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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

 

2003. Ciclo B

16º Domingo durante el año
(GEP 20/07/03)

Lectura del santo Evangelio según san Marcos    6, 30-34
Los Apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. El les dijo: «Vengan ustedes solos a un lugar desierto, para descansar un poco.» Porque era tanta la gente que iba y venía, que no tenían tiempo ni para comer. Entonces se fueron solos en la barca a un lugar desierto. Al verlos partir, muchos los reconocieron, y de todas las ciudades acudieron por tierra a aquel lugar y llegaron antes que ellos. Al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor, y estuvo enseñándoles largo rato.

Sermón

             El breve pasaje que acabamos de escuchar no es sino la introducción que hace nuestro evangelista Marcos a la primera multiplicación de los panes que, a renglón seguido, describirá ampliamente. La escucharemos en la lectura del domingo que viene. Pero la liturgia de la Iglesia le concede tal importancia que, interrumpiendo luego, durante cinco domingos seguidos la lectura de Marcos, comentará ese milagro con lo que el evangelista Juan dice del Pan de Vida en el capítulo sexto de su evangelio.

            En la época en que se introdujeron en China las misiones protestantes -pescando sobre todo en la pecera de cristianos que ya había comenzado a evangelizar, durante siglos, la Iglesia Católica con esfuerzos ingentes y riego abundante de sangre de mártires-, se llamaban 'cristianos del arroz' a todos aquellos que, simplemente, concurrían a dichas misiones porque allí, gracias al poderío económico de los protestantes occidentales, se les repartía abundantes raciones de arroz -el pan de los chinos-. Algo de eso sucedía también, por supuesto, en las mismas misiones católicas. Mucha pobre gente se acercaba por las ventajas de orden material que podían obtener de los misioneros. Aún hoy, recientemente, la Santa Sede hubo de advertir, en algunos países del tercer mundo, el que muchas vocaciones, incluso religiosas, no fueran motivadas por la mejora del estado de vida que -sobre todo para muchas mujeres-, representaba ingresar en determinadas congregaciones religiosas, haciendo sospechoso su aumento de integrantes. (La persecución, de vez en cuando, purifica a la Iglesia, porque la depura de cristianos interesados.)

            El problema es antiquísimo. Es verdad que, durante los siglos primero y segundo, la prosperidad de la Roma pagana era tal que, en ciertas ocasiones, cuando emperadores, cónsules y aspirantes a puestos políticos electivos trataban de aumentar su popularidad, lo hacían mediante grandes distribuciones de comida y espectáculos a la masa del pueblo. De esos tiempos "pan y circo" se ha convertido en una expresión proverbial. Pero también es verdad que esa liberalidad generosa era esporádica y, la habitual solo se reservaba a la llamada 'clientela'.

            Si uno no era 'cliente' de un patrono, de un puntero, no había leyes estatales ni obras sociales que lo protegieran y lo único que podía aspirar era a la mendicidad, el robo o, peor, la esclavitud. La Iglesia, desde el comienzo -lo leemos en los Hechos de los Apóstoles, de Lucas-, se constituye en una sociedad en donde sus miembros, unidos en la Fe en el Resucitado se obligaban al amor a Él y a los hermanos. De allí que, entre otras cosas, sea la primera institución de la historia que, después del neolítico, creó auténticos vínculos solidarios, más allá de los familiares, y protegió, como fruto de esa Fe y esa Caridad, a los más desamparados.

            De tal modo es así que, más antiguos que los 'presbíteros', -los 'curas', no los 'apóstoles'- en la historia de la Iglesia, fueron, los 'diáconos' o 'ministros' -que menciona también Lucas en los Hechos-, quienes se ocupaban precisamente de esos menesteres: de distribuir los bienes materiales entre la gente. Los apóstoles, en cambio, se dedicaban a lo principal: la predicación de la Palabra, del verdadero Pan de Vida.

            Roma, ya en el siglo segundo, estaba dividida en 'diaconías' en donde diáconos como el famoso Lorenzo, que terminó en una parrilla -encima, por supuesto- se ocupaban de repartir pan y subsidios a los indigentes.

