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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

1980. Ciclo C

20º Domingo durante el año

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 12, 49-53
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo! Tengo que recibir un bautismo, ¡y qué angustia siento hasta que esto se cumpla plenamente! ¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la división. De ahora en adelante, cinco miembros de una familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres: el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra»


Sermón
Uno de los más bestiales imperios que haya conocido la historia fue el de los asirios. El solo anuncio de la cercanía de sus tropas era bastante para que ciudades enteras y aun estados capitularan inmediatamente. Y la cosa no era para menos, porque, de no hacerlo, les esperaban atrocidades horribles. Cortaban a los prisioneros vencidos brazos y piernas, narices y orejas, los despellejaban vivos y empalaban o, así, los metían en jaulas para mejor divertirse en sus tormentos.

Se habían extendido desde su capital, Nínive , por toda la Mesopotamia. Habían liquidado a todos los pequeños reinos de su entorno -como el del Norte, Israel, en el 721-. Otros, como Judá, les pagaban pesados tributos. Habían incluso llegado a dominar Egipto.

Pero, es claro, a pesar del terror, sus campañas militares, distinguidas por las deportaciones en masa, la rapiña, la tortura, el degüello general y las exacciones intolerables impuestas a los sobrevivientes, no podían quedar sin reacción.

Nabopolasar , rey de Babilonia se rebela. Poco antes, Psamético I , nuevo faraón, logra unir Egipto y expulsar a los asirios con ayuda de mercenarios espartanos y corintios. Nabopolasar, aliado con los medos al mando de Ciaxares , logra finalmente expugnar Nínive en el 612. La venganza y las atrocidades infligidas a los mismos asirios son indescriptibles. El último emperador, Sin-shar-ishkun (626-612 a. C.), junto con sus mujeres y sus cortesanos más fieles, se arroja a las llamas que ya devoraban su palacio y sus tesoros. Sensación de alivio en todo el mundo entonces conocido.

Pero Egipto, en lugar de quedar contento, se asusta de la rápida ascensión al poder de Babilonia. ¿Y qué decide? Trata de ayudar a los asirios que aún quedaban para equilibrar el poder. Así, el faraón, ahora Nekáo II, marcha contra los babilonios, sus antiguos amigos. Cosas de la política internacional.

Probablemente Nekáo II

¿Qué hace, mientras tanto, entre estos tumultos, el pequeño reino de Judá? Se agranda. Mientras los grandes se pelean los chicos crecen independientes. Deja de pagar tributos y firma tratados de paz, de igual a igual –al menos eso creen-, con egipcios y babilonios. Pero, es claro, ahora, Nekáo, para atacar a los babilonios, tiene que pasar por tierras de Judá y con su permiso.

El rey Josías hace cálculos para decidir de qué lado se coloca. Apuesta por Babilonia y, con las promesas de ésta, decide interceptar el paso de los egipcios. Pero los babilonios no lo ayudan y el ejército judío es aplastado en la batalla de Meguiddó . Josías muere combatiendo.

Nekáo sigue adelante hasta el Éufrates, en realidad sin mucho éxito, pero, cuando regresa atravesando Palestina, depone a Joacaz , hijo de Josías y coloca como rey de Jerusalén a otro de los hijos de Josías, Yoyaquim . Por supuesto como vasallo de Egipto y pagando onerosos impuestos y resarcimientos.

La cosa no queda allí, porque, poco después, Nabucodonosor , hijo de Nabopolasar en el 605 ataca a los egipcios y derrota a Nekáo en la batalla de Karkemish . Los egipcios deben huir y retornar a casa, al delta del Nilo.

El rey de Judá se pasa inmediatamente al bando de Babilonia.

Pero resulta que Nekáo contrata más mercenarios griegos, domina el mediterráneo con trirremes de Corinto y, por tierra, gana una batalla a los babilonios en el 601.

El rey de Judá vuelve a cambiar de amigos. Se pasa rápidamente otra vez al campo de los egipcios. Pero vuelve a equivocarse, porque calcula mal el poder de Babilonia. Joaquín , hijo de Yoyaquin debe rendirse ante las tropas de Nabucodonosor que llegan a sitiar la ciudad. Es tomado prisionero y llevado a Babilonia junto con un buen número de dignatarios. Allí es bien tratado y muere muchos años después.

Nabucodonosor deja, entonces, como rey de Judá a Sedecías , último hijo de Josías, y éste es el que aparece en el relato del libro de Jeremías que hemos escuchado en primer lugar.

¿Qué hará ahora Sedecías? ¿Se quedará tranquilo? No. Tontamente vuelve a mirar a Egipto. Psamético II ha sucedido a Nekáo y, con sus griegos, ha llegado en sus conquistas africanas hasta la tercera catarata. Ocupa también Chipre, domina el Mediterráneo y el Mar Rojo y excita a los judíos pro egipcios contra los pro babilonios, terminando por convencer a Sedecías, lleno de dudas, de que se rebele contra Babilonia.

Ahora sí que Nabucodonosor está furioso. Cerca a Jerusalén en el 589 y devasta el resto del país arrasando sus fortalezas. Psamético manda algunas tropas egipcias y la situación parece aliviarse. El sitio se levanta momentáneamente.

