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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

 

2001. Ciclo C

12º Domingo durante el año
(GEP, 24-06-01)

NATIVIDAD DE SAN JUAN BAUTISTA

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 1, 57-66. 80
Cuando llegó el tiempo en que Isabel debía ser madre, dio a luz un hijo. Al enterarse sus vecinos y parientes de la gran misericordia con que Dios la había tratado, se alegraban con ella. A los ocho días, se reunieron para circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre; pero la madre dijo: «No, debe llamarse Juan» Ellos le decían: «No hay nadie en tu familia que lleve ese nombre» Entonces preguntaron por señas al padre qué nombre quería que le pusieran. Este pidió una pizarra y escribió: «Su nombre es Juan» Todos quedaron admirados. Y en ese mismo momento, Zacarías recuperó el habla y comenzó a alabar a Dios. Este acontecimiento produjo una gran impresión entre la gente de los alrededores, y se lo comentaba en toda la región montañosa de Judea. Todos los que se enteraron guardaban este recuerdo en su corazón y se decían: «¿Qué llegará a ser este niño?» Porque la mano del Señor estaba con él. El niño iba creciendo y se fortalecía en su espíritu; y vivió en lugares desiertos hasta el día en que se manifestó a Israel.

SERMÓN

            Ya San Agustín había notado lo excepcional de este festejo del nacimiento de Juan. La Iglesia, en efecto, no suele celebrar los nacimientos precarios a esta vida -lo que nosotros llamamos cumpleaños-, sino el nacimiento definitivo a la vida verdadera, que se da, para el cristiano, después del morir. Por otra parte, de los santos antiguos resulta casi imposible determinar aquella primera fecha, ya que no se llevaban registros de nacimiento. Sí los de su nacer al cielo, su martirio, su morir ejemplar. Así se anotaba en los martirologios que llevaban las diversas iglesias: "dies natalis", "día del nacimiento de Tal", y ese era el día de su ser dado a luz a la mayúscula y suprema Luz del Cristo Resucitado.

            Esto es tan así que, aún con Cristo y María -los otros dos, junto con Juan el Bautista, únicos de los cuales se celebra el nacimiento a esta vida-, estos festejos son, en la Iglesia, relativamente tardíos. La fiesta cristiana por excelencia es la Resurrección, el auténtico nacimiento de Cristo; y la mariana, la Asunción. Navidad es una fiesta introducida relativamente tarde, en el siglo tercero y, mucho después, la de la Natividad de la Virgen, del siglo VII. Tanto es así que no existe ningún dato seguro que permita fijar el día de sus nacimientos; ni siquiera el año. Es sabido que la Navidad la festejamos el 25 de Diciembre porque coincide, en los viejos calendarios del hemisferio norte, con el solsticio de invierno, cuando los días, alcanzada su mínima longitud, nuevamente comienzan a alargarse, y el sol, la luz, que representa a Cristo, inicia su ascenso triunfal.

            Justamente por eso se ha elegido, al contrario, el 25 de Junio -en esos calendarios del hemisferio norte el solsticio vernal, cuando los días comienzan a achicarse, a 'disminuir'- para el nacimiento de Juan el Bautista, en recuerdo de esa su frase estupenda y humilde en la cual, refiriéndose a Jesús, dice "es necesario que él crezca y yo disminuya" (Jn 3, 30). Frase que hemos de hacer nuestra todos los predicadores y heraldos de Cristo, que solo debemos servir para hacer crecer al Señor en el corazón de quienes nos escuchan y no para que nos conozcan o aplaudan a nosotros. Cuando la gente comienza a conocer más, para bien o para mal, a sacerdotes, obispos o Papa que al mismo Jesús nuestro Señor, es que algo está funcionando mal. La única excusa para que existamos y nos mantengan a nosotros los curas y la Iglesia jerárquica es para que demos a conocer a Cristo y, si no, no servimos para nada, por más que saquemos documentos sobre esto y aquello o hagamos soflamas por la justicia social o adquiramos fama de buenos predicadores.

            De todos modos la verdadera fiesta de Juan Bautista es la de su Degollación o martirio. Allí donde, desde la oscuridad total de su lóbrego calabozo en Maqueronte en el cual había terminado su voluntario eclipse, Juan nace fulmíneamente a la luz del verdadero sol de la vida eterna.

