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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

 

2005. Ciclo A

4º Domingo durante el año  
(GEP 30/01/05)

Lectura del santo Evangelio según San Mateo 5, 1-12a
En aquel tiempo: Al ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a él. Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo: «Bienaventurados los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. Bienaventurados los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia. Bienaventurados los afligidos, porque serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque obtendrán misericordia. Bienaventurados los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. Bienaventurados vosotros, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí. Alegraos y regocigaos, porque tendréis una gran recompensa en el cielo »

SERMÓN

           Las teorías dialécticas o marxistas del origen de la autoridad suelen mostrar a ésta como una superestructura tiránica y abusiva, creada por las clases dominantes para explotar a las dominadas. Nadie dudará de que esta tesis ha sido justificada, en parte, por la historia de la humanidad. Baste pensar en la explotación y prepotencia que, bajo tintes democráticos e igualitarios, usa nuestra clase política para manejar nuestras vidas y haciendas, para darnos cuenta de lo que puede haber sido ello en épocas más salvajes, menos tocadas por la herencia de la civilización y, sobre todo, del influjo cristiano.

            Pero no es necesario recurrir a teorías políticas ni teológicas sobre el origen divino y natural de la autoridad, para afirmar que, sin autoridad, sin algún tipo de dirigencia dotada de poder de coacción, es imposible transformar a la masa de los hombres en 'sociedad'. Aún la observación de nuestros parientes los primates nos muestra cómo la existencia de un jefe es necesaria, no solo para la supervivencia del grupo, sino para la convivencia y protección de sus integrantes. Entre los mandriles, por ejemplo, el macho dominante no solamente es quien toma las decisiones últimas respecto al conjunto, ni el que finalmente sale a enfrentar a los grandes depredadores, sino el que impide que los machos dominantes a él subordinados se pasen de vivos o sean prepotentes en demasía con las hembras e individuos inferiores. Por supuesto que es él quien come los mejores bocados y elige a las mejores hembras, pero, a cambio de ello, presta un servicio inapreciable a la estabilidad de la manada y a la justicia respecto de los más débiles y desprotegidos.

En la antigüedad, la autoridad real sobre grandes territorios y ciudades nació no solo por la ambición de algún tirano de usufructuar despóticamente el mayor número de habitantes posible, sino del clamor de los menos dotados por contar con un protector que los librara de la tiranía de los pequeños déspotas locales, las mafias, los señorones feudales, las clases guerreras, y las injusticias de los que más poseían y más querían poseer. Aún entre nosotros, en cualquier estructura, es más fácil que nos haga imposible la vida el jefe inmediato, que el gerente general al cual, en última instancia, podemos acudir para reclamar justicia. En la misma Iglesia, el Papa, monarca absoluto, es garantía de libertad para fieles y sacerdotes, frente a la posible prepotencia de párrocos y obispos locales que puedan llegar a actuar arbitrariamente.

Lejos, pues, la figura real de mirarse a la manera marxista como la forma suprema de la dictadura y la opresión, toda la antigüedad, incluso luego la medieval y cristiana, miró al rey -o, en la Iglesia, al Papa- como garante de justicia, de libertad, sobre todo de los más débiles, desprotegidos y necesitados.

Encontramos inscripciones -1000 años antes de Cristo- de reyes asirios, una de las sociedades más bestiales de la historia, excepto la azteca, en las cuales éstos se presentan como 'padres de los pobres', de los desamparados', de los que no tenían fuerza ni agallas para exigir justicia. Que esto no siempre fuera así, que el mismo rey utilizara su posición despótica, injustamente, y aprovechara de su cargo para enriquecerse él y sus paniaguados, nepotes y cortesanos, no invalidaba su papel, ni impedía el que, de hecho -sobre todo cuando el papel fue asumido por cristianos- haya habido muchos reyes que fueron fieles a su misión. Todos ellos tuvieron que luchar, a favor de su gente, con muchos de los señores locales, tratando de hacer justicia. Piénsese en un San Luis Rey, en una Isabel la Católica, en un San Enrique emperador, tratando de reducir la prepotencia de los llamados 'grandes' de sus reinos y hacer justicia a sus pobres.

