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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

 

1991. Ciclo B

11º Domingo durante el año  
GEP, 16-6-91

Lectura del santo Evangelio según san Mc. 4, 26-34
También decía: «El Reino de Dios es como un hombre que echa el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo. La tierra da el fruto por sí misma; primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga. Y cuando el fruto lo admite, en seguida se le mete la hoz, porque ha llegado la siega». Decía también: «¿Con qué compararemos el Reino de Dios o con qué parábola lo expondremos? Es como un grano de mostaza que, cuando se siembra en la tierra, es más pequeña que cualquier semilla que se siembra en la tierra; pero una vez sembrada, crece y se hace mayor que todas las hortalizas y echa ramas tan grandes que las aves del cielo anidan a su sombra». Y les anunciaba la Palabra con muchas parábolas como éstas, según podían entenderle; no les hablaba sin parábolas; pero a sus propios discípulos se lo explicaba todo en privado.

SERMÓN

Es sabido que la ley de degradación de la energía, el segundo principio de la termodinámica de Nicolás Léonard Sadi Carnot (1796-1832) afirmaba que en un sistema cerrado las diferencias de temperatura que puede haber entre los cuerpos tienden a desaparecer, a uniformarse y, por lo tanto, -ya que la energía térmica solo puede actuar por medio del paso de un cuerpo más caliente a uno más frío- se termina por imposibilitar el funcionamiento de cualquier motor, tanto biológico como mecánico, encaminando así al sistema a su muerte térmica. Es sabido también que Rudolf Julius Emanuel Clausius (1822-1888), perfeccionó la ley, dándole su fundamento matemático al relacionarla con la teoría cinética de los gases. Demostró que la temperatura de los cuerpos se debía a movimientos moleculares cuya velocidad determinaba su mayor o menor temperatura, y que estas velocidades tendían inexorablemente a mezclarse y homogeneizarse. El es el que llamó a esta tendencia de la energía a hacerse inutilizable entropía o sea involución, encierro, de la energía. Esta tendencia universal, reinterpretada más tarde estadísticamente por Ludwig Boltzmann (1844-1906), ha sido contemporáneamente reformulada por el norteamericano Claude Elwood Shannon (n. 1916), investigador primero de la Bell y actualmente profesor en el Instituto Tecnológico de Massachusetts.

Es el creador de la teoría de la información, caracterizada precisamente por la introducción del concepto de entropía en el tratamiento matemático de aquella. Es el que definió el término bit, contracción de 'binary digit', 'dígito binario', unidad elemental de información que corresponde a la dada por una prueba que tiene dos resultados igualmente probables, es decir la respuesta a una cuestión que sólo admite un "sí" o un "no" como contestación. El byte, en cambio, es una unidad mayor, formada por un número determinado de bits, generalmente 4, 6 u 8 según el ordenador que se use. Así suelen expresar las computadoras la cantidad de memoria que tienen ocupada o desocupada: "tantos bytes free", aparece en la pantalla.

Pues bien, Shannon en su obra "La teoría matemática de la comunicación" ("The Mathematical Theory of Communication") del año 1949 propone su famosa ley de la "degradación de la información" poniéndola en paralelo con la de la segunda de la termodinámica, la del aumento ineludible de la entropía, la de la degradación de la energía. Llamado el principio o la ley de Shannon afirma también que la entropía de la información tiende a aumentar, es decir a degradarse ésta inevitablemente. Pone el ejemplo de las señales de humo de los indios, que al tiempo se disipan según las leyes cinéticas entrópicas de los gases, degradando por el mismo hecho la información. O el ejemplo de un mensaje transmitido en secreto de boca a oído hacia la derecha por un grupo de gente sentada alrededor de una mesa: cuando llega al que está a la izquierda del que emitió el primer mensaje, ya éste resulta irreconocible. O la copia sucesiva de manuscritos en donde los errores y las omisiones van en aumento a medida que se va tomando distancia del original. O el ejemplo de un sermón: si alguien pretende referir el sermón del Padre Podestá a un tercero, y este, a su vez a un cuarto, y así siguiendo, cuando el sermón llega finalmente a oídos del obispo éste lo echa al Padre Podestá de las Carmelitas por hereje.

