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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

 

2005. Ciclo A

14º Domingo durante el año
(GEP 03/07/05)

Lectura del santo Evangelio según san Mateo   11, 25-30
En aquel tiempo, Jesús dijo: "Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido. Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, así como nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Venid a mí todos los que estáis afligidos y agobiados, y yo os aliviaré.  Cargad sobre vosotros mi yugo y aprended de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontraréis alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana".

Sermón

            Las palabras tienen un sinuoso derrotero al cual hay que estar atentos para entender sus significados en las diversas épocas y aún en los diversos lugares. Ya sabemos de las confusiones a que dan lugar aún dentro de la misma área lingüística. He visto, por ejemplo, en Internet, un sitio donde se hace una larga lista de vocablos que, en el lenguaje utilizado en España, son de significado diferente e incluso malsonante para los argentinos y viceversa, pudiendo llevar, algunas, a la confusión y aún, otras, sonar a insulto. Todos conocemos alguna. También, en un sitio sobre el lunfardo, aparecen términos que, hace pocos años, significaban una cosa y hoy, en lenguaje de los jóvenes, otro: la palabra 'grela', por ejemplo, que en el vocabulario tanguero significaba mujer, hoy quiere decir suciedad. Aún el término 'lunfardo' que, en sus orígenes, quería decir 'lenguaje de ladrones', hoy, en sus estudiosos, abarca también la terminología propia de la bailanta, del rock, de la cumbia, del ambiente de la droga o de las discotecas. Es verdad que el lenguaje de nuestra juventud es pobre -porque pobres son sus maneras de pensar- pero, aún así, los mayores nos damos cuenta de lo lejos que estamos de su vocabulario y de las rápidas evoluciones de éste. Hace unos diez o quince años me tomé el trabajo de abrir un archivo en 'Word' donde, para aprender ese lenguaje, juntaba expresiones que detectaba en sus conversaciones. Lo dejé por un tiempo. Hace unas semanas, mostrándoselo a un muchachito me dijo, ante mi gran decepción, que ya se trataba de lenguaje superado, de jovatos, 'out'.

Estas diferencias en tan acotados ámbitos idiomáticos o dialectales nos sirven para alertarnos sobre con qué cautelas debemos acercarnos para interpretar textos tan lejanos a nosotros en el tiempo y en el espacio como los de la Sagrada Escritura , y aún de los evangelios, tantas veces escuchados, para entenderlos en su sentido primitivo. Pensemos que, para llegar al pensamiento original de Cristo, si para ello tuviéramos que descansar solo en las Escrituras, tendríamos que pegar el salto del español al griego -en el cual el nuevo testamento nos ha llegado escrito- y que no es el griego, ciertamente, del siglo de Pericles. Y, de allí, llegar al arameo o hebreo original en los cuales probablemente habló Cristo, pero de cuyo discurso en esos idiomas no nos ha llegado nada, salvo una que otra expresión. Solo las traducciones. Aunque ha habido muchos intentos de retraducir el texto griego que se conserva, al arameo y al hebreo. ¡Y vaya a saber qué es lo que quería decir cada término en el preciso tiempo de Jesús! Estoy leyendo unas memoria de un tal Juan José Beruti, un habitante de Buenos Aires del siglo XVIII -solo dos siglos de diferencia y el mismo lugar- y una gran cantidad de palabras y expresiones no las entiendo: me doy cuenta que tienen para él significados distintos que para nosotros.

Por ejemplo, el que Jesús alabe a su Padre por haber ocultado su mensaje a los 'sabios' y 'prudentes' y haberlo revelado a los 'pequeños', podría conducir a un lector actual a interpretar -y de hecho así muchos lo han interpretado- que la fe cristiana es algo propio de la gente sencilla, simple y aún ignorante; impropia, en cambio, para gente preparada, inteligente.

Pero tan pronto nos acercamos al vocabulario griego y su trasfondo hebreo del cual se ha traducido dicha frase, nos encontramos en un mundo donde el término 'sabio' tiene distinta significación que en el nuestro: ni el sabio diplomado, capaz de llenar de complicadas fórmulas matemáticas el pizarrón de su laboratorio; ni el sabio de pueblo o de barrio, capaz de dar atinados consejos de vida a quien se los pida.

'Sabios', en Israel, eran grupos bastante definidos en la literatura de la época. El más alejado al de nuestro significado era el de los miembros de círculos llamados apocalípticos. Judíos que vivían sus creencias apoyados en oráculos, profecías, revelaciones privadas -muchas de las cuales fueron puestas por escrito y han llegado hasta nosotros-. Se consideraban ilustrados directamente por la palabra divina o por el mensaje de sus videntes, de apariciones, de presagios. El pobre que era ajeno a estas experiencias o no admitía este o aquel escrito o revelación, era tenido por necio. Ellos eran los únicos herederos del auténtico Israel. Su supuesta sabiduría les venía de su adhesión ciega a este tipo de comunicaciones esotéricas. Es verdad que, en determinado estrato de la sociedad, tanto entre cristianos como no cristianos, aún existe este tipo de 'sabiduría' y una enorme literatura al respecto: revelaciones, apariciones, mensajes de este o aquel santo o ángel, contactos con extraterrestres, vuelos astrales, profecías de Nostradamus, Tarot. Claro que nadie los llama sabios, pero aún existen.

