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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

 

2005. Ciclo A

15º Domingo durante el año
(GEP 10/07/05)

Lectura del santo Evangelio según san Mateo 13, 1-23
Aquel día, Jesús salió de la casa y se sentó a orillas del mar. Una gran multitud se reunió junto a él, de manera que debió subir a una barca y sentarse en ella, mientras la multitud permanecía en la costa. Entonces él les habló extensamente por medio de parábolas. Les decía: "El sembrador salió a sembrar. Al esparcir las semillas, algunas cayeron al borde del camino y los pájaros las comieron. Otras cayeron en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra, y brotaron en seguida, porque la tierra era poco profunda; pero cuando salió el sol, se quemaron y, por falta de raíz, se secaron. Otras cayeron entre espinas, y estas, al crecer, las ahogaron. Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto: unas cien, otras sesenta, otras treinta. ¡El que tenga oídos, que oiga!". Los discípulos se acercaron y le dijeron: "¿Por qué les hablas por medio de parábolas?". El les respondió: "A ustedes se les ha concedido conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no. Porque a quien tiene, se le dará más todavía y tendrá en abundancia, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene. Por eso les hablo por medio de parábolas: porque miran y no ven, oyen y no escuchan ni entienden. Y así se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dice: Por más que oigan, no comprenderán, por más que vean, no conocerán. Porque el corazón de este pueblo se ha endurecido, tienen tapados sus oídos y han cerrado sus ojos, para que sus ojos no vean, y sus oídos no oigan, y su corazón no comprenda, y no se conviertan, y yo no los cure. Felices, en cambio, los ojos de ustedes, porque ven; felices sus oídos, porque oyen. Les aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que ustedes ven y no lo vieron; oír lo que ustedes oyen, y no lo oyeron. Escuchen, entonces, lo que significa la parábola del sembrador. Cuando alguien oye la Palabra del Reino y no la comprende, viene el Maligno y arrebata lo que había sido sembrado en su corazón: este es el que recibió la semilla al borde del camino. El que la recibe en terreno pedregoso es el hombre que, al escuchar la Palabra, la acepta en seguida con alegría, pero no la deja echar raíces, porque es inconstante: en cuanto sobreviene una tribulación o una persecución a causa de la Palabra, inmediatamente sucumbe. El que recibe la semilla entre espinas es el hombre que escucha la Palabra, pero las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas la ahogan, y no puede dar fruto. Y el que la recibe en tierra fértil es el hombre que escucha la Palabra y la comprende. Este produce fruto, ya sea cien, ya sesenta, ya treinta por uno".

Sermón

           "¿Juráis a Dios Nuestro Señor y prometéis a la Patria conservar y defender la Religión Católica , Apostólica Romana?

         ¿Juráis a Dios Nuestro Señor y prometéis a la Patria defender el territorio de las Provincias Unidas, promoviendo todos los medios importantes a conservar su integridad contra toda invasión enemiga?

         ¿Juráis a Dios Nuestro Señor y prometéis a la Patria desempeñar fiel y legalmente los demás deberes anejos al cargo de diputado al soberano Congreso para que habéis sido nombrado?

         Si así lo hiciereis, Dios os ayude; y si no, os lo demande"  


           Esta es la fórmula del solemne juramento con el cual el Congreso de Tucumán -en 1816- se constituyó como tal en la casa congresal, después de haber todos los diputados de las provincias de Buenos Aires, Catamarca, Córdoba, Jujuy, La Rioja , Salta, San Juan, San Luis, Santiago del Estero, Tucumán, Charcas y Chichas, escuchado la Misa del Espíritu Santo en el templo de San Francisco, para implorar del Altísimo acierto en sus deliberaciones.  

 

            Los diputados que firmaron luego la declaración de la Independencia eran dieciocho seglares, entre ellos unos cuantos abogados y algún médico, y once sacerdotes, entre ellos Cayetano Rodríguez, Antonio Sáenz -fundador de la Universidad de Buenos Aires-, Castro Barros, Oro, Gallo, Uriarte, Aráoz, Thames, Loria, Pacheco de Melo.. Al menos los conocen los taxistas.  