Es decir, en todo sistema cerrado, aumenta ineluctablemente el desorden, la desinformación, y esto lo saben perfectamente las amas de casa que, si dejan las cosas como están, sin añadirle energía, información u orden cotidiano, a los pocos días la casa se transforma en un chiquero. O el dueño de un automóvil, si no lo cuida, lo pone a punto, lo engrasa y aceite, lo lleva de vez en cuando al mecánico: se convierte en chatarra.

Y esto que se da en cualquier microsistema cerrado, también se da en los macrosistemas.

Pero cuando los científicos se refieren al macrosistema total, al universo, no pueden dejar de transformarse en metafísicos, en teólogos. Porque en tanto que toda energía se va consumiendo y que las temperaturas y niveles tienden a igualarse; en tanto que los cuerpos pesados descienden y no pueden volver a remontarse por si mismos; en tanto las pesas de los relojes a péndulo bajan y no pueden volver solas a subirse si no se les da cuerda y los a pila se gastan y no pueden autorecargarse; en tanto la materia universal se expande, y se desconcentran progresivamente las nebulosas y se transforma la materia en radiación; en tanto todo tiende a gastarse y desordenarse -siguiendo las leyes de Clausius, Carnot, Boltzmann y Shannon- en este rincón minúsculo del cosmos, en este nuestro pequeño departamento de un ambiente en la megalópolis del universo, la pequeña tierra girando en su órbita alrededor de nuestra estrella privada el sol, aquí, digo, se da un fenómeno contrario a todas estas leyes de Clausius, de Carnot, de Boltzmann y de Shannon, o sea, un aumento local, a través del tiempo, de la negentropía, de la información, del orden, de la energía, en el fenómeno que nosotros conocemos como la vida.

En efecto, la línea de la vida -que al menos por lo que hoy sabemos se ha desarrollado solo en este arrabal del cosmos- en la abscisa del tiempo, contrariamente a lo que marca la ley de Clausius-Carnot y de Shannon, avanza en una línea ascendente en donde el orden y la información aumentan. Desde la aparición de las macromoléculas bióticas hasta la aparición hace cuatro mil millones de años del primer núcleo celular provisto de ADN, ácido desoxiribonucleico, con sus pares de bases nitrogenadas adenina-timina, guanina-citosina, que conforman un verdadero lenguaje informático, según el cual se fabrican las proteínas que forman a los seres vivos, se da un paso gigantesco en la organización y en la información. Y este primer gran paso es luego progresivamente aumentado a medida que a través del tiempo se van formando seres vivos más complejos, que se estructuran y organizan de acuerdo a la información que les transmite el lenguaje del ADN. Este crecimiento de la vida a lo largo del tiempo y que va en contra de la entropía puede incluso medirse matemáticamente en lenguaje informático y en número de bits. Vida más compleja, más alta: mayor cantidad de bits, mayor información.

Y cada especie viviente está definida por una cantidad determinada de información retenida en el ADN. Cuando dicha información se transmite mal, cuando a pesar del esfuerzo negentrópico de la vida, presiona la entropía de la ley de Shannon, se produce un mutante, un monstruo, un caso teratológico. Pero aquí se da el caso que estos mutantes, estos casos monstruosos, no suelen sobrevivir ni dar descendencia: en la línea de la vida la ley de Shannon no impera, porque devora a sus propios hijos, los elimina.

Cuando negentrópicamente aparece mayor y mejor información puede darse lugar a una especie superior y ésta irrumpe exitosa en la línea de la vida, de la negentropía. Son mecanismos aún no suficientemente conocidos por la ciencia. Pero es claro que a mayor calidad de vida, mayor y mejor información. "Ens, verum et bonum convertuntur."

Y nosotros sabemos que esta información, estas instrucciones para construir al individuo, el material genético, se transmite mediante células especiales, los gametos, que, unidos héterosexualmente en los organismos superiores, forman una semilla, huevo o embrión, a veces de dimensiones microscópicas. Allí está codificada la biblioteca de instrucciones de centenares de miles de bits según las cuales se formar el nuevo organismo. La semilla, casi pura información, organizar la materia, los nutrientes que recoger del entorno o de la substancia de la madre y los estructurar en un organismo botánico o zoológico a veces millones de veces más grande que el zigoto primitivo. Tal proceso generalmente no es visible los nueve primeros meses de la vida de un hombre; como la semilla enterrada germinando y comenzando a organizar la materia de su entorno mediante su código genético. Siendo los procesos más extraordinarios de la vida, son invisibles, callados, ocultos. Tanto es así que hay madres que no vacilan en destruir esta obra maravillosa del embrión confiado al falso abrigo de su seno, precisamente porque nada ven.

