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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

1988. Ciclo B

28º Domingo durante el año

Lectura del santo Evangelio según san Marcos   10, 17-30
Cuando se puso en camino, un hombre corrió hacia él y, arrodillándose, le preguntó: Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?» Jesús le dijo: «¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno. Tú conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre» El hombre le respondió: «Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud» Jesús lo miró con amor y le dijo: «Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme» El, al oír estas palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes. Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: «¡Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios!» Los discípulos se sorprendieron por estas palabras, pero Jesús continuó diciendo: «Hijos míos, ¡qué difícil es entrar en el Reino de Dios! Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios» Los discípulos se asombraron aún más y se preguntaban unos a otros: «Entonces, ¿quién podrá salvarse?» Jesús, fijando en ellos su mirada, les dijo: «Para los hombres es imposible, pero no para Dios, por­que para él todo es posible» Pedro le dijo: «Tú sabes que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido» Jesús respondió: «Les aseguro que el que haya dejado casa, hermanos y hermanas, madre y padre, hijos o campos por mí y por la Buena Noticia, desde ahora, en este mundo, recibirá el ciento por uno en casas, hermanos y hermanas, madres, hijos y campos, en medio de las persecuciones; y en el mundo futuro recibirá la Vida eterna»

Sermón

Antonio , cristiano egipcio, había heredado una considerable fortuna a los veinte años, cuando sus padres murieron. Quedó con una hermana a su cargo. Seis meses después, entrando en una iglesia, justo le tocó escuchar el evangelio de hoy: “ ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres ”.

Se sintió fulminantemente aludido. Volvió a su casa, regaló a sus vecinos lo mejor de sus tierras. El resto lo vendió y repartió la plata a los pobres. Solo conservó lo estrictamente necesario para él y su hermana. Poco después, oyendo en la iglesia el comentario de las palabras de Cristo: “ no os preocupéis por el día de mañana ”, distribuyó también lo poco que se había reservado.

Su hermana entró en una casa de ‘vírgenes consagradas' y él se retiró a la soledad.

Allí comienza, hacia el año 275, la vida eremítica el que sería uno de los grandes fundadores de la tradición monacal cristiana: San Antonio Abad.



¡Tantos hombres han reaccionado así frente a las palabras evangélicas y cambiado sus vidas! Entre ellos, también bien conocido, el hijo del rico comerciante Pedro Bernardone, Francisco , quien recibió el mismo impulso al escuchar exactamente el pasaje que novecientos años antes había conmovido a Antonio.


Renuncia de Francisco, Giotto

Hemos de decir también –por qué no- que muchas sectas heréticas -maniqueos, patarinos, valdenses, cátaros, albigenses y cientos más, muchas actuales- nacieron de la interpretación inadecuada de estas frases, negando la licitud de la propiedad privada, el derecho de la Iglesia a poseer bienes y afirmando la perversidad intrínseca de las riquezas.

Justamente son los grandes teólogos de las principales órdenes mendicantes del siglo XIII -que se preciaban de vivir al pie de la letra las palabras del Evangelio a este respecto- los que se encargan de defender, contra estas sectas, la legitimidad del ‘recto uso' de las riquezas. Y hablo nada menos que de Santo Tomás de Aquino por los dominicos y San Buenaventura por los franciscanos, ambos doctores de la Iglesia.

Pero, con esta defensa, ¿de qué se trata? ¿de echar agua al evangelio y tratar de interpretarlo forzando su sentido a nuestro gusto, para hacer un cristianismo cómodo? Muchos así lo han hecho, sin duda.

Algunos, por ejemplo, decían que por “ ojo de un aguja ” el Señor se refería a una de las puertas de la muralla de Jerusalén, así llamada porque era sumamente pequeña y, ciertamente, los camellos entraba por ella con mucha dificultad. ¡Pero entraban al fin! Otros decían que, en realidad, el término griego camello -‘ kámelos '- había que leerlo ‘ kámilos ' que significa ‘piolín'. Ciertamente, aunque también con dificultad, hay ojos de grandes agujas que admiten enhebrarlo.

También estaban los que afirmaban que, en realidad, este evangelio dividía a los cristianos en dos clases. Unos, los comunes , a quien bastaba cumplir los mandamientos. Otros, los perfectos , que debían seguir literalmente estas frases del Señor. La mayoría, por supuesto, elegía ser de los comunes. Total, lo mismo llegaban a la Vida eterna.

