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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

1971. Ciclo C

27º Domingo durante el año
(GEP, 3-X-71)

Lectura del santo Evangelio según san Lc 17, 5-10
Dijeron los apóstoles al Señor; «Auméntanos la fe» El Señor dijo: «Si tuvierais fe como un grano de mostaza, habríais dicho a este sicómoro: "Arráncate y plántate en el mar", y os habría obedecido» «¿Quién de vosotros tiene un siervo arando o pastoreando y, cuando regresa del campo, le dice: "Pasa al momento y ponte a la mesa?" ¿No le dirá más bien: "Prepárame algo para cenar, y cíñete para servirme hasta que haya comido y bebido, y después comerás y beberás tú?" ¿Acaso tiene que agradecer al siervo porque hizo lo que le fue mandado? De igual modo vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os fue mandado, decid: Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer»

Sermón

           No es un misterio para nadie el que estamos atravesando en la Argentina épocas difíciles. Y nadie se engaña en que la fácil promesa de próximas elecciones sea la varita mágica que solucione todos nuestros problemas. Allí están nuestros hermanos del Uruguay, país que nos presentaron siempre como modelo de democracia –la Suiza latinoamericana- sacudidos por dificultades quizá más graves que las nuestras. Por otra parte ¿a quién no se le estruja el corazón cuando ve aparecer nuevamente en la palestra pública, con sus sonrisas satisfechas y sus aires doctorales, a los vetustos políticos y a los viejos mitos de nuestra mini-historia pasada?


Marcha tupamara en Montevideo

Sabe Dios que no es con cuartos oscuros y una papeleta en una urna como se va a hacer desaparecer a la guerrilla, el clamor de los cordobazos, las penurias de la economía y de la industria, la estupidez de los programas de radio y televisión, la indisciplina de la juventud, la educación ñoña de nuestras escuelas y universidades, los baches de Buenos Aires, la angustia de los pobres.

Y es recurso fácil y simplista atribuir todo este marasmo a un conflicto de clases: ricos contra pobres, capitalistas contra proletarios, imperialismo contra nacionalismo. Siempre ha sido el recurso de los miopes y de los ignorantes reducir la realidad múltiple y cambiante con dos o tres casilleros mentales y un par de slogans adocenados. Nos llena la boca hablar de la injusticia social, subdesarrollo, reforma de estructuras, tercer mundo. Nos da aires de profeta clamar contra los ricos, alzar los puños al cielo y rasgarnos las vestiduras por el escándalo de las villas miserias. Un poco de melena, dos libros bajo el brazo, ojos despectivos, actitudes inconformistas y ya puedo recibirme de revolucionario de pacotilla.

Pero, con toda mi fatuidad y mis grandes aires, sigo sin entender nada y colaboro a engrosar la bola de nieve del desastre al cual se precipita Occidente y la civilización cristiana.

Porque el que quiera comprender lo que pasa en la Argentina está muy equivocado si piensa que lo va a hacer leyendo los chismes políticos de Primera Plana, Panorama o Prensa Confidencial. Los problemas argentinos no son más que episodios provincianos de la gran crisis que está afectando en estos momentos al mundo civilizado. No por nada nuestros sediciosos intelectuales y rebeldes callejeros no saben sino copiar y traducir frases hechas y actitudes de allende el mar o de yanquilandia.

Pero lo que escapa totalmente a la miopía de las divisiones simplistas y la vacua retórica de las discusiones de café, es que estamos en el desagüe, en la etapa final de un largo proceso revolucionario iniciado ya hace más de cuatro siglos. La Revolución protestante, la Revolución iluminista y la Revolución marxista, no son más que los tres escalones eslabonados de la disgregación y decadencia del Occidente cristiano. La rebelión a Cristo y a su Iglesia; la rebelión contra la autoridad y la verdad, han preparado este último embate del marxismo y de la tecnocracia plutocrática contra lo poco de valores humanos y nobles que aún nos restan.

