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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

 

1981. Ciclo A

15º Domingo durante el año

Lectura del santo Evangelio según san Mateo 13, 1-23
Aquel día, Jesús salió de la casa y se sentó a orillas del mar. Una gran multitud se reunió junto a él, de manera que debió subir a una barca y sentarse en ella, mientras la multitud permanecía en la costa. Entonces él les habló extensamente por medio de parábolas. Les decía: "El sembrador salió a sembrar. Al esparcir las semillas, algunas cayeron al borde del camino y los pájaros las comieron. Otras cayeron en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra, y brotaron en seguida, porque la tierra era poco profunda; pero cuando salió el sol, se quemaron y, por falta de raíz, se secaron. Otras cayeron entre espinas, y estas, al crecer, las ahogaron. Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto: unas cien, otras sesenta, otras treinta. ¡El que tenga oídos, que oiga!". Los discípulos se acercaron y le dijeron: "¿Por qué les hablas por medio de parábolas?". El les respondió: "A ustedes se les ha concedido conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no. Porque a quien tiene, se le dará más todavía y tendrá en abundancia, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene. Por eso les hablo por medio de parábolas: porque miran y no ven, oyen y no escuchan ni entienden. Y así se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dice: Por más que oigan, no comprenderán, por más que vean, no conocerán. Porque el corazón de este pueblo se ha endurecido, tienen tapados sus oídos y han cerrado sus ojos, para que sus ojos no vean, y sus oídos no oigan, y su corazón no comprenda, y no se conviertan, y yo no los cure. Felices, en cambio, los ojos de ustedes, porque ven; felices sus oídos, porque oyen. Les aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que ustedes ven y no lo vieron; oír lo que ustedes oyen, y no lo oyeron. Escuchen, entonces, lo que significa la parábola del sembrador. Cuando alguien oye la Palabra del Reino y no la comprende, viene el Maligno y arrebata lo que había sido sembrado en su corazón: este es el que recibió la semilla al borde del camino. El que la recibe en terreno pedregoso es el hombre que, al escuchar la Palabra, la acepta en seguida con alegría, pero no la deja echar raíces, porque es inconstante: en cuanto sobreviene una tribulación o una persecución a causa de la Palabra, inmediatamente sucumbe. El que recibe la semilla entre espinas es el hombre que escucha la Palabra, pero las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas la ahogan, y no puede dar fruto. Y el que la recibe en tierra fértil es el hombre que escucha la Palabra y la comprende. Este produce fruto, ya sea cien, ya sesenta, ya treinta por uno".

Sermón

Esta es una de las parábolas de Jesús que la misma tradición evangélica -como Vds. han escuchado- se ha encargado de explicar, adaptándola a la situación de la joven Iglesia para quien Mateo escribía.

En hoy tendríamos que callar, porque esa interpretación es exactamente una especie de breve homilía que, en realidad, no necesita mayores ampliaciones. Es paladinamente clara. Por respeto a la explicación dada por el mismo evangelio, uno debería enmudecer y, simplemente, meditar en silencio.

Pero, ¡claro! ¡Es tan difícil hoy hacer silencio!

Y no lo digo solo por el bochinche infernal en que todos estamos sumergidos por el mero hecho de ser los desdichados habitantes de este siglo y de este Buenos Aires. Sino, también, por el que -sin movimiento, ni vibraciones sonoras, ni relampagueos luminosos- retumba, igualmente, en nuestra imaginación o distraída interioridad. Interioridad constantemente solicitada por problemas grandes o pequeños o inexistentes, que no dejan ni siquiera un momento de reposo para detener la mente en lo hondo, en lo íntimo, en lo importante.

Del ruido exterior ya todos conocemos la ingenua propaganda "el silencio es salud ” de hace algunos años. También leemos con harta frecuencia las cartas de lectores protestando por diversas clases de estrépitos diurnos y nocturnos. Sufrimos cotidianamente las poderosas bocinas de automóviles y colectivos, la radio a todo volumen del chofer y del pasajero, los bafles de las disquerías, la sierra de la obra en construcción. A todo lo cual Cacciatore ha añadido, últimamente, el suplicio de los compresores de los camiones basureros nocturnos de Manliba.

Pero, lo triste del caso es que, amén de este ruido que nos agrede y que no buscamos, está el que parece que el hombre contemporáneo necesita como una especie de droga. La misma gente que se queja del ruido que no busca, lo primero que hace cuando se despierta es salir a su encuentro, en otras mil formas de estridencia. A partir del prólogo diurno de la radio inmediatamente encendida tras el apagado del despertador y, medio dormidos y con las zapatillas al revés, la corrida a buscar el diario que pasaron por debajo de la puerta.

Hasta la noche no habrá descanso, cuando centelleen lo últimos fulgores de la televisión.

Pero este no poder estar sin la música –no clásica, por cierto- o noticias, aunque no nos interesen, aunque no nos toquen o, después, a la tarde o a la noche, sin televisión, es signo de una pésima salud espiritual.

Es como si adentro no tuviéramos nada y necesitáramos para vibrar, para vivir, del impacto que nos viene de fuera, el ritmo que excite nuestros nervios, la noticia que impacte, el programa que nos haga salir de nosotros mismos hacia los goles o los tiros o la risa fácil o la mediocridad de las ideas masticadas y añoñadas enfáticamente por periodistas de pacotilla. Todo en medio de propagandas de cosas inútiles y superfluas, recomendadas grácilmente por generosas y agraciadas señoritas.

