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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

1996. Ciclo A

24º Domingo durante el año

Lectura del santo Evangelio según san Mateo 18, 21-35
En aquel tiempo: Se adelantó Pedro y dijo a Jesús: "Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?" Jesús le respondió: « No sólo siete veces, sino setenta veces siete. Por eso, el Reino de los Cielos se parece a un rey que quiso arreglar las cuentas con sus servidores. Comenzada la tarea, le presentaron a uno que debía diez mil talentos. Como no podía pagar, el rey mandó que fuera vendido junto con su mujer, sus hijos y todo lo que tenía, para saldar la deuda. El servidor se arrojó a sus pies, diciéndole: "Señor, dame un plazo y te pagaré todo". El rey se compadeció, lo dejó ir y además, le perdonó la deuda. Al salir, este servidor encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, tomándolo del cuello hasta ahogarlo, le dijo: "Págame lo que me debes" El otro se arrojó a sus pies y le suplicó: "Dame un plazo y te pagaré la deuda". Pero él no quiso, sino que lo hizo encarcelar hasta que pagara lo que debía. Los demás servidores, al ver lo que había sucedido, se apenaron mucho y fueron a contarlo a su señor. Éste lo mandó llamar y le dijo: "¡Malvado! Me suplicaste, y te perdoné la deuda. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo la tuve de ti?" E indignado, el rey lo entregó en manos de los verdugos hasta que pagara todo lo que debía. Lo mismo hará también mi Padre celestial con vosotros, si no perdonáis de corazón a vuestros hermanos».

Sermón

            Mañana, en el abono vespertino del Colón, se dará la primera función de La Walkiria. Valdrá la pena asistir a sus próximas representaciones. Es probable que, dada la nueva dirección que parecen querer imponer en nuestra ciudad autónoma los inefables estatuyentes, resulte uno de los últimos espectáculos de alta calidad que se hayan de dar en nuestro zarandeado anfiteatro. A propósito, hoy no puedo dejar de recordar la estupenda puesta de Elektra, el año pasado, donde cantaron dos monstruos sagrados de la lírica: la Hildegard Behrens y la Rysanek, bajo la dirección precisa y siniestra de Berislav Klobucar. Siniestra, acorde al tono lúgubre, funesto, tétrico, sombrío, de la genial e inquietante música de Strauss.

            No es para menos, porque toda la ópera es la descripción de una mujer, Elektra, enferma de deseo de venganza, que ansía con odio feroz la muerte de su madre y del amante, asesinos de su padre Agamenón. El instrumento de la venganza será su hermano Orestes que, finalmente, consumará la vendetta en un espantoso baño de sangre. También Elektra muere exahusta de encono, imposibilitada de amar.

            El argumento de Hoffmansthal, calcado genialmente sobre los de Sófocles y Eurípides, cierra magníficamente bien. Sin embargo es bueno recordar que, en el ciclo troyano, el de Electra es solo un capítulo del episodio total que toca a la historia de los Atridas. En realidad el ciclo completo se conserva en la famosa trilogía de Esquilo, la Orestíada, formada por las tragedias Agamenón, las Coéforas -que sería el paralelo al Elektra de Sófocles- y, finalmente, Las Euménides.

            Precisamente Las Euménides es la continuación al drama que se cierra en Elektra con la muerte de Clitemnestra, la madre, y Egisto, el amante y el fugaz triunfo de Orestes. Fugaz, porque tan pronto ha concluido el matricidio las Erinias se precipitan sobre él y lo enloquecen haciéndolo huir despavorido. Las Erinias -o Furias en la versión romana- representan la implacable venganza de los dioses: se figuran como genios alados, con serpientes entremezcladas en su cabellera y llevando en la mano antorchas o látigos. Cuando se apoderan de una víctima, la enloquecen y la torturan de mil maneras. Su mansión es la tiniebla de los infiernos: el Érebo. Persiguen a Orestes por toda Grecia hasta que, al cabo, éste recala en Delfos. Allí Apolo mediante su oráculo exhorta a Orestes a dirigirse a Atenas, donde -le dice- encontrará jueces ecuos que finalmente lo liberen de la tortura. En Atenas sube a la Acrópolis donde se reúnen sus jueces: unos quieren condenarlo. Sin embargo otros afirman: "Es verdad que Orestes ha matado a su madre, pero ella a su vez había asesinado al padre. Los delitos son iguales." La mitad de los jueces, empero, vota en contra. Sin embargo el voto de Atenea inclina finalmente la sentencia a su favor: Orestes es liberado de las Erinias. Estas protestan, porque el tribunal, la justicia, las ha despojado de su poder y por lo tanto los hombres dejarán de respetarlas y rendirles culto. Atenea les sugiere entonces que se transformen en genios buenos, en Euménides, así lo hacen y los atenienses les levantarán un templo.

