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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

1990. Ciclo A

28º Domingo durante el año
(GEP, 14-10-90)

Lectura del santo Evangelio según san Mateo 22, 1-14
En aquel tiempo: Jesús habló otra vez en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo, diciendo: «El Reino de los Cielos se parece a un rey que celebraba las bodas de su hijo. Envió entonces a sus servidores para avisar a los invitados, pero éstos se negaron a ir. De nuevo envió a otros servidores con el encargo de decir a los invitados: "Mi banquete está preparado; ya han sido matados mis terneros y mis mejores animales, y todo está a punto: venid a las bodas".Pero ellos no tuvieron en cuenta la invitación, y se fueron, uno a su campo, otro a su negocio; y los demás se apoderaron de los servidores, los maltrataron y los mataron. Al enterarse, el rey se indignó y envió a sus tropas para que acabaran con aquellos homicidas e incendiaran su ciudad. Luego dijo a sus servidores:"El banquete nupcial está preparado, pero los invitados no eran dignos de él. Salid a los cruces de los caminos e invitad a todos los que encontréis". Los servidores salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, buenos y malos, y la sala nupcial se llenó de convidados. Cuando el rey entró para ver a los comensales, encontró a un hombre que no tenía el traje de fiesta."Amigo -le dijo-, ¿cómo has entrado aquí sin el traje de fiesta?" El otro permaneció en silencio. Entonces el rey dijo a los guardias: "Atadlo de pies y mano, y arrojadlo afuera, a las tinieblas. Allí habrá llanto y rechinar de dientes". Porque muchos son llamados, pero pocos elegidos».

Sermón

Una de las ciudades más extraordinarias de la antigüedad fue Alejandría. Fundada en la desembocadura del Nilo por Alejandro Magno, luego de su conquista de Egipto, en el año 332 AC, se había convertido prontamente en una metrópolis espléndida. La población había aumentado con rapidez. A los elementos locales se agregaron otros provenientes de todas partes, entre los que cabe destacar, especialmente numerosos, a los hebreos. Es allí donde irá José a refugiarse, en la niñez de Jesús, frente a las amenazas de Herodes. Es allí, y para los judíos residentes, que se traducirá la Biblia al griego en la célebre versión de los Setenta. Junto con Pérgamo, Rodas y Atenas, centros comerciales y culturales helénicos sin parangón en el mundo antiguo, Alejandría, plantada en medio de una de las civilizaciones más antiguas del mundo, se había convertido, ya a fines del siglo III AC, en foco de irradiación del espíritu griego.

            Pero Alejandría había obtenido el beneficio de una dinastía especialmente interesada por la cultura y la ciencia, la de los lágidas, iniciada a la muerte de Alejandro Magno por Ptolomeo Lagos, uno de sus generales. Su sucesor, Ptolomeo I Soter, inspirado por un pensador de la escuela aristotélica, peripatética, Demetrio de Falero, que por razones políticas había debido refugiarse, fugitivo de Atenas, en Alejandría, quiso fundar en esta ciudad algo semejante al Peripato, a la Universidad aristotélica de Atenas. Y, para ello, reunir, en una gran institución, todos los libros y todos los instrumentos científicos necesarios para la investigación. Se proponía así suministrar a los estudiosos del mundo heleno un material que, no pudiéndolo encontrar en ninguna otra parte, los induciría a venir a Alejandría. De esta manera nace el Museo que significa "institución consagrada a las Musas", que eran las protectoras de las actividades intelectuales y, también, la Biblioteca. El primero -el Museo- ofrecía todos los aparatos necesarios para las indagaciones médicas, biológicas, astronómicas. La segunda brindaba toda la producción escrita de la literatura y el pensamiento griego. Con Ptolomeo II la Biblioteca llegó a la inmensa cantidad de 500.000 libros, por supuesto todos manuscritos, que fué aumentando paulatinamente hasta los 700.000 y constituyó la más grandiosa reunión de libros del mundo antiguo. Estratón, Zenodoto, Apolonio de Rodas, Eratóstenes, Arístides de Bizancio, Apolonio Eidógrafo, Aristarco de Samotracia, fueron algunos de los gloriosos directores de la Biblioteca. El Museo, en cambio, atrajo matemáticos, astrónomos, médicos, geógrafos, los cuales manifestaron en el ámbito de esta institución lo mejor que haya producido la antigüedad.

