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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

1981. Ciclo A

33º Domingo durante el año

Lectura del santo Evangelio según san Mateo 25, 14-30
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos esta parábola: «El Reino de los Cielos es como un hombre que, al salir de viaje, llamó a sus servidores y les confió sus bienes. A uno le dio cinco talentos, a otro dos, y uno solo al tercero, a cada uno según su capacidad; y después partió. En seguida, el que había recibido cinco talentos fue a negociar con ellos y ganó otros cinco. De la misma manera, el que recibió dos ganó otros dos, pero el que recibió uno solo hizo un pozo y enterró el dinero de su señor. Después de un largo tiempo, llegó el señor y arregló las cuentas con sus servidores. El que había recibido los cinco talentos se adelantó y le presentó otros cinco. "Señor -le dijo-, me has confiado cinco talentos: aquí están los otros cinco que he ganado". "Está bien, servidor bueno y fiel -le dijo su señor-; ya que respondiste fielmente en lo poco, te encargaré de mucho más: entra a participar del gozo de tu señor". Llegó luego el que había recibido dos talentos y le dijo: "Señor, me has confiado dos talentos: aquí están los otros dos que he ganado". "Está bien, servidor bueno y fiel, ya que respondiste fielmente en lo poco, te encargaré de mucho más: entra a participar del gozo de tu señor". Llegó luego el que había recibido un solo talento. "Señor -le dijo-, sé que eres un hombre exigente: cosechas donde no has sembrado y recoges donde no has esparcido. Por eso tuve miedo y fui a enterrar tu talento: ¡aquí tienes lo tuyo!" Pero el señor le respondió: "Servidor malo y perezoso, si sabías que cosecho donde no he sembrado, y recojo donde no he esparcido, tendrías que haber colocado el dinero en el banco, y así, a mi regreso, lo hubiera recuperado con intereses. Quitadle el talento para dárselo al que tiene diez, porque a quien tiene se le dará y tendrá más, pero al que no tiene se le quitará aún lo que tiene. Echad afuera a las tinieblas, a este servidor inútil: allí habrá llanto y rechinar de dientes"».

Sermón


La verdad es que esta es una de esas parábolas de Jesús que necesitan permanente actualización, al menos en nuestro país. Fíjense que, por la época relativamente estable de Tiberio César Augusto, donde hay que ubicar nuestro relato, y que se prolonga, con diversas vicisitudes, hasta el período de inflación desbordante previo a Diocleciano y Constantino, las leyes romanas fijaban a los prestamistas un interés del 0,5 al 1 % anual. Los mismos judíos en sus reglamentaciones religiosas eran bastante severos al respecto.

Pero, aún teniendo en cuenta que eran judíos, y a estas leyes mucha atención no darían, para pasar de cinco talentos –suma considerable en la época: piénsese que todos los impuestos de Palestina alcanzaban por año a unos 600 talentos- a diez, el viaje del patrón hubiera debido durar, quedándome corto, unos siete u ocho años.

Imagínense, en cambio, un pobre tipo que hace ocho años, allá por el 73 hubiera recibido de su patrón cinco mil ‘palos' (1) -cuando el dólar valía 660 pesos y hoy devolviera, habiendo trabajado honradamente, a su patrón diez mil, valiendo el dólar 12.000 pesos, hubiera sido para matarlo. En cambio, sí el que recibió el único talento –mil ‘palos'- le hubiera contestado al patrón: “Señor, se que eres un hombre exigente: cosechas donde no has sembrado y recoges dónde no has esparcido. Por eso tuve miedo y no me dediqué a cosechar nada, ni a comprar ganado, ni a trabajar, ni a poner una industria, ni a hacer nada útil, sino que fuí y, a pesar de que alguien por ahí dijo que ‘no había que apostar al dólar', compré dólares y los enterré, aquí tienes ¡veinte talentos!” ¡Veinte mil palos! El patrón hubiera debido haber premiado a este limitado especulador.

¿Se dan cuenta? El pobre Jesús se hubiera quedado sin parábola. Resulta que los honrados trabajadores de cinco y dos talentos han quedado como estúpidos. El que lo enterró, bajo la protección de Jorge Washington, fue el único talentoso.

