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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

 

1977. Ciclo C

17º Domingo durante el año
25-07-77

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 11, 1-13
Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos» El les dijo entonces: «Cuando oren, digan: Padre, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino, danos cada día nuestro pan cotidiano; perdona nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a aquellos que nos ofenden; y no nos dejes caer en la tentación» Jesús agregó: «Supongamos que algunos de vosotros tiene un amigo y recurre a él a medianoche, para decirle: "Amigo, préstame tres panes, porque uno de mis amigos llegó de viaje y no tengo nada que ofrecerle," y desde adentro él le responde: "No me fastidies; ahora la puerta está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados. No puedo levantarme para dártelos" Yo os aseguro que aunque él no se levante para dárselos por ser su amigo, se levantará al menos a causa de su insistencia y le dará todo lo necesario. También os aseguro: pedid y se os dará, buscad y encontrareis, llamad y se os abrirá. Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre. ¿Hay entre vosotros algún padre que da a su hijo una piedra cuando le pide pan? ¿Y si le pide un pescado, le dará en su lugar una serpiente? ¿Y si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan!»

Sermón

Recuerdo, recién ordenado sacerdote, en la parroquia de San José de Flores donde fui asignado, todas las mañanas, puntualmente a eso de las once, una mujer ya entrada en años, casi anciana, se arrodillaba largo rato, fervorosamente, frente a un altar lateral, delante de una imagen de San Antonio. Al rato se levantaba y se iba casi sonriente, como rejuvenecida, contenta.

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Pregunté por ella a Don Ángel, el viejo sacristán y me aseguró que, desde que él tenía memoria, recordaba haber visto a esa mujer siempre a la misma hora rezándole a San Antonio. Picado por la curiosidad un día la esperé a la salida, la saludé y, después de cruzar dos o tres palabras amables, le pregunté directamente qué es lo que pedía tan devotamente a San Antonio. Y la buena señora –o, mejor, señorita- mirándome divertida desde el fondo de sus jóvenes ojos de setenta años, me contestó: “Novio, Padre. Desde que cumplí soltera mis veinticinco años no he faltado un solo día –salvo viajes o enfermedades- de venir a pedir novio”. Yo no sabía si me estaba hablando en serio o si reírme o admirarme por tamaña perseverancia y, antes de que me saliera sin querer: “¿Pero qué? ¿Todavía tiene ilusiones?” la mujer siguió “Pero no se asuste padre, no es que todavía le esté realmente pidiendo novio –aunque ¿quién le dice? Si Él quiere- . Sabe, al principio –ya ni me acuerdo- venía a rezarle con tanta esperanza y seguridad. Salía de la iglesia y ya me parecía que a la vuelta de cualquier esquina me toparía con mis sueños. Claro, pasaron los meses y empecé a desilusionarme, pero me sostenía aquello del evangelio: “Pedid y se os dará, buscad y encontraréis” y lo del cuento de la viuda a la que el juez injusto hizo justicia por su insistencia y el del que tuvo que levantarse a darle el pan porque no lo dejaban dormir, y entonces seguía viniendo e insistiendo. No pasó nada. A los dos o tres años de venir a pedir me fastidié y me enojé con Dios y con Antonio. Seguía viniendo, pero con rabia. ¿Cómo? ¿No era que pidiendo se nos daba y llamando se nos abría? ¿Qué clase de promesas son esas? Sabe, los años siguieron pasando y yo sigo viniendo y ni sé lo que le pido a San Antonio, pero nos hemos hecho amigos y estoy segura de que, al lado de Dios, me escucha, siempre me ha escuchado y, a su modo, me ha contestado. De todos modos, Padre, lo único que sé es que, si no vengo aquí es como si me faltara algo. Además siempre que salgo lo hago más contenta de cuando entré y más segura de que la Providencia guía mi camino.”
Yo diría que, oscuramente, la buena señorita había finalmente comprendido lo que era la oración y lo que la parábola del amigo importuno quería decir.
Porque ¿quién no se da cuenta de que todo este pasaje del evangelio de hoy, mal leído, puede deformar el significado cristiano de la oración? ¡Cuánta gente no concibe la oración sino como el pedir cosas a Dios! El Señor, ‘deus ex machina’ que solucionará nuestros problemas temporales con tal que sepamos pedírselo con suficiente insistencia y pertinacia. Máquina automática: por un lado entra la moneda de nuestra oración y por el otro sale el deseo concedido. Máquina empero sujeta a muchos caprichos: a veces uno no termina más de poner una moneda tras otra, pedido tras pedido, novena tras novena, ¡parece que no funciona!
Relaciones con Dios pues mercenarias y comercializadas: voy corriendo a besar al tío o al abuelo, porque sé que en sus bolsillos hay siempre un caramelo para mí.
Pero esto no va. ¿Qué relación de verdadera y auténtica amistad puede haber entre personas que solo buscan de la otra lo que ésta pueda servirle o concederle? La oración, en todo el evangelio, aparece como mucho más: el momento de confiado encuentro en que el hombre se siente en presencia de Dios y de su corazón le sale el tratarlo con el amoroso nombre de ‘Padre’.
Claro que al padre, al hermano, al amigo, a la madre, también se les piden cosas, pero ¿quién no se da cuenta que el que solo usara a su padre y sus amigos para pedirle favores y bienes no estaría viviendo una auténtica relación filial, una verdadera amistad? Cuando es su amistad lo que aprecio, no los favores que me hace, allí sí puedo decirme amigo, hijo, hermano. Y es claro que entonces sí, también le puedo solicitar favores, gauchadas, con la absoluta confianza del amigo con el amigo. Por eso la parábola de Jesús, más que ponderar la insistencia del que pide va a señalar la disponibilidad del amigo.

