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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

1997. Ciclo B

25º Domingo durante el año

Lectura del santo Evangelio según san Marcos     9, 30-37
Al salir de allí atravesaron la Galilea; Jesús no quería que nadie lo supiera, porque enseñaba y les decía: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo matarán y tres días después de su muerte, resucitará.» Pero los discípulos no comprendían esto y temían hacerle preguntas. Llegaron a Cafarnaún y, una vez que estuvieron en la casa, les preguntó: «¿De qué hablaban en el camino?» Ellos callaban, porque habían estado discutiendo sobre quién era el más grande. Entonces, sentándose, llamó a los Doce y les dijo: «El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos» Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos y, abrazándolo, les dijo: «El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí, y el que me recibe, no es a mí al que recibe, sino a aquel que me ha enviado»

Sermón

          Frente al terrible problema creado a causa de la segunda guerra mundial por los centenares de miles de niños huérfanos que deambulaban abandonados en medio de las ruinas humeantes de la devastada Europa, la asamblea general de la ONU creo en 1946 a UNICEF, (United Nations International Children's Emergency Fund) las siglas en inglés del Fondo Internacional de las Naciones Unidas para el Socorro de la Infancia . Luego de la guerra UNICEF ensanchó su acción a todo el mundo, y en particular a los países subdesarrollados. Hoy no solo las víctimas de las guerras atrapan su atención, sino todos aquellos niños que de cualquier manera sufren abandono, explotación o malos tratos de parte de los adultos. Todos estamos enterados por los diarios de los datos y cifras escalofriantes que presentan sus denuncias y estadísticas.

Pero no se crea que esta imagen sea novedosa en el panorama de las aberraciones permanentes de la naturaleza humana; baste recordar la explotación despiadada de los niños en las minas de carbón de Inglaterra y en los talleres de la naciente industria en los albores de la Revolución Industrial; o las horripilantes historias del uso que hacían los musulmanes de los niños cautivos cristianos; o las crónicas de Tácito, de Tito Livio, o los epigramas de Juvenal o de Marcial sobre el trato de los infantes, especialmente cuando esclavos, en la antigua Roma; cuando no de Egipto o de Asiria y su abuso o castración masiva para obtener dóciles eunucos; o en Fenicia y Canaan para ofrecerlos al fuego en sacrificios a los dioses.

En Israel las costumbres más bestiales fueron siendo desterradas poco a poco. Pero aún en la época de Jesús la posición del niño estaba muy lejos de ser la que podría imaginar alguien educado hoy en el cristianismo. Nadie puede medir el influjo que para respeto, cuidado y amor al niño ha tenido el cristianismo y su devoción al pequeño niño de Belén. Para todo cristiano criado en las alegrías de la Navidad cualquier bebe, cualquier niño, lleva algo del misterio y la atracción del pequeño bebe de María.

Pero de ningún modo esto era así en el tiempo de Cristo. Habría que decir más bien que la niñez era entonces una época de terror. Los chicos eran los miembros más débiles y vulnerables de la sociedad. La mortalidad infantil alcanzaba a veces el treinta por ciento. Otro treinta por ciento moría en torno a los seis años; ciertamente un sesenta por ciento había desaparecido hacia los dieciséis. Estudios actuales estiman además que más del setenta por ciento perdía a uno o a los dos progenitores antes de llegar a la pubertad; hay que pensar que el 75 por ciento de la gente moría antes de los veinte, el 90 por ciento antes de los cuarenta y solo un 3% de la gente llegaba a los 60. Pocos pues alcanzaban la adultez con ambos progenitores vivos, de tal manera que la cantidad de huérfanos era enorme.

Así, en si o en sus padres, los niños eran siempre los primeros en sufrir las consecuencias del hambre, la guerra y la enfermedad.

Pero no solamente. Los niños carecían prácticamente de estatus en la comunidad o la familia. Un menor de edad se equiparaba a un esclavo; sólo tras alcanzar la madurez podía, si era libre, heredar bienes. Y solamente cuando se le consideraba mayor -siendo varón, por supuesto- podía conversar con los varones mayores o recibir la consideración de su padre. Hasta entonces pertenecía al mundo inferior de las mujeres, querido solo por su madre. Y podía cederse, venderse, adoptarse y, en algunos casos, matarse, sobre todo si era muy niño y tenía algún defecto. Su educación se realizaba sin contemplaciones, menudeaban los castigos corporales, la disciplina era férrea.

