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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

 

2001. Ciclo C

17º Domingo durante el año
(GEP 29-07-01)

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 11, 1-13
Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos» El les dijo entonces: «Cuando oren, digan: Padre, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino, danos cada día nuestro pan cotidiano; perdona nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a aquellos que nos ofenden; y no nos dejes caer en la tentación» Jesús agregó: «Supongamos que algunos de vosotros tiene un amigo y recurre a él a medianoche, para decirle: "Amigo, préstame tres panes, porque uno de mis amigos llegó de viaje y no tengo nada que ofrecerle," y desde adentro él le responde: "No me fastidies; ahora la puerta está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados. No puedo levantarme para dártelos" Yo os aseguro que aunque él no se levante para dárselos por ser su amigo, se levantará al menos a causa de su insistencia y le dará todo lo necesario. También os aseguro: pedid y se os dará, buscad y encontrareis, llamad y se os abrirá. Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre. ¿Hay entre vosotros algún padre que da a su hijo una piedra cuando le pide pan? ¿Y si le pide un pescado, le dará en su lugar una serpiente? ¿Y si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan!»

Sermón

             En el Teatro Avenida un grupo de jóvenes cantantes, numeroso coro y coro de niños, que forman un conjunto musical que viene ofreciendo espectáculos operísticos desde hace un par de años, ha puesto en escena, con bastante dignidad, dirigidos por el distinguido maestro Antonio María Russo -autor de un bello Magnificat y en 1997 de una preciosísima Misa de Corpus Christi-, la ópera Carmen de Bizet. Estos muchachos y muchachas nos muestran con su entusiasmo y su valía que cuando a la juventud alguien se ocupa de proponerle y enseñarle música seria no se reduce espontáneamente a la tontería de la bailanta y de la música barata y que, aún en la liturgia, puede y debe ser elevada a muestras superiores de arte musical.

            Pero la trama de Carmen siempre deja un gusto amargo en la boca. Ese pobre Don José, seducido por la gitana que, cuando ya está a punto de vencer la tentación -más: casi la ha vencido, puesto que toma su sable y uniforme para unirse a su regimiento-, sufre la debacle del encuentro con el rival oficial que, en ese preciso instante, ingresa en la posada echando al traste todo su buen propósito. Desde ese momento Don José se encamina precipitadamente a la perdición.

            A pesar de ser una obra de ficción, como refleja tantas situaciones parecidas, uno se pregunta ¿por qué Dios no hizo que el oficial llegara dos minutos después? ¿Porqué José quedó entrampado en lo único que podía hacerlo desistir de su propósito de rectificación? "¡No nos dejes caer en la tentación!" ¡Cuántas veces nuestros buenos propósitos generales han caducado frente a ocasiones y tentaciones casi irresistibles, en donde solo los temperamentos más avezados o con la ayuda especialísima de la gracia pueden no dar su brazo a torcer! La cristiana separada o el separado solos y no ayudados por su familia quienes, de pronto, encuentran ilícitamente el aparente consuelo a su desamparo y soledad... La aparición dolosa de una ganancia inmoral, pero que viene justo a solucionar el problema económico acuciante que a lo mejor tocaba el bienestar o la enfermedad o los estudios de mis hijos... El zapping que de improviso en soledad me atrapa con su imagen provocativa... El encuentro inesperado... La oportunidad de copiarme, de aprovechar datos obtenidos irregularmente... Dios pidiendo a Abraham el sacrificio de Isaac... ¡Cómo tenemos que estar preparados para esos momentos! No: "ne nos inducas in tentationem"..., ¡no nos lleves, no nos dejes caer en la tentación...!

            ¡Qué maravillosa oración el Padrenuestro! Hoy que, tantas veces, vemos transformarse la oración, a la manera pagana, en un largo petitorio que pretende cambios mágicos en nuestras situaciones personales y necesidades temporales y que, al mismo tiempo que no parece elevarse nunca hacia las realidades permanentes, casi desconoce la belleza y gozo del trato personal con Dios, que es la esencia misma de la plegaria. Jesús nos muestra en el Padrenuestro no solo aquello hacia donde debemos apuntar nuestros deseos, sino el modo escueto, tierno y profundo con el cual hemos de relacionarnos con Dios. "¡Señor, enséñanos a orar!"

            En el pasaje paralelo del evangelio de Mateo (6, 7-13) donde encontramos la versión completa de la oración de Jesús, éste había advertido antes que, al dirigirse a Dios, era inútil y superfluo hacerlo con multitud de palabras. "El Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo". Por eso, si la oración vocal improvisada tiene algún sentido, lo tiene para nosotros, como desahogo del alma, esos desahogos que a veces permitimos a nuestros seres queridos aún sabiendo ya lo que nos van a decir, porque nos damos cuenta de que se calman y alivian al descargarse hablando.