Pero resulta que los primeros intentos son inadmisibles, porque ojo de aguja, sin ninguna duda, se refiere a la que se usa para coser y no a la famosa puerta de Jerusalén y ‘ kámelos' no es de ninguna manera un piolín, sino flor de dromedario.

Además, Jesús no está dirigiendo sus palabras a ningún grupo de elegidos, de ‘perfectos', sino, como lo demuestra bien el contexto, a todos sus discípulos, a todos los cristianos, a todos nosotros.

Pero, entonces ¿qué nos dice nuestro evangelio? Porque la lectura, a primera vista, tengamos o no pocos o muchos bienes -y algunos siempre tenemos-, de este pasaje es alarmante.

Nos sentimos altamente solidarios con el joven rico que se retiró ensombrecido y apenado.

Es que, para entender el Nuevo Testamento, no bastan nuestras pautas ni nuestros diccionarios de la lengua española. Ni siquiera bastaría leerlo en su original griego, con un diccionario de lengua griega y teniendo en cuenta el trasfondo arameo en el cual habrá hablado el Señor. Para entender su tenor literario exacto habría que leerlo con un complicado diccionario de la lengua, de giros, hipérboles, comparaciones, imágenes, estilo, mentalidad, de la época de Jesús y de los evangelistas.

Por supuesto que, si alguno siente -a la manera de Antonio y de Francisco- una llamada interior especialísima a reglar todos sus bienes a los pobres, puede y ,a lo mejor, debe hacerlo. Y, quizá, aunque no siempre, eso le sirva para hacerse más rápidamente santo. Pero eso ciertamente no lo podrá hacer en nombre de un mandato expreso evangélico así entendido, sino de un llamado particular a vivir de modo singular lo que de hecho, bien entendido, es exigencia para todos los cristianos.

¿De qué se trata, pues, en nuestro evangelio?

Se trata de combatir una cierta concepción moralista humana, digamos ‘cívica', de lo religioso y que, como tal, nada tiene que ver con lo estrictamente divino ni cristiano. Se trata de mostrar al cristianismo en su diferencia abismal, no de grado sino de esencia, con cualquier clase de ética puramente humana.

Fíjense Vds. la lista de mandamientos que el joven decía cumplir desde la niñez: “ no asesiné a nadie, no cometí adulterio, no di falso testimonio, no perjudiqué a nadie …” Me hace acordar a algunas confesiones: “ Padre, no hago mal a nadie, no me meto con nadie ”. El único mandamiento positivo que aparece en la lista es el de ‘ honrar al padre y a la madre '. Pero, fíjense que, incluso éste, es una de las reglas mínimas y espontáneas del ser humano y de una sociedad organizada: respetar las autoridades naturales. Y, lo demás, son las condiciones indispensables de toda convivencia.

En resumen, solo una ética de buena vecindad. Las condiciones mínimas para vivir los grupos en paz.

Tanto, que los etólogos descubren ¡en nuestros parientes animales de vida gregaria! programaciones instintivas, genéticas, que, como condición de la supervivencia de la especie, llevan al cumplimiento de nuestros llamados mandamientos. Wickler , colega de Wilson , ha escrito precisamente un libro llamado “ La biología de los diez Mandamientos ” en el cual demuestra que casi todo el decálogo corresponde a normas que, en estos animales, son indispensables para la sobrevivencia del grupo y de la especie.


La biología de los diez mandamientos

Es decir, en el cumplimiento de los mandamientos apuntados por Jesús, no solo no estamos por arriba de lo humano, sino ni siquiera de lo puramente animal. Como mucho un comportamiento semejante me merecería, a través de su redundancia en el Bien común, una vida pacífica y suficientemente próspera en esta tierra, en mi condición humana. Nada más.

Es verdad que esto ya sería bastante y que, hoy en día, ni siquiera estas condiciones mínimas de sociabilidad se cumplen. Y así estamos. Muchos, peor que animales.

Pero ¿quién dijo que estas normas de convivencia política e ‘higiene' personal y social puedan lograr algo más que una saludable y feliz ‘vida de hombres'?

Esta no agresión al prójimo, este portarse bien puramente humano, de ninguna manera trasciende lo humano. No es, de ninguna manera, semilla suficiente para recibir otro destino que el de una larga vida, tranquila, que desemboque en la muerte, destino final de nuestra biología. Este ‘ser bueno', esta ‘bondad' no es sino una bondad pasajera, efímera, que apenas puede llamarse bondad.