Aunque de otra manera, también se consideraban sabios y únicos herederos del auténtico Israel, por ejemplo, los 'elegidos' que se agruparon en Qumram, el famoso monasterio tipo esenio en las cercanías del Mar Muerto. Los que no pertenecían a su secta eran obtusos, pecadores. Ellos eran los que tenían la llave de la salvación, del futuro éxito de Israel, de su victoria sobre los poderes del mal imperiales que dominaban al mundo. Y su sabiduría les venía de los manuscritos que atesoraban y de los nuevos que ellos elaboraban en el silencio de sus meditaciones y reflexiones. De esos también tenemos y, para peor, incrustados en nuestras universidades, periódicos, puestos claves de gobierno. Sectarios de izquierda que creen ser los únicos que saben y con sus utopías y soberbia y sus libros pseudointelectuales son capaces de todo.

También se decían sabios -sobre todo por su escepticismo, porque todo lo ponían en duda, porque todo lo tomaban en solfa, salvo sus intereses pecuniarios y de clase- las clases dirigentes, particularmente los saduceos. Poseían ese tipo de sabiduría que se cree mil, porque no acepta más que sus propias opiniones, porque todo lo toma a la ligera, excepto su pellejo, y porque, en el fondo, no le importa nada de la verdad y de hacerse grandes preguntas. Vivir lo mejor posible y nada más, con los ritos e instituciones suficientes, como su ceremonial vacío y su templo, para mantener a la gente contenta y poder ellos prosperar, aunque la gente cada vez se sumiera en la mayor ignorancia y pobreza. De eso algo también tenemos: nuestra partitocracia enclavada en el poder, sin principios, escéptica y cínica, con sus ritos democráticos, sus congresos y cuerpos deliberantes, sus grandes palabras, sus elecciones periódicas, sus aparentes divergencias, todo una especie de ritual vacuo en donde por más que la gente vote y vote, los únicos que manejan el poder o, más bien, el acceso a las riquezas -y, en el fondo, siempre de acuerdo, aunque para los de afuera se aparenten enfrentados- son ellos. Tampoco a esos hoy se los llama 'sabios'; más bien otras palabras, por supuesto irrepetibles.

Pero, quizá, los que más 'sabios' se creían eran los que los evangelios llaman letrados, escribas, sobre todo de la clase de los fariseos. Ellos sabían que la sabiduría, en última instancia, les venía de la Ley , de la Torah , de los mandamientos, una sabiduría que por eso también en nuestro evangelio es llamada prudencia -"los sabios y los prudentes", dice Jesús- porque lleva la norma a la vida y da seguridad al proceder. Y es verdad que el Antiguo Testamento llama sabiduría sobre todo a la Ley , en última instancia el consejo de Dios, el camino que Él indica como saludable. Pero, del resumen de los diez mandamientos, abierto en los primeros de ellos a la perfección infinita, multiforme, amplia de Dios, fundada en libertad e iniciativa, los letrados y fariseos habían hecho un nudo inextricable de leyes que normaban los más mínimos actos de la vida y de la jornada, imposibles de conocer y mucho menos de transitar para el no letrado. La ley, multiplicada hasta el absurdo, ahogaba la verdadera prudencia, la libertad, la iniciativa, y, sobre todo, el amor de Dios, el encuentro con El que supuestamente debía ser el objetivo último del mensaje bíblico. Digamos que, en nuestros días, multitud de abogados -sin desconocer que existan de los buenos y honestos- prosperan tanto en el gobierno, con su mundo lleno de infracciones y contravenciones creadas precisamente por esta abundancia legislativa y fuente por tanto de dinero fácil, como en el mundo privado: las terribles leyes laborales que impiden todo trabajar en serio, las que norman cualquier trámite, las que hay que salvar a fuerza de retornos y aún sobornos, las que en el mundo impositivo castigan hasta la extenuación a los ciudadanos para alimentar todo ese aparato. Leyes que, para peor, todavía gozan en la poco crítica mente de los pueblos del prestigio que les daba la vieja noción de Ley como manifestación de la justicia, de las leyes naturales, del querer de Dios, pero que ya se han alejado de tal manera de todos estos fundamentos que lo legal, finalmente, ha dejado de ser moral. Y todos podemos darnos cuenta de ello por las leyes que hoy se votan; no solo en estas partes del mundo. Que conocer todos esos enjuagues legales conformen un cierto tipo de 'saber' -y ciertamente utilísimo- en nuestros días no es, sin embargo, lo que defina a un sabio, como en época de Jesús.

