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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

 

1999. Ciclo A

11º Domingo durante el año  

Lectura del santo Evangelio según san Mateo 9, 36-10, 8
En aquel tiempo: Jesús, al ver a la multitud, tuvo compasión, porque estaban fatigados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: "La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rogad al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha". Jesús convocó a sus doce discípulos y les dio el poder de expulsar a los espíritus impuros y de curar cualquier enfermedad o dolencia. Los nombres de los doce apóstoles son: en primer lugar, Simón, de sobrenombre Pedro, y su hermano Andrés; luego, Santiago, hijo de Zebedeo, y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo, el publicano; Santiago, hijo de Alfeo, y Tadeo; Simón, el Cananeo, y Judas Iscariote, el mismo que lo entregó. A estos doce, Jesús los envió con las siguientes instrucciones: "No vayáis a regiones paganas ni entréis en ninguna ciudad de samaritanos. Id, en cambio, a las ovejas perdidas del pueblo de Israel. Por el camino, proclamad que el Reino de los Cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, purificad leprosos, expulsad demonios. Vosotros habéis recibido gratuitamente, dad también gratuitamente".

SERMÓN

La filosofía tradicional enseñaba muy certeramente que no toda acción realizada por el hombre podía considerarse acción humana. Sin duda que todos son actos del hombre, -también el dormir, el actuar del sonámbulo, los actos fisiológicos, los impulsados ciegamente por las pasiones, los realizados impelidos compulsivamente desde afuera o desde dentro-. 'Del hombre', sí, porque éste es ciertamente el sujeto de estas acciones, pero humanos, humanos, solo son los actos que realiza formalmente como animal racional, es decir los actos libres. La libertad es lo que determina específicamente si mi acción es humana, no simplemente mía, del hombre.

Sentarme por ejemplo frente al aparato de televisión con el propósito deliberado de ver tal programa que ayudará a mi información o a mi cultura o a mi legítimo descanso o distracción es un acto humano. Lo decido con libertad. Pero cuando se me escapa el tiempo de las manos y ya empiezo a ver cualquier cosa o quedo atrapado por un programa de tono subido o simplemente estúpido o, peor, cuando compulsivamente enciendo la televisión y me quedo frente a ella horas y horas dilapidando lastimosamente mi tiempo, eso ya deja de ser un acto humano. Es un acto mío, si, lamentablemente, pero que dista mucho de ser auténticamente libre y humanizante.

Puedo salir muy humanamente con una chica con el propósito de trabar amistad, de realizar alguna tarea de estudio o de trabajo juntos, de compartir momentos agradables, de -a lo mejor- explorar una posible relación de noviazgo o matrimonio, pero cuando resortes programados genéticamente de mi psique y aún de mi fisiología mezclados con permisivismos del ambiente empiezan a obnubilar el manejo de la situación fuera de los carriles de mis principios y del respeto que me debo a mí y a la persona con la cual salgo, esas acciones seguirán siendo mías, del hombre, pero distarán mucho de ser humanas.

Tomás de Aquino enumeraba muy precisamente cuales eran los factores que impedían que un acto del hombre fuera humano, es decir libre. Cuatro factores contaba: tres internos : la ignorancia, la pasión, el miedo; uno externo : la coacción. La coacción externa, de todos modos, para él, era lo menos importante. Un mártir engrillado y encerrado en un calabozo, por más coaccionado externamente que esté por esas circunstancias, lo mismo puede conservar ¡y sublimemente! su libertad interior y por lo tanto su humanidad. No: no es la reja, ni el látigo, ni la punta del fusil, lo que nos quita verdaderamente la libertad, sino, en todo caso, nuestro sometimiento interior, nuestra flaqueza, nuestra cobardía. Podemos conservarnos bien humanos, soberanamente libres, santos, aún en un campo de concentración. Como lo demostró sobradamente San Maximiliano Kolbe, en Auschwitz, quien, como tantos otros prisioneros jamás llamados por su nombre sino, para deshumanizarlos, por su número, el 16.670, lo mismo supo ser Maximiliano Kolbe hasta el fin: hasta la inyección letal que le dieron el 14 de Agosto del 1941, después de diez días sin comida y sin agua, ofrendando su vida por otro prisionero a quien tampoco consideró un número. (A pesar de ello, en otra manifestación sectaria y después de haber logrado erradicar de Auschwitz el convento carmelita que allí existía y las trece cruces que marcaban lugares donde murieron tantísimos católicos, el Gran Rabino de Polonia Menajem Josewicz acaba de pedir al Papa, en su actual visita, que retire la última cruz que restaba a unos metros del campo, donde el propio Juan Pablo II había celebrado una Misa hace unos años en recuerdo también de los muchísimos cristianos muertos en ese lugar.)

El asunto es que la libertad y la humanidad son algo que sobre todo depende de lo interior. Por eso los tres factores internos enemigos de lo humano son muchísimo más letales y deshumanizadores que el externo, la mera coacción.