            Tanto, con el tiempo, quedó en manos de ellos, de los diáconos, la gestión de los bienes económicos de la Iglesia que, pasados los siglos, adquirieron a veces, como archidiáconos, más poder que los mismos obispos y presbíteros. Hasta el punto que, finalmente, en el tardo medioevo, hubo, prácticamente, que hacerlos desaparecer, acotando sus funciones y transformando su título en meramente honorario y, luego, de transición al sacerdocio. Reaparecieron, con funciones muy distintas a las originales, después del último Concilio, sin saberse demasiado para qué sirven. En realidad su papel primigenio lo cumple más bien Cáritas y sus dirigentes. (Con aquí y allá -poquísimas es verdad- algunas 'desprolijidades'.)

            En fin, que siempre el diablo mete la cola o la pata, aún en las cosas más santas y el mismo Marcos tiene que recordar que la abundancia de pan, la diaconía material de la Iglesia, no es importante de por si: solo vale en cuanto es signo y consecuencia de su Fe, de su Esperanza y de su amor a Dios, de su Caridad. Es lamentable confundir el término 'Caridad', la más sublime de las virtudes teologales, que habla de amor despojado y sobrenatural a Dios y desde Dios al prójimo, a dar unos centavitos a un pobre.

            Por eso este pequeño prólogo que acabamos de escuchar hoy a la 'multiplicación de los panes': Marcos quiere, insistentemente, recordar la prioridad de la predicación y el don de la fe, sobre el meterse a intentar solucionar problemas temporales, cosa que, por lo menos a los ministros sagrados, no les compete directamente y es más bien, como dice el mismo Vaticano II, competencia de los laicos.

            Pero para todos, desde el comienzo, lo importante es la Palabra, la enseñanza. Una enseñanza que, en el ajetreo y complicaciones de este mundo, ha de alimentarse siempre en la fe y la oración.

            Los apóstoles -vemos en los primeros versículos de nuestro evangelio de hoy- regresan, después de la misión a la cual les ha enviado Jesús el domingo pasado, a contarle todo lo que habían hecho y enseñado. Y Marcos está pensando no tanto en los doce históricos, sino en los apóstoles cristianos de su tiempo, en Roma, que salen a predicar la buena nueva. Siempre tienen, les dice, que volver a Jesús, para contarle todo lo que han hecho y dicho. El momento necesario de meditación, de encuentro con el Señor, sin el cual toda predicación o misión se empobrece y pierde fibra.

            Pero esta advertencia 'marcana' se reduplica. El mismo Señor les dice: 'ahora a retirarse al desierto, para descansar un poco'. 'Anapauso' es el verbo griego, 'hacer una pausa', 'cesar en la actividad': apagar radio, diario, televisión, ruido de calle... y ponerse a orar.

            Porque "era tanta la gente que iba y venía", tantas las ocupaciones, los negocios, los programas, las angustias, la solicitación de los medios, "que no tenían tiempo ni para comer". Y juega Marcos con el doble sentido del comer, como del pan, como del pastorear, como el de tener hambre: 'comer'. Por supuesto no el comer material: ¡rezar, meditar, estudiar, tener fe en Jesús!

            Penuria de la palabra de Dios. Eso es lo que está en el origen y detrás de todas las injusticias, las violaciones de los derechos del otro, los latrocinios de arriba y de abajo, las estructuras que despersonalizan, las actitudes que nos hacen menos humanos. Inútil luchar contra los efectos si no se cura la llaga que los causa.

            No la falta de dinero, no la falta de pan. Carencia de Dios, de Jesús, de Gracia, que, como ni siquiera se percibe, surge en descontentos, en tristezas indefinibles, en rencores que no se van, en perdones que no nacen, en insatisfacciones permanentes...

            Y allá, precisamente donde los discípulos van a rezar y a encontrarse con Jesús, bordeando la costa en su barca para conseguir un lugar desierto, los sigue caminando, corriendo, por tierra, una multitud que viene de todas las aldeas, sin necesidad de carteles ni propaganda ni recursos mediáticos, solo llevadas por su carencia, por su hambre, de tal manera que cuando nuevamente Jesús y los suyos enfilan a la costa y atracan, ya se ha reunido una muchedumbre.