Y hasta el mismo patrón queda algo bobo, porque lo mejor que hubiera podido haber hecho es llevarse su plata, en el viaje, al extranjero. Porque los argentinos que, del 77 al 80, quisieron invertir su dinero en el país, se fundieron o corren el riesgo de quedarse pronto sin nada. En cambio, los que están bien son los que, en ese mismo período de tres años, colocaron su plata afuera. Solo en estos tres años se calcula en 15.000 millones de dólares la fuga de plata argentina al exterior. Esos -los que lo hicieron- sí que están bien.

El asunto es que no resulta fácil traducir la parábola a nuestras pautas. Lo cual, si faltaran otras señales, nos muestra cómo nos han puesto el país patas para arriba.

Pero, en fin, todos guardamos la nostalgia -no digo, lamentablemente, la esperanza- de tiempos mejores, donde lo que valía era el trabajo honrado, las ganas de producir, de hacer cosas, de progresar por medio del propio esfuerzo, de capacitarse estudiando, en un medio donde esa capacidad se reconocía, lo miusmo que la honestidad y el empuje personal. No el arte de especular, de hacer ‘trabajar la plata' -no trabajar uno-, de prenderse a las mamas del Estado, de tener un amigo militar, de conseguir un buen negociado o de ganar el Prode.

Pero la inflación ha tocado no solamente los valores monetarios, sino también los valores, humanos, morales y espirituales.

Se ha depreciado tanto la inteligencia de la gente, la preparación en escuelas y universidades, la capacidad artística, el arte verdadero, el buen decir, que cualquier mediocre valor pasa por un genio. Basta un poco de propaganda, y ya un salme se convierte en un genio, un desafinado en distinguido artista de la calle Corrientes, un gordo soez en un gran cómico, un destripador en un eminente cirujano, un repetidor de lugares comunes en un agudo periodista, un escribidor de sandeces eróticas en un ilustre literato, un Pérez Esquivel en un premio Nobel, una persona que se porta mediocremente bien en un santo.

En esto tengamos cuidado; porque, para Dios, la inflación no existe o, si existe aquí abajo, no es ninguna excusa para nuestra propia mediocridad. El que un católico medianamente cumplidor, en la chatura circundante y en la inmoralidad y estupidez del ambiente, se destaque como el tuerto en el país de los ciegos, eso no le valdrá delante de un Dios que le pedirá razón de los dos ojos que le ha dado.

Dios nos comparará no con nuestra vecina de al lado, ni con nuestro compañero de enfrente, ni con lo que leemos en los diarios y vemos en la televisión, sino que nos juzgará con la medida no envilecida ni inflacionada de Cristo, de su Evangelio y de los santos que nos pone por modelos.

Mal de muchos consuelo de zonzos.

Son épocas como esta, de inflación moral, de enanez intelectual y hasta de tergiversación del mensaje evangélico, cuando existen mayores razones para que los cristianos lúcidos aprovechen al máximo sus talentos.

Porque si hay algo que puede enderezar las cosas –en tanto es posible en esta tierra- y levantar a los pueblos y a los individuos, eso es, precisamente, el Cristianismo. Y poner en práctica esa solución -en forma de inversión de talentos de los cuales el Señor algún día nos pedirá cuentas- está en nuestras manos.

El que con su cinco, dos o un talento se encierre en sí mismo y lo único que haga es tratar de conservarlos incólumes en medio de la corrupción de este mundo que se desbanda, es como el soldado que en medio de una conmoción pública, guarda su espada solo para defenderse a sí mismo.

Es hora de sacar nuestros talentos cristianos a la luz, gritar bien fuerte, mostrar nuestros dientes y nuestras garras, blandir nuestro sable, poner todo lo que por gracia de Dios hemos recibido para hacernos santos a Su servicio, al servicio de la Patria, al servicio de nuestros hermanos.

En estos momentos borrascosos –y ¡guarda a los que se creen que valen poco!- no podemos prescindir ni aún de aquellos que han recibido un solo y único talento.

1 ‘Palo' es designación popular de un millón. Se trata de los llamados ‘pesos ley 18.188' que estuvieron en vigencia de 1970 a 1985. Época de inflación desbordada. Fueron cambiados por el ‘peso argentino', igual a 10.000 $ ley, que duró entre el 1983 y el 1985, reemplazado luego por el Austral (= 10.000 $a) y, finalmente, por el peso de nuestros días (2011), equivalente a 10.000 A.

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