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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

 

1983. Ciclo C

17º Domingo durante el año

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 11, 1-13
Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos» El les dijo entonces: «Cuando oren, digan: Padre, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino, danos cada día nuestro pan cotidiano; perdona nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a aquellos que nos ofenden; y no nos dejes caer en la tentación» Jesús agregó: «Supongamos que algunos de vosotros tiene un amigo y recurre a él a medianoche, para decirle: "Amigo, préstame tres panes, porque uno de mis amigos llegó de viaje y no tengo nada que ofrecerle," y desde adentro él le responde: "No me fastidies; ahora la puerta está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados. No puedo levantarme para dártelos" Yo os aseguro que aunque él no se levante para dárselos por ser su amigo, se levantará al menos a causa de su insistencia y le dará todo lo necesario. También os aseguro: pedid y se os dará, buscad y encontrareis, llamad y se os abrirá. Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre. ¿Hay entre vosotros algún padre que da a su hijo una piedra cuando le pide pan? ¿Y si le pide un pescado, le dará en su lugar una serpiente? ¿Y si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan!»


Sermón

La mayoría de los cristianos hemos aprendido a rezar el Padrenuestro antes, inclusive, de alcanzar el uso de razón, de tal manera que, en realidad, nunca lo hemos percibido como una novedad. No a la manera de otras cosas que, luego, nos enseñaron y nosotros no sabíamos, en el catecismo o, siendo más grandes, oyendo o leyendo libros o artículos religiosos y que nos impresionaron, por menos conocidas, con su novedad.

El Padrenuestro pertenece, casi, a la subconsciencia, por no decir inconsciencia, de nuestro ser cristianos. La oración que sabe todo el mundo; lo más común a todos los fieles. Fórmula de rutina que hartas veces repetimos vaciada de todo significado, como una especie de ensalmo, en oraciones maquinales.

Sin embargo, si nos remontamos al pasado, en épocas vigorosamente cristianas y cuando el mensaje evangélico estallaba en el mundo pagano como una verdad luminosa, nueva, sorprendente, revolucionaria, vemos que el Padrenuestro, aún en ese ámbito de sorpresa y frescura en donde toda la doctrina cristiana era vivida como descubrimiento y cambio, lejos de ser lo primero que se enseñaba era lo último: el plato fuerte, el acto principal, la culminación de la enseñanza y aprendizaje doctrinal de aspirante a cristiano.

Se conserva, por ejemplo, el ciclo de catequesis que, en la parroquia del Santo Sepulcro, en Jerusalén, daba allá por el año 350, un tal Cirilo, sacerdote, que luego fue obispo y santo. Catequesis, por supuesto, que era teología en serio, para adultos, no como los catecismos para memos que suelen enseñar hoy a nuestros chicos.

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Pues bien, las primeras 19 lecciones servían de preparación a los catecúmenos que habían de recibir el bautismo la noche de Pascua y eran, en substancia, una prolija explicación del Credo, que esa noche, como se hace aún en nuestra Vigilia Pascual, se recitaba solemnemente. Las cinco restantes y que solo podían escuchar los bautizados, servían para instruir a los neófitos sobre los sacramentos. Se daban a puertas cerradas y se llamaban ‘ mistagógicas' , porque introducían a los misterios de la fe cristiana. Pues bien: es en la última de estas cinco catequesis mistagógicas, junto con la explicación de la liturgia eucarística, que Cirilo, recién, enseña el Padrenuestro a los neo bautizados que, desde entonces, podían comenzar a recitarlo solemnemente.

Este respeto reverencial por ‘la oración que nos enseñó Jesús' se conserva durante mucho tiempo en la Iglesia. No se puede recitar así nomás. En la Misa pertenece a esa parte a la cual antiguamente solo podían asistir los bautizados -¿recuerdan?-. En cambio a las lecturas y al sermón podían asistir los que todavía no lo eran, luego debían dejar el recinto sagrado. ¡Qué diferencia, en nuestros días, cuando aún representantes de religiones que niegan explícitamente la divinidad de Cristo y la presencia del Señor en la Eucaristía son invitados, en objetivo sacrilegio, a la santa Misa!

Aún hoy, antes del Padrenuestro, cuando el celebrante no nos endilga alguna introducción improvisada del tipo: “y, ahora, tomándonos de las manos con gran cariño, digamos amorosamente juntos el Padrenuestro”. Si miramos la antigua invitación romana que no ha sido quitada del nuevo Misal leemos: “Siguiendo el precepto del Señor y sus divina enseñanzas nos atrevemos a decir”, “Audemus dicere ”, en latín. ¡Osamos decir!

Las liturgias orientales son más explícitas. La maronita, por ejemplo, dice: “ Dígnate Señor concedernos que sin temeridad nos atrevamos a decirte: Padre Nuestro ”. O, si no, en la liturgia bizantina: “Haznos dignos, Señor, para que con confianza, sin reproche, nos podamos atrever a invocarte, Dios altísimo, como Padre y decirte

Temeroso respeto reverencial hacia el Padrenuestro, patrimonio de los viejos cristianos y que hoy hemos dejado que se pierda.

Y es claro, Por una parte, de tanto repetirlo y saberlo desde siempre, no somos capaces de percibir su sabor original. Por otra, a lo mejor, nunca nos hemos detenido en serio a pensar en su significado maravilloso.

Pero vean. El mismo Lucas pone el Padrenuestro casi como la culminación de la enseñanza de Jesús. Y no a todo el mundo. Sino al pequeño grupo íntimo que lo acompaña, a sus discípulos. Y noten que el Padrenuestro es la respuesta a un pedido de ellos. “Enséñanos a orar”.