El evangelio ofrece otra cosa. Cristo viene a proponer ‘otra' posibilidad. La de -superando lo ‘humano', el ser ‘buen tipo', el ‘portarse bien', el ser ‘buena persona'- alcanzar al Único que puede llamarse Bueno. Porque es la Bondad permanente, la suprema Belleza de la cual dimanan, como reflejos refractados y calidoscópicos, todas las bondades y bellezas que van apareciendo y desapareciendo en el tiempo. El ‘único Bueno' del cual habla Jesús hoy en una inclusión que, a primera vista, no tiene nada que ver con el contexto, pero que es justamente la clave de todo este pasaje.

Solo Dios es Bueno '. Solo Él es la Existencia permanente, la Felicidad infinita, el Ejemplar supremo de todo lo hermoso. La Fuente de todo gozo y alegría.

Y, precisamente, el objeto del anuncio cristiano es decirnos que podemos alcanzar esa Bondad y Felicidad fontal y plena. Propia de Dios, no del hombre destinado a la muerte. Y no obtenible, ciertamente, mediante las fuerzas del hombre, ni las de su ética natural, ni las de la ley mosaica, ni las de su ciencia ni de su técnica, ni de sus revoluciones político económicas, ni de los progresos de la medicina, ni del psicoanálisis -todas riquezas y logros solo para este mundo—Obtenible solo con la Gracia, la ayuda Gratuita, Inmerecida, Regalo de Dios, propiedad exclusiva Suya. Lo ‘imposible para los hombres', se hace posible, en Cristo, por el Don del Dios que nos ama y nos da a Su Hijo.

Porque la exclamación de Cristo habla de las riquezas secundariamente. Jesús no dice solamente “ ¡qué difícil para los ricos entrar en el Reino de Dios! ” Después dice ‘ para todos ', “ ¡qué difícil es entrar en el Reino de Dios! ” Y, luego, rotundamente: no solo que sea difícil. Afirma: ‘ para los hombres es imposible '.

Y ese, en todo caso, es el engaño de nuestras riquezas, de nuestras fuerzas, de nuestras capacidades humanas, tan aptas aquí para fundar una cierta felicidad en este mundo que nos hace olvidar de esta posibilidad sobrehumana, hipercósmica, sobrenatural, que nos ofrece Dios a través de Cristo y que es la de alcanzar la mismísima Existencia divina, la Felicidad trinitaria.

Los ‘pobres' en esperanzas terrenas, o por pobres en plata, o en salud o en belleza o en perspectivas, o en capacidad o en ciencia, tenemos menos posibilidades de distraernos y equivocarnos con los abalorios pasajeros de este mundo y apuntar nuestras miras a los bienes verdaderos, al único Bueno.

Pero, en todo caso, no se trata de ajustarnos al cumplimiento mecánico de cualquier moralidad natural o biológica, de cumplir la ley -como pensaban los ricachones fariseos-. Para alcanzar la Oferta divina es necesario ‘salir' de nosotros mismos, en la abertura al amor a Dios y al prójimo y en la entrega gozosa del yo.

Las represiones, los mandamientos negativos, el ‘no hacer mal a nadie', no nos saca de lo humano. La rotura del límite solo se produce cuando, aceptando en la fe -no en contra, pero sí más allá de lo que mi razón terrena me impone- lo que Cristo me propone como objetivo de vida y de combate, en la esperanza recojo las fuerzas para hacerlo y, en la caridad , me hago yo mismo -no solo ‘lo que tengo' sino todo ‘lo que soy'- todo para Dios y todo para los demás.

No se trata de regalar riquezas o repartir dinero –eso podrá ser signo más o menos transparente, más o menos útil, de mi disposición (y no siempre la mejor manera) de ayudar al prójimo- se trata de saberme, con todo lo que soy y tengo, -mis talentos, mis virtudes, mi fuerza o mi belleza, mi experiencia o mi ímpetu, mi pluma o mi espada, mi fábrica o mi escoba- todo de Cristo, todo administrado para bien de los demás, de mi Patria, de los míos.

Y así sí; el ‘ojo de la aguja' desaparecerá. Será la puerta enorme detrás de la cual el abrazo de Cristo y la sonrisa de María reciban mi último ‘darme' de la muerte y me introduzca en el Reino.

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