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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

2004. Ciclo C

19º Domingo durante el año
(GEP 08/08/04)

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 12, 32-48
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «No temas, pequeño Rebaño, porque vuestro Padre ha querido darles el Reino. Vended vuestros bienes y dadlos como limosna. Haceos bolsas que no se desgasten y acumulad un tesoro inagotable en el cielo, donde no se acerca el ladrón ni la polilla destruye. Porque allí donde tengáis vuestro tesoro, tendréis también vuestro corazón. Estad preparados, ceñidos y con las lámparas encendidas. Sed como los hombres que esperan el regreso de su señor, que fue a una boda, para abrirle apenas llegue y llame a la puerta. ¡Felices los servidores a quienes el señor encuentra velando a su llegada! Os aseguro que él mismo recogerá su túnica, los hará sentar a la mesa y se pondrá a servirlos. ¡Felices ellos, si el señor llega a medianoche o antes del alba y los encuentra así! Entendedlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora va a llegar el ladrón, no dejaría perforar las paredes de su casa. Vosotros también estad preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada.» Pedro preguntó entonces: «Señor, ¿esta parábola la dices para nosotros o para todos?» El Señor le dijo: «¿Cuál es el administrador fiel y previsor, a quien el Señor pondrá al frente de su personal para distribuirle la ración de trigo en el momento oportuno? ¡Feliz aquel a quien su señor, al llegar, encuentra ocupado en este trabajo! Os aseguro que lo hará administrador de todos sus bienes. Pero si este servidor piensa: "Mi señor tardará en llegar", y se dedica a golpear a los servidores y a las sirvientas, y se pone a comer, a beber y a emborracharse, su señor llegará el día y la hora menos pensada, lo castigará y le hará correr la misma suerte que los infieles. El servidor que, conociendo la voluntad de su señor, no tuvo las cosas preparadas y no obró conforme a lo que él había dispuesto, recibirá un castigo severo. Pero aquel que sin saberlo, se hizo también culpable, será castigado menos severamente. Al que se le dio mucho, se le pedirá mucho; y al que se le confió mucho, se le reclamará mucho más»


Sermón
        

            Los que asistimos a Misa en estas parroquias de Buenos Aires podemos conservar la ilusión de que existe una cantidad de católicos practicantes considerable. La sensación se hace más patente si uno tiene oportunidad de viajar al exterior -no digamos a países no cristianos sino de raigambre católica y vemos cómo, salvo en pocas iglesias, la afluencia es mínima y, en su mayoría, de gente añeja-. Parroquias y Misas en donde la juventud se hace presente son numerosas, en cambio, entre nosotros. Observamos también cómo logran juntarse multitud de jóvenes para acontecimientos especiales como los de las peregrinaciones a Luján u otros actos masivos. Ayer mismo la cantidad ingente de devotos que afluyeron al santuario de San Cayetano nos habló de una cierta fe metida en el corazón de muchos argentinos.

            Claro que habría que preguntarse qué tipo de fe es la que lleva a esta buena gente y aún a esa juventud a esas jornadas multitudinarias y qué influjo hondo, permanente, tienen esas manifestaciones en su vida personal, familiar y social.

            Y, a propósito de San Cayetano, él mismo se sorprendería de este movimiento alrededor de su figura, creado en la Argentina, y que poco tiene que ver con su vida y con la piedad normal que suscita en su tierra de origen, Italia. Los italianos suelen asombrarse de esta devoción prácticamente inventada en nuestro país por un párroco astuto del siglo pasado. Porque, aparte nuestras dudas sociológicas y económicas estadísticamente comprobables respecto a la aptitud de Cayetano para conseguir "pan y trabajo" -como se dice- el bueno del hijo del conde Gaspar de Thiene y de María di Ponto, Cayetano, de Vicenza, antes que de la pobreza material de lo que se ocupó fue de promover la santidad del clero, la devoción y respeto al Santísimo Sacramento, y la instrucción religiosa de los más ignorantes; aparte su personal dedicación a los enfermos de los hospitales más dejados de la mano de Dios. Muerto en 1547 a los 67 años, abogado, doctor en Derecho canónico, sacerdote, fundó la orden de los teatinos y nunca pensó que el pan y el trabajo fuera lo principal que la Iglesia debía dar a la gente, sino sobre todo la luz de la fe y el deseo de las cosas santas.