Pero, si la figura del rey era apreciada por el pueblo aún entre los brutales asirios, tanto más entre los judíos. Recuerden Vds. el salmo 72 que, hablando del Rey dice: " Dios mío has dado tu cetro al hijo de reyes, para que rija a tu pueblo con justicia, a tus humildes con rectitud. Que él defienda a los humildes del pueblo, socorra a los hijos del pobre y quebrante al explotador. El librará al pobre que clama, al afligido que no tiene protector. Él se apiadará del pobre y del indigente, y salvará la vida de los humildes. El vengará sus vidas de la violencia, su sangre será preciosa a sus ojos ". Esto no tiene nada que ver con la demagogia productora de cada vez más pobres que rige entre nosotros y en donde, como la autoridad depende del voto y del apoyo de los señores mafiosos, el que manda, lejos de tener ninguna autoridad regia capaz de defender nuestros derechos y hacernos justicia, es una especie de capo supremo de la mafia.

Por supuesto que las cosas nunca fueron perfectas, aún en los mejores tiempos. Por eso la mirada de la gente -en Israel, la de sus profetas- se fue elevando hacia un poder y una justicia mayor y sin sombras. La verdadera realeza solo podía ejercerla Dios: " El es el que hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos. El Señor libera a los cautivos, el Señor abre los ojos al ciego, el Señor endereza a los que ya se doblan, el Señor guarda a los emigrantes, sustenta al huérfano y a la viuda" (Salmo 146). Dios es, en esta concepción, el verdadero buen rey y, con estas características, establecerá su reino y dará su trono a su Mesías. Pero un reino que solo se constituirá cuando los hombres, mediante la fe, la esperanza y la caridad, acepten libremente su reinado.

Solo ese Reino podrá lograr la paz, una sociedad en donde no habrá quien devore a otros, ni se aproveche de los más débiles: " Habitará el lobo con el cordero, la pantera se tumbará con el cabrito, el novillo y el león pacerán juntos " (Isaías 65,25). No es la descripción de un zoológico de animales domesticados, sino la figura de la convivencia humana que el reino de Dios al final logrará y en donde el hombre no será, según la definición de Hobbes , ' homo homini lupus' , 'el hombre lobo para el hombre'. Sino el hombre solidario, el hijo de Dios, el cristiano, formando un reino en donde las legítimas diferencias,  talentos y bienes se integrarán en el bien común, en el amor que no engendra envidias ni reyertas y que lleva a la paz.

Ese reino, el Reino de Dios, es el que -en el evangelio de Mateo que hemos comenzado a leer este año- anuncia Jesús como la gran noticia, la buena noticia. Lo hemos oído el domingo pasado: " Desde entonces comenzó Jesús a predicar y decir: ' Convertíos, porque el Reino de los Cielos está cerca' " y " Recorría Jesús toda la Galilea, proclamando la Buena Nueva del Reino. "

Pero ahora Mateo ampliará este anuncio sucinto de la llegada del Reino y lo desarrollará en el llamado Sermón de la Montaña cuyo prólogo y enunciado hemos escuchado recién.

En el fondo nos vuelve a decir, de otra manera, en forma de 'bienaventuranzas', 'anuncios felices', que ha llegado el Reino, que ha arribado el auténtico Rey. Porque, ahora sí, serán protegidos los pobres, los mansos, los afligidos, los que buscan la paz. Los oyentes de estas bienaventuranzas inmediatamente se dan cuenta de que lo que está haciendo Jesús es simplemente describir su programa, el programa de un gran Rey y, por lo tanto, del Reino.

Nada que ver con interpretaciones piadosas o dialécticas tipo " Dichosos los pobres porque por el hecho de ser pobres llegarán al Reino de los Cielos, al Cielo ". "Que aguanten, porque, en la otra vida, se les va a dar el cielo!. Reino 'de los cielos', aquí, no designa al cielo futuro, sino sencillamente al Reino de Dios. Es sabido que Mateo como muchos otros judíos, por respeto, no mencionan el nombre de 'Dios' y en su lugar dice 'Cielo'.

No. No está diciendo: " Dichosos, bienaventurados los pobres, porque el día de mañana entrarán al cielo ". Primero, porque ser pobre de por sí no es ningún mérito; segundo, porque no se trata del cielo futuro solamente; tercero, porque la dicha o bienaventuranza de la cual habla no es para la otra vida. Se trata de la alegría de saber aquí que, finalmente, ha llegado Jesús, el Buen Rey, que hará justicia, enjugará toda lágrima y llevará a los suyos a la auténtica felicidad.