¿Y esto que tiene de grave? se preguntarán Vds. Lo tiene. Porque el ser humano se define no por sus sentidos, por su capacidad de excitación, allí donde reina el sonido, la voz o la imagen, sino por su razón, por su inteligencia.

Es verdad que es a través de los sentidos que el hombre se abre al exterior, pero a los sentidos llegan solamente ‘sensaciones' –lo que Aristóteles llamaba los ‘accidentes' externos de las cosas, la apariencia, el fenómeno-.

A las cosas en sí mismas, a su esencia, no llegan los sentidos, sino la inteligencia. Es ella la que, a través de la imagen o el ruido sensible, desentraña el significado profundo, el ser, del acontecimiento, de la palabra, de la persona que tiene delante.

Es el intelecto, la razón, quien, en medio de un montón de información o noticias, se da cuenta de cuál es importante y cuál descartable. Es la inteligencia la que debería organizar y estructurar, en un orden coherente y lúcido, todos los conocimientos que vamos adquiriendo del mundo que nos rodea.

Pero ella está más allá del ruido, más allá del color, del impacto. Necesita su tiempo para elaborar los datos recibidos. Necesita no distraerse con nuevos sonidos e imágenes para poner en orden los que ya recibió.

Pero eso es precisamente lo que impide el vivir sumergidos en la vorágine de noticias, de músicas y de palabras.

Todas ellas se van acumulando en la memoria a la manera de fichas, de hojas sueltas apiladas sin clasificar, sin reflexión crítica, en la superficialidad del dato, sin organización, sin intelección profunda o, para peor, organizadas y digeridas astutamente por los que manejan los ‘mass media'.

Por eso se necesita el silencio. El ver de todo, el oír de todo, no sirve para alcanzar la verdadera ciencia. Hay que dejar la superficie y la multiplicidad para entrar en lo profundo. Allí lo que era complicado y ruidoso se va simplificando, como los múltiples radios de una esfera que convergen -cuanto más uno ahonda- en la simplicidad del centro. Es hacia esos centro de la realidad a los que hay que llegar, para entenderla.

Pero aún para salvar lo propiamente sensible y emocional es necesario el silencio. Lo sensible se gasta. Se satura. Si se repite en exceso hay que multiplicar el estímulo para lograr el mismo efecto. Si estoy escuchando música desde la mañana a la noche ¿cómo voy a poder finalmente gustarla en serio? Si tengo que ir a un concierto a la tarde, no puedo pasármela escuchando música todo el día. La mejor preparación a un concierto es el silencio. Como el mejor aderezo de una comida es el hambre.


Gianandrea Gavazzeni (1909-1996) con Maria Callas y Giulietta Simionato

Gianandrea Gavazzeni , el famoso director de orquesta italiano, preguntado hace dos años sobre la decadencia de la música actual afirmaba “E l hombre se cansa de la música a consecuencia del abuso El sonido aumenta y por eso los encantos de la música parecen siempre menos intensos y el hechizo que ejerce en el corazón del hombre va disminuyendo ”. Y terminaba: "solo el silencio podrá devolverle el valor a la música ”. Pero, mientras tanto, suplir la música por el ruido, por la batería, por el aullido, por el ritmo frenético. También de eso se cansarán.

La falta de silencio, de pausa, también conspira contra los verdaderos sentimientos, contra la verdadera sensibilidad. El barullo y enredo que causa en nuestra capacidad de compasión el lagrimear frente a una telenovela o relato dramático, sin interrupción reír ante un cómico, mantener indiferencia mirando las peores noticias del mundo, escenas todas que nos dispara sucesivamente la televisión, desgasta nuestra ternura, nuestra sensibilidad humana.

El libro digerido en largos silencios, en pausas reflexivas, en vueltas a leer una y otra vez el mismo párrafo, la misma página.

Las ideas necesitan masticarse, digerirse, implantarse en el alma en la tierra fértil del silencio, del sosiego de la calma. Allí muerde el evangelio, la palabra de Jesús, la predicación de la Iglesia cuando no se contagia del cloqueo y parlotear del mundo.

Se reza más cuando lejos del ruido que cuando lo hacemos nosotros mismos hablando, pidiendo, en esa locuacidad que el mismo Señor se encarga de desaconsejarnos. "Cuando recéis, no seáis palabreros como los paganos, que se imaginan que por hablar mucho les harán más caso” Mateo 6,7.

La misma comunicación entre personas se nutre del silencio. Al menos el silencio que hay que hacer en serio, cuando el otro habla para entenderlo y ponerse en sintonía con él. Y si no tengo silencio para los demás, ellos no lo tendrán -y generalmente no lo tienen- para mí. Quiero que oigas mis problemas y vos estás esperando turno para contarme los tuyos, en los cuales estás pensando cuando te hablo. Ninguno se escuchó. No hubo silencio.


Isabel Guerra , Hna. Cisterciense, "Guarda estas cosas y comprende su amor”

Julien Green que gustaba trabajar en una habitación aislada y silenciosa, declaró una vez a un periodista: "el silencio de esta pieza donde estoy escribiendo es una de las grandes riquezas de mi vida ”.  

Paul Claudel afirmaba: "El silencio es el gran aliado de la palabra .”

De la palabra humana, pero también de la palabra de Dios. Ella no puede germinar en medio del bullicio, del ruido, de los pensamientos tumultuosos y fuyentes. Precisa instalarse con calma en lo profundo de nuestras almas, en el ‘humus' silencioso de nuestra interioridad.

Allí entonces podrá echar raíces, florecer, dar fruto. En unos treinta; en otros sesenta; en otros ciento por uno.


Vincent Van Gogh El sembrador

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