            Alejandría, tomada por los romanos, por Octavio, después de Cleopatra y su Marco Antonio, a pesar del incendio ocasional de parte de la Biblioteca que se produjo cuando la escuadra egipcia sitió a Julio Cesar continuó siendo más famosa por ser faro intelectual del imperio que por el faro de su puerto, una de las siete maravillas de la antigüedad.

            Biblioteca y Museo continuaron enriqueciéndose. Cuando arribó el cristianismo, los primeros grandes teólogos de la Iglesia surgieron de las aulas alejandrinas: Clemente Alejandrino, Orígenes, Panteno, Ammonio, Dionisio, Atanasio, Dídimo el ciego, Teófilo, Sinesio, Cirilo, y tantos otros. Los Patriarcas Arzobispos de Alejandría alcanzaron un prestigio que los rivalizaba con los de Constantinopla, Roma y Antioquía. El "faraón cristiano" le llamaban. Y Museo y Biblioteca crecían, ahora con la ciencia fecundada por el cristianismo de los nuevos pensadores e investigadores de la Iglesia. La biblioteca de Alejandría era el depósito de sabiduría de siglos y siglos de investigación, el acopio más increíble de literatura, pensamiento, arte y ciencia, del hombre y del cristianismo.

            Pero, en el año 641, se comete uno de los actos más bestiales que haya escuchado jamás la historia de la humanidad. Todo ese tesoro manuscrito y reunido con infinito trabajo por generaciones, va a parar a las calderas de las termas de Alejandría y las alimenta a todo fuego durante días y días.

            Los autores de tan nefando crimen son un grupo fanático de analfabetos que, como surgidos de la nada, del desierto, aprovechando la indefensión del imperio exhausto por su lucha contra persas, búlgaros y vándalos, se han desparramado como langostas voraces por todo el imperio romano cristiano de Oriente.

            Brigadas de viejos veteranos cristianos oponen a esta invasión, en Egipto, una resistencia heroica y solo tras siete meses de asedio a una fortaleza de las afueras de Heliópolis, se abre el camino a Alejandría, que también tras largo sitio ha de rendirse. El ejército del desierto, liderado por el jeque 'Amr entra boquiabierto en la ciudad, entre el aplauso entusiasta de los judíos y algunos herejes monofisitas. 'Amr dicta a un escriba alejandrino una carta para su jefe, el Califa Omar: "Esto es increíble: aquí hay más de 4000 palacios, 400 baños termales, 400 teatros". Cuando ingresa a la famosa biblioteca de Alejandría se queda sin respiración: él que jamás había visto un libro en su vida, se enfrentaba ahora con centenares de miles de volúmenes. Manda otro mensaje a Omar preguntándole qué tiene que hacer con todo eso. Omar, que era tan analfabeto como él, le manda contestar: "Si esos libros concuerdan con el del Profeta, entonces son superfluos y no vale la pena conservarlos; si no concuerdan, son dañinos y por lo tanto es necesario destruirlos". Así es que 'Amr, los distribuyó a los 400 baños termales de la ciudad como combustible para sus calderas. Manuscritos de Sófocles, Esquilo, Polibio, Tito Livio, Tácito, e infinidad de libros científicos, literarios, filosóficos y teológicos, se perdieron definitivamente para la humanidad entre las llamas.

            ¿Quienes eran estos salvajes?

            En una región olvidada del mundo antiguo, pero ubicada como una cuña en el medio de las dos grandes civilizaciones de entonces: la del imperio romano de oriente, Bizancio y la del imperio Sasánida, Persa, que se extendía desde el Irak, pasando por Irán hasta parte de la India, se encontraba y se encuentra uno de los territorios más dejados de la mano de Dios que existan en la tierra: la península arábiga. Tristeza y desolación. Sólo algunas aldeas miserables situadas en las encrucijadas de caravanas rompen la monotonía de un paisaje triste, aterrador. Y en las cercanías del mar, pocas y exiguas, algunas aglomeraciones urbanas.