Pero hay más, porque todos sabemos que el ser humano no puede vivir como humano solo con la información que le transmiten sus genes, su biblioteca genética escrita en ADN, los bits de su genoma: para vivir como humano tendrá que recibir además los bits de la instrucción que le viene de afuera. La información que padres, familia y sociedad le va suministrando a su cerebro. Y aquí también, cuanto más verdadera y m s rica sea esa información, cuanto mayor cantidad de bits de cultura, de moral y de saber reciba ese cerebro, mayor calidad y excelencia de vida alcanzar el hombre. Y esto también es como plantar semillas: enseñar es inseminar, es sembrar, porque la información que cambia la vida no es solo la que se acumula en forma de datos en la memoria, sino la que, asimilada por el humus del neocortex, informa el comportamiento, los puntos de vista, la manera de apreciar y gozar la realidad, el modo de amar a los demás y de integrarse en la sociedad. Este tipo de información no va solo a la memoria: en forma de microprogramas fecunda actitudes, sistematiza saberes, aceita y domina las pasiones, se organiza en virtud, lucidez y prudencia. La memoria puede impactarse rápidamente, pero la información que cambia la vida, la eleva y la mejora, porque entra en simbiosis con la información genética, tiene su tiempo para madurar: como la semilla que caen en tierra, como el embrión que se implanta en la pared del útero de la madre.

Cuando Dios, más allá de la vida humana que ha creado mediante la admirable obra de la negentropía y de la información innovadora que ha empujado constantemente a un costado la ley de Shannon, ha querido infundir al hombre mucho más que esto, su propia vida, cuando lo ha querido metamorfosear, mutar, hacerlo partícipe de lo divino, recrearlo en hombre nuevo, lo ha hecho dándole la gracia no solo en forma de energía, de poder negentrópico, sino también en forma de información. Al comienzo en forma de instrucción, de Torah, a través de profetas y legisladores que fueron poco a poco transformando al pueblo de Israel, pero, finalmente, transmitiendo la propia información de infinitos bits que conforma la vida divina, su propio genoma: el Verbo, el Logos, la Palabra. Y lo ha inseminado en la tierra de la historia, en el útero de la humanidad, para que sirva de simiente de vida divina a los hombres. Esa información del genoma divino, se ha hecho presente en Cristo Jesús, en sus palabras y en su obra, y en la lectura permanente que el Espíritu Santo -como ácido ribonucleico, como ARN mensajero- hace de él en los ribosomas de su iglesia.

Con esa información, todo hombre tocado por la gracia de Cristo es capaz de reconstruirse, de renacer a un nuevo estado, de vivir embrionalmente la vida divina que crecer un día, espléndida, en la floración y salida a luz plena de la eternidad.

Pero, mientras tanto, la información germina lenta, a veces calladamente, y la ley de Shannon sigue conspirando con su entropía de mentira, desinformación y de muerte. La fuerza de la verdad, a veces latente, es insidiada constantemente por la mentira; y la carne, lo humano, el hombre viejo, el homo sapiens sapiens, la vieja programación, se niega a recibir la nueva, la información transformadora; prefiere sus solos 46 cromosomas y lo que ha él mismo recogido y creado de información en su cultura.

Y si siempre esto fue así, si siempre la entropía intentó luchar contra la vida, hoy más que nunca la humanidad -que durante siglos en occidente había sido informada en su cultura por el genoma divino, por el cristianismo-, quiere reivindicar las banderas autónomas del hombre viejo, del hombre psíquico, del hombre carnal -como dice San Pablo-. Habiendo tomado las fuentes de la información, los medios de educación y de cultura y los mass media -grandes inseminadores de las mentes-, sostenidos por una formidable logística de poder político y económico, la revolución anticristiana, la ley de Shannon, intenta desprogramar la mente de los pueblos, la mente de nuestros hijos.

