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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

 

1989. Ciclo c

3º Domingo durante el aÑo       

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 1, 1-4; 4, 14-21
Muchos han tratado de relatar ordenadamente los acontecimientos que se cumplieron entre nosotros, tal como nos fueron transmitidos por aquellos que han sido desde el comienzo testigos oculares y servidores de la Palabra. Por eso, después de informarme cuidadosamente de todo desde los orígenes, yo también he decidido escribir para ti, excelentísimo Teófilo, un relato ordenado, a fin de que conozcas bien la solidez de las enseñanzas que has recibido. Jesús volvió a Galilea con el poder del Espíritu y su fama se extendió en toda la región. Enseñaba en las sinagogas y todos lo alababan. Jesús fue a Nazaret, donde se había criado; el sábado entró como de costumbre en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura. Le presentaron el libro del profeta Isaías y, abriéndolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. El me envió a llevar la Buena Noticia los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor. Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él. Entonces comenzó a decirles: «Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír»

SERMÓN

 

El argentino de nuestros días suele, fácilmente, vivir proyectando -sobre todo sus deberes- hacia el futuro. Salvo disfrutes precarios que nunca terminan por satisfacerlo, todo es un dejar, un esperar para mañana, un aguardar lo que pueda venir en el futuro. En la Argentina se vive la añoranza constante de algo que fue, ciertamente, en las primeras décadas del siglo pero que ya no es más, de lo que podría llegar a ser, pero que difícilmente será, si las cosas continúan como están hoy.

Y entonces apechugamos con lo que somos y tenemos y nos acostumbramos a un nivel de vida cada vez más ajustado y nos habituamos a los cortes de luz, a las colas, a la inmoralidad, a la incompetencia y, mientras tanto, los mismísimos partidos y politicastros que se reparten hegemónicamente el poder y el pastel en la actualidad son los que prometen que, después de las elecciones, harán un montón de cosas que uno se pregunta por qué la van a hacer entonces si no son capaces de hacerlas hoy, siendo los mismos los que, de nuevo, se van a repartir el botín de la nación.

Y así van pasando generaciones de argentinos ilusionados -a esta altura desilusionados- por un futuro que nunca termina de cumplirse, salvo para el puñado de los que tienen acceso a los resortes estatistas y burocráticos y periodísticos y catedráticos del poder.

La desazón aumenta al ver cómo nuestra propia historia personal se contagia de esta mediocridad y vivir permanentemente de promesas de futuro. Como si el futuro fuera algo que viniera solo, sin ser impulsado por el esfuerzo del hoy. Todo es promesa en nuestras vidas, nada es cumplimiento: 'Mañana' estudiaré; 'mañana' trabajaré en serio; 'mañana' hablaré con mis hijos; 'mañana' me reconciliaré con aquel; 'mañana' seré mejor; 'mañana' todo estará bien. 'Cuando empiece las vacaciones', 'cuando las termine', 'cuando inicie la facultad', 'cuando me reciba', 'cuando me case', 'cuando sea priora', 'cuando me jubile'.

Así estaban los judíos en la época de Jesús: vivía de promesas, vivía del futuro, esperaban los tiempos de la intervención de Dios, la llegada del profeta, del Mesías, del castigo de las naciones, el día de la liberación de los cautivos, de los oprimidos, el día en que la luz sería devuelta a los ciegos, el día en se cumplirán las promesas.

Y ahora se presenta Jesús -en este cuadro que Lucas nos muestra como el comienzo de su predicación- y nos dice: " todo lo que ustedes esperaban que se cumpliera, todas sus ilusiones y expectativas, hoy se cumplen."

Y el texto original griego usa un término - peplérotai , del verbo pleróo- que quiere decir, más exactamente, 'se llenan', 'son llevadas a su plenitud', 'desbordan'.

Ya no hay nada más que esperar en serio en este mundo. El resto será secundario: que un día colonicemos Venus o Marte, que todos tengamos nuestro robot personal, que se cure el cáncer, que consigamos novio, que nos saquemos el Prode, que gane las elecciones éste o aquel. Todo eso adquiere una importancia relativa, secundaria. Porque el secreto y los medios y el camino para que todo hombre, en cualquier circunstancia -rico o pobre, con o sin computadoras, con o sin luz, sano o enfermo- para que todo hombre, digo, pueda alcanzar la plenitud, la perfección y, por lo tanto, finalmente, la realización y la felicidad, eso ya nos ha sido dado en Jesús.

Ni utopía política, ni revolución, ni Vaticano tercero o cuarto, ni descubrimientos, ni inventos, ni revelaciones podemos esperar ya que cambien esta plenitud que nos ha traído Cristo. Él es el modelo supremo e insuperable por medio del cual todo hombre habrá de alcanzar su perfección: vestido con taparrabo o con traje espacial, hable ruso o guaraní, tenga dólares o no, a caballo o en helicóptero. Lo máximo a lo cual puede llegar la humanidad se alcanzó en Él y lo han alcanzado miles de santos laicos y religiosos, conocidos o desconocidos que han embellecido y embellecerán la historia cristiana.

El futuro nos podrá dar muchas sorpresas secundarias, agradables o desagradables, el progreso podrá realizar transformaciones maravillosas en la vida del hombre, para bien o quizá para mal, pero lo importante, lo fundamental: la imitación de Cristo (palabra definitiva de Dios a los hombres, modelo arquetípico de perfección) esa imitación que es vivir la existencia en actitud de entrega, de amor a Dios y a los demás, en la muerte del egoísmo y en la vivificación del Espíritu del Señor, eso ya y desde hace dos mil años está al alcance de cualquiera.

No mañana, no cuando pase tal cosa, o cuando se cumplan tales promesas o tales condiciones. No. Hoy. Ya. Ahora.

Pobre o rico, preso o libre, de vacaciones o trabajando, con Alfonsín o con Saineldín, ¡ahora! tengo que empezar a amar, a olvidarme de mí mismo, a rezar, a perdonar, a trabajar, a combatir, si es necesario, a sufrir sin rezongar, a hacerme santo.

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