La Iglesia, hasta hace pocos decenios, principal protagonista de la historia se salva hoy en pocos reductos aislados, sin influencia visible en el curso de los acontecimientos, cuando no, engañada en algunos de sus miembros, prestando apoyo al furor destructor de la carcoma revolucionaria.

Porque a nadie se le oculta que también la Iglesia está en crisis. Y preguntarnos hoy ¿qué pasa en la Iglesia? Es lo mismo que preguntarnos ¿qué pasa en el mundo? También el catolicismo y su concepción cristiana de la vida -objetivo final de la conspiración revolucionaria- sufre el tironeo de este proceso demoledor de cuatro siglos.

Cincuenta curas detenidos en Rosario; sacerdotes aparentes instigadores o protectores de brutales asesinatos; predicadores desaforados desde el púlpito; curas que abandonan el ministerio; curas que se casan; colegios religiosos que enseñan disparates; obispos que hacen declaraciones increíbles; excesos en la liturgia; desobediencia; confesionarios abandonados; falta de vocaciones; apostasías y defecciones. ¿Qué más? Todos leen los diarios o entran a parroquias o tienen hijos o conocidos en alguna escuela religiosa. No expongo nada nuevo.

Pero no me interesa hacer masoquismo con las llagas de nuestra Iglesia, la Iglesia de Vds., la Iglesia mía. Ni tampoco me interesa hacer política –eclesiástica o argentina-. Estamos hartos de curas políticos, monjas políticas, obispos políticos. Solo quise ubicar nuestros problemas en un amplio contexto, para que nadie de los aquí presentes se sorprenda de lo que está pasando; para que nadie se sorprenda de lo que –Dio no lo quiera- tendrá que pasar aún.

La Iglesia está sacudida por un vendaval anticristiano que ha comenzado a soplar cada vez con más fuerza al cabo de estos ya hace cuatro siglos. No es extraño que caigan muchas hojas secas, muchos frutos podridos. Quedarán finalmente solo las hojas verdes y las ramas fuertes. Ya lo había advertido el Señor: “ Aparecerán una multitud de falsos profetas, que engañarán a mucha gente. Y, entonces, muchos sucumbirán. Habrá traiciones y odio. Se enfriará el amor de muchos. Pero el que preserve hasta el fin se salvará .”

Y si hablo de estas cosas es porque la angustia se agita en el ambiente. ¡Cuánta gente se me acerca en estos días para hablarme del desaliento de su fe frente a las cosas que suceden, que se dicen, que se escuchan! “¡Padre, si ya los curas no están seguros de lo que enseñan! ¿cómo lo voy a estar yo?”

Y yo te digo, hermano: tu fe no te viene de los curas, ni de las monjas, ni de los obispos, ni del Papa. Tu fe es un asunto entre tú y Dios. La Iglesia jerárquica -Papa y obispos unidos a él- siempre te mostrarán infaliblemente, sí, aquello que debes creer. Los sacerdotes te darán siempre, sí, en nombre de Cristo –sean buenos o malos, conservadores o tercermundistas- los sacramentos. Pero nadie te dijo nunca que te darían siempre buen ejemplo, ni, cuando se metieran en política, lo harían acertadamente, ni cuando siguieran los dictados de su soberbia o buscaran novedades halagadoras, lo harían rectamente.

Y te digo, hermano, lucha por tu Iglesia, lucha contra los que por fuera y por dentro quieren destruirla, lucha por tu fe. No es momento de abandono y de poltronerías. Muestra de una vez tu temple de hombre y de cristiano. Es mucho lo que se está jugando en la Iglesia, en el mundo y en la Argentina para que te quedes cruzado de brazos.

Como le dice Pablo a Timoteo en la epístola que hemos leído: “ Aviva el fuego de la gracia de Dios. Porque Dios no nos ha dado un espíritu cobarde sino de fortaleza, de amor, de sobriedad ”.

Y si te parece que no tienes fuerza ni confianza para ello, dirígete al Señor, como los apóstoles, y dile, simplemente, con humildad: “Auméntame la fe”.

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