            Solamente en el Sur, el Yemen, por su especial régimen de lluvias, soporta una población estable más o menos importante. El resto del territorio apenas aguanta el pastoreo de ganado menor, en las proximidades de los oasis. Por allí viven, distribuidos en la inmensidad del territorio, innumerables tribus de beduinos trashumantes. Su religión: una confusa mezcla de supersticiones adivinatorias y ritos mágicos en donde no faltaban los sacrificios humanos, la adoración a los astros y el culto de los betilos -bet, morada, Il o El, cielo- o piedras sagradas. Analfabetos, rústicos, sin nada que en ningún dominio del arte o de la técnica pudiera llamarse cultura, excepto una aptitud notable para la poesía, que recitada y memorizada constituía una de las pasiones del árabe. Pueblo belicoso y salvaje, dedicado al robo y a la rapiña para poder sobrevivir, solo los vinculaba, además de los lazos tribales de sangre, la afluencia periódica al gran santuario de la península: La Meca, en la estratégica intersección de las rutas de caravanas que iban de este a oeste y de sur a norte, y con un punto de afloración de agua llamado Zamzam. Muy tempranamente se dio culto al genio de esa fuente y a una piedra meteórica, un betilo, de color más bien rojizo diferente de todos los minerales del entorno y que despertaba supersticiosa atención: muy probablemente un aerolito Y así afirmaba la tradición: que esa piedra -aunque rojiza llamada Piedra Negra- había caído del cielo. En algún momento difícil de precisar se construyó allí un edificio cúbico, llamado la Kaaba -que quiere decir cubo- que incluyó a la Piedra Negra en una de sus paredes y donde se fueron juntando infinidad de ídolos representando las diversas divinidades que las tribus beduinas propiciaban. Pero las divinidades más importantes de la Kaaba eran tres: la madre tierra, la luna, y el cielo, en árabe Alláh.

            Se había tomado la costumbre de peregrinar anualmente a ese santuario que, además de enriquecer a la tribu Coraichita encargada de cuidarlo, se iba convertido así en símbolo de la precaria unidad de la familia árabe.

            Pero en el siglo VI no son solamente árabes los que habitan la península. El cristianismo se ha implantado fuertemente en las ciudades costeras. El Yemen se ha convertido a Cristo.

            Las tribus nómades en cambio son más difíciles de alcanzar por el mensaje evangélico. Empero los monjes cristianos que se instalan en las proximidades de los oasis, ofreciendo hospitalidad y sabiduría, impresionan fuertemente a los beduinos.

            En la Meca, en Ta'if y, sobre todo en Medina, muchos árabes se convierten al cristianismo.

            Pero hay otros poderosos grupos asentados en ese territorio. En la después llamada Medina, por ejemplo, la tercera parte de los grandes oasis, es decir de las tierras cultivables que rodeaban a la ciudad, pertenecían a los judíos. El resto se lo arrendaban a sus propietarios árabes y se hacían trabajar todas esas tierras por agricultores yemenitas y árabes de las tribus Aws y Jazray a quienes, para mantener dominadas, los judíos hacían enfrentar periódicamente avivando sus discordias.

            De la presencia judía en arabia habla la leyenda árabe y fuentes eclesiásticas: Se registra a un rey himyarí, judío, Du Nuwas, que, a fines del siglo V, en el sur de arabia, perseguía a los cristianos de Nayran. En el transcurso de la persecución una de las iglesias fué incendiada con el obispo, los monjes y los laicos que se encontraban en ella encerrados dentro, después de lo cual fueron pasados a cuchillo trescientos cuarenta notables cristianos de lugar, luego declarados mártires. Una carta de Simeón, obispo cristiano de Bet Arsa, se hace eco de las intrigas de los rabinos de Tiberíades, que enviaban cada año a algunos de sus miembros para suscitar desórdenes entre los cristianos del reino de Himyar.

            Pero donde nacerá el islamismo, en el Hedjaz, allí, desde el oasis judío de Taymah al norte, pasando más al sur por el oasis también judío de Fadak, el valle del Wadil-Qurá colonizado por judíos, hasta Medina, más de la mitad de la población es judía. Además de la agricultura y de las actividades comerciales que practicaban, entre ellas el comercio de esclavos, el Corán reprochará luego a los judíos su papel de banqueros y la práctica de la usura.