Y con dicha súplica no le están pidiendo solamente que les entregue un método de oración; como hoy podríamos entender al escuchar la frase. Las oraciones entre los judíos eran como una especie de ‘contraseña' que caracterizaba a los diversos grupos. De una forma oraban los fariseos, de otra los esenios, de otra los saduceos y de otra los discípulos de Juan.

Cada manera de rezar respondía a determinada mentalidad o concepción de las relaciones del hombre con Dios. De tal manera que “enseñar a orar” significaba mucho más que aprender determinadas fórmulas de oración.

Los discípulos ya sabían rezar. ¡Si tenían todos los salmos del Antiguo Testamento y, con Jesús, habían rezado juntos en el templo muchísimas veces! No. No le estaban pidiendo instrucciones sobre plegarias cuando le dicen “Señor, enséñanos a orar como enseñó Juan a sus discípulos

Lo que le están pidiendo es otra cosa. Que, finalmente, les resuma qué es lo que ellos son; cuál es su característica; en qué se diferencian de los discípulos de Juan y de los fariseos y saduceos y de todos los demás.

Le están pidiendo: “De todas las cosas que nos has enseñado ¿qué es lo central, qué lo más importante”. “¿Cuál es la característica de nuestra relación con Dios que, como buena nueva, como novedad, vienes a instaurar?”

Y, entonces, Jesús les contesta: “Cuando oréis decid…

Es decir: lo nuevo, lo magnífico lo que es propio de Vds. y mío es que podemos decir a Dios: “Padre”. Lo totalmente renovador es que hemos sido transformados en ‘Sus hijos'.

Y la novedad absoluta de esta forma de dirigirse a Dios debe haber golpeado a los doce como un mazazo. Porque, vean Vds., en la época de Jesús y en todo el Antiguo Testamento, nunca nadie se había atrevido a tanto.

Alguna vez se había dicho que Yahvé era el ‘padre de Israel' o ‘del rey', pero siempre metafóricamente. Al modo como uno puede decir del pintor o del compositor que es padre de su obra. Pero jamás ningún judío se hubiera animado a dirigirse a Dios diciéndole “Padre mío”.

No: Yahvé es el Creador, el Señor, el Altísimo, el Santo. El ser humano apenas es su criatura, su obra. Por naturaleza es simplemente ‘hijo de ‘adam', ‘hijo de hombre' y, el judío, como mucho, ‘hijo de Abraham'. Hablar del hombre como ‘hijo de Dios' para los hebreos es blasfemo o recuerda peligrosamente mitologías paganas en donde se confunde a Dios con el universo o con la humanidad y todo lo natural es de por si divino, no creado.

Por eso Jesús se mete en terreno peligroso cuando comienza a hablar de Dios como ‘el Padre'.

Hasta allí la cosa no hubiera sido tan grave. Los judíos –como dijimos- alguna vez habían usado el epíteto “Padre” metafóricamente para hablar de Dios: “Yahvé es como un padre para Israel.”

Pero, entre los discípulos, de pronto, Jesús comienza a referirse a Dios como “mi Padre”. Eso ya si es inaudito, novedoso. Más: esta referencia a Dios como ‘mi Padre' es lo que, poco a poco, irá haciendo ver a los doce que, en Jesús, hay algo más que un simple hombre. Sobre todo que Jesús no dice nunca “nuestro Padre”, sino que destaca la diferencia: “mi Padre” y “vuestro Padre”.

Lo que, finalmente, se oye como definitivamente horrible e irrespetuoso en labios de Jesús es que no solamente lo invoca a Dios como “mi Padre”, sino que le dice “Papá”. La cosa impresionó de tal manera a sus contemporáneos que el mismo término arameo que usó Jesús se conservó en el Nuevo Testamento sin traducir: “Abba”.

Padre se dice, en realidad, ‘ab'. ‘Abba', es el cariñoso, cercano, ‘papá '. Como mamá se decía –de madre, ‘in '- ‘inna '. “Abba” e “inna”. Papá y mamá.

Y ese es el término que usa, al fin, Jesús para dirigirse al tremendo y omnipotente Yahvé. Proclamando al mismo tiempo que no solo es hijo de hombre, sino hijo muy querido de Dios, su Padre.

Y, ahora, cuando ya los discípulos se han dado cuenta de ello, que Él es distinto de ellos -llama a Dios ‘ Abba '·, ‘Papá', porque es Su Hijo- le preguntan: “¿Y, entonces, nosotros, qué somos?” “¿Iguales a los discípulos de Juan?” “¿Cómo debemos orar?”. Y Cristo les da la definitiva sorpresa: “También Vds., desde ahora, son mis hermanos, y pueden llamar a Dios, Padre, Papá, no metafórica, sino realmente. Porque, como dice San Pablo, es el Espíritu Santo el que transformándonos, haciéndonos nacer de nuevo, elevándonos sobre nuestra condición humana, no como hombres, sino como hermanos del Hijo de Dios, nos hace exclamar “¡Abba!”

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Y es “Abba”, claramente, en la versión más breve y antigua del Padrenuestro que nos trae Lucas, la palabra que nos define, a diferencia de todos los demás: “Abba yitkadash shemaj…”: Papá, santificado sea tu nombre.

Eso es ser cristianos. Dios, el Creador Omnipotente de cielos y de tierra, Aquel cuyo poder sostiene todo el ser y acontecer del cosmos y sin cuyo querer no se mueve un solo cabello, un solo átomo, una sola estrella, es Él quien te ha adoptado, te ha engendrado, en el bautismo, como hijo.

Él es, verdaderamente, nuestro Padre.

Esa es nuestra alegría, nuestra esperanza, nuestra fuerza.

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