            En realidad ese es el único sentido de nuestros nacimientos y cumpleaños que con tanto alborozo festejamos, sobre todo mientras somos jóvenes: el inicio de la posibilidad, si nos encontramos con Cristo, de nacer a la vida eterna. Es por ello que muchos cristianos celebran con más fervor el aniversario del día de su bautismo que el de su nacer aleatorio a la vida biológica. Es recién en el bautismo cuando comienza a circular por nuestras arterias y venas la gracia de la inmortalidad. Mientras vivimos sin la gracia de la fe, en realidad estamos clínicamente muertos, y para nada nos sirve la salud que nos da o nos conserva CEMIC, o el Hospital Británico, o la Clínica del Sol.

            En su bella encíclica del 95, Evangelium Vitae, sobre el valor de la vida humana, Juan Pablo II lo afirma con todas las letras: "Esta vida no es realidad última, sino penúltima" (...) "El hombre está llamado a una plenitud de vida que va más allá de las dimensiones de su existencia terrena...", que por eso tiene "carácter relativo"... "La vida en el tiempo es -solo- condición básica, momento inicial y parte integrante de todo el proceso unitario de la vida humana...que alcanzará su plena realización en la eternidad". Esto dice el Papa.

            De allí que sea más grave matar a la vida sobrenatural con el pecado mortal que a la biológica de un balazo. Lo primero mata para siempre; lo segundo no necesariamente sino, en todo caso, a veces, a aquel que mata.

            Pero de allí también lo abominable de la supresión de la vida en cualquiera de sus etapas. Si esta vida biológica solo tiene sentido y significación en referencia a aquella vida nueva y eterna que consiste en la comunión con el Padre, en el Hijo, por obra del Espíritu, destrozar desde el vamos esa posibilidad en el vientre de la madre, antes de que se alcance el uso de razón, o eliminarla cuando las condiciones de vida parecen humanamente insoportables, es valorar la existencia humana solo por su dimensión terrena, por su valor de mercado, por su capacidad de eficiencia o de placer, por su intrascendente valor puramente humano... ¡Abortar la posibilidad de un santo, de un llamado a participar de la vida eterna! ¡Liquidar a uno que aún en medio de la decrepitud y aún del sufrimiento -aunque hoy con los medios anestésicos de la medicina moderna nadie tendría que sufrir físicamente-, liquidarlo digo, cuando a lo mejor unos breves segundos de lucidez, de encuentro con Cristo, de arrepentimiento, de amor, serían capaces de hacerle conseguir o aumentar su eterna gloria, su salvación! ¡Infames!

            Es solo mirando ese su horizonte sobrenatural como la vida terrena alcanza una dignidad casi sagrada, puesto que se transforma en terreno pasible de ser sembrado con gérmenes de eternidad. Nada que ver con la vida animal o vegetal, con la vida que defienden los ecologistas a ultranza, ni la que compartimos a nivel puramente físico-químico con la zoología y que las religiones panteístas -como el budismo o el hinduismo o New Age-, tienden a univocar con la humana, como si en ellas hubiera algo de divino. Lo sacro de la vida humana es que Dios la llama, le ofrece la posibilidad, de acceder a lo santo, a lo sobrenatural, a lo eterno. Lo inaceptable de todo atentado injusto a la vida en este mundo proviene de que, al mismo tiempo -sobre todo en el niño antes de nacer o previo su uso de razón, o en el adulto antes de su elección o no de la fe-, es la frustración supremamente perversa de su posibilidad de acceder a esa Vida que no tiene fin.

            Por eso, tan criminal como el asesinato antes de la opción, es la perversión de las conciencias, la corrupción de las mentes y las costumbres, el accionar de los vendedores de mentiras, de los hacedores de autómatas y esclavos de sus pasiones, de los envenenadores de los medios, de los diseminadores de ideas letales... Hay periodistas, artistas, editores, productores de televisión, mercaderes de carne y de droga, escuelas sin Dios, falsos pastores y políticos que son tan asesinos -porque con su acción llevan a la muerte del espíritu-, como el médico abortero, el delincuente homicida, el terrorista montonero, francotirador o de la Eta, o el fabricante de guerras injustas...