El término niño incluso podía usarse como insulto. Y si se era huérfano, eso ya era el estereotipo del miembro de la sociedad más débil, excluido, marginado y vulnerable. La niñez era pues período de horror y, por eso, llegar a la adultez era motivo de celebraciones y fiestas, reflejadas todavía en el rito del Bar Mitzvá cuando el joven judío entra a los trece años en la adolescencia.

Por supuesto que todos deseaban tener niños, pero no como tales sino como reaseguro de futuro y posibles adultos capaces, sobre todo si eran varones, de aportar brazos y trabajo a la familia. Tanto es así que el lugar de la mujer en la familia dependía de que tuviera hijos, y, que estos fueran varones y muchos, ya que se sabía que muy pocos llegarían a grandes, por lo cual era inútil gastarse en poner demasiado el corazón en ellos.

En el mundo cristiano las cosas ciertamente cambiaron. Pero hoy la situación vuelve a deteriorarse. Sin hablar de los casos aberrantes que denuncia UNICEF y de las bandadas de niños de la calle, adultos precoces que han perdido casi todo rasgo de niñez, vemos que -salvo ese hijo único que es más amado para satisfacer los instintos paternos de los progenitores a la manera de un caniche de lujo que en si mismo y por si mismo- el niño es rechazado aún antes de nacer a fuerza de píldoras, latex y aborto. Ya no solo es molesto de por si, pues impide, con sus exigencias de cariño, tiempo, comida, ropa y colegio, el mantenimiento del estatus familiar y la libertad de los cónyuges -sobre todo de la superliberada mujer- sino que, cuando crezca, será, para la sociedad, peligrosa competencia en los puestos de trabajo y en el banquete de los bienes que habrá que con ellos compartir.

Maternidad, educación, sanidad infantil, -además- son rubros que cuestan demasiado al presupuesto familiar y estatal. De todas maneras, aún los que logren nacer y seguir adelante como únicos principitos de la casa, están condenados a vivir sin la amistad de hermanos, frecuentemente sin padres, éstos separados, a lo mejor a causa precisamente del planificado 'baby'' que, a los pocos meses de berreo, pañales sucios inoportunamente, y horarios exigentes, si no hay una abuela que ayude o una niñera paga que releve de las ingratas tareas, se revelará como un juguete molesto y costoso, intruso en la casa, al cual lo mismo, por auatoestima y prestigio habrá que vestir bien y mandar a colegios más bien todavía, -sobre todo que aprenda inglés- y cuando ya grandecito pierda la frescura del riquísimo pequeño que juega en la arena y que de las carpas vecinas de la playa vienen a admirar, y les aparezcan el molesto acné y las más molestas costumbres y, como ya no trae las mejores notas y tiende a estar fuera de casa buscando el cariño y la compañía que en la suya no encuentra y, cuando está, solo escucha música imposible y lo único que hace es gastar y pedir plata, ya el principito se ha convertido en un personaje detestable, fuente de dolores de cabeza, causa del martirio constante de la que se cree abnegada madre y, cuando todavía permanece, del autoconvencido paciente padre...

Lo cual nada sería si de pronto esta multitud de niños y jóvenes planificados no hubiera sido detectada, de pronto, por los estudios de mercado, como ávidos consumidores de hamburguesas, compact discs, de ropa informal, de espectáculos rock, de discotecas y bailantas, de coca cola y de cerveza, o cosas peores, y hacia ellos, para estupiditizarlos aún más -por no decir pervertirlos-, no se hubieran encaminado calificadas inversiones que explotándolos sacan pingües beneficios...

Más la caterva de ideólogos a quienes interesa tener, o material humano descartable pronto a la revuelta y para ello necesita indisciplinarlos en aulas que no enseñan, ni forman, ni ordenan, sino que les quitan las pocas ideas sanas que aún precariamente les habían transmitido sus familias, o que los preparan solo para sumarse voraz y esclavizadamente a la sociedad del consumo y a la economía feroz y globalizada, sin perspectivas religiosas, ni humanas, ni estéticas, en los disvalores que promueven los medios y con la sonaja de palabras en el fondo vacías de sentido como democracia, libertad, derechos humanos que ya no convencen a nadie y que se toleran con tal de que no me ocupen demasiado lugar en los programas de televisión y me dejen con mi partido de fútbol, mi serie de acción o mi película leve o gravemente pornográfica según la calidad de mis escrúpulos.

