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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

1989. Ciclo C

31º Domingo durante el año


Lectura del santo Evangelio según san Lc. 19,1-10
Habiendo entrado en Jericó, atravesaba la ciudad. Había un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de publicanos, y rico. Trataba de ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la gente, porque era de pequeña estatura. Se adelantó corriendo y se subió a un sicómoro para verle, pues iba a pasar por allí. Y cuando Jesús llegó a aquel sitio, alzando la vista, le dijo: «Zaqueo, baja pronto; porque conviene que hoy me quede yo en tu casa.» Se apresuró a bajar y le recibió con alegría. Al verlo, todos murmuraban diciendo: «Ha ido a hospedarse a casa de un hombre pecador» Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: «Daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo defraudé a alguien, le devolveré el cuádruplo» Jesús le dijo: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también éste es hijo de Abraham, pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido»

Sermón

          En la época del dominio egipcio, ptolemaico, sobre Palestina, el mismo faraón presidía los remates o licitaciones que se hacían para conceder la recaudación de impuestos de los diversos territorios que estaban bajo su férula. Se conserva el relato –hecho por el historiador judío Josefo - de uno de estos remates, en el 349 AC, célebre porque, precisamente, lo que se remataba era el cobro de las gabelas judías. Un tal José , sobrino del sumo sacerdote Onías II ( Honiyya ben Shimon ), se postula para el cargo de recaudador. Las sumas ofrecidas por los aspirantes rondan los ocho mil talentos. Suma fabulosa si se piensa que el riquísimo Egipto producía en impuestos alrededor de 15.000 talentos. En medio de la puja, de pronto, José se levanta y alzando la voz exclama: “ Están insultando al rey con sus propuestas ridículamente bajas. Yo ofrezco el doble: 16000 talentos. ” Por supuesto ganó la licitación.


Ptolomeo III

Los que no estuvieron tan contentos, en cambio, fueron sus connacionales. Tanto más que, en realidad, Onías II había enviado a su sobrino a Alejandría, pagándole el costoso viaje, para tratar de conseguir del faraón, Ptolomeo III Evergetes , una quita en los impuestos que ya se hacían gravosísimos de pagar. La vuelta del pícaro judío, pues, no se hizo en medio de ningún festejo. A él poco le importó. Con el apoyo de tropas egipcias y una guardia de mercenarios que él mismo manejaba se dedicó a esquilmar prolijamente a sus compatriotas, no dudando en condenar a muerte y confiscar sus bienes a unos cuantos remisos en el pago. Así hizo una inmensa fortuna que, si le sirvió para mitigar el odio que inspiraba su persona, si sirvió para que su descendencia ocupara lugar preeminente, luego, en el desarrollo de la historia judía. Tiempo y plata es el mejor detergente para transformar apellidos de dudoso origen en ilustres.

Los romanos continuaron con esta costumbre de rematar por una suma fija el cobro de impuestos. Los contratistas se llamaban ‘ publicanos' y sus puestos sumamente ambicionados. Entre los romanos, al principio, en la época de la república, solo los obtenían los caballeros, categoría social que seguía a la de los senadores. Más tarde, durante el imperio, se prefirieron de publicanos gente del país que, conociendo mejor las costumbres autóctonas, eran más capaces de descubrir a los evasores.

Estos publicanos empleaban y tenían bajo su control una cantidad de empleados subalternos llamados ‘ exactores' que se ocupaban del trabajo más directo. En lugares muy poblados para poder hacer frente a las ingentes cantidades que tenían que entregar al Estado se federaban en sociedades accionistas –‘ societates publicanorum '–. Y, como las sumas que tenían que entregar al fisco eran fijas y altas, para poder quedarse con ganancias tenían que exprimir al máximo a la población. El sistema pues se prestaba a toda clase de abusos, vejaciones, fraudes y rapiñas. Es claro que personaje semejante había de ser cordialmente aborrecido por todos sus semejantes.