         Poco después de instalado el Congreso, se dictó un indulto general para pacificar un país al cual las alas de izquierda del movimiento de 1810 habían sumido en la anarquía y la irreligión; por supuesto siempre en nombre de Fernando VII. Del indulto general quedaron excluidos los delitos de fabricación de falsa moneda, hurto, homicidio y los -textualmente- "contra la Religión Santa que profesamos". Todo al revés que en nuestros días: desde el número incontable de diputados y concejales que parasitan el país sin hacer nada constructivo, hasta lo que se considera delito: ni siquiera tal el robo, el homicidio y la falsificación de moneda que el Estado es el primero en alegremente perpetrar -corralito, impuestos a mano armada, devaluación, aborto e inflación mediante-.  

         En estos momentos angustiantes para nuestro país, es bueno recordar el valor de nuestro congresales cuando el 9 de Julio, a pesar de la oposición de las izquierdas, declararon la independencia. Por algo la celebración del 9 de Julio se impuso tardíamente como fecha patria y siempre a disgusto de las camarillas porteñas que lo único que querían celebrar era el golpe militar del 25 de Mayo, por supuesto memorable, pero copado luego por las logias. Lo cierto es que, hacia 1816 gracias a la masonería y sus actitudes anticristianas, la revolución hacía agua por todos lados. Rivadavia en España, procuraba llegar a Madrid, para implorar para el virreinato rebelde la clemencia del Rey Borbón -que había recuperado gracias a la Santa Alianza sus poderes absolutos- y acogerse a su soberana protección. Al fin y al cabo 1810 no había renegado de Fernando VII. Prisionero éste de Bonaparte solo había estado impedido de ejercer su poder. Lo que no reconocía Mayo era al Consejo de Regencia que pretendía suplantarlo y, menos, a José Bonaparte -Pepe 'Botellas'-, el rey impuesto por Napoleón; pero sí clamaba su lealtad a Fernando VII. La primera junta, en su juramento de asunción, había prometido: "conservar íntegra esta parte de América a nuestro augusto soberano el señor don Fernando VII y sus legítimos sucesores". Es verdad que ya la Asamblea del año XIII no mencionaba más a Fernando, pero, manejada por las sectas, ni declaró la independencia, ni fue aceptada por las provincias que ya estaban distanciadas de los jacobinos porteños. Trascendental había sido, en cambio, la creación de la bandera con los colores de la Inmaculada de Luján, que enarboló Belgrano en 1812, mientras en Buenos Aires, en el fuerte -en esa época casa de gobierno- tremolaban los estandartes borbónicos y los presidentes de las sucesivas juntas mantenían en su gran salón el retrato del Rey. La bandera de Belgrano será adoptada recién como símbolo nacional por la Asamblea de Tucumán el 25 de Julio de 1816.

¡Qué agallas! ¡Justamente declarar la independencia en ese terrible 1816! Los españoles habían conseguido disolver el congreso mejicano y apresar a Morelos, ya fusilado el cura Bartolomé Hidalgo. El general español Pablo Morillo había ocupado Venezuela y ultimaba la sumisión de Cartagena y de Nueva Granada. Perú, aún fiel a España, gracias a los desaguisados de Castelli y Monteagudo, había acabado con la patria vieja de los chilenos en Rancagua y había derrotado aplastantemente a los ejércitos argentinos en Sipe Sipe. Güemes, recién nombrado general, apenas lograba detenerlos por el norte. (Interesante saber que Don Martín de Güemes fue el único general argentino de la historia muerto en campo de batalla luchando contra enemigos extranjeros). Artigas se cortaba solo junto con las provincias del litoral. Brasil había, mientras, invadido la Banda Oriental y tomado Montevideo. Los indios asolaban las fronteras, desguarnecidas por las luchas de independencia, con su secuela de muerte, violaciones y cautivos. Territorio dominado por los salvajes -no digo poblado porque no pasaban de algunos miles- era Formosa, Chaco, norte de Santa Fe, parte de Córdoba, sur de Mendoza, de San Luis, las dos terceras partes de la provincia de Buenos Aires, la Pampa , toda la Patagonia.