            Pero es verdad que, aparte estas devociones populares que dan ocasión a encendidas soflamas sociales vacuas y estériles por parte de las autoridades eclesiásticas, existen, sobre todo aquí, en nuestros barrios del norte, movimientos realmente religiosos: hablemos del Opus Dei, de Schoenstad, de los Focolarinos, de Comunión y Liberación, de cantidad de grupos de oración. Todas asociaciones que, en substancia, intentan llevar una vida específicamente católica. Sin contar gran cantidad de familias ejemplares, de jóvenes convencidos, de matrimonios y noviazgos serios, de estudiantes que intentan pensar y vivir su fe de verdad, de tantos que persuadidamente llevan adelante su condición de bautizados.

            Pero aparte ello, la triste realidad es que el mundo de los que se profesan católicos y tratan de serlo -con todas sus fallas y debilidades humanas, por supuesto- forman a nuestro alrededor apenas un microclima y, tan pronto transponemos el ámbito de nuestra familia, de nuestra parroquia, de nuestras amistades, de nuestro movimiento, el cristianismo, sus principios y su forma de encarar la vida no parecen ejercer una gran influencia en la sociedad. Baste pensar en su ausencia en los medios -salvo cuando puede transformarse en noticia mundana-, en el arte, no digamos en la política, en la universidad estatal y aún en la privada, en la juventud en general, en la ética o falta de ética de los argentinos. Nuestro país y nuestra sociedad hace tiempo que han dejado de ser una nación católica.

            Nada de eso, sin embargo, debiera preocuparnos excesivamente. Si bien es cierto que la Iglesia históricamente ha conocido, en determinados lugares del mundo, tiempos mejores y logró constituir sociedades vigorosamente influidas por su doctrina, y el ideal sería que lo siguiera haciendo, el evangelio,en general,no parece referirse casi nunca a un cristianismo masivo, triunfal. Aunque todos lo quisiéramos así y sabemos que el fin de los tiempos pertenece a Cristo, y que su reinado, ya iniciado en este mundo, finalmente vencerá las palabras del Señor recogidas en los evangelios parecen siempre referirse a situaciones conflictivas en donde sus seguidores forman grupos minoritarios.

            Eso no ha de desalentarnos. El número nunca hace a la verdad ni a los propósitos divinos. En realidad, al contrario. Aún humanamente, aunque yo nunca voy a votar en estos sistemas de falsa democracia, de fingida participación, tengo siempre la gran satisfacción, leyendo los resultados, que aquellos que me hubieran parecido los menos malos son los que menor cantidad de votos sacan. Me llevaría un gran disgusto si mi opinión alguna vez coincidiera con la opinión de la mayoría. Me iría inmediatamente a confesar y a planear cuanto antes, para mi, un largo retiro espiritual.

            En fin, lo que en todo esto de la descristianización ha de desalentarnos, son nuestros pecados, los pecados de los hombres de Iglesia, la falta de valor para proclamar la verdadera doctrina, la torpeza con la cual, para halagar a un mundo que cada vez más se aparta del Señor, los prelados y clérigos se ponen a contemporizar con principios no católicos y tratar de vender la misma mercancía que los no cristianos, ofreciendo objetivos temporales y divertimentos litúrgicos pseudoespirituales ajenos a la doctrina de Cristo.

            Ese es el sentido general del evangelio de hoy. Siempre me emociona leer el tierno versículo del comienzo. "no temas pequeño rebaño", "me fobú, to mikrón poímnion". "no temas grey diminuta" -así dice el texto griego- "porque vuestro Padre ha querido daros el Reino". ¡Qué palabras bellísimas! ¡Y qué privilegio el nuestro! ¡Ser de los elegidos por Dios! Y esos términos suenan todavía más lindos en el original, en donde el 'vuestro Padre ha querido' expresa mucho más que un mero acto de voluntad: 'eudókesen' dice: "tu Padre tiene la satisfacción, el placer, de darte el reino, no simplemente quiere, ordena: dar el reino a los suyos es Su contento, Su alegría.