El enunciado de las tres primeras bienaventuranzas -a los 'pobres', los 'mansos', los 'afligidos'- sirve solo para recordar las expectativas del reino del Antiguo Testamento y su descripción de los reyes justos. Pero, poco a poco, una vez que los oyentes han ido entrando en la constatación de que Jesús les está reafirmando que el Reino está cerca, ¡ya ha llegado! [1] , les irá señalando, en el resto de las bienaventuranzas, qué es lo que significará para ellos aceptar ese Reino y ayudar a construirlo.

Antes que nada, es necesario 'tener hambre y sed de justicia'. No que la Corte suprema no se llene de sinvergüenzas ateas militantes, abortistas y homosexuales, ni que los tribunales impartan, mediante jueces probos, verdadera justicia de acuerdo a leyes morales y lógicas, y no las aberraciones votadas por legisladores protectores de delincuentes. Ya sabemos que 'justicia', en el lenguaje bíblico, no es la justicia griega o romana, es la 'santidad' que viene de Dios. Los que buscan la justicia no son los que hacen piquetes y manifestaciones y cacerolazos o partidos de gente 'decente', sino los que, en primer lugar, buscan reformarse a si mismos en el espíritu de Jesús, en el crecimiento de la gracia, en la santidad.

Santidad y comunión con Dios que inmediatamente se traducirá en misericordia. "¡Felices los misericordiosos!" No el sentimentalismo que se entristece estérilmente frente al espectáculo de la desgracia; sino la misericordia que se traduce en actividad cristiana, auxiliando al que sufre, al que pena, al que tiene necesidad de consuelo, al que podemos ayudar con nuestros talentos y nuestro tiempo.

Y ahora sí, poco a poco, el Reino de los Cielos se irá transformando -en la enseñanza de Jesús en el definitivo encuentro con Dios, en el que, comenzado ya a construirse en este mundo, se establecerá para siempre cuando, levantando nuestra vista a los verdaderos fines, más allá de los reinos y gobiernos de esta tierra, alcancemos la Vida prometida. "Ver a Dios". Con mano maestra Jesús, a partir de las expectativas del Buen Rey del Reino que esperan los judíos, los va llevando, sí, a intentar instaurarlo en este mundo, pero, sobretodo, a esperar su consumación en el mundo transformado por la Resurrección.

"Ver a Dios". Expresión que aquí no habla de contemplación, de la 'visión beatífica' de los teólogos. Sigue Jesús en la tónica de la imagen de la realeza. "Ver a Dios" suena en este contexto como "ver al Rey". "¿Adónde vas?", "voy a ver a mi madre", "voy a ver al ministro", "voy a ver nada menos que al Rey". Me abre su palacio, me sienta a su mesa, me hace su amigo y su hijo. Y aquí "pureza de corazón" no es sino la rectificación de todos nuestros deseos para que la última y definitiva aspiración de nuestra vida sea llegar a abrazarme con Dios. " Dichosos los puros de corazón, porque ellos 'verán a Dios', entrarán en su palacio ".

Y el camino es la búsqueda de la paz. " Felices los que luchan por la paz ". No la que pretende dar la ONU, ni la globalización masónica e impuesta, ni la que significa, pacifistamente, renunciar a la defensa de los grandes valores o de lo legítimamente nuestro; sino la paz que nos trae Cristo, en la fe, en la verdad, en la auténtica justicia, aunque, para ello, debamos portar espada y, aguerridamente, pelear para que triunfe el príncipe de la Paz.

Y que no se trata de la paz que trae el mundo, o los eclesiásticos ganados para el mundo -según los cuales a todo hay que responder con sonrisa y bajando los brazos, y aplaudiendo a los blasfemos, a los corruptos y a los vendedores de mentiras y de falsas religiones-, Jesús termina sus bienaventuranzas con la promesa de la gran alegría de la lucha, de la persecución a los que buscan el Reino, la santidad, la paz recia de Jesús.

Y así, con este programa de la verdadera felicidad, Jesús llama a sus discípulos a anunciar la Buena Noticia de que ha llegado el Buen Rey, el que hará verdadera justicia a todos los que acudan a él; el que convoca a la batalla por la verdadera paz, por la santidad, por la rectitud de corazón, en la alegría de ser sus seguidores, aunque ello nos lleve a vivir a su lado en el combate, en el acoso, en la dura alegría del soldado, hasta la Bienaventuranza final.

1- Recuerden la respuesta de Jesús a Juan cuando éste le pregunta si es el (Rey) que tiene que venir: "contad a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, se anuncia a los pobres la Buena noticia " (Lc 7, 22-23).

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