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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

 

1988. Ciclo B

14º Domingo durante el año

Lectura del santo Evangelio según san Marcos 6,1-6a.
Jesús salió de allí y se dirigió a su pueblo, seguido de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, comenzó a enseñar en la sinagoga, y la multitud que lo escuchaba estaba asombrada y decía: «¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada y esos grandes milagros que se realizan por sus manos? ¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanos no viven aquí entre nosotros?» Y Jesús era para ellos un motivo de escándalo. Por eso les dijo: «Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en su casa» Y no pudo hacer allí ningún milagro, fuera de curar a unos pocos enfermos, imponiéndoles las manos. Y él se asombraba de su falta de fe.

Sermón

Dos días antes del cisma de Mons. Lefebvre)

Para comprender este evangelio que acabamos de leer es importante darse cuenta del ambiente en que se escribe y de las circunstancias históricas que lo enmarcan.

De los abundantes hechos y palabras de Jesús, que hasta ese momento se mantienen dispersas, escritas o transmitidas de palabra, es obvio que los evangelistas no escriben todo. Solo se recogió lo que, cuando al escribirse cada evangelio, pareció importante, en ese momento y circunstancias, al autor. Tenemos que preguntarnos, pues, por qué Marcos consideró importante incluir en su evangelio el episodio de hoy, que tan mal deja a la parentela de Jesús.

Y, para ello, es importante ubicar someramente el ambiente de la Iglesia de aquella época, probablemente poco antes del año 70, el de la destrucción del templo de Jerusalén por las tropas de Tito.

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Ha muerto ya Pedro , en Roma, hacia el año 65 y, dos años después, Pablo . La autoridad más importante de la Iglesia, en ese momento, es Simón , obispo de Jerusalén –que sigue siendo todavía la Ciudad Sagrada, centro del cristianismo-. Este Simón, hijo de Cleofás, tío de Jesucristo, ha sucedido en ese cargo a Santiago , lapidado en el año 62.

Pues bien, tanto este Santiago como su sucesor Simón, son de los que hoy Marcos enumera como parientes del Señor . De José , luego, no nos quedan huellas. De Judas sí: sabemos que más tarde fue obispo de Nazaret y sus hijos y nietos lo sucedieron en el cargo y ocuparon puestos dirigentes en diversos lugares del territorio palestino. Simón tuvo que retirarse con su comunidad a Pella , frente a la persecución judía y antes de que estallara la guerra con los romanos. A él lo sucedieron doce de los también así llamados parientes del Señor –‘ desposinoi ' en griego-.

El que durante tantos años los parientes del Señor dominaran el manejo de la Iglesia en ese pequeño espacio de la geografía palestina de Jerusalén a Galilea no sería nada. Al fin y al cabo no era poca cosa el poder declararse ‘pariente' del Señor. Hoy mismo hay unos cuanto parientes de presidentes, ministros y diputados ocupando altos puestos por allí.

El problema era que estos parientes del Señor estuvieron en el origen del ala más conservadora y testaruda de la primitiva Iglesia . Ellos son los que se oponen pertinazmente al abandono de las tradiciones judías: la circuncisión, las prescripciones alimenticias, los detalles legales del antiguo testamento y, mientras estuvo en pie, la frecuentación del templo.

La Resurrección de su primo sin duda ha roto mucho de sus esquemas y los ha convertido, pero no pueden dejar de verlo demasiado humanamente. Su teología es todavía deficiente: vencedor de la muerte, pronto volverá triunfante, pero a ‘restaurar' el reino de Israel.

Mientras tanto la Iglesia liderada por Pablo -con el apoyo al comienzo vacilante de Pedro- ha dejado el ámbito judío y se ha lanzado a la conquista del mundo.

Pablo no ha conocido durante su vida prepascual al Señor; no ha tratado con él en su etapa terrena. Le ha encontrado directamente -en su conversión del año 37- con su estado majestuoso, resucitado. Llegará a tener una enorme confianza y familiaridad con el Señor, pero siempre desde la experiencia de Su señorío resucitado, de la presencia potente de la divinidad en Él.

Para los parientes de Jesús, que lo conocieron desde pequeño, será siempre un esfuerzo el remontarse desde su experiencia ‘carnal' de ser familiares de Jesús, a la nueva experiencia ‘espiritual' del señorío universal del Dios hecho hombre en su primo. Por eso nunca logran abandonar del todo su judaísmo.

Pablo, en cambio, a pesar de su origen ortodoxamente fariseo, rápidamente comprende a Cristo como Señor del mundo, sin fronteras étnicas, ni de clase, ni de sexo. Su grito de batalla es “ todos los bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo; ya no hay judío ni griego, ni bárbaro ni escita, circuncisión e incircuncisión, ni esclavo ni libre, no hombre, ni mujer, todos son uno en Cristo… Y, si son de Cristo, ya son descendencia de Abraham, herederos de la promesa .”