            Sin embargo, cuando nos dirigimos a Dios levantando a Él nuestros corazones y expresando humanamente nuestros sentimientos y aspiraciones mediante la palabra, desde el ejemplo del Padrenuestro de Cristo, la Iglesia ha querido que, más allá del desahogo, nuestro pensamiento se modulara según las verdades de la fe, no según cualquier aspiración obtusa de nuestros corazones. Por medio de la oración vocal, más que indicar a Dios qué es lo que ha de hacer, la Iglesia pretende enseñarnos qué es lo que debemos pedir y tratar de lograr. Ridícula sería la plegaria del ladrón pidiendo a Dios lo ayudara en la comisión de su delito; o la del adúltero rogando por que se derriben las barreras de la mujer que quiere conquistar; o la del que implorara para que a la persona que le tiene antipatía le sucedan cosas espantosas... Está al alcance de cualquiera entenderlo: tal oración no sería sino una expresión supersticiosa de nuestros fines desviados y solo serviría para afirmarnos en nuestros malos propósitos.

            Pero ¿qué decir cuando nuestras oraciones de petición se centran todas en objetivos puramente terrenos: en peticiones de salud, de trabajo, de prosperidad, de vivienda....? ¿Se agota allí la finalidad de nuestra existencia? Y, aún cuando la jerarquía de la Iglesia nos pida rezar por estas cosas -la justicia social, los derechos humanos, el aumento de puestos de trabajo...- si a esto se limitara ¿no estaría deformando la finalidad de la vida cristiana? Amén de que uno podría preguntarse ¿mediante qué clase de prodigio Dios podrá aumentar los puestos de trabajo si no hay una política que suscite inversiones y no hay gente que dedica sus ahorros a construir, a poner una fábrica, un negocio? Los puestos de trabajo ni Dios ni San Cayetano los pueden crear con una varita mágica, sino que aparecen respetando las leyes de la economía, la justicia, la honestidad...

            Hay incluso, oraciones de los fieles, esas que están prescriptas para después del Credo y antes del ofertorio, que, compuestas en cada parroquia, son un verdadero muestrario de sandez y de falta de teología, y hasta, a veces, de adoctrinamiento subversivo -lo hemos visto en no tan lejanas épocas-.

            Por eso, una de las cosas que en la revelación figura como parte fundamentalísima de su enseñanza es la plegaria. Además de las súplicas, himnos y alabanzas que hallamos desperdigados por toda la escritura, el antiguo testamento nos brinda ese maravilloso libro de oración que son los salmos. Allí, la humanidad, a través de Israel, ha sabido expresar no solo el canto jubiloso que surge de todo corazón bien nacido frente a las obras de Dios en la creación y en la historia universal y de cada uno, sino el gemido del alma frente a las necesidades y hambres interiores más profundas del ser humano. Es en los salmos donde Jesús mismo, en su conciencia humana, aprendió a orar y son el entorno de esa oración maravillosa del Padrenuestro y otros himnos y súplicas que aparecen en el Nuevo Testamento. Por eso la Iglesia elige para su oración oficial la recitación cotidiana de esas preces. Es cierto que los salmos están escritos en un lenguaje muy antiguo, casi arcaico, y se detienen en una etapa incompleta de la revelación, por eso hay que leerlos siempre corrigiéndolos desde las enseñanzas de Cristo. Exigen siempre una actitud atenta y cristiana para transformar sus tenor literal en verdadera plegaria católica.

            (Al respecto, quien quisiera acercarse a la liturgia de las horas, oración oficial de la Iglesia, constituida fundamentalmente por salmos, no podría omitir el acudir a los comentarios que a éstos está pronunciando el Papa Juan Pablo II en su catequesis de los martes.)

            Por ello, aunque la espontaneidad en la oración personal sea un signo de confianza y nos coloca frente a Dios en actitud filial y por eso es ponderable, pues intenta personalizar el trato con el Señor, también es importante acudir, además de a los salmos y plegarias bíblicas, a las oraciones del misal romano, del ritual de los sacramentos, del bendicional... Todas oraciones oficiales de la Iglesia y, por ésto, marcadas con el sello de su docencia inspirada.