La cuestión es que, cuando prescindiendo de esa pseudosabiduría, de esas leyes fariseas, de esas revelaciones apocalípticas, del espíritu sectario de los esenios, del escepticismo y, junto a él, del apoyo de las clases dominantes, Jesús predica su Reino, todos esos considerados sabios lo rechazan. Unos, abroquelados en sus propias leyes e interpretaciones esclerosadas, instrumentos de dominio sobre los demás; otros, pidiendo milagros, signos y prodigios que Jesús se niega a darles; otros, encerrados en su orgullo de elegidos; otros, finalmente, temerosos de que al fin y al cabo existiera una verdad a la cual debieran prestar asentimiento y un bien y un mal al cual tuvieran que prestar atención y que pudiera impedirles utilizar sus medios inmorales para conservar sus riquezas y su poder. Ninguno de estos llamados sabios seguirá a Cristo.

A Jesús le seguirá, en cambio, gente sin prejuicios, abierta a la verdad, sabedora de sus propios límites, consciente de sus carencias y, por eso, buscadores de algo más, para ellos, para sus hijos, para su patria. La palabra griega que traducimos por 'pequeños' significa literalmente 'el que aún necesita leche'. El que sabe que aún no sabe pero quiere saber, quiere crecer. El que no se ha cerrado en sus muchos o pocos conocimientos; el que no piensa que todo lo sabe, que todo está al alcance de sus manos.

Esa sensación precisamente que tiende a crear en la gente de hoy la cultura informática. Informática tanto porque basada en la información, en el acumular noticias que, porque más o menos llenan los pocos momentos en que el hombre contemporáneo piensa o dialoga, agotan su sentido de la indagación; o, porque, mágicamente, todos piensan que, con utilizar bien el Google o cualquier buscador, ya tienen todo el conocimiento del mundo al alcance de la mano, aunque no sepan qué es lo que tienen que buscar, ni qué es lo importante y lo nimio, qué lo verdadero y lo falso. Cultura de masas que, al mismo tiempo que impide pensar en serio, a través de los medios, o de una educación de datos y nociones, como la que se imparte -aún cuando cada vez menos- en nuestras secundarias, llena al individuo de autosuficiencia. Autosuficiencia confirmada porque es la masa -mediante la encuesta y la opinión indiscriminada de cualquiera sobre cualquier cosa- la que parece imponer convicciones, pautas de ser y actuar, escalas de valores y aún acciones de gobierno.

El verdadero sabio, que no es aquel del cual habla hoy Jesús, se acerca más a los lactantes del evangelio, que a los necios que, seguros de si mismos, opinan sobre cualquier cosa y, para peor, suelen llegar a políticos. Justamente a los políticos, llenos de discursos vanos y lejanos de la realidad, pero aptos para recoger el aplauso del pueblo llamaba Sócrates, al modo de Jesús, 'los sabios', 'los sofistas'. 'Sofía', en griego, como Vd. saben, quiere decir sabiduría. De allí que la verdadera sabiduría para Sócrates, contraria a la de los 'sofistas', los 'sabios' de este mundo, es la del que puede decir: "solo se que no se nada".

Algo de eso afirmaba Einstein cuando, asombrando a su público, terminaba confesando su ignorancia fundamental sobre los grandes problemas del cosmos y afirmaba la necesidad del recurso a una Realidad Trascendente. "Un poco de ciencia, aleja de Dios", decía Pasteur, "la mucha ciencia nuevamente nos acerca". De hecho no hay ningún científico verdaderamente tal que no distinga bien los límites de sus conocimientos y, frente a los problemas últimos, sus faltas de respuesta.

La revista Science, fundada por Edison, ayer hizo 125 años, en su edición conmemorativo enumera precisamente 125 preguntas fundamentales que rozan todas el sentido mismo del universo. Ciento veinticinco preguntas que los sabios -dice la revista- no han podido ni pueden todavía contestar. Vale la pena leerlas. Pero confirma el que son los verdaderamente sabios quienes se hacen los grandes interrogantes, no los que se creen sabios y dicen tener todas las respuestas. O, peor, los verdaderamente ignorantes, que son los que, porque nada se cuestionan, nunca tienen preguntas.

Y cómo decía Gádamer, el que no se hace preguntas, el que se las sabe todas, nunca podrá obtener respuestas.

Ese es el sentido de la frase de Jesús: Él es respuesta que no pueden recibir los que no se cuestionan nada, los sabios, los sofistas, y solo pueden recibir los que saben de sus ignorancias y por eso son capaces de apreciar la luz del evangelio: los pequeños. "No he venido a llamar a los justos" -el justo no necesita de la gracia-; "no he venido a llamar a los sanos" -el que se cree sano no precisa del médico-; "no he venido a llamar a los ricos" -el que está satisfecho con lo que posee o solo piensa que la riqueza es capaz de colmarlo no necesita el regalo de Dios-; "no he venido a los sabios". Todas son frases semejantes, que hablan del amor de Dios que solo pueden recibir los hambrientos de amor divino, los sedientos de Su agua, los afligidos y agobiados que saben que no hay vitamina ni 'personal trainer' en la tierra, ni gurú ni maestro, capaz de darle la salud, la respuesta definitiva, la que solo a la creatura puede dar Dios; solo, al hijo, el Padre; solo, a nosotros, Cristo; el único que conoce al Padre y que nos lo puede revelar.  

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