Pero no nos desviemos; volvamos a estos niños a los cuales Jesús pone como parangón del objeto de nuestra caridad y, en otros pasajes, como ejemplo de lo que debemos ser para merecer el Reino de los Cielos.

Ciertamente que ni se trata de la figura idílica del niño que describió algo ingenuamente el cristianismo: pequeños inocentes, confiados, juguetones, imaginativos y encantadores jugando pacíficamente en las rodillas de la mamá o en el cuarto de juguetes -a la manera de los niñecillos de la Condesa de Segur o de Luisa May Alcott - ni tampoco el niño nudo de instintos espantosos que descubrió Sigmund Freud que los definía a los infantes como "perversos polimorfos".

Hablemos del niño tal cual lo vio Jesús en esa sociedad severa que conoció y en la cual el niño era el último de los sujetos de derecho, inerme, dócil hasta la sumisión, temeroso de todo, falto y dependiente... En realidad es la imagen que le viene a Jesús a la cabeza ahora que está pensando en su próxima muerte. Los discípulos no han entendido nada. El les enseñaba que el Hijo del Hombre sería entregado en manos de los hombres, y ellos estaban discutiendo sobre quien era el más grande. Y el evangelio de Mateo especifica: "el más grande en el reino" que Jesús, siendo el Mesías, instauraría pronta y victoriosamente. Él, desde el comienzo, les había demostrado con sus hechos y palabras que quería identificarse con los más indefensos, los más pobres, los más necesitados, los más débiles y abandonados y, ellos creían que, como todo exitoso los alzaría a las alturas del poder, al centro del reparto del botín, a la sala del tablero de los botones, a 'la carpa'', al jet set... No se dan cuenta de la revolución que está por traer su Señor y su Maestro: ser superior para servir, ser grande para ayudar al pequeño, ser de arriba para abajarse y ayudar al de abajo... Esa aristocracia del servicio que después fueron los santos. La diferencia de la princesa o del político que usa de la miseria humana para promoverse y la del rey cristiano que austeramente sirve a su pueblo o la joven aristócrata que se hace pobre entre las pobres para servir a los miserables y muere entre ellos.

El niño con el cual se identifica Jesús y a quien abraza y del cual dice que el que lo reciba a él lo recibe, no es simplemente el infante fisiológico, es el representante en su época de la derelicción, de la pobreza, del sometimiento, del abandono, de la pena, de la miseria, de la debilidad y por lo tanto el tipo de todo desamparo, de toda horfandad, soledad, desprecio, falta de protección... Jesús se pone de su parte; se coloca junto a todos los que sufren cualquier tipo de tristeza, de frustración, de orgullo herido o aún de falta de autoestima, de arrinconamiento, de marginación.

Y porque no solo lo declama, no solo es el impulso de ternura y compasión de cualquiera medianamente bueno frente a la miseria, porque no lo arreglará solamente con su limosna y con su comentario compasivo mientras gravemente hace mover en su vaso el hielo de su Johny Walker, porque realmente su compasión lo lleva a hacerse uno con ellos, por eso ya asoma en su mente como premonición aceptada y acogida, el abrazo final con el dolor y la miseria de los suyos, que será el abrazo cruel con la cruz, entregado en manos de los hombres.

Hoy Jesús nos llama a acompañarlo, nosotros discípulos que no comprendemos nada y que tememos hacerle preguntas de miedo que nos llame a más. Sí: Él quiere más: quiere que sacudas tu modorra, vos tropa escogida, aristócrata que te reunís aquí en la sala de banquetes de su palacio, alrededor de la tabla redonda de su altar, ármate de bravura y de coraje, de amor y de entrega, y ponte de una vez al servicio de Dios y de los demás, en tu profesión y en tus estudios, en tu familia y en tus cargos, en tus talentos y en tus bienes, en tu saber y en tu salud, en lo que sos y en lo que tenés, pero, también, ponte al lado de Jesús en tus penas y en tus carencias, en tus miserias y en tus pecados, en tu viudez y tu separación, en tus desdichas y soledades, en tus complejos y frustraciones, en tu vejez y tu enfermedad... ¡Niño, niña grande, pequeño discípulo de Jesús, a quien Jesús quiere recibir, abrazar y consolar... y sufrir y morir por vos!

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