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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

1985. Ciclo B

29º Domingo durante el año

Lectura del santo Evangelio según san Marcos     10, 35-45
Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, se acercaron a Jesús y le dijeron: «Maestro, queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir» El les respondió: «¿Qué quieren que haga por ustedes?» Ellos le dijeron: «Concédenos sentarnos uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, cuando estés en tu gloria». Jesús le dijo: «No saben lo que piden. ¿Pueden beber el cáliz que yo beberé y recibir el bautismo que yo recibiré?» «Podemos», le respondieron. Entonces Jesús agregó: «Ustedes beberán el cáliz que yo beberé y recibirán el mismo bau­tismo que yo. En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes han sido destinados» Los otros diez, que habían oído a Santiago y a Juan, se indignaron contra ellos. Jesús los llamó y les dijo: «Ustedes saben que aquellos a quienes se considera gobernantes, dominan a las naciones como si fueran sus dueños, y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos. Porque el mismo Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud»

Sermón

Es curiosa la ironía con que Marcos elige las palabras que pone, en boca de Jesús para referirse a la autoridad. Pero nuestra traducción -“Aquellos a quienes se considera gobernantes”- no tiene la fuerza del griego original: los “docoûntes árjein”, porque ‘docoûntes’ es más peyorativo que meramente ‘considerados’, quiere más bien decir ‘los que tienen apariencia’, los que ‘parecen’ e incluso los que ‘fingen’ o ‘simulan’. Y en cambio el término ‘árjein’ es más positivo que ‘gobernante’ porque quiere decir no cualquier gobernante sino el que gobierna ‘en serio’: ‘el que va al frente’, ‘el primero’, ‘el que guía y muestra el camino’.
La frase de Marcos, pues, habría que traducirla más bien así: “los que tienen la apariencia’ o ‘fingen de ser los que guían”. Porque, desde el comienzo, la perícopa de hoy nos introduce en el mundo de la ‘apariencia’ que Jesucristo detesta pero que los discípulos, por lo menos en esa época, antes de la Pasión, parecían tanto ambicionar.
Déjanos estar al lado tuyo en tu gloria”. Y la palabra ‘gloria’, que hoy a nosotros nos suena corregida, porque entendemos ‘gloria’ como el estado escatológico, resucitado, celestial de Jesús -como en parte ya lo entendía Mateo cuando en lugar de gloria escribe “cuando estés en tu reino”-, en realidad aquí, en su sentido original, primitivo, nos habla también de ‘apariencia’ “Déjanos estar al lado tuvo en tu ‘doxa’” es el vocablo griego utilizado. Y ‘doxa’ en el mejor de sus significados quiere decir, como mucho, ‘fama’. Porque tiene el mismo origen del término ‘docoûntes’, de ‘dokeo’ ‘parecer’. Y si bien como hemos dicho puede significar ’fama’, ‘reputación’, suele significar ‘ilusión’, ‘opinión’, ‘imaginación’, ‘apariencia’. Platón, precisamente, contrapone la ‘doxa’, ilusión engañosa de los sentidos, a la ‘episteme’; al conocimiento científico, verdadero.
Y fíjense que, por eso, nosotros decimos que la vida de Cristo es no ‘doxa’, apariencia, sino ‘para doxa’, ‘lo que se enfrenta a la opinión’, ‘contra la apariencia’, porque ‘paradojalmente’ es a través de lo que en apariencia es fracaso y muerte –la copa que debía beber, el bautismo con el cual debía ser bautizado- que el Señor es conducido a la verdadera gloria de Su Reino.
Pero los discípulos viven todavía en la vana apariencia de la ‘doxa’. Lucas, cuando relata esta misma escena carga todavía más las tintas: con menos humor, más directamente, dice los que tienen poder gustan ser llamados ‘euergétai’. ‘Evergetes’, como efectivamente se llamaron tantos reyes helenos en la historia, es decir ‘eu’ buenos, ‘érgetai’ obradores, buenos obradores o bene-factores.
Pero, de hecho, como dicen tanto Marcos como Lucas, a pesar de estas apariencias y de estos títulos con los cuales ya en aquel entonces se hacían propaganda estos personajes, lo que hacen de hecho no era guiar, sino dominar, ‘katakirieuousin’, con sentido de ‘esclavizar’, ‘explotar’. Y los ‘megaloi’, los ‘grandes’, los peces gordos, ‘katexousiázousin’, les quitan la libertad, la iniciativa. De ‘ex eimí’, ‘provenir de’. El término quiere decir exactamente: les pisotean ‘lo que les sale de adentro’, de su propia iniciativa, no de lo que otros les ordenan usándolos.