            Como decíamos, sin embargo el cristianismo se iba difundiendo rápidamente sobre todo en las grandes ciudades. Y las fuentes árabes hablan de una Iglesia grande y hermosa en Sana la cual, visitada por multitud de árabes, competía con la Kaaba en La Meca como centro de peregrinación.

            Pero los judíos no podían permitir que este enclave de reservas frescas de soldados y ruta comercial privilegiada entre Etiopía y Bizancio y los Persas, enfrentados entre si, cayeran en manos cristianas.

            La conversión al judaísmo, por motivos étnicos y por la dificultad de asimilación de los complejos rituales y costumbres farisaicas, era de difícil aceptación tanto para los judíos, que consideraban su religión como privilegio de raza, como para los árabes, especialmente independientes frente a toda ley.

            Al mismo tiempo, como dijimos el domingo pasado, era necesario vacunar a los árabes contra el cristianismo, dándoles algo más resistente que el confuso paganismo que sustentaban y que, por experiencia, los judíos sabían que era fácil presa del luminoso mensaje de Cristo.

            Se trataba pues de forjar una religión de pocos y definidos rasgos, mínimas exigencias, crítica explícita y burda al cristianismo y algunas verdades evidentes y atractivas capaces de ser asimiladas por el más obtuso de los mortales.

            Es el primer intento judío de crear una religión que pueda servir a toda la humanidad, reduciendo a un común denominador todas las religiones. Antes de la ONU, de la masonería, es un primer querer llevar a las masas a una 'ekumene', catolicidad, distinta de la cristiana.

            Quizá un prosélito judío -como sostienen importantes investigadores contemporáneos- se encarga de esta misión. Y utiliza como instrumento a un hombre notable, carismático, epiléptico, que en trance y también cuando le conviene, incluso para resolver problemas tan domésticos como la rivalidad entre sus numerosas mujeres, dice recibir revelaciones divinas.

            Este hombre, no otro que Mahoma, logrará unir a los árabes y lanzar esa turba ignorante y famélica a adueñarse y a la larga agotar y destruir lo que Grecia, Roma, Persia y el cristianismo habían creado de civilización y de cultura en el mundo conocido de entonces, la cuna de las grandes civilizaciones, aunadas bajo el imperio romano y la catolicidad de la Iglesia. Seguiremos el domingo que viene.

            Sin embargo hoy no podemos dejar de mencionar la trágica noticia que esta mañana nos trajeron los diarios. Las armas cristianas de las falanges libanesas lideradas por el General Michel Aoun han sido aplastadas y masacradas en Beirut por un aluvión asesino de miles y miles de tropas musulmanas. Esta casi bimilenaria nación Maronita, católica, que había llevado al Líbano a ser el único país culto y próspero en medio de la barbarie islámica, correrá la suerte miserable de todos las naciones dominadas por la medialuna.

            Los fusiles cristianos del Líbano, en cuyas culatas los soldados grababan a cuchillo la santa Cruz y pegaban estampas de la Virgen y de Santa Teresita del Niño Jesús, carentes de toda ayuda y munición, han disparado por última vez. La paz -dicen- reina en Beirut.

            Y, aunque todo lo que sea combatir al Islam no pueda sino complacernos, ¡vergüenza al Occidente excristiano que supo levantar un formidable ejército para defender un país artificial creado alrededor de bastardos intereses petroleros, y no quiso, con la décima parte de ese potencial, acudir en ayuda cruzada de la bimilenaria cristiana nación!

            Gloria a los guerreros mártires del ejército cristiano del general Aoun. LLoremos la desaparición del verdadero Líbano, orgullo de la Iglesia, último bastión de cristiandad en medio del odio y del fanatismo musulmán.

            Y Dios maldiga a las hordas vencedoras, y a los cómplices, y a los que miraron para otro lado, y a los que "no tuvieron en cuenta la invitación y se fueron uno a su campo, otro a su negocio", y también a los que, en vez de llamar a la cruzada y al combate, hicieron inútiles llamados e hipócritas plegarias por la paz.

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