INICIO

Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

 

1998. Ciclo c

2º Domingo durante el año
     

Lectura del santo Evangelio según san Juan     2, 1-11
Se celebraron unas bodas en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús también fue invitado con sus discípulos. Y como faltaba vino, la madre de Jesús le dijo: «No tienen vino» Jesús le respondió: «Mujer, ¿qué tenemos que ver nosotros? Mi hora no ha llegado todavía.» Pero su madre dijo a los sirvientes: «Hagan todo lo que él les diga» Había allí seis tinajas de piedra destinadas a los ritos de purificación de los judíos, que contenían unos cien litros cada una. Jesús dijo a los sirvientes: «Llenen de agua estas tinajas.» Y las llenaron hasta el borde. «Saquen ahora, agregó Jesús, y lleven al encargado del banquete» Así lo hicieron. El encargado probó el agua cambiada en vino y como ignoraba su o rigen, aunque lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua, llamó al esposo y le dijo: «Siempre se sirve primero el buen vino y cuando todos han bebido bien, se trae el de inferior calidad. Tú, en cambio, has guardado el buen vino hasta este momento» Este fue el primero de los signos de Jesús, y lo hizo en Caná de Galilea. Así manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en él.

 

SERMÓN

A pesar del utilitarismo de nuestros días nadie hay quien, casándose en serio, no quiera hacer una fiesta de bodas. Por supuesto que están aquellos que dicen: "en vez de la fiesta gastemos en el auto, o en el viaje, o en el lavarropas", pero, gracias a Dios, todavía son los menos. La fiesta de boda queda todavía como recuerdo de una época en que se valoraba la pura 'celebración', aunque no sirviera para fines ulteriores. Porque estar contentos y juntos y en amistad es bueno en si mismo, y eso no se compra ni se vende, aunque a veces salga caro, como precisamente en las fiestas de matrimonio, en donde, por otra parte, perdura el instinto de nuestras programaciones ancestrales de que el matrimonio es uno de los momentos más importantes --sino el más importante- de la vida del hombre.

Tanto más en la antigüedad, cuando el matrimonio se tomaba en serio y no a lo Susana Giménez, como acto fundacional de una familia, como condición de la permanencia de la estirpe, como entrega mutua de amor definitivo.

Israel lo celebraba quizá más alegremente que el resto de las gentes, puesto que, desde la predicación profética, la misma relación de Dios con su pueblo se veía como una especie de matrimonio; y, el convite de bodas, como el paradigma de la 'fiesta' permanente y por excelencia que sería la venida del Mesías. Tanto es así que un poema de puro amor humano, en donde nunca se menciona el nombre de Dios, como es el 'Cantar de los Cantares', había sido asumido por Israel como uno de sus libros santos, porque, tal cual como estaba, era traspuesto simbólicamente a las relaciones de Yahvé con Israel, el 'novio' con su 'amada'.


Martin de VOS; 1596-97

Es lógico, pues, que el evangelista San Juan haya querido presentar a Jesús en su primera manifestación pública en una fiesta de bodas. Escena plena de simbolismos en donde es difícil distinguir qué es lo que podría ser estrictamente periodístico y qué lo teológico, desde las tinajas de piedra de la purificación hasta el diálogo lleno de reminiscencias bíblicas de Jesús y su madre.

¡Vaya a saber cuál es la base del relato que llegó a Juan y sobre el que éste elabora cuidadosamente esta escena!

Sabemos algo de las costumbres de la época. Estas fiestas solían durar al menos una semana y, por eso, no se realizaban en cualquier época del año, sino una vez terminadas las cosechas, cuando ya los graneros estaban llenos, el trabajo terminado y conseguido un pequeño bienestar, que quizás duraría hasta el próximo verano. El padre del novio era el que corría con todos los gastos. No solo tenía que pagar por la mujer el mohar o las arras, sino que debía cubrir el costo de la fiesta. Y ¡quién se queda corto cuando se le casa un hijo!

Es verdad que los vecinos ayudan: los que no llevan carne, traen nueces y pistacho para aderezar el pescado, olivas negras para adornar el pollo asado, dátiles tostados para acompañar al paté de ave. El que menos trae es un ánfora de vino que ayudará a regar abundantemente todo lo que se coma, y servirá de combustible para los cantos y los bailes.

Todo comienza al atardecer del martes cuando, en la cuenta judía, comienza el miércoles, según las costumbres de entonces, día propicio para casarse. De la casa del novio salen, en alegre procesión, éste, vestido con sus mejores ropas, en compañía de sus amigos y primos y, sumándose en el trayecto, parentela, vecinos y hombres de más edad.

Ella espera en casa de sus padres, muy seria, rodeada de algunas damas de honor, jóvenes campesinas, vestidas como ella, con ropas bordadas, coronas de flores y con sus pequeñas lámparas de tierra cocida que hacen centellear las piedras y los collares. La novia, ceñida la frente con telas brillantes y, más abajo, un velo. El llega, pide permiso para verla, le alza el velo y, deslumbrado, manifiesta su alborozo y su decisión de esposarla. Allí se rompe un vaso de perfume, se intercambian juramentos y suben a la esposa en una silla de manos con la que, antorchas y lámparas, cantos y bromas, vuelven a la casa del novio.