Como Vds. ven el texto evangélico no puede ser más crítico e irónico con respecto a las autoridades de su época. Y, sin embargo sería un disparate afirmar que el evangelio propugna una no se cual teoría democrática o igualitaria o anarquista. Lejos de ello el evangelio no quiere sino restituir a la autoridad su verdadera dignidad. Se burla solo de las deformaciones o de su utilización perversa.
Porque la autoridad, como todo bien humano, pero especialmente ella, viene signada en el hombre por una doble ambigüedad. En el que ha de obedecer, un instinto primario de rebeldía, que la hace siempre ver como odiosa, opresora. En el que manda, una especie de vértigo que le lleva, por un lado, a abominar toda resistencia aún legítima a su mandar y, por otro, a querer cada vez más y más poder.
Doble ambigüedad que toca siempre, en mayor o menor medida, aún al legítimo ejercicio de la autoridad y del poder. Porque la ‘voluntad de poder’ –‘der Wille zur Macht’- que Nietzsche coloca en el corazón del ‘hombre superior’ –el Übermensch- y Adler, discípulo de Freud, como el verdadero meollo de la libido de todo hombre, es una realidad que la Sagrada Escritura y la teología cristiana habían ya señalado como una de las tres concupiscencias tendencialmente pecaminosas con las cuales nace todo ser humano y que solo la virtud, la ley, la compulsión y la gracia pueden morigerar, pero de ninguna manera eliminar.

Porque, en efecto, para que estas tendencias de insumisión, dominio, libertinaje –Wille zur Macht- que anidan en el corazón de todo hombre no provoquen el caos y la subversión, se necesita el juego equilibrado de estos mencionados cuatro factores: virtud, ley, coacción y gracia.
La ‘virtud’ es lo que ordena según razón en cada hombre los impulsos innatos desordenados, dándoles categoría humana, nobleza, justicia y, aquí, libertad y humildad en el obrar.
La ‘ley’ son los patrones o normas ejemplares que han de ajustar armónicamente el actuar de individuos y pueblos. Normas que, en última instancia, han de abrevar su sustancia del orden superior querido por Dios. Más allá de los diez mandamientos, cuánto más ignorancia o rechazo de ese orden superior y menos virtud, más leyes debe haber.
La ‘coacción’ es la vara o la espada -o, más prosaicamente, la multa- en manos de la autoridad. Coacción necesaria para ordenar desde afuera a los que no están ordenados desde dentro y para ayudarnos a todos –que todos estamos signados por el pecado original a vivir de acuerdo a razón y amistad civil. También aquí cuanto menos virtud en los ciudadanos y menos respeto a la ley, más coacción ha de haber.
Y, finalmente, la ‘gracia’, -la gracia santificante y la sanante, sin las cuales se hace arduo y casi imposible el conocimiento de la ley recta, la virtud y su ejercicio-. Dinamismo divino necesario para que el ejercicio de cualquier superioridad se haga tal cual hoy lo señala Cristo, como una ‘diaconía’, como un acto de servicio a Dios y a los demás. Y, también, para que el ejercicio de la obediencia no sea sumisión esclavizante, sino libre adhesión al orden, al saber divino y al amor a los demás.

Cuando no existen estas cosas, cuando la ‘virtud’ es denigrada y burlada y destruida por la televisión, la novela, el mal ejemplo, la educación ’liberadora’ y freudiana, el individuo queda prisionero de sus instintos y de sus odios y, a través de ellos, manejado por agitadores de masa o tiranuelos de turno o vendedores de falsos paraísos de placeres y de consumo.
Cuando la ‘ley’ pierde su referencia al Absoluto y, por odio a toda superioridad verdadera, busca legitimidad desde el abajo democrático y se transforma así en el mecanismo anárquico de la voluntad de funcionarios y pseudolegisladores, la persona se pierde en la maraña burocrática y legalista confusa y se desalienta el ingenio y asume poder y coimas el inútil. Maraña de leyes que importan un pito al malo y al de arriba, o sirve para montar parodias de justicia.
Cuando se quita ‘poder coactivo’ al orden y se desarma a los buenos, se desmantela a los ejércitos y se paraliza a la policía, mientras se arman a toda prisa los delincuentes y el enemigo. Cuando, en lugar de ‘gracia’ –fe, esperanza y caridad cristianas- se transforma el poder en fuente de privilegios y de riqueza, sin sentido de servicio ni de sumisión a leyes superiores, arrebatiña de puestos, de dietas y de pensiones, multiplicación de ducados y marquesados, puestos y empresas del Estado que ya no son servicio sino, como dicen hoy, ‘fuentes de trabajo’, estructuras que bajo la apariencia, la ‘doxa’ de beneficiar al pueblo, la actuación de falsos ‘evergetes’, se estrangula finalmente a la nación.

Cuando sucede todo eso, la ironía de Marcos se transforma, para nosotros, en cruel y trágico presagio.
Porque, quizá, lo único que ahora nos resta a los católicos sea unir a los pocos que quedan preparados y dispuestos para cuando llegue el momento de librar la última batalla, quizá sin demasiadas esperanzas de victoria, pero en carga gloriosa que nos lleve a beber el cáliz y ser bautizados en el bautismo paradójico de verdadera Gloria del Señor.

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