            Con la diferencia que algunos de estos últimos, sin querer, son capaces al menos de fabricar mártires. Morir defendiendo mi patria, morir en el paredón o el cadalso de los santos, enfrentar con dignidad la pena de muerte, puede llevarme a la vida. Ser asesinado en el alma por la corrupción y la apostasía me conduce, sin paradas ni escalas técnicas, al abismo de la sin retorno muerte.

            Juan el Bautista es el ejemplo del que dio a su vida biológica pleno sentido al jugarla por Cristo. Y, quizá, más allá de sus denuncias viriles, de su fogosa acción juvenil como profeta, como mensajero de la buena nueva de la aurora que se acercaba, sus momentos más plenamente vividos los vivió en las tinieblas de la mazmorra de Herodes. En ese pozo obscuro en donde ni siquiera podía estar acostado y en el cual la humedad, el frío y el hambre iban agotando sus fuerzas y sus hidratos de carbono, agostando sus músculos y aún nublando su mente. Pero es allí cuando, ya casi apagado, en esa disminución que él mismo había elegido para que creciera Cristo, escribe su página más santa, más vital, más sana e inteligente, hecha su vida puro darse en la fe al querer divino.

            Desde el punto de vista humano era Salomé la que 'vivía', en la excitación de la danza, Herodes, con su poder y su lúbrica mirada, los cortesanos, pensando en sus caudales y en sus fincas y en sus bancas y aprovechando el lujo de su posición... Pero la verdadera vida era la que estaba gestando el Bautizador en su pozo ciego.

            Tú, que te quejas de que las cosas no te van bien; que, estudiante, no ves futuro para tus esfuerzos; que, grande, ya apenas puedes acomodarte a esta nueva manera de trabajar y competir; que, preparado y capaz, no encuentras trabajo o a lo mejor el que tienes no te gusta; que, mayor, ya apenas sirves para jubilarte; que, enfermo, te parece que molestas; que, abatido, no encuentras demasiados motivos de vivir; que no figuras entre los exitosos; que está bajoneada tu autoestima... piensa el 'para qué' Dios te ha dado esta vida, para qué quiere que festejes tus cumpleaños, tu natalicio... Haz que esa fecha sea digna de tus padres, del nombre que te han puesto, del bautismo que has recibido. No porque te hayas convertido en exitoso yupi, en primero entre los primeros, en nombre conocido, en perennemente joven a fuerza de gimnasios y de estéticas, sino porque te estás haciendo santo, porque, como Juan, has preferido que cada vez más crezca Cristo en vos y tu ego disminuya. Porque inteligentemente aprovechas tu vida. Y, cuando digo vida, lo digo con todo lo que ella en la tierra conlleva: felicidades y desdichas, salud y enfermedades, vislumbres y oscuridades, vejez y juventud, amistades y enemigos, prosperidades y quiebras, matrimonios y viudeces o separaciones, luces y sombras... Todo puedes aprovechar, porque todo Dios te lo da para que se lo hagas Suyo, para que plantes en ello semillas de gracia, de amor, de entrega... ¡Aprendé a convertir tus inviernos -como Juan-, en verano de Cristo!

            Juan, Yohanan, en hebreo, quiere decir "Dios ha mostrado su favor". Querían llamarlo Zacarías como su padre; simplemente que fuera otro más de las generaciones de la familia, de su terrena génesis. Pero el mismo Zacarías, que en su mudez y sordera humanas finalmente había podido rescatar la palabra divina, supo darle el nombre que más se le apropiaba "Dios ha mostrado su favor".

            Que también nosotros nos hagamos juanes, que Jesús pueda mostrar al mundo, en nosotros, su favor; que, con nuestra vida apuntada a la luz de Cristo, sol victorioso, no temamos las oscuridades de las estaciones invernales de este mundo, iluminemos a los demás mostrándoles el verdadero sendero y, como Juan, mientras nos quede un hálito de vida, valga o no a los ojos del mundo, hagámoslo verdaderamente valioso ofreciéndolo a Jesús.  

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