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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

 

2004. Ciclo C

13º Domingo durante el año
(GEP 27/06/04)

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 9, 51-62
Cuando estaba por cumplirse el tiempo de su elevación al cielo, Jesús se encaminó decididamente hacia Jerusalén y envió mensajeros delante de él. Ellos partieron y entraron en un pueblo de Samaría para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron porque se dirigía a Jerusalén. Cuando sus discípulos Santiago y Juan vieron esto, le dijeron: «Señor, ¿quieres que mandemos caer fuego del cielo para consumirlos?» Pero él se dio vuelta y los reprendió. Y se fueron a otro pueblo. Mientras iban caminando, alguien le dijo a Jesús: «¡Te seguiré adonde vayas!» Jesús le respondió: «Los zorros tienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza.» Y dijo a otro: «Sígueme» El respondió: «Permíteme que vaya primero a enterrar a mi padre» Pero Jesús le respondió: «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ve a anunciar el Reino de Dios» Otro le dijo: «Te seguiré, Señor, pero permíteme antes despedirme de los míos» Jesús le respondió: «El que ha puesto la mano en el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios»

Sermón

              Como sabemos Lucas, junto a Mateo y Marcos -a diferencia de Juan que tiene un orden propio-, conforman los llamados evangelios 'sinópticos'. Así llamados porque pueden colocarse en tres columnas paralelas en las cuales se pueden leer prácticamente los mismos episodios en el peculiar estilo de cada evangelista. 'Sinópsis', en griego, quiere decir, mirada de conjunto -'syn', 'con' y 'ops' 'ojo'-. Así, encolumnados paralelamente, podemos mirar en conjunto, en sin-opsis, los tres evangelios.

            Sin embargo, justo en este pasaje que acabamos de leer, Lucas se aparta de los otros sinópticos y no podemos escribir columnas paralelas de ellos. A partir de este pasaje, capítulo nueve, nos encontramos con un relato que es exclusivo de Lucas y que vuelve a juntarse con los otros evangelios recién en el capítulo diecinueve.

            Todo ese tramo junta una serie de enseñanzas y parábolas de Jesús inéditas en los otros evangelistas, pero que se van exponiendo en una especie de viaje que hoy comienza a emprender Jesús hacia Jerusalén. "Cuando se acercaron los días en que Jesús debía ser elevado -dice literalmente el texto griego- Jesús apuntó con su rostro hacia Jerusalén." Este viaje, esta marcha, es, pues, la parte más original de nuestro evangelio lucano.

            Obviamente se trata no solo de un simple viaje de turismo, sino de un ascenso simbólico hacia la fatídica ciudad donde Jesús, voluntariamente, habrá de consumar su suerte y, por medio de la cruz, ser Elevado y Recibido por el Padre.

            Nunca debemos olvidar que los evangelistas no hacen el papel de investigadores de la historia. Están intentando, en base a la vida de Jesús, de enseñar algo a los cristianos para quienes escriben.

            En esta 'subida' a Jerusalén Lucas quiere resumir y simbolizar no solo la vida de Cristo sino la vida de todo cristiano.

            Es sabido que, antes de que por primera vez se llamara a los discípulos de Jesús 'cristianos', en Antioquía, el apodo común que se daban era 'los que seguimos el camino'. La vida cristiana entendida como senda, como un subir hacia la ciudad santa, hacia la vida verdadera. Contrariamente al camino de bajada de los malvados, de los increyentes que, como dice el salmo (49, 15): "son ovejas que marchan al Abismo, la muerte es su pastor, bajan derecho a la tumba, se desvanece su figura, la nada es su mansión".

            La vía, el sendero, del cristiano, en cambio, a través del norte señalado y conquistado por Cristo, no conduce a la nada, sino a puerto seguro, a terminal de gloria. De alli que, en nuestro estado actual, nos llamamos 'viadores', que estamos en la vía, no como los linyeras, 'estar en Pampa y la via', sino dirigiéndonos, por sendero seguro, hacia la gran Ciudad, hacia la casa del Padre. Por eso toda ayuda que Dios, mediante la Iglesia, nos presta en este sendero, en esta vía, pero sobre todo la sagrada Eucaristía, la llamamos viático. Los viáticos que nos regala Dios para andar a prisa y superando las dificultades, obstáculos y tentaciones de la vera del camino.

            Porque claro, el viático por antonomasia es el mismo Cristo: "Yo soy, el camino y la verdad y la vida". El es el primero que emprende 'decididamente' -'apuntó o fijó su rostro' quiere decir eso, 'decididamente'- la dura conquista de Jerusalén.

            "Te seguiré", "sígueme". Ser cristianos es seguir resueltamente, como cruzados, a nuestro Rey Jesús avanzando hacia su ciudad. Allí la tomará con su espada de clavos de hierro, con su casco de combate camuflado de espinas, con su ariete de cruz. Allí están los verdaderamente suyos cerrando filas al lado de su capitán.