            Pero también son aconsejabilísimas las oraciones que han compuesto los santos y suelen hallarse en los devocionarios: las oraciones de San Francisco, de San Bernardo, de Santo Tomás, de San Buenaventura, de San Ignacio; muchas de ellas para antes y después de comulgar. ¿Cómo comparar, por ejemplo, las aspiraciones de la Madre Teresa, reflejadas en tantas oraciones compuestas por ella que nos ha legado, con nuestras torpes peticiones? Los santos no se detienen en pavadas -como decía Santa Teresa de Avila "no es tiempo de tratar con Dios cosas de poca importancia"-: piden las únicas cosas necesarias: la gloria de Dios, la santidad, el Espíritu Santo, la gracia, la fe, la esperanza, la caridad, la humildad, la confianza, la prudencia, la fortaleza, la templanza... Y, frente a las dificultades, no tanto ruegan para que estas desaparezcan, sino para que Dios nos ayude a aprovecharlas para crecer en amor a Él y a los demás. Que nos de ánimo para sobrellevar con paciencia nuestras enfermedades, nuestra pobreza, nuestras carencias, nuestros políticos, nuestros desánimos, nuestra soledad... Hacer de todo ello ocasión para hacernos mejores, más semejantes a Cristo, mas parecidos a María... Para obtener el único bien que es realmente importante lograr: la vida eterna, el cielo. Y, por ello, evitar como el peor mal que pueda existir en nuestras vidas -más aborrecible que la mayor de las desgracias-, el pecado, que mata nuestras almas, que nos aparta de Dios y del cielo.

            Todo ello está admirablemente compendiado en el Padrenuestro, con sus tres primeros deseos dirigidos a Dios y para Dios: la 'santificación de su nombre', la 'venida de su Reino', el 'cumplimiento de su voluntad'; y sus tres siguientes peticiones relacionadas con el hombre: el 'pan', el 'perdón', la 'liberación del pecado'.

            Que todo comience con la palabra Padre, apelativo tan singular del nuevo testamento, una de las novedades de Cristo, nos hace entrar inmediatamente en ese clima de confianza y familiaridad respetuosa que, por ser adoptivamente hijos de Dios, en el Espíritu de Jesús, los cristianos tenemos con quien de por si es el Creador Omnipotente, frente al cual nada somos. Lo de nuestro, ya es sabido, nos afirma conscientemente en la comunión de los santos, en esa fraternidad universal de la Iglesia que hace que nunca podamos sentirnos del todo solos.

            Pero, desde allí, ¡a elevar nuestras aspiraciones a lo único importante!: 'santificado' o glorificado 'sea Dios'. Que todos reconozcan su nombre, pero que, especialmente, nosotros sepamos tenerlo como el centro y meta de nuestra vida, en el amor que hemos de guardarle, en el respeto a sus mandamientos.        Eso hará al mismo tiempo 'que venga su reino', que el Señor reine en nuestros corazones durante esta vida, para que finalmente el cielo, su reino glorioso, nos alcance. Que El venga un día a buscarnos para llevarnos definitivamente con sus santos.

            De ahí que queremos que siempre sea su 'voluntad', su querer misericordioso y paterno, el que 'se haga' en nosotros, y no nuestros frágiles y desviados deseos. Que nuestros quereres se asimilen al suyo; que todos nuestros pensamientos y amores coincidan con los del Corazón Sagrado de Jesús y de su santísima Madre.

            Que 'como en el cielo' se cumple plenamente su palabra, 'así en la tierra', para que, dentro de lo posible, también este mundo pueda llegar a ser, aunque imperfectamente, en su Iglesia al menos, un pequeño anticipo de cielo.

            Para eso 'danos el pan de cada día': no solo nuestro alimento cotidiano, sino nuestro sustento de fuerza, de paciencia, de alegría, de enseñanzas, de buenos pensamientos, de amistades verdaderas, de consejos cristianos, todos compendiados en ese pan substancial que es la Eucaristía, la comunión con Jesús, la asimilación a su propio vivir, sus vitaminas divinas.

            Y, porque nos sabemos pequeños e inclinados al egoísmo, a las continuas faltas e imperfecciones, le pedimos que supla con su gracia nuestros defectos, que nos llene de su don, de su inmerecido perdón. Ello nos recordará que también nosotros hemos de perdonar de corazón a nuestros hermanos, sin aumentar la espiral del odio, de la venganza, de los resentimientos que dividen y que nos alejan los unos de los otros y que nos hacen terminar como Don José matando a Carmen, a la persona que ama. ¡Tantas familias divididas, tantas amistades rotas, tantos matrimonios destruidos por falta de grandeza en el perdón! ¡Cuántos cadáveres de corazones!

            Por eso Señor, en este mundo bello, pero tan insidiado por las voluntades perversas o equivocadas de los hombres, en donde aún los bienes pueden transformarse en trampas del alma: '¡no nos dejes caer en la tentación!' Líbranos del pecado, el único verdadero mal al cual debiéramos temer. Al lado de un pecado mortal, de una apostasía, de un dar la espalda a Dios, ninguna calamidad de este mundo puede compararse.

            Que podamos vivir siempre en su gracia, en su amor... y todo el resto podremos sobrellevarlo, hasta que venga su reino.

            Amén.  

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