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Grabado de Jan Luyken, en la Biblia de Bowyer.

Fíjense: no es un vecino cualquiera, es un amigo. La palabra ‘filos’, amigo atribuida al vecino aparece insistentemente, cuatro veces, en este pasaje. Y en realidad nuestra traducción del “tìs ex jumón’ literalmente ‘quién de vosotros’ con que se inicia la parábola confunde un poco las cosas. Dice desleídamente: “Supongamos que alguno de vosotros va a buscar a un amigo a medianoche”, como comenzando positivamente una comparación. No es así. En griego el ‘tìs ex jumón’ –a la letra ¿quién de vosotros?- inicia siempre una pregunta cuya respuesta obligada es “¡Imposible! ¡Nadie!”. La traducción entonces sería no “supongamos que alguno…” sino más bien algo así como: “¿Quién de vosotros será tan tonto de imaginarse que pidiendo algo a un amigo” aún en medio de la noche, aún teniendo que levantar la tranca y despertar a su familia, etc. etc. ése no se lo va a hacer?
Aquí lo de la insistencia es secundario. Como para excluir absolutamente toda posibilidad de que el amigo no escuche. Lo que centra la atención de la parábola es la actitud del amigo y la confianza del que pide.
Y en la oración cristiana hay alguien más que un amigo con quien nos liga una pura amistad –no ‘más que padre es un amigo’, como dice el Martín Fierro y ciertos padres modernos en amistad y paternidad mal entendidas, sino al revés, “más que amigo es padre”.
Porque resulta que ese Padre que es más padre tuyo que tu verdadero padre, es, al mismo tiempo, Dios, ‘el Padre del Cielo’ como dice Jesús, el creador omnipotente de cielos y de tierra, aquel a quien no se le escapa ni el más mínimo movimiento de una brizna perdida de paja en el campo y sin cuya voluntad ni un pajarito cae del cielo, ni un pelo de tu cabeza.
Sí: ‘Padre’ –como dice la versión de San Mateo- ‘Padre nuestro’. Ese nombre que, como nos enseña Jesús, habrá de abrir siempre nuestra oración la confianza. Después vendrán las siete peticiones del Padrenuestro de Mateo o las cinco que hemos leído de Lucas. No interesa: cinco o siete o una o veinte. En la palabra Padre está todo lo que necesito, con toda mi confianza, con todo mi amor, con toda la alegría de saberme su hijo y de abandonarse en sus manos.
¿Qué añade ‘hágase tu Voluntad, dame el pan, perdónanos, a la palabra Padre sino recordarnos las cosas principales que, sin que se las pida, quiere darme?
No. No le recuerdo a Él qué es lo que tiene que darme, más bien en el Padre Nuestro, me recuerdo a mi mismo las cosas que me ofrece y que tengo, confiado, que buscar: la gloria de su nombre, la dicha de su Reino, el hambre saciada para siempre, el perdón, la victoria última contra el mal.
Y porque es tu Padre, y porque eres su hijo y porque eres pequeño y caprichoso, aunque Él sabe mejor que tú qué es lo que necesitas, pídele y pídele cualquier cosa y pídele con confianza porque no te negará nada que no te haga bien.
Pero no te enojes si no siempre transige con tus miopes pedidos. Él ve mucho más alto y mucho más lejos y mucho más allá, y con mayor sabiduría y no siempre que pidas novio o salud o tantas cosas que desesperamos por alcanzar te las dará.
Pero ¡confía! Porque aún así, Él, Dios, es tu Padre y, buscando para ti mayores bienes, transformará tu soltería en gozo, tu enfermedad y vejez en alegría y aún te darás cuenta que esas piedras, serpientes y escorpiones que parecieron tantas veces la única respuesta de tus súplicas no eran piedras, serpientes, escorpiones sino pan, huevo, pescado y, entonces, el silencio de Dios a tu plegaria confiada estallará en la marcha nupcial, el coro triunfante, la alborozada sinfonía de su Reino.          

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