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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

 

1975. Ciclo A

18º Domingo durante el año

Lectura del santo Evangelio según san Mateo 14, 13-21
En aquel tiempo: Jesús, al enterarse de la muerte de Juan el Bautista, se alejó en una barca a un lugar desierto para estar a solas. Apenas lo supo la gente, dejó las ciudades y lo siguió a pie. Cuando desembarcó, Jesús vio una gran muchedumbre y, compadeciéndose de ella, curó a los enfermos. Al atardecer, los discípulos se acercaron y le dijeron: "Éste es un lugar desierto y ya se hace tarde; despide a la multitud, para que vaya a las ciudades a comprarse alimentos". Pero Jesús les dijo: "No es necesario que se vayan, dadles de comer vosotros mismos". Ellos respondieron: "Aquí no tenemos más que cinco panes y dos pescados". "Traédmelos aquí", les dijo. Y después de ordenar a la multitud que se sentara sobre el pasto, tomó los cinco panes y los dos pescados y, levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes, los dio a sus discípulos, y ellos los distribuyeron entre la multitud. Todos comieron hasta saciarse y con los pedazos que sobraron se llenaron doce canastas. Los que comieron fueron unos cinco mil hombres, sin contar a las mujeres y a los niños.


Sermón

Francisco Dalmazzo (1), sacerdote salesiano, muerto no hace mucho, en sus memorias ha dejado escrito un episodio de la vida de Don Bosco que algo tiene que ver con el evangelio de hoy. Nos cuenta que, teniendo quince años, cierta vez que estaba confesándose con el mismo don Bosco en el Oratorio que éste había fundado, donde recogía huérfanos y los criaba y educaba, poco antes del desayuno, se acercó uno de los chicos mayores y le dijo al Padre “No puedo dar desayuno, no hay pan. El panadero no nos quiere fiar más.” “Busquen todo lo que haya en el comedor”, contestó Don Bosco, y siguió confesando atentamente. Acabada la Misa, los muchachos fueron saliendo uno a uno de la Iglesia y Juan Bosco se puso en la puerta como de costumbre, para ir repartiendo a cada uno su desayuno. La trajeron un canasto con todo lo que los encargados de la comida pudieron encontrar. Dalmazzo, que se había puesto al lado del sacerdote, miró y vio que, adentro del cesto, no había más de diez o quince panecillos. “Don Bosco –relata‑ da uno a cada muchacho que sale, les dice una palabra, les dirige una sonrisa y ellos le besan la mano. Todos reciben un pan ¡y son trescientos! Yo, concluido el reparto, vuelvo a mirar la canasta y veo la misma cantidad que al principio, sin que hubieran traído más pan ni cambiado la cesta.”



San Giovanni Melchiorre Bosco (1815-1888)

Otro. Es el ocho de septiembre, día de la Virgen. La Iglesia está llena de muchachos: seiscientos que van a comulgar. Se ha preparado un gran copón lleno de hostias que Don Bosco debe consagrar en la santa Misa. Pero el sacristán –como, de vez en cuando, todo sacristán que se respete‑ se olvida de llevarlo al altar. Recién se acuerda cuando ha pasado el instante de la consagración. Ahora su distracción no tiene remedio. Cuando llega el momento de la comunión Don Bosco abre el sagrario y solo encuentra un pequeño copón con unas pocas hostias. Se da cuenta de que el sacristán se ha distraído. ¿Qué hacer con sus seiscientos chicos? Alza la mirada a la imagen de la Virgen ‑en Su día‑ toma el pequeño copón y empieza a dar la comunión. Ni uno se queda sin comulgar y, cuando termina, aún hay hostias para volver a guardar en el sagrario.

De muchos santos –Don Orione, entre otros‑ se narran hechos semejantes. Son ridículos, pues, los intentos racionalistas de convertir las multiplicaciones de pan del Evangelio en episodios de pura solidaridad de la gente que comparte lo que ya tenía conmovidos por las palabras de Jesús.