Antes que nada la ignorancia. Ese no saber o no ver, que impide aún la más obvia de las libertades, la de ir hacia donde queremos sin equivocarnos. La libertad que no tiene un ciego en un lugar totalmente extraño, si alguien no lo guía. La libertad que tendríamos en Pekín si nos dejaran en cualquier cruce de calles sin saber chino o sin tener un plano que nos indicara donde estamos.

Es la falta de libertad fundamental que se da al hombre de nuestros días cuando no se le entrega la guía Peuser , la Filcar, la Michelin del Evangelio, ni se le indica la dirección hacia la cual ha de encaminar su vida. La libertad del que no sabe para qué está en el mundo, cuál es el sentido de su existencia, cuál la ruta para alcanzarlo. La del que ignora que está llamado a la vida eterna y que su mayor dignidad es la de poder vivir como hijo de Dios. Hijo de padre desconocido, porque desconoce trágicamente que, antes que nada, lleva adentro el fantástico honor de ser hijo del Padre de Jesús. Eso que conocía el, a lo mejor, 'analfabeto' de otros tiempos, que no sabía leer para poder saborear cosas tan fantásticas como la revista Gente y Para Ti y el suplemento de modas de La Nación, pero que conocía lo único importante que hay que saber en esta vida y lo que da auténtica libertad y que es el catecismo .

Aún sin llegar a estos extremos ¿qué libertad tiene un muchacho o una muchacha común de nuestros días para realizarse realmente como ser humano cuando, en el mejor de los casos -y mejor no recordar las últimas encuestas- mucho se le podrá enseñar de matemáticas, de ciencia, de geografía, de economía, pero nunca nadie le dio una clase de lo que significa ser hombre, de lo que es auténticamente amar, de lo que vale la familia, de lo que representa la dignidad, el honor, la hombría de bien, la veracidad, el respeto de si mismo, el respeto, aunque más no sea -ya que no el amor- a los demás... Ese fino observador del hombre que, sin ser cristiano pero no sin su influjo, ha escrito, junto con muchas macanas, cosas muy lindas sobre la libertad y sobre el amor, Erich Fromm, señalaba justamente el disparate de la educación moderna que, en aquello que es lo más importante de la vida del hombre y en donde se juega incluso su salud mental, que es el amor, nada desarrolla en la enseñanza oficial y deja librado al joven a la necedad de lo espontáneo que siempre lleva, tarde o temprano, al desastre.

¡Sos libre! ¡Tenés libertad! Si no sabés para qué la tenés; si, por más que sepas muchas cosas, sos ignorante en lo principal, aunque creas tenerla, no la tenés. Te dirigen los medios, te dirige el punto de vista de los demás, lo que se les ocurre a los que forjan la opinión pública, los que manejan la gran política, los que se enseñorean de la inteligencia desde los ministerios de educación, desde los escenarios y las pantallas, desde lo que les interesa a los que quieren hacerte producir, vender, consumir y comprar cada vez más y más ...

¿Lees, pensas, reflexionás? ¿Vivís en un ambiente que lee, que piensa, que reflexiona? ¿Te juntás con gente que razona, que pondera, que discurre, que no escupe opiniones por docena, ni repite lo que todos dicen? ¿Gente que vale la pena? ¿Experimentaste lo que es tener realmente una familia, amigos de ley, un gran amor? Al menos ¿vivís en serio tu fe? ¿No? ¿Más o menos? Entonces, creeme, apenas tenés libertad.

Tampoco tenés libertad si no sos dueño de vos mismo, de tus pasiones, de tus ganas, de tus deseos. Ese segundo factor interno enemigo de lo humano, de lo libre, del que hablaba Tomás de Aquino -la fuerza desordenada de deseos y de iras instintivas que todo hombre lleva desde su nacimiento en su corazón-. Probalo: sentate un día en tu escritorio, agarrá lápiz y papel. Escribí no un plan exagerado, como para un santo: un plan de mínima, como para vos. Lo que tendrías que hacer; lo que tendrías que leer; lo que tendrías que estudiar; lo que tendrías que comer o dejar de comer o de beber; o ver o mejor no ver de televisión; el tiempo que no deberías perder; el noviazgo que con tu novia -pensándolo como cristiano- querrías llevar; el trato y la atención que deberías prestar a tus hijos, a tu mujer; esas concesiones a tu comodidad, a tu pereza, a tus placeres a veces ilícitos que sabés bien que no te deberías permitir; esos ataques de ira, esos rencores, esas palabras de más, esos cuchicheos, esas críticas, todo eso que te gustaría erradicar de tu actuar y de tu personalidad.... Anotá. Anotá el tipo de varón o de mujer que con tus talentos está en tus posibilidades ser y querrías ser. Anotá. Poné el papelito doblado en tu agenda, en tu billetera, en el cajón con llave de tu mesa de luz... Miralo al mes. Fijate cuánto hiciste de lo que te propusiste, cuánto mejoraste, qué lograste, cuántas páginas leíste... Lo que te faltó para lograrlo: eso es exactamente lo que también te falta de libertad, lo que te falta de realmente humano.