            En realidad lo que inmortaliza Esquilo en este ciclo es justamente el paso de la brutal cadena de los odios y las venganzas -no hay que olvidar que Clitemnestra mata a Agamenón aduciendo que éste a su vez, antes, había matado a su hija Ifigenia en Aulide- el paso, digo, de la venganza a la justicia. Las Euménides de Esquilo quiere ser la consagración y exaltación del Areópago, el gran tribunal de Atenas. Mientras la sangre clame a la sangre y los delitos se venguen con nuevos delitos, el lazo de hierro de las culpas no se rompe, y la ley del Talión destruye las familias y vacía la ciudad. Hay que confiar a la autoridad legítima, al Estado, no a la venganza personal, el derecho de juzgar y castigar. Crear un tribunal al cual todos reconozcan autoridad y respeten sus sentencias: Este mismo pensamiento de Esquilo es el que reafirmará y confirmará Sócrates con su propia muerte, aceptando la sentencia del Areópago que lo llevaba a la cicuta. El intento de paso de la venganza a la justicia es una de las grandes glorias de Grecia.

            Pero, de hecho, la venganza misma era una ruda justicia que, en los pueblos primitivos, tutelaba la seguridad de las tribus y los clanes. Aquella familia que era capaz de las peores represalias era la más respetada por los demás y capaz por lo tanto de resguardar los bienes y la vida de los suyos, pues nadie se metía con ellos. Y aún hoy... Y no hay que ir a África para encontrar ese tipo de tosca equidad. No se diga nada de las represalias brutales de las guerras -"diez por cada uno que caiga de los nuestros"-, piénsese solamente en la mafia en el sur de Italia, o en Nueva York, o en Buenos Aires -y aún la policía cuando tocan a los suyos-. Ejerciendo ese tipo de justicia sumaria y bestial brindan con ella, a veces, más seguridad a sus miembros que la propia ineficiente justicia del Estado. Ya mucha gente se pregunta entre nosotros si no resultaría más eficaz recurrir a un 'Padrone' que a un juez estatal. Y no por nada aparecen los que se toman justicia por las propias manos, los justicieros, cuando la justicia no cumple con lo que debe.

            Pero ya se lo advertía, en Esquilo, Atenea a los atenienses: "Ciudadanos de Atenas: que este tribunal, el Areópago, de ahora en adelante vele por los ciudadanos -venerando, severo, justo- guardando la ciudad, velando por los que duermen. Que no lo corrompan el cohecho ni la dádiva, que no sea ni excesivamente severo ni, sobre todo, blando; que extermine a los impíos, para que la semilla de los buenos no se dañe con la mala hierba de los malos, y tengáis siempre un baluarte defensor de vuestra patria. Que si se corrompe la justicia o rinde culto a la anarquía o al despotismo, todo caerá y se despertarán las Euménides y volverán a transformarse en Erinias."

            En realidad en los orígenes de Israel también imperaba como único y poco confiable defensor del derecho, la venganza. Más aún: frente a los agravios o daños ejercidos contra algún miembro de la familia o de la tribu, esta nombraba un vengador, el llamado goel, el 'vengador de la sangre', el justiciero encargado de castigar al asesino o a ladrón. Goel: término hebreo que tuvo larga historia, porque es el que finalmente fue traducido al castellano como 'redentor'. Eso era en su origen un redentor: un vengador que velaba por el resarcimiento de las injurias o menoscabos hecho a un pariente o connnacional.

            La forma más primitiva de esta justicia está representada por el brutal personaje Lamek, el primer polígamo de la historia, descendiente de Caín, que aparece en el capítulo cuarto del Génesis, y del cual se conserva, allí, un canto de borracho que es toda una definición: "Mujeres de Lamek, escuchad mi palabra: Yo maté un hombre por una herida que me hizo, y a un muchacho por un rasguño; Caín será vengado siete veces, más Lamek lo será setenta y siete".

            La ley del Talión regulará luego el derecho a la venganza para evitar los excesos de la cólera, y prohibiendo la revancha ilimitada de los tiempos bárbaros. 'Ojo por ojo; diente por diente'. Incluso en épocas más recientes se suavizará dicha norma, admitiendo en ciertos casos la posibilidad de compensación pecuniaria.

