Sermones de la santísima virgen maría

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ



Adviento

1979
LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA
Lc 1, 26-38

Como Vds. saben, Prometeo, en la mitología griega, es el símbolo del deseo del hombre de arrebatar lo divino, de declararse independiente frente al cielo, de rebelarse contra las leyes celestes. Hijo de un Titán, Prometeo, modelándolos con arcilla es, precisamente, quien crea a los hombres dejándoles su impronta. Para beneficiarlos, engaña repetidas veces a Zeus. Ya una vez -cuenta la leyenda- durante el sacrificio de un buey había hecho dos partes: en una puso la carne disimulada por el cuero. En la otra, los huesos recubiertos con sabrosa grasa. Luego dijo a Zeus que eligiera su parte; la otra sería para los hombres. Zeus eligió la grasa blanca. Al descubrir que solo había huesos se llenó de rencor hacia los mortales.

Pero Prometeo colma la medida de la paciencia de Zeus cuando, para beneficiar a sus protegidos, roba al padre de los dioses el fuego divino. Zeus, entonces, decide castigar a Prometeo y a la humanidad.

Al hijo del titán, lo ata con cables de acero a una roca del Cáucaso y envía un águila que le devora todos los días el hígado, cotidianamente regenerado. Prometeo, tiene un hermano, Epimeteo, también de la estirpe de los titanes, pero, en contraste con Prometeo, bastante tonto. Prometeo, temiendo que los dioses utilicen la torpeza de Epimeteo para jugar una mala pasada a los humanos, desde su calvario, advierte a éste severamente que no acepte regalos de Zeus.

Pero Zeus por algo es el más poderoso y astuto de los dioses. Llama a Efesto y Atenea y les encarga que, con la ayuda de los demás dioses, fabriquen lo que será su instrumento de venganza. Cada uno confiere al encargo una cualidad. De uno recibe la belleza; de otros la gracia, la habilidad manual, la persuasión. Hermes, especialmente, comisionado por Zeus, pone en su corazón la mentira y la falacia.

Así nace la mujer, Pandora , la primera de esa serie de castigo de los dioses. Y se la envían a Epimeteo quien, olvidando el consejo de su hermano de no admitir ningún presente de Zeus, se deja seducir por su belleza y la hace su esposa, transformándose así en el primer desafortunado marido de la historia.

Todos sabemos cómo Pandora llega con su frasco cerrado -también regalo de Zeus- y cómo, picada por la curiosidad, lo abre haciendo que todos los males que el dios había introducido en él, se esparcieran por la tierra. Solo la esperanza, que había quedado en el fondo de la caja, no pudo escapar, pues Pandora consigue cerrarla antes.

Otras formas que nos han llegado del mito dicen que la aciaga caja contenía no los males sino los bienes y que, al abrirla imprudentemente, Pandora dejó que los bienes escapasen y se volvieran a la mansión de los dioses, en vez de quedarse entre los humanos. Es lo mismo, igual quedan mal las mujeres.

De este modo, los hombres se vieron afligidos por todos los males y les quedó solo el pobre consuelo de la esperanza.

En realidad los griegos no fueron el único pueblo de la historia en atribuir a las mujeres el origen de todos los males. La misma descripción del pecado que nos trae el tercer capítulo de Génesis –aunque corregido por la introducción del papel de la serpiente- se basa evidentemente en algún antiguo relato en que se tendía a culpar de las calamidades a la mujer. De este relato subsiste el dato de que es Eva la que tienta a su marido y, también, la acusación explícita del hombre cuando Dios le recrimina “ La mujer que pusiste a mi lado me dio el fruto y yo comí de él ”.

Hay otras afirmaciones antifemeninas en la Biblia. Todos recordamos la historia arquetípica, por ejemplo, de Dalila y el pobre Sansón. Y afirma el libro del Eclesiástico: “¡ Soportaré cualquier herida, pero no herida del corazón! ¡Cualquier maldad, pero no maldad de mujer !”. Y, más adelante: “ Toda malicia es poca al lado de la malicia de la mujer. En medio de sus amigos se sienta su marido y sin poder contenerse suspira amargamente.

Y no solamente dolor de cabeza para el marido. Así como los griegos, cuando les nacía una mujer se fastidiaban y recibían las condolencias de sus amistades, así también dice el AT: “ La hija es para el padre puro desvelo, aleja el sueño la inquietud por ella” Por ahí, llega a decir: “ vale más maldad de hombre que bondad de mujer ”. Aún en aislados pasaje del Nuevo Testamento subsisten estas muletillas. Todavía San Pablo les dice a las mujeres, en la primera carta a Timoteo: “ La mujer sea sumisa, no permito que enseñe ni que domine al hombre. Que se mantenga en silencio. Porque Adán fue formado primero y Eva en segundo lugar. Y el engañado no fue Adán, sino la mujer que, seducida, incurrió en la transgresión . “

¡Pobres mujeres! Pero, para su consuelo, he de decir que no es fácil encontrar en la Biblia estas citas antifeministas. Más bien sucede que, contrariamente a otras culturas, la mujer es excepcionalmente bien tratada en la Sagrada Escritura.