Y comienza la fiesta.

Allí está la madre de Jesús. Juan nunca la llama María. 'Madre de Tal': título honorífico para designar a una mujer que ha tenido la fortuna de dar a luz un hijo varón. También, en ocasiones, la llamará 'mujer', vocativo no solo de respeto sino, al menos en la narración evangélica, simbólico. 'Mujer', era la madre del que habría de aplastar la cabeza de la serpiente en el Génesis; 'Mujer' será María al pie de la cruz; 'Mujer' es la que vence al dragón en el Apocalipsis;

Cierta tradición afirma que María era la tía del novio, hermana de Salomé, mujer de Zebedeo. El novio sería, pues, primo de Jesús. Identificado por algunos exégetas con Juan, el hijo de Zebedeo -no el evangelista-.

También Natanael -el Bartolomé, quizá, de los sinópticos- era de Caná. Así no es extraño que Jesús se encuentre allí, entre los invitados, a cinco kilómetros al norte de su pueblo, Nazaret.

Ha llegado acompañado de sus discípulos. Doce robustos y sedientos muchachos, algunos de los cuales recién han dejado de seguir a Juan el Bautista, quien, en su ascetismo, entre otras cosas prohibía a sus seguidores probar bebidas alcohólicas, así que tenían, probablemente, sed acumulada. Seguramente no han llevado regalos, ni siquiera el ánfora de vino de rigor.

Quién sabe si a causa de estos invitados no previstos y sedientos, o por cuál otra causa -a lo mejor ya llegó el sábado y ese día no se puede adquirir nada en los almacenes- el vino comienza a faltar. Por intervención de su madre, Jesús soluciona el problema, a la manera de la multiplicación de los panes. Y, a la manera de la multiplicación de los panes, el evangelista se cuida bien de mostrar detalles maravillosos o prodigios espectaculares. No sabemos que pasó, ni siquiera se dice si se transformó toda el agua en vino; simplemente que el mayordomo y los convidados siguieron la fiesta y lo que se iba sacando de las vasijas de piedra era un vino superior.

Los detalles están en función simbólica. Seis tinajas de piedra, porque el seis para los judíos es número de imperfección: le falta para llegar a siete, el número perfecto. Las tinajas de piedra, destinadas a los ritos de purificación, representan a la antigua alianza, incapaz de saciar la sed del hombre y, sin embargo, preparatoria para el encuentro definitivo con Dios. Encuentro que, sin la luz judía ni los esfuerzos del hombre, no hubiera podido realizarse.

La 'hora de Jesús', o simplemente 'la hora', es el momento anunciado por tantos profetas de la intervención última del Señor en la historia. La 'mujer' -a la vez María y la Iglesia- será la que conduzca a los hombres a hacer 'lo que Jesús les diga' y, al mismo tiempo, la que, de alguna manera, aún desde la distancia de su condición creada, podrá mover a Dios a realizar lo que El desde siempre quiere hacer por el hombre.

"¿Qué entre tu y yo?", dice literalmente el griego, estableciendo esa distancia inconmensurable entre lo humano de María o de la Iglesia y lo divino inmerecido que solo se obtiene por la fe. "Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te amamantaron", un día le dijeron a Jesús. Y El contestó "Dichosos más bien los que oyen la palabra de Dios y la practican".

"Este fue el primero de los signos de Jesús", señala Juan.

Vean, Juan jamás llama 'milagros' a estos hechos fuera de lo común de Cristo, los llama 'signos', 'sémeion', porque no son prodigios de mago o de hechicero, ni portentos de circo, sino acciones que, más allá de la maravilla que suscitan, apuntan a un significado más profundo, a un mensaje.

Mejor que 'el primero de los signos', habría que traducir la frase griega 'arjén ton seméion' como 'el prototipo de los signos' . Todos los demás milagros o, mejor dicho, 'signos' de Jesús hay que interpretarlos sobre este patrón, bellísima parábola de lo que significan Cristo y María como protagonistas máximos del Reino, figurado como la fiesta de Bodas escatológica. Allí donde el agua de nuestros esfuerzos humanos y los ritos judíos alcanzan su definitiva realización en la sobreabundancia del vino deliciosos del Banquete pleno; allí donde el agua imperfecta y perecedera de las realizaciones del hombre y sus esperanzas destinadas a la muerte, alcanzan por gracia de Dios la perennidad del elixir del Reino; allí donde todas nuestras hambres, pero también nuestras felicidades humanas, se transforman por gracia de Cristo en saciedad perfecta y permanente, multiplicadas sin medida en la hartura y opulencia de la generosidad divina.

"Haced todo lo que él os diga", es lo único que sabe y debe predicar la Iglesia; y sin esto, toda otra predicación, fruto de especulaciones humanas o intentos políticos de los eclesiásticos, o acomodos doctrinales y morales a la versatilidad de los tiempos, está destinada a quedarse en pura agua, sin transformarse nunca en el precioso vino de las copas del reino.

Que la hora de Jesús suene de una vez en nuestras aguachentas vidas, para transformar nuestros desmañados actos humanos en acciones de santidad. Que María apresure esa hora intercediendo por nosotros y, de una vez, el agua que circula por nuestras venas se cambie en el vino fuerte y alegre de las bodas de Caná.

MENÚ