Sermones de la santísima virgen maría

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ



Adviento

1995. Ciclo C

SOLEMNIDAD DE santa María Madre de Dios
(GEP, 01-01-95)

Lectura del santo Evangelio según san Lucas     2, 16-21
Los pastores fueron rápidamente y encontraron a María, a José, y al recién nacido acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que habían oído decir sobre este niño, y todos los que los escuchaban quedaron admirados de lo que decían los pastores. Mientras tanto, María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón. Y los pastores volvieron, alabando y glorificando a Dios por todo lo que habían visto y oído, conforme al anuncio que habían recibido. Ocho días después, llegó el tiempo de circuncidar al niño y se le puso el nombre de Jesús, nombre que le había sido dado por el Ángel antes de su concepción.

SERMÓN

           Medir el tiempo por las alternancias del día y de la noche fué espontáneo en el hombre desde que surgió a la historia. Pero cuando se trató de referirse a períodos más largos, contar por días se reveló engorroso e insuficiente. Es por ello que ya en la época neolítica apareció la necesidad de contar el tiempo por divisiones más amplias. Los períodos lunares, que parecían coincidir misteriosamente con los femeninos, sirvieron a tal fin. Y ese tiempo se llamó mes. Casi todas las civilizaciones, incluídas la griega y la judía, usaron esa unidad y el respectivo año lunar.

            Los egipcios, en cambio, adoptaron el año solar: el tiempo en que la tierra vuelve a ocupar una misma posición en su órbita alrededor del sol o, para ellos, que volvía a ocupar un mismo signo zodiacal.

            Ambos sistemas no coinciden, porque las lunaciones no son múltiplos exactos de días ‑en realidad duran 29 días más 12 horas, 44 minutos y 3 segundos‑; ni los meses lunares son múltiples del año solar, con lo cual el año lunar se atrasa once días por año con respecto al año del sol por lo cual las estaciones, por ejemplo, nunca tienen días y meses fijos. Todavía hoy los musulmanes siguen usando el año lunar, con todos los inconvenientes que eso trae.

            Por eso, desde Julio César, en todo occidente se viene usando el calendario solar de los egipcios. A pedido del mismo Julio César el astrónomo Sosígenes de Alejandría fijó la duración del año en 365 días 5 horas y 55 minutos. Erró solo en 7 minutos y segundos. De todos modos, es ese pico de 5 horas 48 minutos y 45 segundos, el que hace que, de vez en cuando, los años bisiestos, añadamos un día al año, para compensar el atraso.

            Si eso está más o menos claro, en cambio, lo que resulta totalmente artificial o arbitrario es fijar un punto cualquiera de la órbita para dividir los años y señalar un principio, o un primer día.

            ¿Porqué el primero de Enero y no el primero de Abril o el 14 de Marzo?

            De hecho el año hebreo comienza el 3 de Octubre; el musulmán, el 5 de Septiembre; el vietnamita el 23 de Marzo y aztecas, mayas, incas, babilonios, egipcios, fenicios, festejaban otros inicios...

            En realidad el que aquí y ahora lo iniciemos el primero de Enero es fruto de la historia, de nuestra ascendencia romana.

            Los viejos latinos y sabinos ‑que están en el origen de los romanos‑ dividían el año en diez meses, de duración desigual y simplemente los numeraban: solo el primero tenía nombre, en honor a Marte, y lo llamaban Marzo: coincidía precisamente con una fase del planeta Marte. Los últimos eran el séptimo, octavo, noveno y décimo. Todavía los llamamos nosotros así: septiembre ‑de séptimo‑, octubre ‑de octavo‑, noviembre, de noveno, diciembre de décimo. Pero la desigualdad de días de los meses traía problemas. Por eso, para que todos ellos tuvieran 30 días, ya Numa Pompilio, añadió al final del décimo, de Diciembre, dos meses más: enero en honor al dios Jano y Febrero ‑el mes de las fiebres‑ y que resultaba así el último mes del año. Como doce meses de 30 días solo suman 360 y el año solar son cinco días más, ellos siempre se añadían a fin de Febrero, el último mes del año. Todavía hoy conservamos la costumbre de añadir en Febrero el día 29 de los bisiestos.