Esto choca a los judeo-cristianos liderados por los parientes del Señor. El mismo Pedro vacila y Pablo tiene que ir a Jerusalén a pelearse y discutir con él, como nos narran los hechos de los Apóstoles. Y el mismísimo Pablo -tal es la presión del ambiente- en un momento de debilidad, hace circuncidar a su secretario Tito, para no chocar con sus hermanos judeo cristianos.

De hecho, en el año 50, tiene que reunirse el primer concilio de la historia, en Jerusalén, para decidir sobre este asunto y allí se acepta el que los no judíos puedan integrar la Iglesia sin adoptar las costumbres del judaísmo, entre ellas la circuncisión.

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La Iglesia, de todas maneras, ya se ha extendido por casi todo el mundo conocido. En Asia menor se han fundado muchas comunidades cristianas lideradas por Juan y su escuela. Juan también ha entendido que la Iglesia debe abandonar los rígidos esquemas del judaísmo y abrirse al mundo y al lenguaje y pensamiento heleno. De ese medio surge toda la magnífica literatura y teología joánica que forma parte de nuestro Nuevo Testamento.

Pero Pablo y, luego, Pedro han comprendido mucho más: el universalismo, la ecumenicidad de la iglesia, y han ido a plantar la semilla de Jesús en el mismo corazón del mundo de la época, Roma. Y allí comienzan a traducir el mensaje a categorías greco-romanas; con todo el peligro que ello con llevaba y que producirá tantas herejías luego, por excesiva adaptación.

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Antigua basílica de San Pedro, en un grabado de 1450

Pero Jerusalén no quiere resignar sus derechos, los parientes de Jesús continúan empecinados en su visión demasiado humana del cristianismo y en su teología, puramente judía.

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Publio Elio Adriano,

Aún después de la destrucción de Jerusalén por parte de Tito y, luego, nuevamente, de Adriano , en el 164, cuando les queda prohibido a los judíos volver a las ruinas de la ciudad, aún allí los parientes del Señor y sus comunidades judeocristianas continúan con su conservadurismo caduco. Luego cortarán relaciones con las comunidades joánicas y paulinas sin reconocer el liderazgo de Pedro y sus sucesores, y protestando contra las horribles innovaciones que, según ellos, se introducían en la Iglesia rompiendo con tantas tradiciones venerables. Y en parte eran justificados en sus protestas por muchos excesos que, en esta asimilación a lo greco-romano, se producían. A partir de este corte o cisma, estos grupos derivarán lentamente a la herejía, que, plasmada principalmente en las comunidades de los descendientes de Judas, el primo de Jesús, serán llamados ‘nazarenos' o ‘ebionitas'.

Escribirán su propio evangelio –el así conocido como el “Evangelio según los hebreos”- y rechazarán como heréticas las cartas de San Pablo.

Es en este contexto en donde hay que ubicar la escena de nuestro evangelio de hoy. Recuerden Vds. que los datos históricos nos señalan a Marcos como el cercano secretario de Pedro. El que elabora su evangelio de acuerdo a la predicación del viejo pescador. La de aquel que fundó y tiñó con su propia sangre la nueva sede de la cátedra de Dios.

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Pues bien, desde entonces, Roma representa el universalismo, el deseo de salvación para todos los hombres, la búsqueda de la cristiandad universal. Jerusalén, o Nazaret, o la parentela carnal del Señor, en cambio, representan la secta, la casta de los elegidos, el apego a tradiciones caducas y a sentimientos puramente humanos. Roma, la llama de la verdad haciéndose nueva en toda circunstancia, sacando de su tradición siempre viva, nunca esclerosada, el mensaje potente del Cristo resucitado. Jerusalén, y Nazaret, y la secta, es el recuerdo muerto del Cristo terreno y la iluminación cuadrada del fanático.

El evangelio de hoy, precisamente, nos quiere hacer saber que el Cristo verdadero y viviente, el capaz de convertir los corazones y de hacer milagros, no se encontrará jamás en un acercamiento sentimental y puramente humano ni a Jesús ni a su Iglesia. Ni para apegarse a formas perimidas, ni para escandalizarse por los pecados y desviaciones de sus hombres, sino en el encuentro de pura fe que, más allá de lo humano y aparente, podemos realizar con Cristo el Señor.

En la verdadera Iglesia católica, universal, ecuménica. No la de la parentela de Jesús, sino, en la Iglesia de Roma, la del vacilante Pedro, la del desconcertante Pablo.

La única Iglesia de Cristo.

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