            Camino, pues. Pero camino que, en cuanto se emprende, en cuanto dejamos la modorra, en cuanto nos alejamos de los floridos prados galileos y sus playas de mar, en la roca afilada del ascenso encontramos desde el comienzo obstáculos, oposición, enemigos -y peores los que se hacen pasar por amigos-. Tan pronto Jesús se pone en camino ya sufre el rechazo de los samaritanos. Lucas advierte a los cristianos que no solo los judíos y sus dirigentes serán el enemigo: el rechazo de Cristo surgirá siempre allí donde se predique el evangelio y lo humano no quiera ceder y ascender a lo divino.

            Considerados no judios por los hebreos, los samaritanos no solo no ayudaban sino que se oponían a que los judíos circularan por su territorio y menos si lo hacían en peregrinación hacia la Ciudad. Ellos adoraban a Dios no en Jerusalén sino en el monte Garizim, santuario incendiado ciento cincuenta años antes por Alejandro Janeo en nombre de Jerusalén. A pesar de que Lucas suele tratar bien a los samaritanos en su evangelio -hay que pensar que muchísimos samaritanos después de la resurrección se habían convertido al cristianismo- hoy los coloca en esta desairada situación, representan el rechazo del mundo, sumado al rechazo del viejo pueblo de Dios. Pero, justamente, para mostrar cómo ese rechazo, gracias a la paciencia de Dios, puede transformarse finalmente en conversión.

            De hecho, los discípulos, hubieran deseado inmediatamente mandar caer fuego del cielo para consumirlos. Jesús los detiene y reprende. La impaciencia de los hombres no suele comprender la paciencia de Dios. No que no habrá juicio, no que no sea urgente convertirse y emprender el camino, no que no haya que decidirse de una vez para vivir como cristianos. Pero esa urgencia siempre se encontrará con la tierna espera de Dios. El juicio se dará. Definitivo y tremendo, sin duda, pero recién una vez conquistada Jerusalén, la celeste, la de los nuevos cielos y la nueva tierra, fuera de la cual, en las tinieblas exteriores, quedarán los que no hayan aprovechado el tiempo de la espera, de la tolerancia, 'el tiempo de la paciencia divina', como le llama Pablo en su carta a los romanos.

            Pero ahora que entra en campaña y sale al frente de sus tropas, Jesús informa a sus nobles de sus condiciones. Tres formas de seguirle -condicionales, veleidosas, secundarias- son rechazadas.

            Hay un primero que, según Mateo, -que justo en esto tiene un pasaje parecido al de Lucas- le llama 'maestro': te seguiré a donde vayas. Los discípulos de los rabinos, de los maestros de Israel, solían vivir en sus casas y sentarse a sus pies para aprender las lecciones y contribuir con su ayuda al mantenimiento de la casa. Jesús quiere mucho más que estudiosos de catecismo o de doctrina cristiana, que se sienten a sus pies y se refugien en su casa. El no es solo maestro, no tiene casa, dice, no tiene dónde reclinar la cabeza. Porque seguir a Jesús no es estudiar libros, buscar las seguridades del gurú, la serenidad y paz interior, la autoayuda, es ponerse en movimiento, es tomar la espada -'no viene a traer la paz sino la espada', dice Jesús- es seguir a Jesús a cualquier frente, a cualquier misión, que en su avance de conquista, por más difícil que sea, nos haga el honor de encomendarnos.

            El segundo es un gran hijo, una buenísima persona, consciente de sus deberes filiales, valiosísimo en lo humano... Quiere, antes de vestirse el uniforme de Cristo, dejar bien ubicados a sus padres. Obviamente que no se trata de un entierro de un padre muerto, sino de un esperar la muerte del padre para, sin tener que dejarlo solo, ponerse recién después en campaña. No entiende que la campaña es lo primero.

            Mientras pensemos que tenemos que ser buenos profesionales, buenos estudiantes, buenos novios, buenos hijos, y, además, hacernos santos, seguir a Cristo, no hemos entendido todavía que es ser cristianos. La santidad no es un 'además': es lo principal. Primero tener claro que lo único que importa es seguir a Cristo, buscar la santidad, la conquista, la gloria. Y, por ello mismo, porque queremos ser santos, intentar ser buenos profesionales, buenos estudiantes, buenos novios, buenos hijos.

            Tampoco está para cabalgar a su lado el tercero. Los que están pensando lo que dejan atrás. Los que le seguirán mientras la cosa no venga pesada, mientras no tenga que sacrificar esta amistad que no me hace bien, este noviazgo o concubinato con alguien con quien no me puedo casar santamente, este negocio en el cual tendría que ensuciar mi código de caballero, este silencio cobarde que me evitará problemas pero que me hace cómplice, este espectáculo o programa que me hace perder tiempo o rebaja mi forma de pensar a formas innobles o superficiales...

            No: "El hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza", no bajes tú la tuya. "Los muertos entierren a su muertos", 'ovejas todas que marchan a la nada' El que ha puesto la mano en el arado y en la espada, siempre la vista al frente.

            En este domingo comenzamos así con Lucas, una nueva reflexión sobre nuestra condición cristiana, varones y mujeres cruzados, en vigorosa y decidida marcha, junto con Cristo, hacia el asedio de Jerusalén.  

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