No: has demostrado que no sos del todo dueño y señor de vos mismo, de tus pasiones. Ellas te han llevado de la nariz: no has sabido manejar tus perezas, tus fiacas, tus concupiscencias, tus dejadeces, tus facilonerías, tus ganas de comer o de tomar, ni -digámoslo en voz baja- tus compulsiones vergonzosas... O no, al menos, en la medida en que te lo habías propuesto. Sí hiciste, por supuesto, como un soldadito, aquellas cosas a las cuales estabas estrictamente obligado y de las cuales no podés zafar y, a decir verdad, las hiciste no del todo bien. Así pues, por más que hayas cantado el 25 de Mayo "¡libertad, libertad, libertad!" mucho te falta todavía para ser realmente libre, humano. ¿No tenés fortaleza, no tenés temperancia, no tenés manejo de vos mismo? No tenés libertad.

Y queda un tercer factor del cual hablaba Tomás, interior, enemigo también de la libertad: el miedo. "¿Miedo? ¡Yo no tengo miedo a nada!" ¡Vamos! ¿Quién no tiene un poquitito de miedo hoy en Buenos Aires? Cruzá nomás la 9 de Julio sin mirar mil veces el semáforo y, aún en verde, abriendo bien los ojos a ver si no viene un animal por la autopista que no se le va ni a ocurrir parar en colorado. Andá a hacer footing o darte una vuelta en bicicleta por las bicisendas de Palermo al caer de la tarde... Abrile a cualquiera que te toque el portero eléctrico. Andá a sacar un depósito al banco y tomate el taxi que te está esperando en la puerta por casualidad. No pongás doble trabex y cadena en tu puerta... Claro que todavía estamos en Buenos Aires y no en Harlem en Nueva York...

Pero no quiero hablar de esos miedos lógicos que, de todos modos, ciertamente algo de libertad nos quitan. Tampoco hablo del miedo a que me echen, a perder el trabajo, a no hacer el negocio... y que me hacen ser algo más servil, más mentiroso, más hipócrita, menos libre, de lo que tendría que ser... Ni tampoco, grotescamente, el miedo a la escopeta del siciliano que obliga a casarse con ella al muchacho que deshonró a su hija ... Es obvio que esos miedos quitan la libertad.

Hablo de otros miedos, más larvados, menos detectables, y que a veces me hacen perder bastante más profundamente mi libertad, mi humanidad... Miedo a no ser como los demás; horror a no estar suficientmente a la moda; susto a ser cristianamente distinto; pavor a quedar mal; temor a defender lo que veo y lo que se; terror a no vestirme -por fuera y por dentro- como se visten los demás; falta de audacia para tener un nombre y no un número tatuado en el brazo o en el DNI; miedo -en el fondo-, miedo a la libertad. A tener que decidir yo , con lo que creo, con lo que profeso, con lo que pienso; a enfrentarme con la estupidez, con la necedad; a confesar mis convicciones; a no arredrarme contra el mal. Miedo a ser coherente con mis principios, con lo que me pide Cristo, cuando ello entra en conflicto con lo que hacen, dicen y se permiten los demás, incluso, desgraciadamente, a veces, los de mi propia casa, los de mi propia familia.

Ahí están: ignorancia, pasiones desordenadas, miedo. Ahí están los tres grandes enemigos de la verdadera libertad, de tu ser humano, de tu vivir cristiano.

Ahí está lo que extravía al hombre, lo que lo amarga, lo que trae tristeza y abatimiento, lo que provoca el mal y el dolor... Lo que lo hace menos humano, menos hombre.

Enseñanza solo dedicada a nociones e informaciones y aptitudes técnicas. Sin disciplina y sin virtud. Evangelio reducido a veces a vociferar inútilmente sobre pobrezas puramente externas, sin ocuparse de las verdaderas miserias, las de adentro, las del alma, las del corazón, las que impiden, en el mismo caracú del varón y de la mujer, vivir libremente como humanos y como cristianos.

"Jesús, al ver a la multitud, tuvo compasión, porque estaban fatigados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor". ¡Tanta pasta, tanto muchacho y muchacha potencialmente buenos, tanta materia prima de alta calidad! y ¡tanta ignorancia, tanta falta de formación, de conducta, de contención...! ¡Cuánto se podría sacar del hombre de bueno, de humano, de verdaderamente libre, si hubiera auténticos pastores, verdaderos padres, maestros de vocación, dirigentes, periodistas, formadores de opinión, sacerdotes, que fueran capaces de guiar por caminos de verdad -en exigencia y ejemplo, en templanza y nobleza- a tanta abundante cosecha, a tanta mies! Discípulos, apóstoles, Simón, Andrés, Felipe, Bartolomé, Jorge, Luisa, Juana, Enrique, Marta, doce, cien, mil apóstoles, para expulsar a los espíritus impuros de la ignorancia, de las pasiones, de los falsos miedos, de los enemigos de la libertad...

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