 

             Realmente, proclamar la independencia en esas circunstancias fue toda una patriada. Pero Belgrano y San Martín, al frente de sus tropas, éste último preparando en Mendoza su pequeño ejército para liberar a Chile y luego atacar a los godos por el Pacífico, clamaban al Congreso que declarara de una vez la independencia.      Eso al fin se hizo en un acto de fe cristiana, de amor de patria y de coraje hacia la tarde de nuestro famoso nueve de Julio de 1816. "declaramos solemnemente a la faz de la tierra que es voluntad unánime e indubitable de estas provincias romper los violentos vínculos que las ligaban a los reyes de España (.) e investirse del alto carácter de nación libre e independiente del rey Fernando VII, sus sucesores y metrópoli".  Por fin se decía claramente. Al día siguiente, hoy, Misa de Acción de Gracias en San Francisco y sermón patriótico del padre Castro Barros.

             Pocos días después todas las autoridades civiles, militares y eclesiásticas presentes en Tucumán juraron la Independencia "por Dios Nuestro Señor y esta señal de cruz" e hicieron la promesa solemne de "promover la libertad de las Provincias Unidas en Sud América y su independencia del rey de España Fernando VII, sus sucesores y metrópoli" y, se agregó, -porque había porteños que buscaban ponerse bajo el cobijo de Portugal o Inglaterra- "y toda otra dominación extranjera." Y -añadían- querer "sostener esos derechos hasta con la vida, haberes y fama". Cosa que no era declamación en aquellas épocas, como tampoco lo es en las nuestras cuando además del despojo de vidas y haciendas hasta la fama de los soldados y de los buenos se enloda con la mentira del periodismo vendido y de la historia deformada.  

           El Congreso de Tucumán solicitó a la Santa Sede que proclamara a Santa Rosa de Lima patrona de la independencia de América. En su proyecto constitucional, sostiene, en su artículo primero: " La Religión Católica , Apostólica, Romana, es la religión del Estado: el gobierno le debe la más eficaz protección, y los habitantes del territorio todo respeto, cualesquiera que sean sus opiniones privadas." Para más abundancia, en el artículo 2º, declaraba: "La infracción del artículo anterior será mirada como una violación de las leyes fundamentales del país."

            Pero el talante católico de este Congreso no satisfizo a los grupos jacobinos de los porteños, de tal manera que durante bastante tiempo su gobierno, dominado por ellos, se mostró remiso en conmemorar tan solemne acontecimiento. Por decreto del 6 de Julio de 1826, Bernardino Rivadavia, el Virrey, como le llamaban, dispuso que dicho día se considerara laborable. Decía en sus considerandos Rivadavia: "nuestra solemnidad patria es el 25 de Mayo, como que en él se abrió la carrera que condujo a aquel grande acto, y persuadido, por otra parte, de que la repetición de estas fiestas, irroga perjuicios de consideración al comercio e industria"

 

          Fue, nueve años después, el gobernador Juan Manuel de Rosas quien igualó ambas fechas. "Siendo justo tributar a Dios las debidas gracias en el aniversario del 25 -escribe- lo es del mismo modo y con motivos igualmente poderosos, manifestarle también nuestro reconocimiento en el aniversario del 9 de Julio; pues que con el auxilio de la divina Providencia se halla la República en goce de esa libertad e independencia, que ha conquistado a esfuerzos de grandes e inmensurables sacrificios".

