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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

1987. Ciclo A

19º Domingo durante el año

Lectura del santo Evangelio según san Mateo 14, 22-35
En seguida, obligó a los discípulos que subieran a la barca y pasaran antes que él a la otra orilla, mientras él despedía a la multitud. Después, subió a la montaña para orar a solas. Y al atardecer, todavía estaba allí, solo. La barca ya estaba muy lejos de la costa, sacudida por las olas, porque tenían viento en contra. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. "Es un fantasma", dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar. Pero Jesús les dijo: "Tranquilícense, soy yo; no teman". Entonces Pedro le respondió: "Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua". "Ven", le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a él. Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: "Señor, sálvame". En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: "Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?". En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó. Los que estaban en ella se postraron ante él, diciendo: "Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios". Curaciones en la región de Genesaret. Al llegar a la otra orilla, fueron a Genesaret. Cuando la gente del lugar lo reconoció, difundió la noticia por los alrededores, y le llevaban a todos los enfermos, rogándole que los dejara tocar tan sólo los flecos de su manto, y todos los que lo tocaron quedaron curados.

 

Sermón

       Es sabido que, según la historia contada por la Biblia, la precaria unidad que David había logrado entre las tribus de Israel, después de la muerte de Salomón , su sucesor en el 935 AC, volvió a fragmentarse. Se constituyeron entonces dos reinos.

El de Judá al sur , con capital en Jerusalén . Con una dinastía, la davídica, que perduró más de tres siglos, hasta la destrucción de la ciudad por Nabucodonosor en el 586. Reino que, en la práctica, estaba constituida por una sola tribu la de Judá . Única que perdurará hasta nuestros días.

En el norte , el reino de Israel , compuesto por el resto de las tribus, capital, Samaría . Estarían destinadas a desaparecer para siempre después de la toma de su capital por Sargón II en el 721 AC. Serán las famosas tribus perdidas de Israel.


Sargón II

Y el reino de Judá supo durar tanto tiempo más, no solo porque era una región más pobre y menos codiciada por sus vecinos, sino porque, siendo una sola tribu, no sufrió demasiadas divisiones internas y pido conservar mucho menos contaminado su ideal religioso. A saber, la obediencia a Yahvé, el Dios del Sinaí, que, finalmente, sería entendido como el único Creador de los cielos y de la tierra, el Señor del universo.

El norte, Israel, es cosa distinta. Las varias tribus no estaban del todo unidas. No se respetaron las dinastías: los reyes subieron al poder por medio de cruentas luchas y asesinatos. Más aún: se trataba de territorios ricos, feraces. Rodeados de vecinos poderosos: fenicios, sirios y asirios. Para peor, el país no estaba desocupado. Sus antiguos ocupantes -los cananeos o fenicios- aún vivían allí. Todavía ricos, influyentes, poderosos y apegados a sus supersticiones, al culto de Baal el señor del oro y la fertilidad, con sus ritos obscenos. Para fundar la capital de Israel –Samaría- el rey Omrí tuvo que comprar el terreno a un cananeo.

Por eso, en el norte, había que contemporizar, aceptar un anárquico pluralismo. La teología, el culto y la moral de Yahvé se resintieron, retrocede. Se fue perdiendo poco a poco la identidad nacional.

Se acepta la ideología extranjera, sus perversas costumbres, su hedonismo. El oro fenicio compra a las clases dirigentes. El hijo de Omrí, Ajab , -que, por excepción, lo sucede en el trono- se casa con una princesa fenicia, Jezabel , hija del rey de Tiro , Ittobaal .

Ajab lleva a Samaría 450 intelectuales, asesores, programadores, gurús, fenicios, a los que la Biblia llama “profetas de Baal”. Estos trabajan en la sistemática destrucción del ser de Israel, de su fe y de sus tradiciones.

Es entonces cuando se levanta un hombre extraordinario. También él intelectual, profeta, soldado; pero de Yahvé, el Señor del universo, el Dios de Israel, el que quiere llevar al hombre a Su imagen y semejanza, no la de Baal, el dios de los mercaderes y las prostitutas.

Este hombre es Elías y, en nombre de Yahvé, no tiene más remedio que enfrentarse con el rey Ajab y con los falsos profetas de Baal.

Para conocer esta historia hay que leer, en la Biblia, el ‘ciclo de Elías', en el primer libro de los Reyes, del cual se ha extraído el fragmento de la primera lectura de hoy.

Elías es un hombre de acción, de grandes amores y de grandes iras. Amor por Dios y por su pueblo, ira contra sus enemigos. No hay verdadero amor cuando no hay ira, bronca, contra todo aquello que quiera destruir o corromper el objeto de nuestro amor.

Elías nutría su amor en contacto con Dios. Uno de los escenarios importantes de sus actividades fue la cadena montañosa del Carmelo . Límite peligroso, en aquella época, entre Fenicia e Israel. A sus alturas, soledad y silencio se retiraba para encontrarse con Yahvé, su Dios y, allí, en oración, encendía sus amores y sus iras, y recobraba el ímpetu desgastado en la lucha del llano y la perversión de las ciudades.

El Carmelo, límite con Fenicia, es también el escenario del más célebre enfrentamiento de Elías con los profetas de Baal. Según el libro de los Reyes termina degollando a cuatrocientos de ellos con sus propias manos.