            Pero ¿porque dejó de comenzar el año en Marzo y comenzó a hacerlo en Enero y el octavo mes ‑Octubre‑ se transformó en el décimo, y el décimo ‑diciembre‑ en el duodécimo?

            Es que de otra manera, en Roma, se producían algunas confusiones, porque hete aquí que los años no se designaban con números, sino con el nombre de los dos cónsules que compartían durante un año el poder ejecutivo en la época republicana. No se decía el año número tanto, como se hace ahora, sino, por ejemplo, "el año que fueron cónsules Marco Silano y Lucio Norbano" o "siendo cónsules Léntulo Getúlico y Cayo Calvisio". Algo así como si dijéramos "siendo presidente Méndez"... Claro que los cónsules duraban justo un año, no diez.

            Pero ¿qué pasaba? que los cónsules no comenzaban a ejercer su cargo el 1 de año, que era el 1 de marzo, sino en el undécimo mes, el primero de Enero, por lo cual inevitablemente, poco a poco, para fechar los acontecimientos los cronistas no tuvieron más remedio que referirse a ese día como el primero del año identificado con el nombre de los dos cónsules. Y así, poco a poco, quedó transformado el primero de Enero en el primero de año. Y aquí estamos.

            Como ven una fecha convencional, artificial, sin ningún significado ni astronómico ni religioso. En realidad cualquier día es lo mismo para afirmar que ha pasado un año desde el mismo día del año pasado.

            Pero, es claro, se rompen viejos calendarios, se corre el numero de la cintita de goma del sello, se aprovecha para hacer los balances generales, se estrenan agendas con olor a cuero nuevo, y la gente festeja. Más aún, entre nosotros, en el hemisferio sur, es el inicio de los meses de vacaciones. ¿Cómo no estar contentos?

            Pero nosotros cristianos, aprovechemos, y demos a nuestro cambio de año, a nuestro balance general, un sentido más profundo. Al fin y al cabo el tiempo no es simplemente el telón de fondode nuestras vidas, es su substancia misma. No hay nada fijo, todo lo que somos y tenemos lo poseemos en instantes fugitivos que rápidamente se trasforman en pasado. Nuestro vivir es tiempo. Somos tiempo. Y tiempo que se gasta y de ninguna manera se puede recuperar, y que Manliba recoge para la basura como los papeles que se tiraron por la ventana el viernes desde las oficinas. No existe, ni podrá existir nunca, salvo en la ficción, una máquina del tiempo que nos permita recuperar lo ido. Las fotografías en blanco y negro, se vuelven amarillas, las de colores, violetas, el movimiento y las voces que fijan videocámaras y grabadoras, con el pasar de los años, son solo introducciones a la nostalgia...

            Y si todo quedara en lo humano, el tiempo no sería sino eso, la medida del envejecimiento, del desgaste, de la oxidación, del deterioro... Ese tiempo que la juventud torpemente quisiera acelerar, y los mayores queremos desesperadamente frenar, detener...

            Por eso la Iglesia ha querido que el convencional principio de año fuera festejado con la solemnidad de Santa María la madre de Dios. Ella que en el tiempo tuvo el honor de ser madre de aquel que había sido engendrado antes de todos los tiempos, es la que hizo y hace de puente entre los permanentemente joven y eterno y lo humano y temporal. María es la que, en Cristo, Dios y hombre, eternidad y tiempo, unidos en la misma persona, ha permitido que nuestro decurrir cristiano pueda ser, no desgaste puro, sino camino de eternidad.

            En la fé en Cristo Jesús, el cristiano tiene la posibilidad de hacer que su tiempo no se sumerja en las páginas muertas del pasado, sino que sean inversión perenne de perpetua vitalidad.

            El que solo gasta el tiempo, ciertamente lo pierde sin remedio, pero el que lo invierte en obras de amor y servicio a Dios y a los demás, en Cristo Jesús, hace con ese tiempo negocio, intercambio, de eternidad.

            Que María, Madre de Dios nos enseñe y ayuda a usar el tiempo así, y engendre también en nosotros no solo lo humano destinado a la muerte, sino lo cristiano llamado a la plenitud juvenil de lo que no envejece jamás.

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