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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

1972. Ciclo A

21º Domingo durante el año
27 Agosto 1972

Lectura del santo Evangelio según san Mateo 16, 13-20
En aquel tiempo: Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: "¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dice que es?". Ellos le respondieron: "Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas". "Y vosotros -les preguntó- ¿quién decís que soy?" Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo". Y Jesús le dijo: Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo. Y yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la muerte no prevalecerá contra ella. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo". Entonces ordenó severamente a sus discípulos que no dijeran a nadie que él era el Mesías.


Sermón

Después de atravesar el estupendo hemiciclo que forma la columnata de Lorenzo Bernini , encerrando la Piazza San Pietro, Roma; dejando atrás las dos hermosas fuentes del Maderno que adornan la plaza, se puede acceder al costado de la nave del templo más estupendo de la cristiandad –obra, para gloria de Dios, del genio de Miguel Ángel -, la basílica de San Pedro en Vaticano.

Para ello debemos cruzar el arco de las campanas, que al lado izquierdo de la fachada, también del Maderno, marca el límite del acceso permitido a los turistas. Si contamos con el pase correspondiente, después de mostrar los documentos a la colorida guardia suiza, podemos ingresar al recinto del Estado Papal. Un patio abierto conduce, por el flanco del santuario, al Palazzo della Cannonica, comunicado con el interior del templo a través de un puente cubierto –por el cual todos los días al alba transitan los canónigos que se dirigen al coro a recitar el oficio.-

Justamente bajo este puente –adosada al muro de la iglesia- hay una puerta sólidamente cerrada. Consiguiendo en el Instituto de Arqueología Pontificia el pertinente permiso, es posible obtener que dicha puerta se nos abra. De allí una estrecha escalera nos sumerge en el mundo fantástico de las grutas vaticanas.

Y, más abajo aún de los pasillos y capillas subterráneas donde están sepultados casi todos los papas de la historia, llegamos a donde la piqueta del arqueólogo, por orden del Papa Pio XII , ha desenterrado, después de más de 1600 años oculto bajo tierra, todo un cementerio del antiguo Imperio Romano.

Pocos de los turistas imaginan que, debajo del piso de la basílica petrina, donde caminan impresionados por el despliegue de arte y belleza puesto por los cristianos al servicio de Dios, protegida por una enorme estructura de hormigón armado construida mientras se iba escavando e iluminada artificialmente, exista una vasta necrópolis, con sus calles y veredas, por las cuales hoy, después de este trabajo, se puede caminar. Es parecida a la Chacarita o a la Recoleta, pero con mausoleos más bellos, más ricos, más artísticos y de decenas de siglos de antigüedad.

Sí, aunque parezca mentira, la basílica de San Pedro, ha sido construida sobre un cementerio romano enclavado sobre la antigua pendiente de la colina vaticana, a orillas del Tiber.

Y la pregunta surge espontánea: ¿qué extraña y poderosa razón llevó hace 1700 años a Constantino I el Grande, emperador de Roma, a tomar la inaudita medida de cortar la colina por la mitad, aplanarla y clausurar y enterrar el cementerio para construir encima un enorme templo? ¿No podría haber elegido un lugar más fácil? ¿Y sin necesidad de violar la memoria de los muertos, custodiada por las leyes romanas?

Pero, prosigamos la visita y hallaremos la respuesta.

Allí abajo la curiosidad del visitante se dirige espontáneamente al punto en cuya vertical se encuentra, arriba, el altar papal, en el crucero de la basílica miguelangelesca. Porque es allí, en donde parece converger la atención y el cuidado de la construcción constantiniana. De hecho no es el lugar más importante del cementerio romano. Al contrario, es el que corresponde a las tumbas de los pobres. Sin embargo, alrededor de ese punto, hay un intenso apiñarse de tumbas a modo de los rayos de la rueda de una bicicleta. Y allí, justamente, centró sus esfuerzos, hace pocos años, el arqueólogo Kirschbaum , encargado de las excavaciones. Poco a poco la pala fue haciendo surgir diversas construcciones una sobre otra. Debajo de todas ellas una humilde tumba. Y, dentro de ella, unos huesos que el análisis científico –Carbono 14- reveló como pertenecientes a un hombre de unos setenta o setenta y cinco años vivo en la primera centuria de la era cristiana.

Se había encontrado la tumba de San Pedro, enterrado –después de su crucifixión en el vecino circo neroniano- en una fosa económica convertida paulatinamente en centro de peregrinación y oración. Cosa que llevó a Constantino, recientemente convertido al cristianismo, a edificar la basílica, tomándose tanto trabajo.

¡Extraño honor de parte del orgullosos romano imperio a un pobre y viejo pescador de Galilea, perdido rincón del mundo!

¡La imponente basílica vaticana descansando sobre el polvo de los huesos de un anciano marinero!

Y yo te digo, Simón, tu eres Piedra y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia

¡Abuelo Pedro, humilde, cansado, calloso Pedro! ¿Qué magia, qué ráfaga de fuerza, que espíritu impetuoso te sacó de las orillas marinas, de las gaviotas, de la sal y de la algas y te encargó de la cristiana empresa? ¿qué extraña fascinación, judío pordiosero y descalzo, hizo inclinar ante ti al emperador romano? ¡Marinero de aguas frías que te hicieron navegar hirvientes tempestades! ¿Quién te impulsó a dejar tu casa, tu banco y mate a la caída de la tarde, tu paisaje de niño, tus amigos, y te hizo trotar fatigado por el mundo y terminar con la blanca barba enrojecida con tu sangre?

Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque no la carne y la sangre” -¡y cuánta carne y sangre dejaste en los caminos!- No: “no la carne y la sangre” te llevó, “sino el Padre que está en los cielos

Otros tienen ciencia: microscopios, ciclotrones, derivadas e integrales; otros, plata y bancos; aquel, ejércitos y bombas, propaganda, tanques, labia. Nosotros, tenemos piedra.

Dos mil años de vientos y tempestades. “Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los viento y sacudieron la casa; pero esta no se derrumbó porque estaba construida sobre piedra

No está la Iglesia, no, edificada sobre la carne y la sangre. No es empresa humana. Sus cimientos son de indestructible roca. Roca que es un hombre. Un hombre que, cuando habla en nombre de Dios, es piedra. Dura piedra. ¡Pobrecito hombre vestido de blanco del Vaticano! ¿Qué sensación será el sentirse piedra con un débil corazón de carne? ¡Ah Dios, que es pesado confirmar la fe de los hermanos!

Los vientos soplan y arrecian, los torrente se desbordan. Sí: hay una promesa. La Iglesia jamás fenecerá; no temamos por ella. Pero temamos por nosotros y cuidémonos. En tiempos de bonanza se puede pasear por el jardín, pero es más prudente estar adentro en el mal tiempo. Y solo los cimientos están seguros en los terremotos. Y estamos en terremoto.

Solamente el Papa, piedra, es cimiento y roca. No la monjita simpática de cortas faldas que da consejos tan modernos. No el curita progresista tan inteligente y comprensivo y que –gracias a Dios- ha superado estrecheces y prejuicios y habla tanto de liberación. No ese libro que me recomendaron y que presenta al cristianismo tan actualizado, tan alegre, tan adulto. No el obispo revolucionario, ni el callado y medroso que teme disgustar si manda. No, no es este tiempo de escuchar cualquier consejo, cualquier voz, cualquier palabra. La confusión es grande. Y solo a Pedro, obispo de Roma, se le ha dado condición de Roca.

Y solo con él y sobre él las puertas del infierno no prevalecerán contra nosotros.

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