Desde el vamos, en el primer relato de la creación, solemnemente se afirma que el hombre, no es solo el varón, sino también e igualmente la mujer. “ Dios creó al hombre, varón y mujer lo creó ” Abundan así mismo los casos de mujeres ejemplares como Raquel, Rebeca, Ana, Ruth, Judith. Sin hablar del enorme respeto y consideración que tiene por ellas el Nuevo Testamento y el trato digno y afectuoso que con ellas tuvo nuestro Señor, tal cual lo pinta el evangelio.

Hallar mujer, es hallar la felicidad ”, dice el libro de los Proverbios. Y el Eclesiastés: “ Mujer linda y buena recrea la mirada; si en su lengua hay ternura y mansedumbre su marido ya no es como los demás hombres. El que adquiere tal mujer, adquiere el comienzo de la fortuna, ayuda semejante a él y columna de apoyo. Así como donde no hay valla, la propiedad es saqueada, así donde no hay mujer, gime el hombre a la deriva, pobre pájaro sin nido ”. Las citas podrían multiplicarse. ¿Y qué decir de la famosa descripción de la esposa en los capítulos cuarto y ´séptimo del Cantar de los Cantares?

No, la Biblia no tiene nada de misógina, al contrario. Y, a pesar de la afirmación aislada a que hemos aludido de que “por culpa de ella morimos todos” la mujer, en la Biblia, se identifica con la vida.

Cuando el hombre pone nombre a la mujer –hemos escuchado en la primera lectura- “ El hombre llamó a su mujer Eva, por ser ella la madre de todos los vivientes ”. Se hace derivar el nombre de Eva del verbo ‘ eváh ' o ‘ jâvah ', ‘vivir'. La mujer triunfa de la muerte transmitiendo la vida.

De allí que, en medio de este mundo de pecado, de alegrías tan fácilmente trocadas en tristezas, de felicidades pasajeras, de juventudes que se ajan y de vejeces que se acercan, mundo de buenos y de malos, de bienes y de males injustamente distribuidos, en este mundo –digo- siempre el mismo, con sus más y con sus menos, bajo distintas formas a través de los siglos, cuando el hombre, a pesar de ello, eleva sus ojos a la esperanza que ha quedado encerrada en la caja de Pandora: ella, la esperanza, tiene forma de mujer, de madre.

Es la primera luz que aparece, después del pecado, en la Biblia. La primera ‘buena noticia'. “El protoevangelio” lo llamó el teólogo protestante Lorenzo Rhecio , en 1638, escribiendo “ pues merece el nombre de Protoevangelio, porque es el primer Evangelio, esta buena noticia que alentó al género humano, privado de la gracia de Dios ”. Y ese Protoevangelio dice, como lo hemos escuchado en la primera lectura, hablando Dios con la serpiente: “ Pondré enemistad entre ti y la mujer y entre tu linaje y el suyo. Tu intentarás morderle el talón, pero él te aplastará la cabeza ”.

Todos sabemos que esa mujer sería María. Porque el Señor, como dice San Pablo a los Gálatas, quiso nace de una mujer. María, Virgen y Madre, realiza plenamente la vocación femenina de la fecundidad por excelencia, puesto que da la Vida por antonomasia.

Ella, aún en la virginidad, es el paradigma de las madres. Tanto de las madres biológicas que llevaron a los hijos en su seno, como de aquellas -porque Virgen, llamada a un maternidad de orden superior-, solteras y casadas que ejercieron su maternidad en formas sublimadas.

A aquella mujer que admiraba a María porque había dado a luz el más bello de los hijos de los hombres –“¡Feliz el vientre que te llevó y los pechos que te amamantaron!”-, Jesús le contestó que hay una maternidad espiritual mucho más importante producida en la virginidad de la fe y en la fecundidad de la gracia.

María no es solamente madre en sentido fisiológico. En la fe –que es receptividad fecundable por el Espíritu de Dios- es madre no solo de Jesús, sino Madre de Dios.

Es en esa maternidad sobrenatural, más allá de Adán y Eva -el varón y la mujer naturales-, junto con Jesús, que conforman al hombre nuevo de la nueva creación.

Por ello es allí donde María se hace también nuestra propia madre. Como a Cristo, también a nosotros María nos engendra en su ‘sí' al anuncio del don divino, a la Vida de Dios.

El seno de María no es la caja de Pandora ni el vientre de Eva cobijo de abeles y caínes. Ella es el frasco dorado de la verdadera esperanza: Cristo Jesús. Y, porque, con Él, debía ser la fundadora de la nueva estirpe de hijos de Dios, por eso el dogma de la Inmaculada Concepción nos dice que junto a Cristo y en orden a nuestra Redención, María siempre estuvo en gracia, Desde que se juntaron en un instante admirable los cromosomas de Joaquín y de Ana en un solo ser.

A partir de entonces, desde María, todos los hombres descendientes de Adán y de Eva, de Prometeo, de Epimeteo y de Pandora, tenemos la oportunidad, en la fe, de ser engendrados por Ella, por María, a la nueva Vida de Cristo.

El hombre viejo y el hombre nuevo, Adán y Jesús, son las dos opciones que tironean de nuestras vidas. Uno nos llevará a la muerte, el otro a la Vida.

Que María Inmaculada venza en nosotros a Adán, venza a Eva, venza al pecado, aplaste a la serpiente y a la muerte, y nos dé a luz a la Vida, en Cristo Jesús, para toda la feliz eternidad.

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