero de ninguna manera 'madre de Dios'.

Se armó un gran revuelo porque el pueblo fiel ya usaba esta denominación como algo queridísimo a su piedad. A Anastasio llegaron a tirarle de todo mientras trataba de predicar estas proposiciones malsonantes. Es allí cuando el patriarca, Nestorio, sale decididamente en su defensa desde su cátedra de santa Sofía con una serie de homilías. Aquí ya se arma un revuelo universal porque la noticia de estos discursos llega al patriarca de Alejandría que, todo lo santo que lo hicieron, no tenía demasiado buen carácter y menos si le tocaban a la madre. Era San Cirilo de Alejandría y puso el grito en el cielo.

De todos modos no se trataba solo de un problema de devoción, la cosa tocaba el centro mismo de la fe: Jesucristo '¿era Dios o no era Dios ? Si Jesús era Dios y María la madre de Jesús, ¿qué duda cabía entonces de que fuera la madre de Dios?

Es verdad que todo esto no resultaba fácil de explicar : Nestorio veía bien que era imposible que la naturaleza humana se transformara en divina o que la divina se transformara en la humana. ¿Cómo se podía ser Dios y hombre al mismo tiempo sin mezclar -cosa imposible- las naturalezas? De hecho, recién veinte años después, en el Concilio de Calcedonia, se llegará a distinguir entre naturaleza y persona (o hipóstasis) y se definiría que en Jesús hay dos naturalezas perfectamente distintas pero unidad en la identidad de la persona. Una sola persona, como decimos en el catecismo, dos naturalezas. Al revés que la Trinidad : una sola naturaleza, tres personas o hipóstasis.

El asunto es que Cirilo abrumó a todo el mundo prodigando sermones, cartas y tratados en defensa de la verdadera doctrina de la encarnación y de la maternidad divina. Y al mismo Nestorio le escribió conminándolo no solo a que aceptara una doctrina que había sido enseñada por sus mayores, sino diciéndole que nadie era tan tonto de pensar que María existía antes que Dios o que pudiera crearlo. De hecho ninguna madre crea a su hijo: ser madre no es crear, es simplemente hacer nacer. Y eso es lo que hace María con Dios: a aquel que es Dios desde toda la eternidad lo hace nacer como hombre en el tiempo. De ninguna manera María es la creadora de Dios, pero siendo madre de Jesús, es en sentido plenísimo madre de Dios.

Como Nestorio daba vueltas al asunto y no quería ceder al patriarca rival, ambos apelaron al Papa. A Nestorio le fue mal, porque Celestino -que era el papa a la sazón- reunió en Roma un sínodo que no solo dio la razón a Cirilo de Alejandría sino que excomulgó y depuso de su sede a Nestorio. En aquella época no se andaban con chiquitas.

Aunque en realidad la deposición no llegó a consumarse porque, mientras tanto, el emperador Teodosio II había convocado un Concilio Ecuménico -el tercero de la historia- precisamente en Efeso, ciudad que se preciaba de haber albergado durante mucho tiempo a María con el discípulo Juan.

[Como dato curioso : con la ayuda de las indicaciones de Catalina Emmerick, una mística alemana muerta en 1824, que nunca había dejado su pueblo, un sacerdote lazarista que enseñaba en Esmirna y dos amigos encontraron a 7 kmts de Éfeso en 1891 los restos de una capilla semiescondida entre los árboles construida sobre los restos de un muro del siglo I y donde la tradición del lugar afirmaba que habían vivido Juan y María. Hoy reconstruida, la capilla se ha transformado en un lugar de peregrinación importantísimo.]

El asunto es que en Efeso se reunió el famoso concilio que terminó finalmente por condenar la doctrina de Nestorio y proclamó a los cuatro vientos que María era efectivamente Teotókos, madre de Dios.

El pueblo salió a la calle con antorchas para festejar y vivar a los obispos. Este pueblo, la mayoría analfabetos, no entendían nada de las sutiles distinciones entre hipóstasis y naturaleza, entre persona y substancia, pero en esta definición la sana teología se encontraba sin dudar con uno de los más profundos instintos de devoción en la Iglesia, piedra de toque del catolicismo de cualquiera : la veneración a María santísima.

Después de Efeso el Theotókos se convirtió en himno del corazón cristiano. Resonaron los sermones, se celebraron fiestas y se dedicaron iglesias en honor de María Theotókos por todo el mundo, entre ellas Santa María Maggiore y, hasta el día de hoy, el Hagia María Theotókos, Santa María Madre de Dios, es una de las banderas más queridas de nuestra fe.

Que esa misma Augusta Señora que tuvo el privilegio increíble de ser la que llevó en su seno al Verbo engendrado desde toda la eternidad para que se hiciera tiempo entre nosotros, nos engendre también desde su "hágase en mi según tu palabra" como hermanos de su primogénito.

Que en este año que comienza nos haga olvidar las fallas, pecados y olvidos de Dios que hicieron que el que termina no fuera bien aprovechado, derrita la nieve de nuestras indiferencias, y haga que 1997 se llene para nosotros de presencia de su Hijo y nos ayude a crecer en santidad, -que es para lo único que sirve el tiempo- hasta que, María, madre de Dios y madre nuestra, nos haga nacer para siempre, hijos suyos, en el cielo.

Feliz año.

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