En Israel la cosa era aún peor, no solo por la notoria xenofobia de ese pueblo, sino porque, el de publicano, era un oficio que privaba al que lo ejercía de sus derechos cívicos y políticos judíos. No podían ser jueces ni prestar testimonio en juicios; si habían formado parte de una comunidad farisea eran expulsados de ellas; estaba prohibido aceptar su dinero o su limosna. Su nombre era un insulto. En la literatura de la época lo encontramos siempre asociado a calificativos de delincuentes, por ejemplo, leemos: ‘ladrones y publicanos'; ‘publicanos y pecadores'; ‘publicanos y prostitutas'; ‘tramposos, estafadores y publicanos';' asesinos ladrones y publicanos'. Esas eran las frecuentes asociaciones a ese nombre.


Ruinas de Jericó

Si había un lugar en Palestina donde hacer enormes ganancias recaudando impuestos era Jericó : lugar de tránsito, convergencia y aduana de las caravanas de mercaderes entre Palestina y Transjordania. Ya no se trata de la vieja Jericó de la época de Josué, tapada entonces por la arena, sino una nueva, construida por Herodes a dos kilómetros de la antigua y con toda la fastuosidad, al modo griego, de las construcciones herodianas. Las excavaciones modernas han encontrado, de la época de Jesús: palacios, casas de campo, acueductos, termas, hipódromos, anfiteatro.

No bastaba pues, allí, un solo concesionario: varios publicanos asociados, con un numeroso grupo de exactores y cobradores a sus órdenes, se repartían el botín fiscal.

El ‘más malo', el presidente de todos ellos, el jefe, era Zaqueo , de pequeña estatura –dice delicadamente el evangelio–. (‘El enano ladrón' –decían a sus espaldas sus convecinos y seguramente también sus socios–).

Pero el tipo tuvo curiosidad de ver a Jesús y, como no tenía ninguna imagen que preservar, no dudó en subirse a una higuera para poder mirar cómodo.

El escándalo de los fariseos no habrá sido tan grande como la sorpresa de Zaqueo cuando se vio anfitrión inesperado del Señor.

La moraleja es clara: si es capaz de convertirse lo peor de lo peor -un publicano- no hay pecador, por más grande que sea, incapaz de ser convertido. Los evangelios nos hablan a cada rato de esa prédica de Jesús precisamente en medio de la carroña de la sociedad y no entre la ‘gente bien'. Y junto con el caso de la prostituta convertida, este de Zaqueo conforman los colmos de esa capacidad de conversión que conserva todo corazón humano aún en medio de la más honda corrupción.

Lo interesante es que cuando Lucas nos trae este evangelio está escribiéndolo ya pensando en sus lectores cristianos.

Me explico: Jesús, ciertamente, predicó a pecadores y marginados; pero, cuando Lucas escribe su evangelio, lo está haciendo pensando en cristianos ya supuestamente convertidos. No está apuntando a publicanos que puedan oír o leer su escrito. Está pensando más bien que lo van a leer gente, digamos, ‘como nosotros'. No mazzorines o Gracielas Borges. Y lo hace no tanto para que sepamos que también Jesús es capaz de convertir al mismísimo Mazzorin o a Graciela sino, antes que a nadie, que también es capaz de convertirnos a nosotros .

Porque se da el caso, lo decíamos en pasados domingos, que la comunidad de Lucas –ya de la segunda o tercera generación cristiana– ha sufrido el mismo desgaste que sufre todo cristiano en medio del mundo y de sus acomodos y de sus tentaciones.

Este ambiente que tiende, si no volvernos al pecado, sí a sumergirnos en la mediocridad, en la chatura. Cristianismo sin nervio, sin entusiasmo, conviviendo con defectos e imperfecciones, acomodado, gordo, con rollos y cómodo, sin impulso de santidad, sin vuelo, adocenado, enano.

Y casi parece más difícil movernos de la mediocridad que salir del pecado. A nosotros, petizos de espíritu, nos dice Lucas: ‘todavía es posible hacerse santos' –sin salir de nuestras cosas, como hizo Zaqueo que siguió siendo publicano, pero honesto–. Lo que hay que salir es de la chatura, subirse a un árbol, hacerse invitar por Cristo y no dejarlo en la capilla, en la Iglesia o en un rincón cualquiera de mi día o de mi vida, sino alojarlo en casa y llevarlo conmigo siempre, en mi trabajo, en mis estudios, en mis ideales y en mis flaquezas, y dejarme transformar por Él.

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