            Sin embargo Israel avanza hacia formas superiores de justicia. Se separa lo que se debe a la ley de lo que se debe al resentimiento. El estado ha de velar severamente por la justicia y seguridad de los suyos, pero a ningún israelita está permitido albergar en su corazón resquemores y odios: "No tendrás en tu corazón odio contra tu hermano... No te vengarás y no guardarás rencor a los hijos de tu pueblo", dice el Levítico. Es verdad que este perdón estaba restringido, en los comienzos, a los hermanos de raza pero, hacia la época de Cristo, este tenderá a universalizarse: "Quien se vengue, experimentará la venganza del Señor", afirmará el libro del Eclesiástico. Y el motivo por el cual el justo renuncia a la venganza es su confianza en Dios: "Se que mi goel, mi redentor vive, dice Job, y se levantará sobre la tierra y hará justicia".

            Pero, aunque los rabinos enseñaban que el justo debía perdonar, era controvertido el número de veces que esto estaba recomendado. Con frecuencia se proponía el número de cuatro. Se dice en el Talmud: "Si alguien peca una, dos o tres veces, que sea perdonado; pero no si peca cuatro."

            De tal manera que Pedro se cree un genio de la misericordia, cuando extiende su número de perdones de cuatro a siete; y se queda anonadado ante la respuesta de Jesús. 'Setenta veces siete', es decir, siempre. A la vez que recuerda contrastantemente el terrible desafío de Lamek, "me vengaré setenta vece siete", dándolo completamente vuelta.

            Sin duda que este perdón del cual habla Cristo es algo personal y que no tiene nada que ver con la justicia necesaria y severa que ha de imperar en la sociedad como tal. Es algo que regula no el marco legal de lo social o del negocio, sino algo de adentro del corazón que ha de señorear más allá de la justicia. De hecho, no es solo la magnanimidad, la grandeza de alma, que ha de llevarnos a disculpar la pequeñez del otro, o que se niega a ser herido adentro por la malevolencia ajena retribuyendo en moneda de animadversión, de rabia o de aborrecimiento, que peor hacen al que lo vive que al que lo sufre, sino que es la conciencia religiosa del cristiano cabal que -como en la parábola de hoy- se ve casi obligado a perdonar, porque sabe que lo que le ha regalado o perdonado Dios es muchísimo más de lo que él puede llegar a perdonar a su hermano.

            ¡Cuánta familia dividida! ¡cuántos matrimonios destruidos!, ¡cuántas amistades estropeadas por falta de capacidad de perdón! ¡Y si se tratara al menos de grandes ofensas! Pero ni siquiera eso: a veces por pavadas, mezquindades. ¿Cómo comparar con el verdadero perdón, el perdón heroico? ¿recuerdan el año pasado esa monja croata violada, torturada y vejada por una tropa de bosnios y que, a la noticia de su embarazo, envía a la Madre Superiora esa carta admirable de perdón a sus ofensores, de aceptación humillada de su agravio y de bienvenida cristiana a la nueva vida que lleva en sus entrañas? ¡Esos son perdones! y perdones dados -como dice el evangelio de hoy- a ofensores que no piden perdón.

            ¡Jesús, es tan tajante!: setenta veces perdonar al que te ofende, sin condiciones. Cuando Lucas, unos años más tarde, recoge esa misma frase en su evangelio, le parece tan dura que la pone en condicional: si siete veces al día peca contra ti y siete veces se vuelve a ti diciendo "me arrepiento", le perdonarás...

            ¡Este Lucas! La versión de Mateo suena mucho más a Jesús. Claro que Lucas se estará refiriendo a lo social: nadie tiene porqué estar tratando con alguien que lo ofende o hace mal permanentemente, ni insistir en restablecer relaciones con alguien que no deja de agredir y no se disculpa. Lo del evangelio de hoy en cambio va al fondo del asunto: algo que tiene más que ver con el amor al enemigo y con la vida del Espíritu y con la disposición interior y con nuestra identificación con Cristo y con la santidad, que con nuestros meros actos exteriores. Es algo que ver con un goel, un redentor, un vengador, que nos venga de manera extrañísima, tomando las ofensas y las penas sobre si.

            Es la gana de que esa misericordia vivida por nosotros en el perdón de Dios, en la misericordia de los pecados perdonados, en el cálido abrazo del confesionario, en la oración, desde la conciencia de nuestra pequeñez inexplicablemente amada por Dios, se haga también amor y perdón a nuestros hermanos... y que todas las Erinias y Furias de nuestra condición humana -que quitan y nos quitan la paz- se transformen en Euménides, en lazos de amor que unan a los nuestros en Cristo, "nuestra Paz".

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