Nuestros Carmelos y los carmelitas heredan precisamente el espíritu del profeta Elías. Ellas también, con sus conventos en medio de las ciudades, son al mismo tiempo las guardianas de las fronteras del Reino y, en la batalla de sí mismas, en comunión con todos nosotros, degüellan a los oscuros demonios de Baal. Al mismo tiempo son buscadoras de alturas. Son las que, con su oración, alimentan los amores e iras sagradas de la Iglesia. Sin ellas estamos perdidos.

No por nada los carmelitas consideran su fundador a Elías. San Elías, el padre del Carmelo y aquí nosotros lo tenemos representado en aquel altar a la izquierda, en hábito carmelita, ojos llameantes, una espada en la mano y pisando las cabezas cercenadas de los profetas de Baal.

Nuestra lectura de hoy ubica a Elías más tarde. Habiendo huido de Ajab y Jezabel, buscando, otra vez, fuerza e inspiración en las alturas. Perseguido, desalentado, hambriento, como todos los verdaderos profetas. Pero ahora no ha ido al Carmelo: el escenario es el Horeb , en el Sinaí, allí donde también Moisés se encontró con Dios. Recuerden que, luego, el Nuevo Testamento, en otro monte, el de la Transfiguración, une a Jesús las figuras de Moisés y Elías.

Allí, en el Horeb, es en donde Elías, muy humanamente quizá, pretende recibir de Dios un mensaje contundente, milagroso, evidente: un huracán, un terremoto, fuego. Solo allí, piensa, recibirá la confirmación de su misión. Pero solamente encuentra a Dios -dice la Biblia- “ en el susurro de una brisa suave ” o, quizás, más conforme al sentido original “ en un hondo silencio abismal ”.

Sí: en el marco del silencio, de la altura y de la interioridad es donde el profeta, donde el hombre, puede encontrarse con Dios, para así, el mismo hombre transformarse, ahora sí, en terremoto, huracán, fuego.

Nuestro evangelio de hoy también recoge -con otros simbolismos que Mateo extrae de los recuerdos de la vida de Jesús- esta temática.

Jesús, también solo, orando en la montaña, la barca en donde Jesús “obliga” –dice el evangelio- a subir a los discípulos. Símbolo polivalente de la vida de la Iglesia o de nuestras familias o de nosotros mismos (o de nuestras patrias, que únicamente son verdaderamente patrias cuando cristianas, y no sirvientas de Baal). Barca agitada -el griego original dice más: Basanizomenon , ‘maltratada', ‘torturada', ‘probada', por las olas….

Porque Cristo, ciertamente, nos llama a la plenitud y a la felicidad y su obligarnos a subir en la barca de la existencia y sus llamados y el cristianismo son, en ese sentido, anuncio de alegría, buena nueva. Pero nunca nos ocultó que el camino, la navegación, no era fácil, ni que había enemigos y contrariedades y sufrimientos. No nos calló que al puerto se llega remando y enfrentando olas y ventiscas. Y que las mismas dificultades alientan en nosotros el deseo y la añoranza del puerto. El las permite ara que no nos instalemos; que, a veces, la prosperidad y la calma nos hacen olvidar y nos retraen de avanzar y luchar. El tiempo de nuestra vida no es para quedarnos, es para crecer y avanzar y -como decía san Bernardo- “el que en su vida cristiana no avanza, no es que se detenga, ¡retrocede!”.

Si: aspiración de nobleza y de santidad que todo cristiano ha de beber constantemente en su oración, en contacto con Jesús el Señor, Yahvé manifestado.

Oración tanto más necesaria hoy cuando no solamente la borrasca de nuestras debilidades y el viento en contra del ambiente nos arredran y achanchan, sino que también, más que nunca, los profetas de Baal se han adueñado del poder y disuelven las defensas cristianas de nuestro pueblo.

Oración tanto más difícil porque quizás menos tiempo tenemos para ella. Menos espacios de calma y de silencio, menos posibilidades de altura. Todo nos tironea para abajo: la procacidad televisiva, la intromisión constante del Estado en todos los sectores de la vida, la casi imposibilidad del negocio limpio, del trabajo honrado, la falta de gente a quien creer y aun a quien querer, la mediocridad generalizada, el país humillado invadido y atrasado, el ataque sutil y constante en todos los frentes a nuestros valores cristianos y argentinos.

Y, en medio de todo esto, tan sórdido pero tan real, tan contundente, nuestra débil fe, nuestra pobre oración, que algunas veces se transforma en el Cristo que viene y que nos agarra de la mano, pero que tantas otras parece que no tiene respuesta -susurro de brisa tan suave que a veces ni se oye-, Jesús fantasma.

No importa: hay que perseverar, aunque apaleados, perseguidos, cansados y frustrados. Con absoluta confianza en Jesús. Sabiendo que no somos nosotros los que hemos tomado la iniciativa de subir a la barca y enfrentar las aguas. El nos ha obligado -dice el Evangelio- él, pues, no nos abandonará. El es el que nos dice “ Ven, camina hacia mí sobre las aguas ”. No nos dejará hundir.

Cuando, pues, nuestro honor nos obligue a asumir responsabilidades que nos parecen que están más allá de nuestras fuerzas, o empuñar nuestra espada para batallas aparentemente imposibles, o cuando el desaliento nos invada, la duda, la desesperanza, o cuando los problemas y sufrimientos parezcan ya exceder la medida de nuestras energías y sentimos que nos hundimos, ¡sepamos continuar! No es la casualidad, es Él quien nos llama –“ Ven ”-. Él nos dará la mano y, finalmente, el mar se calmará.

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