Pero, es verdad, como en todo milagro, que, aparte el asombro lógico que nos suscitan este tipo de prodigios, hemos de preguntarnos sobre su significado. Porque evidentemente hemos de buscar su sentido más allá de la materialidad del hecho. Ni Cristo ni los santos son magos o brujos que vengan a pasmarnos con maravillas y trucos, ni su objetivo ‑en estos milagros apuntados‑ es fomentar las distracciones de los sacristanes o la imprevisión de los haraganes.
Cristo alimenta a muchos más de cinco mil varones adultos –ya que el evangelista, algo machista, subraya el ‘sin contar a las mujeres ni los niños’, cuando sabemos muy bien que ni unas ni otras se destacan por su frugalidad, ni siquiera en esas épocas anteriores a Twiggy‑. Aun así, si ese fuera el milagro no tendría ningún peso en la historia de la humanidad, cuando sabemos que existen como mil millones de hambrientos en el mundo –sin incluir, todavía, a los argentinos‑ y que lo hizo el Señor solo un par de veces hace dos mil años.
No. Es que Cristo no vino a calmar el hambre fisiológica del hombre ‑sino indirectamente a través del amor y la comunión fraterna que reparte sus bienes entre los hermanos y los produce más y mejor‑; ni vino a hacer la competencia a nigromantes, ni a ‘mesas de trabajo’, ni a panaderos, ni a la FAO. Cristo vino a satisfacer un hambre humana mucho más radical que la del estómago; y que ningún pan ni riqueza de este mundo puede calmar, ni menos colmar.



Sant'Apollinare Nuovo, Ravenna. S.

Porque ¿quién no sabe, aún de los ahítos de esta tierra, que es posible tener la panza llena y el corazón vacío? “No solo de pan vive el hombre”. No solo por falta de pan muere por inanición el ser humano.
Hay carencias más radicales y que engendran avideces más penosas que las del sistema digestivo. No de hambrientos se llenan los consultorios del psiquiatra, ni las listas de los suicidas, drogadictos y amargados. No es el hambre de pan lo que ha destruido a la Argentina y la que, si sigue así, hará también que falte pan.

El estómago, aunque necesario, no está sino al servicio de la cabeza y del corazón. Peor que un estómago sin pan es un corazón vacío de amor o una mente estólida, vacante de verdad. Que lo digan, si no, los que no aman, o los que no son amados o son amados mal aún entre los propios.
¡Qué tristeza mayor que la del corazón solitario encerrado en sí mismo, sin amor, sin nadie que le ame en serio y que lo afirme en la existencia con su querer! Ricos quizá, pero, en el fondo, pordioseros: “¡Una monedita de amor! ¡Por amor de Dios!

Que lo digan, si no, los que llenan sus cabeza de alimentos indigeribles, de tonterías, de noticias y falsa cultura, pero no saben el para qué, ni el por qué, ni el hacia dónde, de sus vidas y, en el hastío de su vagar sin rumbo, regüeldan la hambruna de su existencia sin sentido.

Esa hambre viene Cristo a calmar ¡qué digo a calmar, a colmar, porque aun sobran doce canastas!
Ese Dios que es Amor –en la definición de Juan‑ viene a tí, solitario corazón, y, con tus doce canastas llenas, tú ya pleno, podrás ‘redamar’ a los demás.
Ese Dios, que es también Verdad, llega a tí, mente sin luz, y te encandilará y, de tus canastas desbordantes de brillo, iluminarás a los demás.
Yo soy el pan de Vida –dice Jesús‑ el que viene a mi jamás tendrá hambre, el que cree en mi jamás tendrá sed”.
Y, porque lo has buscado y lo has encontrado a Él en la esperanza de Su Reino y en esta mesa de Su altar, también Él te dará ‘las añadiduras’ y, aún en la mesa de tu casa, tampoco faltará del otro pan.

(1) http://www.franoi.net/santi/testbosco.htm

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