            Y debería ser también nuestro contento. Ese reino que poco parece tener que ver con el poder y los bienes necesitados de naftalina y 'service' permanente que podemos obtener, por poco tiempo, en este mundo, y que creemos tener seguros en nuestros bancos, cuando, sin necesidad de la parábola de Cristo con sus ladrones y polillas, sabemos han resultado, al menos para nosotros, los lugares más inseguros del mundo. Reino, tesoro que sí, en cambio, tienen que ver con lo que vamos depositando con nuestras cristianas acciones en la UBC -no la UBS, la unión de Bancos Suizos- sino la UBC, la Banca Única Celeste, que jamás quebrará, ni ocultará para siempre -sino al contrario- la identidad de sus depositantes: cuando, al fin de los tiempos, se devele, frente al Hijo del Hombre, la suma de cada uno depositada en la Banca del cielo o, para nuestra vergüenza, en los Bancos, cuentas corrientes y colchones de nuestros apegos de este mundo.

            Allí dice Jesús debemos acumular nuestro tesoro, en la UBC, y por eso allí tenemos que poner nuestro corazón. A eso apuntaba San Cayetano, como todos los santos, como la predicación auténtica de la Iglesia: a esos bienes que no se tocan todavía con los dedos, ni de papel ni de plástico, esas 'realidades que no se ven', según el autor de la carta a los hebreos, 'los bienes que se esperan', y solo se perciben por la fe y se viven y disfrutan -ya aquí en la tierra- por la caridad.

            Corazón puesto en Dios, pero imposible de mantener allí, 'con las lámparas encendidas', si no es alimentado en oración, en meditación, en lecturas, en sacramentos... no en horas de televisión, ni de Internet, ni de escucha de noticiosos, ni de diarios y, mucho menos, de absorción de la mente en negocios, en preocupaciones puramente mundanales, en búsquedas de efímeros bienes, placeres y diversiones.

            Amor a Dios que ciertamente no puede quedar solo en el hondón egoísta de nuestro yo, a la manera de Buda o del hinduismo o de la New Age y la Autoayuda, sino volcarse, como dice hoy Jesús, en 'limosna' -en el lenguaje evangélico, no la monedita que se da al profesional de la mendicidad, ni el simple despojo inútil de nuestros bienes, sino en las obras que realizamos con nuestros talentos en pro de los demás-.

            Pequeña grey que actúa en este mundo como la sal, como la semilla de mostaza, pero que, como portadora del verdadero mensaje de la realización humana, vive la alegría de su enorme responsabilidad. Los menos, los pocos, pero los que tendremos que dar mayores cuentas en el cielo, ya que somos los que más hemos recibido y los que tenemos que realizar la tarea por excelencia para la que existe el mundo: la eterna salvación.

            No serán ni Kirchner, ni Bush, ni Cavallo, ni el Dalai Lama, ni los jefes piqueteros, los más rigurosamente exigidos, sino aquellos pocos que conocemos los detalles y las maravillas del Reino. La consistencia última del mundo y su final destino no reposa en las decisiones de los poderosos o ricos de este mundo, sino en las columnas y cimientos de los santos; o de los que deberían serlo.

            Es justamente lo que Cristo responde a Pedro cuando éste le interroga: "¿esta parábola la dices para nosotros o para todos?" Y Jesús le contesta: 'no para todos, sino proporcionalmente a lo que cada cual ha recibido, especialmente, pues, la digo para Vds., administradores que el Señor ha puesto al frente de su personal para distribuirle la ración de trigo en el momento oportuno'. En primer lugar, ciertamente, las autoridades eclesiásticas, pero también nosotros, a quienes, en el evangelio y la gracia de sus sacramentos, Dios nos da abundante trigo para distribuir con nuestra palabra y nuestro ejemplo alrededor de nosotros.

            La parte negativa del juicio puede asustarnos, pero el evangelio de hoy machaca más bien sobre el optimismo: "pequeño y querido rebaño, no teman", porque si cuando llegue, el Señor los encuentra ocupados en sus trabajos, Él mismo recogerá su túnica, los hará sentar a la mesa y se pondrá a servirlos.

            Y ninguna otra cosa -ni corralito, ni enfermedades, ni muerte, ni secuestros, ni inseguridad, ni falta de trabajo, ni pobreza- frente a esto, tiene ninguna importancia.

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