            Y Jesús se compadece de ellos, no porque no tienen pan, ni son pobres, ni carecen de bienes, sino porque, dice Marcos, "eran como ovejas sin pastor".

            Se 'compadeció' de ellos. El griego original y el hebreo que está detrás de él, dice mucho más, 'se le estrujó el corazón', y aún más literalmente, 'se le apretaron las entrañas'. Jesús, más allá de la miseria material, de la pobreza, de las enfermedades, de las penurias de trabajo de esa gente ve pobrezas más hondas, anhelos insatisfechos mucho más lacerantes que los del estómago y el bolsillo, desdichas y enfermedades del alma mucho más crueles que las del cuerpo.

            Marcos percibía también eso, detrás de los oropeles y fastos de la opulenta capital del imperio romano donde él mismo predicaba y escribía su evangelio y, por eso, recoge esta conmovedora descripción de esa pena de Jesús que era la suya: "Se le estrujaron las entrañas". Más de un millón y medio de habitantes tenía Roma en su tiempo -14 millones Italia, según un censo de la época-. ¡Qué sensación de trabajo inmenso, de angustia frente a tanta gente dejada de la mano de Dios, no tendría el mismo Marcos y sus hermanos cristianos frente a ello, al mismo tiempo que la conciencia de la precariedad de sus medios para transmitirles la Palabra, el Pan de Vida de Jesús

            Oímos hablar mucho de las fragilidades, carencias, dificultades de nuestra gente: desocupación, subocupación, indignas pobrezas, aglomeraciones humanas promiscuas, todos fenómenos sociales que se presentan desgarradoramente a nuestros ojos no solo a través de los medios sino de una calle que nos abruma con cantidad de indigentes, mendigos profesionales, chicos explotados por sus mayores pidiendo en las esquinas, tocando el acordeón en la calle Florida, cartoneros ... cuando no pura y simplemente delincuentes, carteristas, vendedoras o vendedores aberrantes de sexo ... Problema que denuncia todo el mundo y que no deja mencionar sociólogo, ni psicólogo, ni político, ni economista, ni comadre que se respeten.

            Todo esto no es necesario, pues, que lo denuncie la Iglesia. Ella vive, en su fe, compasiones más profundas en la visión de esas miserias mucho más hondas que conmovieron las entrañas de Cristo, de Marcos y de todos los verdaderos pastores que ha habido en su historia: el hambre de Dios, la carencia de verdad, la falta de amor cristiano guiado por esa verdad, la ignorancia del camino y del fin que lleva a la vida verdadera, ¡el pecado! Todo ello la causa verdadera de esas miserias.

            Lo que antes que nada debe angustiarme como cristiano y sacerdote es, pues, la ausencia de Fe, de Esperanza, de Caridad. ¡El derrumbe del cristianismo en nuestro pueblo! ¡La falta de estado de Gracia! Y los falsos pastores que denuncia Jeremías y que, a pesar de los auténticos pastores y del Verdadero Pastor a quienes nadie parece querer oír, confunden, indican sendas torcidas, llevan por caminos que conducen a la nada, alucinan con ilusiones de felicidad y placeres que no llenan, alimentan resentimientos estériles, imponen y acostumbran a aberraciones nunca vistas.

            En la medida de nuestras fuerzas y, desde el Evangelio, sintiendo la misma compasión del Señor, sin descuidar las obras de misericordia corporal a nuestro alcance, sepamos encontrar espacio -también nosotros que 'no tenemos tiempo ni para comer'-, para encontrarnos con el Señor, para rezar, leer y meditar y desde allí, en auténtica Caridad cristiana, alcanzar a los demás -sobre todo a los nuestros-, el verdadero Pan, el don de la fe en Jesús, el único capaz de alimentarnos en las buenas y en las malas, en pobreza o riqueza, en salud o enfermedad...

            Ese es el verdadero regalo y limosna del Señor, "estuvo enseñándoles largo rato". Recién después -lo leeremos el domingo que viene-, multiplicará para ellos, también, sin esfuerzo, el pescado y el pan.

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