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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

1996. Ciclo A

22º Domingo durante el año

Lectura del santo Evangelio según san Mateo 16, 21-27
En aquel tiempo: Jesús comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día. Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo, diciendo: "Dios no lo permita, Señor, eso no sucederá". Pero él, dándose vuelta, dijo a Pedro: "¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres". Entonces Jesús dijo a sus discípulos: "El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida la perderá, y el que pierda su vida a causa de mí la encontrará. ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿Y que podrá dar el hombre a cambio de su vida? Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras".

Sermón

            Acaba de recibir Simón, en Cesárea de Filipo, el caluroso elogio de Cristo: "Feliz de ti Simón", el promisorio sobrenombre de Piedra, Pedro, el poder de las llaves y la promesa de que la puerta del Hades no prevalecerá sobre su Iglesia, cuando ahora, a renglón seguido, como un chubasco de agua fría, de Piedra el pobre Simón pasa a recibir el epíteto afrentoso de Satanás, "adversario", y de obstáculo, "escándalo".

            ¡Terrible poder y responsabilidad el de los hombres de iglesia! capaces de abrir para los hombres las puertas del cielo, pero también de apartarlos de ellas, de ocultarles, con sus defectos y errores, el rostro de Cristo.

            Pero hoy Pedro se transforma en obstáculo -el término obstáculo traduce en nuestro leccionario el vocablo griego skándalon, escándalo- no porque en su debilidad haya pecado -como cuando más tarde negará a su Señor tres veces delante de una sirvienta del sumo Sacerdote- sino simplemente porque se ha dejado llevar por miras demasiado humanas, demasiado razonables frente al camino de muerte que dijo Jesús le esperaba en el horizonte ominoso de Jerusalén. "¡Dios no lo permita Señor!"

            Camino de muerte, camino de cruz... ¡qué difícil predicar la cruz en este mundo que pregona a los cuatro vientos su aptitud para vender felicidad! o, mejor dicho, ¡qué duro hablar de cruz a este mundo que confunde felicidad con carencia de dolor o de esfuerzo o de lucha o de desvelos...! El capricho satisfecho al instante, téngalo hoy y páguelo mañana, la pedagogía del alumno más importante que el maestro, copiarme en los exámenes, el cliente tiene razón, el alumno tiene razón...; ya no hay que leer ni pensar, la tele me lo explica y me lo cuenta todo; ya no necesito poesía ni literatura, ahí tengo programas que me tienen atado a la pantalla fluorescente cinco horas por día; ya no necesito conversar, entrar en lo hondo, solo moverme, agitarme en el barullo horrísono de la discoteca, divertido, tocado por los otros o por las otras en superficie, más solo que nunca; ...y sexo sin compromiso, sin hijos y sin contagios; y la huida en la velocidad del fierro de dos o cuatro ruedas, o en la extroversión de mirar alienados doce hombres corriendo detrás de una pelota, o en el mundo virtual de los juegos electrónicos, o tantas cosas más...

            Pero ese -ya lo sabemos- es el camino del engaño, del fracaso, de la desdicha, del suicidio arrastrado en tristeza toda la vida o del triunfo corrupto, de la ganancia fácil a costa de mi prójimo... siempre a la larga semillero de infelicidad, de egos aislados y solitarios chocando macabramente los unos contra los otros, de familias disueltas, de varones y mujeres sin empuje, sin tesón, refugiados en las mil formas de la huida, incluso la de la droga y el alcohol....

            Pero ya es sabido que nada importante se consigue en este mundo, con capacidad de colmar, de llenarnos el corazón, de hacernos felices, sin esfuerzo, sin constancia, sin transpiración....

            Cualquier bien superior exige la renuncia a bienes inferiores, cualquier ascenso significa el abandono de etapas más bajas...

            Todo lo grande y lo bueno tiene que pagarse con la moneda de nuestro empeño, de nuestro tiempo, de nuestro sacrificar placeres inferiores, perezas, dejarse estar...

