INICIO

Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

1972. Ciclo A

29º Domingo durante el año
(GEP, 22-10-72)

Lectura del santo Evangelio según san Mateo 22, 15-21
En aquel tiempo: Los fariseos se reunieron para sorprender a Jesús en alguna de sus afirmaciones. Y le enviaron a viarios discípulos con unos herodianos, para decirle: "Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas con toda fidelidad el camino de Dios, sin tener en cuenta la condición de las personas, porque tú no te fijas en la categoría de nadie. Dinos qué te parece: ¿Está permitido pagar el impuesto al César o no?" Pero Jesús, conociendo su malicia, les dijo: "Hipócritas, ¿por qué me tendéis una trampa? Mostradme la moneda con que pagáis el impuesto". Ellos le presentaron un denario. Y él les preguntó: "¿De quién es esta figura y esta inscripción?". Le respondieron: "Del César". Jesús les dijo: "Dad al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios".

Sermón

La Conferencia Episcopal Argentina acaba de entregar a la prensa una declaración sobre actualidad político-social del país. No la he leído aún, ni se si tendré tiempo para hacerlo. Las ‘actualidades' nacionales son tan fugaces en esta nuestra pobre patria que cualquier documento o declaración sobre éstas queda superado y envejecido a los dos días. No es, por otra parte, con declaraciones como se van a arreglar los problemas argentinos.

Pero pareciera que este vicio de las declaraciones fuera hoy uno de los deportes favoritos de todo el mundo, fuera y dentro de la Iglesia. Vivimos en el mundo mágico de la palabra: kilómetros de cotidiano papel impreso, kilociclos y bandas de todos los metros atestadas, ni un solo centímetro cuadrado de frente limpio desprovisto de su correspondiente cartel o frase. Hasta es necesario lanzar al espacio satélites para que atrapen las palabras que quieren escaparse a la estratósfera y las devuelvan para envenenar la tierra.

¡Ah, si por un tiempo, al menos unas horas por día, fuera posible que se cumpliera el ‘Prohibido fijar carteles! O, mejor: ¡Prohibido hablar! ¡Prohibido hacer declaraciones!

Claro que hay declaraciones que vale la pena sean dichas y ser citadas. Pero ¿cuáles, cuántas, dónde, cuándo? ¿Quién nos va a ayudar a discernir cuándo debemos escuchar, cuándo hablar, a quién prestar atención, cuándo apagar el dial?

¡Si ni siquiera en la Iglesia sabemos hoy cuándo debemos oír y cuándo no! ¡Qué de voces confusas! Aún de clérigos; aún de obispos.

¿Cuántas veces, aún dentro de la Misa, en una u otra ocasión, algún curita no nos ha desconcertado con opiniones aventuradas? O, sin acertar a definir por qué, nos ha dejado con la vaga inquietud de que sus palabras poco tenían que ver con su misión sagrada.

¿Y no es frecuente, acaso, el sacerdote que convierte su púlpito en tribuna política y, con entonaciones de mitín, nos endilga su política perorata?

¿Qué pensar de todo esto? Sobre todo cuando, ante nuestro asombro, la jerarquía no toma ninguna medida punitiva. Ni siquiera, al parecer, cuando, detrás de la oratoria, vienen las actividades subversivas, el secuestro, la metralleta y la bomba.

En fin…

Todo esto está íntimamente unido a esa pregunta que tantas veces se suscita: la Iglesia ¿debe o no meterse en política?

Y muchos, quizá, espontáneamente, querrían que yo respondiera: ‘no, la Iglesia no debe meterse en política'. Acompañando la afirmación con la frase que leímos recién en el evangelio: “Dad al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios”.

Pero la respuesta no es tan fácil; ni puede ser tan tajante.

Porque lo que hay que decir es lo siguiente: la Iglesia solo debe meterse en política según su competencia. El sacerdote no debe hablar de política sino cuando es necesario y corresponde. No es que ‘nunca' deba tocar cuestiones políticas; sino que no debe meterse mal y equivocadamente en ellas. Y no debe absolutamente, de ninguna manera, rebajar su mensaje a la baja politiquería.

Y aclaremos. El hombre, aún como animal social, está destinado primaria y fundamentalmente a la eternidad. Todo su quehacer terreno solo tiene sentido en orden a esta meta. Nunca, por ende, sus actividades terrenales son plenamente independientes de este su destino eterno y de allí -porque a la Iglesia le compete como misión el curar y velar por la salvación eterna del hombre y su plenitud sobrenatural- le tocará, también, a veces, indirectamente, pronunciarse con respecto a aspectos temporales y terrenos de la vida social del hombre. Pero solo si el actuar de los poderes civiles –a quienes compete regular estos aspectos- dificultan o favorecen esta eterna salvación.

Por eso, por ejemplo la Iglesia se mete lícitamente en política cuando declara inmoral el comunismo por pervertir de tal manera el orden natural de la sociedad que entorpece gravísimamente el actuar cristiano que se apoya justamente en este orden. O también cuando reprueba al liberalismo, por dar rienda suelta a la inmoralidad, a la opinión subjetiva, al indiferentismo religioso o ideológico, que dificulta el encuentro del ciudadano con la verdad.

Más aún: no los detalles de la acción o de los sistemas políticos, pero sí las grandes pautas de la política –que no son sino parte de la moral natural y cristiana permanentemente válida- están normadas por la Iglesia en el cuerpo doctrinal formidable del magisterio político de los Papas. Todo cristiano que quiera conducirse rectamente en sus opciones políticas o tenga alguna influencia real dentro de la sociedad -y no hablo del engaño del voto, por supuesto- tiene el estricto deber de informarse de este magisterio, a menos que no quiera ser sino un improvisado cultor de opiniones de moda, sosteniendo, a veces sin darse cuenta, posiciones radicalmente antagónicas con el mensaje católico.

Scan1.jpg

Y que eso pasa hoy es evidente. La ignorancia lleva a muchísimo católicos a alinearse de buena fe en soluciones aparentes de espléndida fachada pero interior deletéreo. Y tanga cuidado sobre todo los padres: que la generosidad propia de la juventud de sus hijos exigida por el magnetismo de los falsos profetas –vestidos incluso de sotana- no los extravíe a empujar carros movidos por los enemigos de Cristo.

Y en cuanto a los curas que se meten en menuda política, en cacicazgos de comité, digamos, claramente, que lo hacen abusivamente y en nombre propio, no de su condición sacerdotal. La actividad política concreta dentro de la Iglesia, compete al laicado no al sacerdocio. Y ningún clérigo puede abusar de su función para exigir a los laicos la toma de ninguna opción política concreta y, menos, so pretexto de falso amor a los pobres. “A Dios lo que es de Dios, al César lo del César”.

Y, si pretende hacerlo, si transforma su sacerdocio y su religión en política y su amor a Dios y a los hombres en promoción socialista, nadie está obligado a escucharle; cualquiera puede interrumpir su sermón; cualquiera puede y debe sacar a sus hijos de su catecismo y de su escuela.

Menú