          Y en uno de los artículos del decreto dispone, con anuencia del Señor Obispo, "En lo sucesivo, el día 9 de julio será reputado como festivo de ambos preceptos -es decir, el de no trabajar y el de la Santa Misa -, del mismo modo que el 25 de mayo; y se celebrará en aquel, Misa Solemne con Te Deum, en acción de gracias a Dios por los favores que nos ha dispensado en el sostén y defensa de nuestra independencia política; en la que pontificará, siempre que fuese posible, el muy reverendo obispo diocesano, pronunciándose también un sermón análogo a este memorable día." Vean a qué tiempos se remonta esta costumbre tan frívolamente interrumpida este año por nuestros impresentables dirigentes.

   Hoy suena hasta curioso que no se pudiera en aquel tiempo separar lo patrio de lo católico y las fiestas nacionales de los preceptos de la Iglesia. Pensemos que, hasta el 53, era fiesta de precepto, con obligación para los fieles porteños de escuchar Misa, además del 25 de Mayo y el 9 de Julio, también el 12 de Agosto, aniversario de la reconquista de la ciudad de manos de los herejes ingleses en 1806.

   Sí, mucha semilla cristiana cayó en esta feraz tierra argentina.

   Notables estas parábolas agrarias de Nuestro Señor. Uno podría no sorprenderse, porque de hecho el noventa por ciento de la población de su tiempo vivía en el campo. Empero, como la cultura se desarrollaba en las ciudades, la mayoría tanto de las fábulas mesopotámicas y grecorromanas como las parábolas rabínicas, solían ser ciudadanas. Obviamente Jesús era un gran admirador de la naturaleza y de la gente en contacto con las realidades simples y contundentes de la vida como son los hombres de campo. En realidad, ya el Génesis señalaba en su mitología que la corrupción se había introducido en el linaje de Caín junto con la construcción de las ciudades. Y en el Israel de Jesús la corrupción llegaba al interior desde Jerusalén. Como en nuestra Argentina surgió de las logias desembarcadas en el Puerto.

Trabajo duro el del campo, en aquellos tiempos de Cristo, trabajo de varones bien varones y mueres bien mujeres, sin máquinas ni ingeniería genética, sobre todo en Palestina, aún en la riente Galilea. Contra el clima, las plagas, el suelo pedregoso y arado de una sola reja tirado por lento buey.

La parábola de hoy es un típico cuento, aunque dicho a la orilla del mar, nacido seguramente en algún largo atardecer de campo junto a un fogón. Esos fuegos de invierno que daban lugar al encuentro, a las conversaciones largas, a los cantos, a forjar grandes amistades y amores. A pensar en Dios. Aunque su significado es patente, Jesús se toma el trabajo de explicarlo. Porque sin más que no basta sentir el ruido de la voz para entender, ni recibir rayos de color en las retinas para ver. Se necesita comprender, estar dispuesto, atento, abierto, de alguna manera en simpatía, con lo que me quieren hacer ver u oír. O sembrar...

Mucha semilla cristiana en sangre de la madre España -catecismo, cruz y espada- se sembró en nuestras tierras y luego semillas de otros pueblos también cristianos.

Es difícil precisar luego exactamente qué pasó. Cómo hemos llegado a los extremos de hoy, patria arrasada, masas ignaras de Cristo, catolicismo de opereta barata, a veces de sainete o de bailanta.

Que también se sembró y se siembra cizaña -aunque ésta no aparezca en la parábola de hoy- ya lo sabemos. Que aves rapaces de todos lados, de alas rojas y picos como hoces, devorando semilla, se lanzaron sobre nuestra patria, también lo sabemos. Si terreno pedregoso, si falta de raíz, si demasiado sol o demasiadas espinas, si seducción de las riquezas y preocupaciones del mundo, cada cual mire a su alrededor o examine su conciencia. Dios quiera, empero, que siempre queden entre nosotros algunos cuyos ojos vean y sus oídos oigan y sus corazones comprendan y que en simpatía con la voz de Dios, en obras de coraje, de caballería cristiana, de constancia, a pesar de todo, como en aquel lejano 1816, quieran producir fruto, ya sea cien, ya sesenta, ya treinta por uno.

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