            Pero aún así, si Dios hubiera creado al hombre solo para lo humano, no habría motivos para sacrificar en aras de ningún bien superior nada más que lo estrictamente indispensable, al fin y al cabo -ya lo sabemos- salvo el instinto que nos lleva a defender a los nuestros aún arriesgando la vida, no hay nada aquí que sea tan importante que por ello deba dejar la vida, al fin y al cabo ella es corta, y ya sabemos que terminará. Como decía a Gilgamesh, en el antiguo poema sumerio, 2000 años antes de Cristo, Siduri, la cervecera celeste: "Tu Gilgamesh, llena tu vientre, goza de día y de noche. Cada día celebra una fiesta regocijada. ¡Día y noche danza tú y juega! procura que tus vestidos sean flamantes; tu cabeza lava, báñate en agua! Atiende al pequeño que toma tu mano; ¡que tu mujer se deleite en tus brazos...! porque cuando los dioses formaron al hombre apartaron la muerte para él y se guardaron la vida para ellos!"

            Es la famosa frase que Pablo pone en labios de los paganos: "Comamos y bebamos, que mañana moriremos".

            Pero ésta es una sentencia que surge de la ignorancia del designio divino, del motivo por el cual Dios ha creado al hombre: de ninguna manera la muerte, sino la vida. Dios no quiere la muerte de sus criaturas. El viejo mito del paraíso adámico nos muestra que desde por lo menos el siglo octavo antes de Cristo los teólogos de Israel señalaban como propósito de Dios el acceso del hombre al árbol de la vida y la muerte como algo repugnante a su voluntad.

            Pero, si el propósito de Dios es la vida ¿porqué tener que morir? ¿porqué esa programación genética que obliga a nuestro organismo al envejecimiento, a la decadencia y a la corrupción? ¿Qué lleva a Dios a querer o permitir que ineluctablemente nuestro organismo caduque, se marchite, se aje, degenere, perezca...? ¿Porqué en este mundo tan lleno de vida, ubérrimo de existencia, de riquezas, de bienes, de bellezas, este imbatible avance de la muerte que uno tras otro devora la existencia de los individuos....?

            Brutal y despiadado creador el que nos hiciera hambrientos de felicidad, enfermos de deseos, rodeados de maravillas, enloquecidos de amores, para tumbarnos un día en el manotazo brutal del finiquitar...

            En sus ilusiones más optimistas, llevados quizás por esos sueños nocturnos en donde aparecen a veces los recuerdos casi vivientes de nuestros muertos, muchas civilizaciones pensaron que más allá de esta vida había una especie de sobrevivencia, algún tipo de inmortalidad que hacía menos terminante y definitivo el hecho de morir...

            "Ha muerto sí, pero su alma sigue viviendo"; su espectro, su fantasma permanece, el mundo de las ánimas, el mundo de los espíritus, de ultratumba....

            Mundo de sombras y de aparecidos, de espantajos y de visiones, más apto para aterrorizar a los vivos que para consolarles.

            ¿Por otro lado, aún en la mejor de las hipótesis, si Dios estuviera dispuesto a darnos una vida inmortal y feliz más allá de este mundo, para qué diablos este estadio previo de existencia, lleno de zozobras, de dificultades, de felicidad si, pero pasajera, ay tan pasajera, destinado a perecer...? ¿No podría habernos Dios aliviado de esta etapa y crearnos directamente en ese futuro venturoso? ¿Para que instaurar -Él, que no necesita de espectáculos- este sistema de premios y castigos, de competencia, de olimpíada? ¡Denos a todos desde el comienzo medallas de oro a todo el mundo! que yo hasta me conformo con la de bronce...

            Y así debiera ser si lo que Dios quisiera darnos fuera una felicidad a nuestra medida, humana, terrena, ¡claro que podría hacerlo...! Pero resulta que, en sus planes, Dios no nos ha creado para darnos una dicha solamente humana, ni en ésta ni en la otra vida: Dios nos ha hecho para darnos una ventura que supera todo lo humano; más aún, sencillamente, Dios nos ha hecho para darnos su propia divina, trinitaria, infinita felicidad.