Hoy se festeja el día del Padre, valga lo que valga este festejo. Pero digamos que el padre es la figura por antonomasia del sembrador. Así lo entendió la antigüedad que, como no sabía nada de genética, pensaba que era solo el padre el que ponía la semilla y la madre solo hacía de tierra, de dadora de materia. Hoy sabemos que no es así, la madre aporta la mitad de la información genética. Sin embargo, en los paradigmas psicológicos, la polaridad permanece: es función esencialmente paterna, más allá de la puramente biológica, la de inseminar la mente de sus hijos con información transmitida en palabra y en ejemplo.

Por supuesto que esta función paterna la ha de cumplir también la madre. Sin embargo psicológicamente sigue siendo especialmente válido el arquetipo del padre. Por eso todo aquel que insemina la palabra: desde Dios que insemina la de su Verbo, pasando por el maestro que insemina al alumno la de su enseñanza, hasta el sacerdote que enseña y que predica, fueron y son llamados entre los hebreos y en todos los pueblos tradicionales, y sobre todo entre los cristianos, con el nombre respetuoso de padres.

Función que hoy -decíamos- es más difícil que nunca y que puede llevar al cansancio o al desaliento. Pero de la cual es necesario no defeccionar: no hay que desilusionarse porque lo que uno ha intentado sembrar a sus hijos o discípulos o feligreses no germine inmediatamente, que el adolescente o el joven y aún el adulto sigan, a pesar de todo, muchas veces, senderos extraviados. La hierba mala es la primera que germina y cubre el terreno; y la semilla buena, la del árbol, parece que ha desaparecido porque tarda en echar raíces, se demora en surgir.

No hay que asustarse tampoco del aparente poder de los arbustos, de las matas, de las espinas: en un día pueden secarse. Y no siempre, en épocas de emergencia, interesa tanto salvar la planta, lo importante es salvar la semilla: de la pequeña semilla podrá volver finalmente a nacer la planta. No tenemos que tener miedo de las dimensiones microscópicas del embrión: de él ya saldrá lo grande.

Y tenemos además la seguridad de que aquellas semillas que tengan mensajes genéticos inválidos, erróneos, crear n solo mutantes, monstruos. Y todo biólogo sabe de lo difícil de que una mutación errónea pueda dejar descendencia duradera, engendrar un ser saludable y fuerte. La mentira, información equivocada, falsa, solo construye individuos y sociedades enfermas, débiles: en su aparente y momentánea fuerza y vitalidad destinadas pronto a la disolución y la muerte. Como la información mendaz de genes degenerados que en los organismos producen el cáncer.

Solo la otra información, la veraz, la buena, dar retoño robusto, porque, quizá más lenta, ha echado raíces profundas y germinado en tallo flexible y lozano, porque engendra no monstruos sino organismos sanos, porque es semilla que, programada por Dios de su propio código genético, participa de su misma fuerza e inteligencia y se integra mejor con el humus del cerebro del hombre hecho para El.

Y, porque la línea de la vida, la línea negentrópica, la evolución victoriosa, el aumento de la información, del orden y de la existencia, pasan por allí donde Dios realiza su obra creadora, por la Iglesia , tarde o temprano, todo lo demás, como especies derrotadas dejadas al costado por la evolución, como mutaciones inviables, como casos teratológicos, todo lo demás perecerá, tragado por la entropía, por la ley de Shannon.

Y tarde o temprano, también, la semilla buena, la palabra de Dios, el genoma divino plantado, arrojado, al campo de la mente y ánimo de nuestros hijos y de nosotros mismos y de la sociedad y de la patria y de la historia, irá creciendo victoriosamente: al principio, una ramita aparentemente pobre, aislada, -a lo mejor tapada por la cizaña y la hierba mala, que parecer cubrir toda la superficie-; después airosa, surgiendo más arriba que las demás; finalmente arbusto saludable, lanzando sus ramas hacia los cuatro vientos, secando la mala hierba, y dando aún cobijo a los pájaros del cielo, a todos aquellos que extraviados por el mundo, sin encontrar alimento en el pasto amargo del hombre, por fin acudirán al arbusto de Cristo, al varón y a la mujer cristianos, a la santa e invencible Iglesia de Jesús.

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