Exactamente en este momento se sitúa la escena de Jeremías. Frente al falso optimismo de los judíos, el profeta anuncia el castigo terrible. Por eso lo echan al aljibe. Pero el mismo rey, desde el principio indeciso frente a cuál partido inclinarse, lo manda rescatar.

De todos modos la suerte de Jerusalén no tiene remedio. La ciudad, cae, demolidos finalmente sus muros por las máquinas babilónicas, en el 587. Sedecías emprende la huída, pero es capturado y recibe el horrible castigo de los traidores. Es obligado a mirar cómo degüellan a todos sus hijos y, luego, le sacan los ojos y lo llevan encadenado a Babilonia.

El templo es destruido, Jerusalén demolida y todos sus habitantes de valía desterrados a Babilonia. La monarquía davídica desaparece de la historia.

¿A qué viene toda este cuento? dirán Vds.. A explicar la figura de Jeremías.

Él es testigo de todos estos cambios de política durante su larga vida y, más aún, ha de quedarse durante mucho tiempo entre las ruinas de Jerusalén, muriendo, finalmente, en Egipto. Ha visto, ve y prevé, constantemente, el fracaso de las políticas humanas de los reyes de Judá.

“No hay que ponerse a jugar con los grandes cuando se es pequeño”, dice. “No se puede estar seguro de que nos tomen en serio (...) Judá lo que ha de hacer es ser fiel a Dios y mantenerse en sus límites y no querer parecer más grande de lo que es”. Pero, claro, es acusado de derrotista, y sus profecías no gustan a nadie.

Figura patética la de Jeremías. Amando entrañablemente a su patria y a sus reyes, no puede sino profetizarle males. Él hubiera, seguramente, querido ser optimista, decir que todo iba bien, que las cosas serían fáciles. ¡Cuánto más sencillo halagar el oído de las gentes con irrealizables promesas o permisos, que decir la dura verdad!

Jeremías debe soportar constantemente la persecución y es encarcelado y golpeado varias veces. “ La pasión de Jeremías ” suelen llamarse los capítulos 36 al 45 de su libro. Penosa y conmovedora autobiografía.

Recuerda, en el capítulo primero, como él no quería ser profeta: “Por favor, Señor, mira que soy un muchacho”. Pero Dios le responde “ No digas soy un muchacho y no tengas miedo, pues, adonde quiera yo te envíe, irás y todo lo que te mande dirás. Yo te pongo sobre las gentes y los reinos, para extirpar y destruir, para perder y derrocar, para reconstruir y plantar ”. Misión dura y antipática la que el Señor impone a Jeremías.

También la de Jesús, en parte.

Estamos mal acostumbrados. Pensamos que el cristianismo es fácil, basta ser buenito, sonreír. Cristo todo dulzura y miel.

Pero acabamos de escuchar: “No he venido a traer la paz, sino el fuego, la división

¿Acaso nunca lo hemos experimentado? ¿Cuántas veces, en nuestras vidas, para lograr una falsa paz no hemos tenido que callarnos, transigir, sonreír al mal y a la mentira? ¿Cuántas amistades falsas se sostienen entre nosotros sonriendo, tolerando; diciendo que sí al mal? ¿Cuántas veces no hemos ocultado nuestra condición de cristianos, nuestros principios, para no quedar mal? ¿Cuántas veces, para que no nos tomen por duros, exagerados, mojigatos, no hemos aceptado cosas que no debíamos aceptar: la frecuentación del divorciado y vuelto a juntar, a ambos como si nada pasara, la conversación subida, el espectáculo inconveniente, la moda procaz, el negocio más o menos sucio, la opinión liberal o liberada.

¡Tanto callar, tanto ceder, en nombre de una falsa paz!

Con los demás y con uno mismo. Porque, en lugar de entablar el combate, de extirpar nuestros vicios, de prohibirnos lo inconveniente, de esforzarnos en la oración y en nuestros cristianos deberes, hemos cedido a lo más fácil, flotamos en la mediocridad y la tibieza.

Claro que es más fácil ceder y transformar al cristianismo en un pastel meloso y dulzón para bobos y afeminados. O embarcarnos en consideraciones puramente humanas de prudencia, de cautela, de acomodo, como hacían los reyes de Judá. Y es muchos más fácil para el sacerdote y el cristiano hacer al revés que Jeremías y aplaudir y sonreír y abrazar.

Pero no siempre se puede. A veces hay que decir que no. Y, créanme, no hay dolor más grande para el sacerdote que, cuando tiene que decir que no –porque no puede mutar en ‘sí' lo que Cristo ha declarado ‘no',- ni, cuando, porque no hay más remedio, no pude sino indicar el camino de la cruz.

Existe el mal en el mundo. Existe el pecado y existen no solo equivocados o no informados, sino el enemigo. Fuera y dentro de nosotros. Con él no podemos transigir, ni hacer tonto ecumenismo. Porque el mal y la mentira son una enfermedad del alma y del mundo. Sonreírles bobamente no hace sino propagar cada vez más la enfermedad.

Él no ha venido a traer agua azucarada ni miel.

Ha venido a traer fuego.

Y división.

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