            Dios que no necesita de nada ni de nadie porque es la suprema belleza, el ser en plenitud, la vida por antonomasia ha creado al hombre para hacerlo partícipe de esa su mismísima vitalidad....

            Dios ha creado lo humano para llevarlo a lo divino: Dios quiere dar a su criatura mucho más que una mera inmortalidad creada, natural, hecha a la medida de nuestros pensamientos y nuestros deseos, Dios quiere darnos su propio infinito, imperecedero, sempiterno, eterno vivir. Pero ¿cómo hacer caber en nuestro deseo finito su ser infinito?, imposible hacer contener lo eterno ni siquiera en la prolongación interminable de lo temporal...

            Por más que Dios quiera dársenos no resulta viable hacerlo entrar en nuestro bolsillos, en el límite de nuestros cofres, en los márgenes finitos de nuestras capacidades y quereres.

            Curiosamente para recibir a Dios tendríamos que confinarlo, achicarlo, modelarlo para que cupiera en nuestra mente, en nuestro corazón, en nuestra sensibilidad, en nuestro gusto y, así limitado, Dios dejaría de ser Dios, quedaría digerido a lo humano, no podríamos alcanzar la infinita divina felicidad...

            Por eso el secreto de la vida cristiana no es usar a Dios para nuestro provecho, ponerlo a nuestro servicio, tratar de disfrutarlo con nuestros sorbetes y paladares diminutos y cortos, recibirlo, sino al revés, darnos... No tratar de meter con calzador lo divino en lo humano, a Dios en nuestro ego, llevar con nuestras pequeñas copas el agua de la pileta a nuestra boca, sino zambullirnos nosotros en lo divino. Ya que no podemos hacer a Dios nuestro, porque nuestro no sería Dios, hacernos nosotros suyos, regalándonos a él...

            Esa es la maravillosa fórmula que nos propone Pablo en la segunda lectura que hemos escuchado: Yo os exhorto por la misericordia de Dios a ofreceros a vosotros mismos como un regalo vivo, santo y agradable a Dios ...

            Ese es el sentido de la famosa frase de Jesús: el que quiera guardar su vida la perderá, el que me la regale la encontrará....

            Y Dios no puede darnos esa vida desde el comienzo sencillamente porque esa vida solo la podemos conseguir regalando ésta. Solo Dios es Dios. Si a pesar de ello quiere derramar su felicidad a otros no puede hacerlos dioses, sino hacerlos criaturas pero capaces de darse, de regalarse a El... Solo saliendo de nosotros mismos, dándonos, en éxtasis de amor, en entrega, en muerte pascual, es como podemos acceder a lo divino. ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida?

            De allí que esta existencia sea como el lugar necesario desde el cual Dios quiere ofrecernos su felicidad. Es el lugar de la seducción de la cual habla Jeremías en la primera lectura: ¡Tu me ha seducido, Señor, y yo me dejé seducir!: La belleza del mundo que me habla de la generosidad de Dios; los límites y los males que me hacen levantar la cabeza hacia un bien superior; las felicidades humanas que me convencen de que detrás de todo lo creado hay un benévolo creador, las tristezas que me espolean a ansiar de Él una felicidad mayor.

            Y finalmente seducido, ofreciendo a Dios mi tiempo y mis riquezas, mis alegrías y mis penas, todo para El y para los demás, lo que me da y lo que consigo, lo que pierdo y lo que me quita: todo hecho ofrenda para El, ofertorio para que El me consagre, pan suyo, vino suyo, para le eternidad...

            Y la cruz como el signo de ese trueque definitivo y supremo por el cual lo humano de Jesús regalado a Dios y a sus hermanos hasta la muerte se hace el signo victorioso de la Resurrección.

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