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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

 

1972. Ciclo A

13º Domingo durante el año
1-VII-72

Lectura del santo Evangelio según san Mateo     10, 37-42
El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará. El que los recibe a ustedes, me recibe a mí; y el que me recibe, recibe a aquel que me envió. El que recibe a un profeta por ser profeta, tendrá la recompensa de un profeta; y el que recibe a un justo por ser justo, tendrá la recompensa de un justo. Les aseguro que cualquiera que dé de beber, aunque sólo sea un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños por ser mi discípulo, no quedará sin recompensa".

Sermón

Dicen que la enfermedad más característica de nuestro siglo es la tristeza. O como se la quiera llamar: el tedio, la amargura. Hastío de vivir. Melancolía de la vida. Amargura vital. Angustia.

Lean un libro cualquiera de los que abundan entre nuestros best-sellers contemporáneos. Vayan al cine a ver una película de las llamadas serias –Bergman, Passolini, Antonioni- o al teatro. Detrás de sus personajes retorcidos, extraños, torturados, encontrarán siempre eso: desgano, agobio, mesticia, protesta.

Y, en la realidad, miren Vds. alrededor, en los colectivos, en las oficinas, en los mercados, en las fábricas. ¡Qué pocas cara auténticamente alegres, luminosas!

De vez en cuando se me ocurre preguntar, de sopetón, cuando converso con la gente joven, “ Y, dígame ¿es Vd. feliz? ” ¡Que pocas veces se me ha contestado con un ‘ ” rotundo, neto, seguro.

“¿Feliz yo ?” Se me quedan mirando.

Porque, vean, nadie es tan zonzo de creer que la felicidad sea esa alegría artificial que cualquiera puede fabricar con un poco de música, alcohol y sexo. Ni tampoco la del programa de televisión que, para ayudarnos a reír, debe hacer funcionar el grabador con risas. ¡Pobres de nosotros si, para estar contentos o llenar nuestras horas, necesitamos que anden bien los transistores y el tubo catódico de nuestro televisor; y el día que no anda no sabemos en qué llenar nuestro tiempo, ni qué decir a las caras vacías que nos rodean. Como aquel príncipe del cuento que nunca sonrió desde el día en que se le murió el bufón.

Y, sin embargo, aparentemente, nunca tuvo la gente tantas cosas como para ser feliz. Es verdad que, hoy por hoy, en la Argentina no todo está al alcance de todos, es un mal momento. Pero, incluso en los países donde reina la abundancia –Suecia, Norteamérica, Francia-: son los que más alta tasa tienen de suicidios, de dementes, de drogados y, nuevamente de moda, de cultos satánicos.

Como si el tener cada vez más nos despertara nuevas apetencias, nuevos vacíos, nuevas voracidades imposibles de colmar.

¡Ser felices! ¿Quién no quiere ser feliz? ¡Ah, si pudiéramos encontrar la camisa del hombre feliz!

¿Y quién no busca la felicidad? Todos la buscamos: el que trabaja para ascender de puesto; el que estudia para recibirse; el que está de novio para casarse; el que sale el fin de semana para divertirse; el que va a lo del médico para curarse; todos buscan ser felices. Y, entonces, ¿por qué son tan pocos los que lo son en serio? ¿Será porque buscan la felicidad dónde no existe? ¿Será porque la buscan mal?

¿No será acaso porque, orgullosamente, hemos querido encontrar nuestro propio camino, nuestra propia receta y nos hemos rehusado orgullosamente a aceptar la antigua receta de Dios?

Nos han llenado la cabeza con lo de que la infelicidad nace de los deseos no satisfechos, de las uvas que no podemos alcanzar, y henos aquí entonces corriendo para satisfacer hasta el más pequeño apetito que se nos presente, vaya o no en contra de la ley de Dios, vaya o no en contra del bien de nuestro prójimo.

Nos han convencido los psicólogos que no debemos crear traumas a nuestros hijos. ¡Cuidado con las represiones, con los retos, con la disciplina! ¡A satisfacer sus más mínimos deseos de pequeños emperadores, no vaya a ser que se sientan frustrados y críen complejos!

Sí, todos los deseos deben ser satisfechos y, cuanto antes mejor. No se sabe esperar, todo hay que tenerlo ahora y ya: “Compre y llévelo, pague después

A los diez años se quiere vivir como si se tuvieran quince; a los quince como si tuvieran veinte. Se pasa de la niñez a la juventud y de la juventud a la vida adulta atropellando etapas, saltando fronteras, dislocando la armonía del ritmo vital. No sabe uno a qué horas el niño fue niño, ni cuánto duró la juventud. Una juventud como lo era antes que se ha abreviado hasta el mínimo para pasar a una desbocada falsa adultez y una vida que, a fuerza de vivirla locamente, se amustia en plena lozanía y se extingue en el vacío del no saber qué más. Los jóvenes que ‘ya' quieren ser adultos; los adultos que quieren seguir viviendo como jóvenes.

Nadie sabe esperar, nadie sabe sacrificarse, nadie asume la etapa que le corresponde. No se conoce la dicha de las cosas obtenidas con esfuerzo y que son las únicas que duran, que permanecen.

Porque, aún desde el punto de vista material, el sacrificio y la disciplina son mejores custodios de los pequeños placeres de la vida que la satisfacción inmediata de los menores antojos. Un vaso de agua después de teniendo sed sabe mejor que una Coca Cola tomada con apenas ganas. Un plato de papas hervidas causa más satisfacción al monje trapense acostumbrado al ayuno que complicadas fórmulas culinarias a un sibarita harto de cotidianas comilonas.

Jamás podrá gozar de las auténticas, sencillas y humanas dichas de la vida –las únicas que realmente valen y llenan- aquel a quien siempre se le han satisfecho sus deseos y no ha sabido esperar y no ha sabido sacrificarse.

Pero hay más. La satisfacción de todos los deseos crea seres egoístas, sujetos encerrados en sí mismos, pequeños centros del universo. Y, no hay, señores, más terrible enemigo de la felicidad –propia y ajena- que el egoísmo. ¡Qué triste vivir con un egoísta! ¡Qué triste ser egoísta! El egoísta que no ama a los demás sino que los usa; que piensa constantemente en si mismo, cuya mejor compañía es un espejo, que solo desea estar él mejor y mejor; que revuelve constantemente sus problemas, sus asuntos, sus alegrías, sus envidiosas frustraciones. El que solo tiene amigos de negocios, de conveniencia, de acomodo. O, más sutilmente, el que trata solamente a la gente que le es simpática, que le cae bien o que le puede hacer un favor.

Ella quería ser feliz y buscó un novio que la hiciera feliz. El se sentía triste y buscó una novia para que le quitara la tristeza. Los dos pensaron en si mismos. Se casaron. En los ojos de ella él se miraba a si mismo. Ella se miraba a ella en los de él. Los dos quedaron solos. Y no fueron felices.

Y, entonces, por fin, ¿cómo encontrar la felicidad? No la que nace de las cosas de afuera, de lo que tenemos, sino la que surge de adentro, de lo que somos.

Yo se los voy a decir. No es un secreto. Está en el evangelio que hoy hemos leído: “ el que busque su vida, la perderá; el que pierda su vida por mi, ese la encontrará ”. Que más o menos quiere decir:

Aquel que busque su propia felicidad, ese no la encontrará jamás. Aquel, en cambio, que, por amor a Cristo, busque la gloria de Dios y la felicidad de los demás sin importarle la propia; ese, al final, también para sí la encontrará

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